Las culturas y el conflicto en el Perú
Varios de estos conflictos son relativamente recientes, como en los casos de la minería informal e ilegal, o los desencadenados en torno a la gestión local; los conflictos derivados de la presencia de empresas
mineras en entornos rurales andinos son más bien antiguos; sus orígenes datan de las primeras décadas
del siglo XX, aunque por entonces, las empresas y los movimientos sociales que las resistían eran distintos a
los del presente, al igual que la correlación de fuerzas sociales y políticas, el Estado y la sociedad peruana en general. Estos han contribuido a crear y “sedimentar” diversas “culturas del conflicto” en el imaginario
social peruano, que en realidad data de muchas décadas (y quizás siglos), reforzadas por una serie de elementos propios de la diversidad cultural del país.
En este artículo, se intentará realizar una exploración tentativa del tema, con el fin de ordenar algunas ideas
que puedan sugerir pistas de análisis de diversos contextos socioculturales. Para ello, será necesario
partir de nociones básicas acerca de la cultura peruana en general, ya que la denominada “cultura del
conflicto” se ubica en ese marco general, y está informada por éste.
La formación de estas distintas “culturas del conflicto” en el Perú es producto de complejos procesos
históricos, sociales y políticos; algunos se remontan a varios siglos atrás, en tanto otros son más recientes. No existen sin embargo exploraciones sistemáticas de éstas, que permitan distinguir sus variedades o
subculturas y den cuenta de sus contenidos (normas y valores, las motivaciones, prioridades y los estilos de
comportamiento vigentes en distintos grupos sociales), lo que es fundamental para conocer la subjetividad de quienes se involucran en los conflictos y, en la medida de lo posible, aportar al esfuerzo de establecer con ellos (y entre ellos) relaciones constructivas que permitan superar y transformar el conflicto.
1.1. Antecedentes históricos
Algunos hitos claves identificables y contemporáneos en la formación de los imaginarios que alimentan las
“culturas del conflicto” serían los siguientes:
1.1.1. Las disputas hacienda-comunidades en el sur andino en las primeras décadas del siglo pasado
Entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, muchos conflictos eran producto de los
intentos de hacendados y gamonales por expandir sus tierras despojando a las comunidades indígenas, las
que respondían con estrategias variadas (litigios legales, “resistencia pasiva”, rebeliones).
1.1.2. Las luchas políticas conducidas por los primeros partidos doctrinarios y de masas en los años 20-30 del siglo XX
Las luchas políticas de fines de los 20 y las siguientes décadas contribuyen también a crear una cultura
política que deja como herencia un discurso ideológico que legitima las protestas y reclamos y
cuestiona el orden socio-político, y deja a la población una importante lección: la necesidad de buscar
representantes e intermediarios políticos y organizarse para la defensa de sus intereses. Desde las élites
de entonces, se afirma la idea de que los conflictos son producto de agitadores políticos y profesionales, que buscan subvertir el orden público, manipulando a la pobla-ción para lograr sus fines. El conflicto es visto como sinónimo de desorden, fruto de una conspiración que debe ser reprimida.
1.1.3. Los conflictos empresas mineras comunidades campesinas en el centro del país (años 30-50)
Los conflictos empresas-comunidades en torno a la minería aparecen por la presencia de nuevas
compañías (extranjeras y nacionales) en una actividad que se remonta por lo menos a la colonia, cuando se
obligaba a los indígenas a trabajar en minas como mano de obra en semiesclavitud (mita). Este hecho
contribuyó a instalar en la conciencia colectiva campesina una imagen negativa de la minería, que
parece haber persistido en el siglo XX, alimentada por otros hechos (contaminación, despojo, cambios
sociales no deseados), pero matizada y complejizada por los impactos sociales y económicos que genera un
mercado de trabajo y de bienes para la población y productores locales. Las representaciones del siglo
XXI no parecen haber variado sustancialmente, pues la llamada “nueva minería” es relativamente reciente
y sus impactos positivos están aún madurando.
1.1.4. Las invasiones de haciendas protagonizadas por comunidades campesinas andinas en los años 50-60
Los movimientos campesinos de invasión de haciendas en la sierra central y sur durante los años 50-
60, son otra fuente alimentadora de las culturas populares del conflicto. A diferencia de lo ocurrido
medio siglo atrás, en esta ocasión, las comunidades pasan a la ofensiva contra las haciendas, tomando
tierras que consideraban les había pertenecido anteriormente. Las invasiones exigieron a las comunidades una fuerte cohesión, la búsqueda de aliados políticos urbanos, intensos trámites ante oficinas públicas, el uso de formas organizativas y tácticas de origen sindical, etc.
Es probable también que por estos años, vaya sedimentándose la idea de que sólo a través de paros y
movilizaciones se podía defender eficazmente sus derechos y arrancar concesiones a las élites,
visualizándose la negociación como sinónimo de debilidad. En un contexto de urbanización, masiva
migración campo-ciudad y modernización, los conflictos por tierras dejan lecciones importantes
entre la población rural, que de diferente manera, las integran en su imaginario cultural.
1.1.5. Los procesos de sindicalización y las movilizaciones de trabajadores urbanos (años 50-60)
En los años 50-70 ocurre un proceso masivo de sindicalización y formación de organizaciones
sociales, en cuyo seno encontramos nuevos líderes educados y con experiencia política, incluyendo
militantes de partidos de izquierda, cuya presencia la población valoraba como positiva en tanto hacía más
eficaz la movilización. Se va afirmando así una cultura política que ve la confrontación como la única (o
principal) manera de defender los intereses.
1.1.6. Los conflictos por acceso a tierras urbanas en los años 60-70
Los movimientos sociales por acceso al suelo urbano fueron también un hito en la formación de las culturas
políticas y de los conflictos vigentes, sobre todo en distritos populares urbanos, adoptando modelos
organizativos y estilos procedentes de los gremios laborales, combinados con prácticas clientelistas y un
gran pragmatismo en las negociaciones.
Todo lo anterior evidencia la existencia de un conjunto de elementos instalados en los imaginarios de los
distintos grupos sociales del país, los que pretenden informar sobre la naturaleza y características del
conflicto, sus causas, dinámicas y posibles alternativas de solución. Integran también de múltiples maneras
las lecciones y experiencias subyacentes en el inconsciente colectivo peruano y están en la base de las
actitudes, comportamientos y lecturas que efectúan las personas cuando afrontan una situación que
podría calificarse de conflictiva.
Las culturas del conflicto incluyen lo que convencionalmente podríamos llamar las normas, valores, usos
y costumbres relacionadas con las disputas, tensiones y luchas que, inevitablemente, surgen entre los
distintos actores de una sociedad. Sus representaciones contienen una gran variedad de nociones
objetivas y estereotipadas, que explican, justifican y legitiman ciertas actitudes, incluyendo asuntos
relacionados con las estrategias y relaciones que los actores establecen entre sí para afrontar el problema.
Como se sabe, la sociedad peruana está formada por diversas culturas y subculturas, siendo las más
significativas aquellas que corresponden a tres sectores socioculturales: 1) la cultura andina, propia
de la población rural andina y de un fuerte segmento urbano en este ámbito; 2) la cultura urbano-popular,
que corresponde a las clases populares urbanas, principalmente de la costa; y 3) la cultura criolla
1.2. Diversidad cultural y conflictos sociales “cosmopolita”, de clases medias y altas de Lima y las ciudades más importantes.
Las experiencias históricas y las normas, patrones y valores específicos, condicionaron la formación de distintas “culturas del conflicto”. Los rasgos que se van a describir corresponden a elementos característicos de éstas¹, por su centralidad para el entendimiento de la conflictividad del país.
Estas culturas no están desde luego confinadas a un área especial; al contrario, pueden encontrarse
también en otras zonas, asociadas a elementos no considerados, pues existe una fuerte relación y un
activo intercambio entre las diversas tradiciones o subculturas del país. Se trata de un ordenamiento que
independientemente de la lengua y algunos rasgos socioculturales que las distinguen y cuyo
esclarecimiento excede los alcances del presente artículo. Varios de estos elementos son relevantes para
conocer y captar las “culturas del conflicto”.
a) La desconfianza
Un primer rasgo tradicional extendido en el mundo andino (y también en el mundo urbano criollo)
es la existencia de una cultura de la desconfianza y recelo bastante generalizada. Las personas suelen
desarrollar fuertes lazos de confianza y lealtad con su entorno inmediato (familia, parentela, paisanos),
manteniendo con muchos de ellos activos intercambios de favores y de recursos². Esto contrasta
con una histórica desconfianza hacia los foráneos. La “desconfianza campesina” suele ser un mecanismo de
defensa frente a los intentos (reales o figurados) de muchos extraños que quieren (o pretenden)
aprovecharse de ellos, apoderándose de sus bienes o propiedades mediante una serie de argucias. No se
confía en comerciantes y empresas foráneas (más si son costeños o extranjeros), no se cree en la palabra de
la autoridad, a menos que sean del mismo pueblo o comunidad. La desconfianza es un mecanismo de
defensa, resultado de la experiencia histórica de expoliación y aprovechamiento del que la población
andina fue víctima.
Es por ello que la población ubicada en el entorno de proyectos mineros o de otro tipo, tiende a resistir la
presencia de éstos, no cree en los ofrecimientos y promesas que se les hace, y suele considerar la
legislación o normatividad vigente como ajena y hostil a ella.
Un segundo rasgo tradicional es la “cultura de la resistencia pasiva”, que al igual que la desconfianza,
es también un mecanismo de defensa muy común.
Consiste en evitar, en lo posible, enfrentamientos directos con gente cercana o con extraños, más aún con
b) La “resistencia pasiva” autoridades, políticos o personas educadas, a quienes se reconoce un estatus social más alto y mayor poder.
Incluye disimular las intenciones y practicar una lucha soterrada; en un plano visible, se acatan las leyes y el
orden formal, pero se puede trabajar para minarlos si se consideran ajenos y hostiles a sus intereses.
Dentro de esta tradición, se puede comprender la reticencia de los campesinos hacia la polémica y el
debate abierto; no es frecuente que entablen discusiones para refutar otros argumentos. Es por ello
que, muchas veces, las asambleas colectivas en las que se toman decisiones, sólo una minoría discute (las
mujeres suelen situarse en la parte posterior y casi no intervienen). Esto suele ocurrir también en los
espacios (audiencias, talleres) usados por las empresas extractivas para obtener la licencia social.
Por eso, muchos de los asistentes, que no hablaron (y otros que ni fueron consultados), pueden sentirse
ajenos a los acuerdos allí adoptados. Además, la gente no suele negarse en conversaciones cara-a-cara; la
negativa se da a entender con algunas señales que sus interlocutores deben comprender.
Una visión difundida y aceptada entre un sector de autoridades y funcionarios públicos, empresarios y
técnicos es que las controversias y conflictos pueden solucionarse si se presentan argumentos lógicos,
coherentes y científicos a la población. Si se le muestra a la gente quien tiene la razón, supuestamente, ésta va a aceptar lo que se les pide. Esta visión no conoce ni entiende la desconfianza, el temor, y la escasa legitimidad de los actores públicos y privados, menos aún que es normal que las personas de todos los estratos sociales actúan muchas veces impulsados por motivaciones que poco tienen que ver con la lógica y la ciencia.
Vinculada a lo anterior, se encuentra una característica que sorprende a muchas personas que tienen contacto con el mundo andino: la ambigüedad de actitudes y comportamientos de la población; la gente suele mostrarse más abierta comprensiva y moderada en contactos interpersonales, pero luego, en público experimentan un cambio drástico y pueden ser distantes, duros e intransigentes al momento de
negociar y decidir asuntos de interés colectivo.
Algunos atribuyen este cambio a la manipulación, pero en realidad tiene más relación con la efectividad
de los mecanismos de control social sobre la conducta individual en colectividades pequeñas, mayor que la
ejercida en ciudades grandes, anónimas e impersonales. Las distintas formas de presión social
para alinear a un individuo con la corriente predominante en su medio son más fuertes en aquéllos ámbitos.
La cultura de “resistencia pasiva” está cambiando en las nuevas generaciones, socializadas en otro clima
social y cultural, especialmente entre los líderes y dirigentes con mayor educación formal y con
formación política. En este nuevo estrato dirigencial, está bastante generalizada una suerte de “cultura de la
confrontación”, herencia de tradiciones gremiales de décadas anteriores, que con frecuencia conduce a
disputas y enfrentamientos directos con otros actores locales o foráneos.
c) Jerarquía y estamentos en la cultura andina
Una tercera idea es la persistencia de una visión jerárquica y estamental de la sociedad en el mundo
andino, junto a visiones horizontales y democráticas que han ido desarrollándose en las últimas décadas.
La población del ande, sobre todo los campesinos indígenas y quechua-hablantes, están al final de la
escala social. El desprecio histórico de las élites por la cultura andina (idioma, costumbres tradicionales) refuerza este discurso.
Estas visiones estamentales se captan, por ejemplo, en el trato y respeto ceremonioso de los andinos hacia el mestizo o criollo; la aparente “subordinación” al profesional, líder político o funcionario público.
Muchos costeños creen que su condición de profesionales y educados les otorga autoridad sobre
los indígenas pobres; sus opiniones son escuchadas con interés y, al menos de palabra, se les otorga
autoridad, aun cuando no necesariamente se hace lo que dicen.
Ha existido también, tradicionalmente, un fuerte clientelismo en las relaciones de los campesinos con
autoridades y funcionarios, con líderes locales o nacionales, o con profesionales y comerciantes criollos
presentes en la zona andina³. Estas relaciones se usan mucho para manejar ciertos conflictos con agentes
externos, buscándose el favor de autoridades y políticos.
Muchos campesinos tienden a subordinarse y mantener relaciones respetuosas con autoridades públicas, reconociéndoles su poder e influencia y brindándoles regalos que propicien su favor. Las relaciones
clientelares descritas se combinan con relaciones democráticas y abiertas, lo que complejiza la
cultura política del mundo andino. Si bien los nuevos mecanismos de transparencia y modernización
implementados por el Estado buscan evitar este tipo de prácticas, su generalización al conjunto del
territorio nacional aún es un reto pendiente.
d) Importancia de las redes sociales y comunidades campesinas
Un cuarto elemento es el denso entramado de relaciones o redes sociales, que involucran a la familia
nuclear inmediata, pero también a la parentela y a las redes de paisanaje. En el área andina, es muy común
encontrar facciones que incluyen a habitantes de diversos espacios en torno a una o más familias
importantes, encabezados por líderes o “llaqta tayta” (“padres del pueblo” en el sur quechua-hablante). En
este marco, se desarrollan lealtades primarias e incondicionales, y cuando se desencadena un
conflicto, los actores participantes movilizan apoyos de sus respectivas redes sociales. No se trata, desde
luego, de organizaciones formales y monolíticas, pero cumplen roles importantes para la supervivencia de
sus miembros, así como para su inserción en distintos ámbitos. Este rasgo es común a muchas sociedades,
pero debe ser adecuadamente visibilizada para entender la complejidad de los conflictos en nuestro
medio.
Un elemento adicional característico del mundo andino es el papel de la comunidad campesina, sobre
todo en el sur. Pese a la modernización que ha debilitado la organización, su rol en la defensa de los
intereses de sus asociados frente a agresiones externas continua siendo importante, lo que debe tomarse en
cuenta cuando se aborda la prevención y gestión de conflictos.
e) Tensiones y conflictos sociales: estrategias en el mundo andino
Las sociedades locales andinas, como ocurre en muchos otros casos, están atravesadas por diversas
tensiones y conflictos. Cuando los contendientes son personas de la misma comunidad o pueblo, suelen
resolverse a través de algunos mecanismos tradicionales: la costumbre, los acuerdos familiares y
la decisión de la autoridad propia. Cuando los conflictos son con agentes externos, el asunto es más
complicado, y lo frecuente es recurrir a terceros, generalmente al Estado, lo que sin duda escapa al
manejo de la población local. Estos conflictos suelen incluir, entre otros, disputas intercomunales por
tierras, linderos o por el control de ciertos recursos (aguas, bosques), entre comunidades y particulares
por las mismas causas; conflictos poblaciónautoridades locales, entre otros.
Para afrontar estas disputas, los campesinos y la población andina, en general, apelan a todas las
estrategias posibles: litigios legales largos y costosos, búsqueda de padrinazgos entre las autoridades y
funcionarios públicos, tomas de tierras o locales y, en ocasiones, enfrentamientos violentos que provocan
incluso muertos. Las acciones de fuerza suelen adoptarse cuando se percibe que otros caminos y
estrategias son inciertos y las vías de negociación están clausuradas. La valoración que se haga de los recursos en disputa, el papel de los líderes comunales, la disposición mostrada por la otra parte, entre otros, son también factores a considerar, pero la violencia no es la opción preferida por la mayoría.
f) El liderazgo en los andes
En los últimos decenios, el perfil de los líderes y dirigentes locales ha ido cambiando, prefiriéndose a
aquellos con educación formal, experiencia migratoria y trayectoria organizativa. Son ellos quienes conducen
a su pueblo o comunidad, y quienes la representan en las negociaciones con actores e instituciones externas.
Esto, sin embargo, no ha implicado la desaparición de los líderes tradicionales, quienes no necesariamente
figuran hacia fuera como el caso de los llaqta taytas en varios lugares. Aun cuando no aparecen en público,
conservan un peso e importancia claves en la toma de decisiones, incluyendo la resolución de conflictos. No
es raro que el líder público vea fracasadas sus gestiones cuando actores menos públicos rechazan los
acuerdos a los que llegó.
g) Cultura política y conflictos sociales
Una última idea se relaciona con la imagen que parece predominar en el mundo andino respecto, por
una parte, al rol de las municipalidades y, por otra parte, a la presencia de la minería en el ámbito local,
dos elementos centrales en la conflictividad actual en estos espacios. Para muchos pobladores y campesinos, el gobierno local es una entidad que debería dedicarse a construir obras y administrar algunos proyectos sociales; sus competencias reales son generalmente desconocidas y las dimensiones participativas no son una preocupación central, salvo quizás para una minoría (lo que, por lo demás, ocurre también en otros ámbitos). En esta visión, un alcalde que haga infraestructura trae la modernidad a su pueblo y es
bien visto (y además genera empleo local, aunque sea temporal, independientemente de la utilidad de las
obras ejecutadas).
Las exigencias del SNIP y los requisitos para los proyectos y expedientes técnicos, son de una complejidad
innegable, cuya adecuada explicación y difusión está aún pendiente. Por ello, cuando un alcalde no
hace obras, es inmediatamente tildado de incapaz o corrupto, pudiendo desatarse un proceso para
destituirlo, que en algunos casos conlleva acciones de fuerza y hasta violencia. El aumento sustancial de los
presupuestos municipales en estos últimos años y el debilitamiento o desaparición de los partidos, ha
determinado la proliferación de agrupaciones sin consistencia orgánica, así como de intereses y
ambiciones individuales por alcanzar el gobierno municipal, lo que contribuye al desarrollo de una
nueva cultura política local que influye en las culturas del conflicto en formación.
h) Minería y cultura andina
La imagen predominante de la minoría es, como ya se ha mencionado, negativa. Sin ir muy atrás en la
historia, la memoria colectiva campesina continúa representando a las empresas mineras como se las
imaginaban hace un siglo. Por un lado, generaron empleo, pero por otro lado afectaron negativamente la
vida económica campesina, al contaminar el agua, depredar bosques o al intentar (y lograr en muchos
casos) apoderarse de las tierras comunales, mediante una serie de tácticas que los campesinos tienen
grabadas como fraudulentas y prepotentes y que, en no pocos casos, desembocaron en medidas de
represión y en dolorosas masacres. Es cierto que hoy, la nueva minería, representada por una nueva
generación de empresas nacionales y extranjeras, tiene una seria preocupación por lograr una licencia social y por los impactos sociales y ambientales de sus operaciones, habiendo creado áreas de Relaciones
Comunitarias y códigos de conducta para el comportamiento de su personal frente a las
poblaciones locales. Sin embargo, el horizonte temporal es todavía corto para apreciar resultados y
las experiencias en marcha no están aún muy difundidas.
La imagen tradicional de la minería se asocia también a la percepción de un Estado y autoridades aliados de
las empresas. Aun cuando en la actualidad, la legislación y normatividad minera y ambiental asigna
al Estado un rol promotor y regulador de la inversión privada, así como la protección de derechos de la
ciudadanía, lo que ha permitido establecer estándares mucho más estrictos en materia ambiental, cambiar
aquélla antigua idea está costando mucho esfuerzo.
Por ello, gestionar un conflicto y establecer un diálogo democrático con la población de entornos mineros
demanda conocer este trasfondo cultural de los actores locales en los andes. 1.2.2. El conflicto en la cultura urbano-popular
La cultura urbana de las clases populares peruanas es también diversa, aunque sus rasgos destacables más
conocidos se relacionan con los estratos de Lima y las principales ciudades del país. El más fuerte
componente es la cultura criolla costeña, pero también contiene elementos andinos, llegados con las
sucesivas e importantes olas migratorias hacia las ciudades. Existen también nuevos componentes como
la llamada cultura chicha y otros elementos de procedencia foránea.
La cultura urbano-popular en sus distintas variantes suele valorar altamente a la familia, a la parentela, los
afines del barrio y los paisanos del mismo pueblo. En este marco, los conflictos y diferencias internas
pueden superarse mediante acuerdos informales o el rompimiento de relaciones sociales, mucho más fácil
de ejercerse en la ciudad por la mayor autonomía e independencia de las personas, a diferencia de las
zonas rurales. Fuera del entorno familiar o la red de allegados, los conflictos son más difíciles de resolver, y
para ello se apela a acuerdos informales, litigios judiciales y medidas de fuerza, entre otros.
En sus estrategias de conflicto, las culturas urbanopopulares del país tienden a cultivar algo más la
confrontación directa; la práctica de la resistencia pasiva no es usual. A diferencia de la cultura andina,
el mundo urbano criollo puede desarrollar discusiones públicas sobre distintos temas y la idea de
la protesta como forma de defender sus derechos o familiares y parientes cercanos, de quienes se teme
que transgredan las normas y se aprovechen de la confianza que se les brinda .
Las conductas transgresoras criollas desconocen las normas y el orden formal, pero también los derechos
del prójimo. En la búsqueda de objetivos propios, no es raro que se atropelle a los demás, lo que no impide
protestar con vehemencia cuando se resulta siendo víctima. La idea es lograr lo que se busca con el menor
esfuerzo posible aprovechándose de los demás, siendo esto una fuerte barrera para la creación de una
comunidad integrada de ciudadanos.
Esta noción se asocia a otra muy generalizada: la idea de que los ricos y acomodados (las empresas, los propietarios y los ejecutivos) se quieren aprovechar del trabajo de los demás. Este patrón no es desde luego universal, pero su existencia crea dificultades para afirmar un orden social y moral legítimo en el mundourbano.
De otro lado, en este mundo criollo popular hay una visión más igualitaria y democrática de las relaciones
sociales respecto a la existente en el mundo andino rural, aunque la idea de jerarquías no parece haber
desaparecido por completo, y el racismo y las brechas étnicas siguen siendo fuertes. Persisten también las
relaciones clientelistas con autoridades, políticos y funcionarios públicos, y una visión asistencialista bastante
arraigada del Estado, al que se le reclama la satisfacción de ciertas demandas básicas (servicios, titulación
de terrenos, programas sociales). En algunos sectores minoritarios, la lisonja es vista como un recurso
para lograr el favor y la buena voluntad de las autoridades.
1.2.3. El conflicto en la cultura criolla “cosmopolita”
Es la cultura predominante entre las clases medias y altas de Lima metropolitana y de las principales
ciudades del país. Es un complejo conjunto de representaciones que incluye elementos de la tradición
criolla, pero que está abierta a otras influencias, especialmente a las provenientes del extranjero. Los estudios parecen indicar mayores afinidades horizontales entre clases medias y altas de Lima y provincias, antes que verticales, entre criollos de una misma ciudad o región, independientemente de su estrato.
Elementos centrales de esta cultura criolla es el espíritu democrático, combinado con tradiciones
jerárquicas y estamentales que, por lo demás, informan a todas las subculturas del país. Las clases
medias y altas del país se sienten superiores, no sólo en el plano económico, sino también en todos los otros, incluyendo el étnico-racial. Justamente, el racismo y el desprecio no muy oculto hacia las clases populares,especialmente a los campesinos andinos, es un elemento muy fuerte en esta tradición, aunque es justo decir que la idea no es aplicable a todo el universo.
Los criollos cosmopolitas son bastante individualistas, aunque valoran altamente la familia nuclear y la
amistad. Los de clase media consideran también valiosa la educación, especialmente la formación
universitaria y la profesión. Es además común que muchos combinen una moderna ética del trabajo y del
esfuerzo personal, con la propensión a aceptar el ingenio y la viveza criolla. Esto supone una gran
tolerancia a las conductas transgresoras, especialmente aquellas que suelen buscar un beneficio personal
con un mínimo esfuerzo, aprovechándose más bien del esfuerzo del otro, al igual que la cultura urbanopopular.
La mentalidad criolla es también bastante legalista (preocupación por guardar las formas y
procedimientos legales), rasgo que coexiste con el poco respeto por lo sustancial de las normas; hay un
uso muy pragmático de éstas en cuanto conviene a los intereses personales o de grupo, pero pueden ser
dejadas de lado si se evalúa que no son funcionales a sus intereses. Además, existe una adhesión bastante
generalizada a un discurso liberal, que exalta las reglas del mercado y propugna la reducción del
Estado. Sin embargo, este discurso no es un impedimento para que algunos busquen obtener
rentas o prebendas del Estado, si ello conviene a sus intereses.
Las representaciones del conflicto en estos grupos son tradicionales y fuertemente conservadoras; por lo
general, éste se visualiza como negativo, desestabilizador y generador de caos y desorden. En
sus opiniones y manifestaciones públicas, muchos suelen aspirar a una armonía social que supone la
completa desaparición de tensiones y disputas, aunque para ello deba recurrirse al uso de la coerción y
a la imposición del “principio de autoridad” contra las clases populares.
El imaginario de clase media y alta siente temor de que los conflictos ahuyenten la inversión, y suelen usar
con frecuencia este argumento para pedir la supresión de todo desorden social, independientemente del
costo social que ello pueda implicar. En general, hay una suerte de miedo ancestral, no muy oculto, a la
“rebelión de los indios” y a que éstos bajen a la costa a imponer su voluntad a los criollos. Estos temores
suelen agitarse en períodos electorales ante la eventualidad del triunfo de un candidato al cual
perciben como amenaza.
Muchos explican los conflictos como producto de agitadores (comunistas o radicales), que lo único que
buscan es subvertir el orden y manipular a la gente con fines subalternos. No es raro encontrar opiniones sobre un pueblo ignorante, incapaz de iniciativas propias, y que sólo puede ser manipulado. Hay aquí
una suerte de desprecio frente a la capacidad de los sectores populares, alimentado por los prejuicios
étnicos y raciales ya mencionados.
Estas ideas permiten entender que, frente al desencadenamiento de tensiones y disputas, se reclame represión, aunque también se acepta dar algunas concesiones y practicar ciertas políticas clientelistas. Junto a estas nociones, podemos encontrar sectores minoritarios que manejan una visión diferente, más moderna y democrática; son aquéllos que comparten la idea de que los conflictos no siempre y en todo momento son negativos, que es necesario tratar de entenderlos, y además es posible negociar y resolverlos en un marco democrático, sin recurrir a la coerción que otros reclaman. Esta visión existe también en ciertos sectores populares, y permite a la larga, transformar situaciones de tensión y caos en oportunidades de desarrollo para el país.
El enfoque y las estrategias de la ONDS se orientan a la prevención y la solución pacífica de los conflictos
sociales en un país con gran diversidad cultural como el nuestro. Esto obliga a tomar en cuenta e integrar esta dimensión en los contenidos y prácticas institucionales, lo que pasa por conocer y profundizar
en elementos culturales como los antes presentados, a fin de avanzar en la comprensión de las distintas
culturas del conflicto existentes e incorporar estos avances en una visión de conjunto.
La construcción de un enfoque que privilegie el diálogo democrático entre los distintos actores
sociales y políticos involucrados en las diferencias, controversias y conflictos demanda sin duda una
lógica intercultural en el análisis, la prevención y la gestión de los mismos. El acercamiento al tema va en
ese sentido.
Una breve mirada a la diversidad cultural peruana brinda un conjunto de lecciones para quienes estamos
involucrados en el tema. Así, es destacable constatar la existencia de distintas maneras de concebir y de
afrontar el conflicto en los principales grupos socioculturales. En la población andina, especialmente
campesina, las tensiones y conflictos internos a la comunidad o pueblo se abordan apelando a
mecanismos propios y tradicionales. Para resolver los que se suscitan con actores externos se apela a varias
estrategias ya mencionadas (largos litigios legales, búsqueda de padrinazgos y uso de relaciones
clientelísticas, movilizaciones). En la cultura urbanopopular, los conflictos se resuelven negociando o con
estrategias de confrontación, mientras que en la cultura urbana cosmopolita, suele creerse que la
solución reside en la aplicación estricta de las leyes y normas vigentes, apelando de ser necesario a la fuerza
pública.
La desconfianza es un rasgo firmemente instalado en todas las culturas del país; la gente no cree en las
instituciones, en las autoridades, los políticos ni en los liderazgos y dirigencias sociales. Esto explica en gran
medida los déficits de legitimidad del sistema político, el desapego a las leyes y normas vigentes y lo difícil
que resulta solucionar un conflicto con la sola expedición de una norma; ignorar esto es desconocer
la realidad del país.
La desconfianza contribuye a crear temores y actitudes defensivas en la gente, dificultando el
establecimiento de relaciones abiertas y francas y, por tanto, el entendimiento mutuo. Es equivocado creer
que explicaciones racionales y técnicas disiparán estos miedos. Generar confianza para resolver un conflicto
demanda un conjunto de acciones, entre ellas, consensuar normas que incorporen las aspiraciones y
demandas sociales, proteger los derechos ciudadanos, y respetar consistentemente la aplicación de las reglas de juego. Una lección importante de esto es la necesidad de desarrollar estrategias que contribuyan a
crear un clima de confianza mutua que facilite el diálogo y pueda crear condiciones para superar los
déficits de credibilidad y legitimidad de actores sociales e institucionales.
La “resistencia pasiva” es un elemento a tener siempre en cuenta; el ciudadano promedio en los Andes no
suele discutir en público, menos aún con autoridades y funcionarios, o con gente a la que reconoce como
instruida. Además, no interviene en las asambleas, lo que no significa que esté de acuerdo con sus resultados o le sean indiferentes. Los que piensen que en el Perú andino quien calla otorga, cometen un serio error que puede traer graves consecuencias si de resolver conflictos se trata.
Si la población no se siente comprometida con los acuerdos, apelará a diversas estrategias para
obstaculizar su cumplimiento, en el típico estilo de una resistencia pasiva. Hay una larga experiencia al
respecto, especialmente en conflictos por minería, donde algunas audiencias y talleres informativos que
otorgaron la licencia social, fueron posteriormente desconocidos con el apoyo de muchos de los
asistentes, quienes no habían intervenido en el transcurso de los eventos. Esto plantea la necesidad de
revisar el diseño de los espacios colectivos donde se recogen las opiniones y toman decisiones, a fin de hacerlos más inclusivos y participativos, limitando así las ocasiones para el ejercicio del tradicional estilo. La
consideración de este rasgo es clave para el entendimiento de actitudes y conductas de muchos sectores
sociales y para diseñar estrategias que lo incorporen adecuadamente.
La visión jerárquica y estamental, al lado de valores democráticos e igualitarios es una coexistencia
evidente en el mundo andino; la edad, el género, la ruralidad, la educación y el nivel de vida son algunos
factores que influyen en el predominio de una u otra vertiente. Quienes aborden el tratamiento de los
conflictos no pueden obviar estos elementos, ya que informan distintos estilos y estrategias de diálogo,
confrontación o negociación.
El tratamiento de los conflictos en el mundo andino demanda también entender que las personas están
insertas en redes sociales más allá de su familia nuclear, pero sin llegar a constituir organizaciones
comparables a las comunidades campesinas o gremios. Estos se intersectan y sobreponen con
aquellas, en un entramado complejo que moviliza lealtades primarias a favor o en contra de ciertos
individuos o facciones, lo que da lugar a alianzas y rivalidades que inciden en la conflictividad. Una
visión urbana y moderna, que tiende a ver a los individuos de manera aislada, tiene que revisar sus
enfoques para entender mejor lo que pasa en el país.
Los enfoques acerca del conflicto, modernos y construidos en base a una óptica liberal, que asume la
existencia de individuos con capacidad de tomar decisiones en base a cálculos racionales de costo
beneficio, no siempre ayuda a comprender la lógica de ciertos actores, especialmente allí donde las familias
suficiente para cambiar o cuestionar los acuerdos pactados por los primeros.
Una nota final sobre la presencia de activistas y grupos de izquierda; como se sabe, existen una gran variedad de organizaciones pequeñas y bastante diseminadas en el país, incluyendo zonas rurales pobres y áreas urbano-populares. Algunas son de izquierda moderada y democrática; otros tienen un discurso
radical y están presentes en organizaciones y movimientos sociales, aunque aceptan las reglas
democráticas de juego; un tercer grupo está vinculado a sectores violentistas que aun son minúsculos. En los
primeros dos casos, el problema de fondo reside en los factores que les permiten alcanzar la hegemonía en la conducción de algunos movimientos sociales, lo que se explica en gran medida por los errores, ausencias o deficiencias de otros actores (intransigencia de autoridades y funcionarios públicos y de empresas
ante líderes moderados, a los que restan legitimidad).
El Estado está integrando progresivamente la dimensión cultural en la planificación de sus
intervenciones. El enfoque de prevención necesita esto, especialmente cuando las tensiones no han
escalado y se encuentran en diferencias de opinión o posiciones, muchas de las cuales se producen en el
discurso.
La ONDS espera abrir una reflexión en torno al tema aquí tratado pues se trata de un asunto decisivo para
un trabajo exitoso, más aún considerando que muchos de los conflictos desencadenados, son con frecuencia alimentados o agudizados por las dificultades y
desencuentros culturales de los actores involucrados. Fuente: Willaqniki 3 - Informe de diferencias, controversias y conflictos sociales. Elaborado por Oficina Nacional de Diálogo y Sostenibilidad - ONDS
Presidencia del Consejo de Ministros de la República del Perú - PCM.
Lima, febrero 2013