29 agosto 2007

Reflexiones sobre la reincorporación de Tacna

Lo ocurrido en Tacna y Arica entre 1880 y 1929 es, sencillamente, un acto increíble en la historia del Perú y de América. Sin restarle en lo más mínimo sus características de fenómeno excepcional, podríamos buscar un ensayo de interpretación acudiendo a un nuevo tipo de quehacer historiográfico: el que penetra en la historia de las mentalidades. Ella investiga sistemas de valores, comportamientos, actitudes, creencias y prácticas colectivas. La mentalidad de un individuo histórico, aunque se trate de un gran hombre, es justamente lo que tiene de común con las otras personas de su tiempo. Este nuevo tipo de historia resulta así una zona de contacto entre lo individual y lo colectivo, el tiempo largo y lo cotidiano, lo inconsciente y lo intencional, lo estructural y lo conjetural, lo marginal y lo general. El nivel dentro del que opera, busca lo que junta a un grupo de gentes en una época o en un lugar determinados (58).
¿Por qué la gente de Tacna en su gran mayoría y buena parte de quienes se consideraban genuinos ariqueños, repetimos, decidieron optar por la nacionalidad peruana y rechazaron la chilena y, a la vez, la perspectiva de incorporarse a Bolivia que, según algunos adeptos de la geografía económica, tenía su lógica y sus ventajas?
Importa recordar primero que los chilenos se hicieron dueños de ambas ciudades mediante cruentas batallas en las que murieron hermanos y otros familiares, o amigos de los habitantes de Tacna y Arica en 1880; refriegas en las que buen número de ellos participaron para ser testigos junto con sus contemporáneos, hombres, mujeres y niños, de inmediatas escenas dolorosas o lamentables. Había un lígamen oculto e inolvidable, de un lado entre los defensores del Alto de la Alianza y del Morro y quienes se consideraban sus herederos o sucesores. De otro lado, la ausencia de un gran desarrollo industrial urbano y de la gran propiedad rural con sus sudamericanas características de gamonalismo, resultó un factor coadyuvante desfavorable para una rápida expansión de los invasores. Las bases económicas de tipo artesanal, de clase media y de minifundio, protegieron la raíz tradicional. Fue desconocido el régimen capitalista de la producción y el trabajo. No hubo en aquellas comarcas una abismática diferencia entre ricos y pobres y las mismas dimensiones, ni microscópicas ni desmesuradas características en la zona fueron para ella ventajosas. Los traslados masivos de emigrantes no resultaron fáciles. A un agricultor de Temuco, por ejemplo, no le resultó ventajoso transformarse en un chacarero de Pachía o de Pocollay, sujeto a una pequeña cuota de agua para regar diariamente sólo por unas cuantas horas su magro lote.
Aristóteles dijo que el Estado ideal era aquél cuyo territorio íntegro podía ser mirado desde una colina. Los grandes imperios mundiales de antaño, el macedonio, el romano, el británico —y, entre nosotros, el inca— dejaron que la mayor parte de la existencia de sus subditos girase alrededor de comunidades pequeñas. Podían venir desde un centro remoto ejércitos, funcionarios, sacerdotes, mensajeros; pero las jornadas cotidianas hallábanse reguladas por normas locales. El hombre siempre ha sido más feliz al lado de vecinos que conocía dentro de un paisaje familiar sintiendo que de allí emanaba su identidad, por lo menos, en parte; y que, por lo tanto, sus trabajos y sus días tenían consecuencias humanas visibles. La comunidad es un rincón de la sociedad donde el individuo, (al menos tal como lo conocemos hoy) puede sentir alguna confianza de ser aceptado en términos razonables y donde resulta viable mantener con otros una vinculación cuya familiaridad produce efectos reconfortantes.
Implica un alivio para el espíritu, ya que de sus limitaciones mismas pueden fluir efectos liberadores. Nos quita la necesidad de demostrar reiteradamente lo que valemos y la de buscar más y más pruebas sobre lo mismo.
Quienes integran la comunidad pueden no ser íntimos amigos; pero jamás son extraños. Ella históricamente requiere ser pequeña y palpable, existir dentro de un área que a los sentidos les es dable aprehender, un lugar cuyas señales específicas cualquier habitante encuéntrase apto para conocer (60).
Es la comunidad pequeña la unidad fundamental que el individuo hasta ahora pudo crear y donde expresa mejor el sentido social que es necesario para la verdadera libertad. Lleva en sí el conjunto institucional de propósitos humanos compartidos, la reconciliación mesurada entre los deseos subjetivos y el bien común. Como organismo, al tener la comunidad relación con el ambiente físico, el trabajo, la sociabilidad, la recreación y también las posibilidades de afirmación personal, regula y orienta las mejores fuerzas productivas desde la época clásica hasta cerca de nuestros días. Aislada, no logra naturalmente manejar las que tienen carácter nacional o internacional en su trascendencia; pero las vivencias que en ella palpitan son los hilos para tejer más grandes planteamientos.
Si los lazos sociales a un nivel comunal o local han sido rotos, los designios más vastos resultan artificiales o superfluos.
Hay comunidades rurales y las hay también de tipo urbano. Entre estas últimas, ninguna más adorable que la vieja ciudad provinciana con casas no demasiado verticales, ahora en trance de morir porque el esfuerzo de crear grandes unidades o concentraciones de gente ha ido a la atomización de la vida civilizada. En éstas los núcleos menores son importantes no por ellos en sí; lo son únicamente en cuanto integran un todo más extenso. Aquellas vastas estructuras no producen factores que sustituyan a los contactos de los hombres entre sí de modo tal que los individuos van a la deriva, vuélvense extranjeros los unos a los otros. Hablase mucho de la comunidad de naciones, de la comunidad de los hombres libres. Son ideas abstractas, vagas esperanzas de creer que montones de personas están en el mismo bote. Así agigantado, el concepto mismo de la comunidad se destruye. Lo que cabría llamar una vaguedad en la palabra resulta, de hecho, uno de los elementos que tiene fuerza destructiva, gracias a la carrera hacia sistemas de pensamiento y de organización tan vastos que lleven como resultado el desmembramiento de los pequeños todos orgánicos. Ninguna persona puede intimar con otras en esas entidades inmensas; no le es dable mirarlas, tocarlas o explorarlas a fondo. El gusto por crear grandes unidades lleva hasta ahora a la atomización de la vida humana. Por otra parte, estamos mirando con tristeza cómo a aquellas viejas ciudades llegan hoy los ruidos, las luces, el tráfico, los grandes vehículos de la comunicación y del transporte creados por la tecnología; cómo emigraron o quieren emigrar sus mejores elementos; y como se transforma su fisonomía con la interminable, incontenible y endémica invasión del éxodo rural, representado por hombres, mujeres y niños miserables.
La gente de Tacna y de Arica antes de la guerra con Chile y aun después de la ocupación cuando el peso de ella no la castigó, debió vivir una existencia feliz dentro de los límites humanamente relativos. Aun para expresar su protesta, a estos hombres y mujeres les fue dable comunicarse entre sí, compartir idéntica actitud, similar responsabilidad. Por el contrario, cuando el origen del descontento y la posibilidad de una acción frente a él vuélvense distantes, la bella y noble cohesión comunitaria ya está muerta; por lo menos dentro de las estructuras vigentes en el mundo al que pertenecemos.
Debe ser tomada en cuenta, al mismo tiempo, la realidad histórica de que la ocupación chilena y de que la campaña a veces muy dura de la chilenización corres pendieron a las décadas finales del siglo XIX y a las iniciales de la centuria actual. Época en que, precisamente, tuvieron vigencia plena los valores característicos en un modo de vivir dentro del que revestían enorme importancia el hogar; el decoro en las costumbres, la autoridad del padre y sobre todo, de la madre; el respeto a los antepasados, la normal convivencia entre las generaciones viejas y las generaciones nuevas. Desconocíanse el divorcio, la fragmentación interna y violenta en las familias, la lucha por la emancipación femenina, los choques generacionales, el escarnio o la indiferencia ante los grandes valores respetados antaño. En ese sentido, cabe aducir que si los chilenos lograron destrozar o suprimir sistemáticamente varios de los poderosos y heroicos reductos de la lealtad al Perú —las escuelas, los sacerdotes, los periódicos— no pudieron entrar en el meollo de ella, que era la familia. En las casas particulares, grandes, medianas o pequeñas de la ciudad y el campo, las mujeres, sobre todo las madres de sucesivas generaciones, inculcaron el amor a la "Patria invisible".
Se presentó el fenómeno colectivo de la alienación; pero de la alienación contra el extranjero, contra el invasor (61).
Hubo, cierto es, evidentes diferencias entre lo que ocurrió en Tacna y en Arica. En este puerto, a lo largo de un proceso que se desarrolló entre 1901 y 1918, más o menos, llegó a convertirse en un hecho en gran parte consumado, la expulsión de los llamados "playeros", o sea de la gente que trabajaba en las faenas de embarque y desembarque de los barcos, y su reemplazo por gente del sur. Del mismo modo, resultó factible el cambio del personal en las agencias de aduana y otras oficinas relacionadas con los menesteres portuarios. Al mismo tiempo, la construcción y el funcionamiento del ferrocarril de Arica a La Paz, trazado en 1905 siguiendo una ruta independiente de la bien conocida desde los tiempos coloniales que hallaba en Tacna uno de sus hitos fundamentales, permitió la llegada en gran escala de obreros y de empleados chilenos. La existencia en los valles de Arica de algunos fundos con mayor extensión que las chacras de Tacna ayudó también a la aparición de propietarios novísimos. Sin embargo, a pesar de todo, en 1925 lo que podría llamarse "la mancha peruana" en el puerto estaba muy lejos de haber sido borrada; y, en cuanto a la zona rural de aquella provincia, estudios de antropología social hechos por especialistas de la Universidad del Norte (Antofagasta en años recientes, detectan todavía en la raza, en el habla, en el folklore de la gente común y corriente, las señales de una imborrable tradición.
Gracias a la sorprendente perdurabilidad del cariño al Perú, fenómeno que los párrafos anteriores sólo intentan desbrozar, lo que se consiguió en 1926 tuvo apenas un resultado inmediato: que no resultase legalizada y perpetuada, vuelvo a decirlo, la ocupación de Tacna y Arica por Chile. Desde el punto de vista político interno, surgió en nuestro país el apogeo del régimen de don Augusto B. Leguía. Al terminar un gran banquete en el Club Lawn Tennis limeño el 31 de octubre del año antedicho, hubo muchos señores que se disputaron el honor de arrastrar el carruaje que llevaba al mandatario. No tenían ni la más leve sospecha de que la residencia de él sería cuatro años más tarde, bajo las más crueles e inhumanas condiciones, una sucia celda de la Penitenciaría con las ventanas tapiadas. No recordaban que el triunfo de los derechos humanos de los tacneños y ariqueños era un contraste con las violencias sufridas en aquella misma época y en tiempos anteriores por muchos peruanos en su propio territorio.
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(58) En Jacques Le Golf y Fierre Nora. Paire de histoire, III, Nouveaitx objets, Jacques Le Goff Les mentalités. Une histoié ambiguo, París Ga-llimard, 1974, pág. 76-94.
(59) Eric J Hobsbawn afirma en su libro Bandits (Londres, Penguin Books, 1969, pag 21) que en Tacna, a pesar de las condiciones geográficas favorables, no hubo bandolerismo ¿Por qué? La explicación la halla en el testimonio de Enrique Lopez; Albújar en su libro Los caballeros del delito (Líma, 1936, págs 75-76) En esta zona no hubo grandes propietarios, ni dueños de grandes empresas de transporte, ni contratistas de mano de obra, ni capataces, ni tampoco un dominio total, absoluto o irrevocable sobre el agua de regadío Luego señala el contraste con las olas de sangre en Huánuco y otros lugares por las venganzas indígenas (pág.64)
(60) Richard N. Goodwin, "The American Condition" en la revista The New Yorker, 28 de enero de 1974. Lewis Mumford The City in Hístory, Nueva York, Harcount, Bruse, 1961 Fierre Lévéque y Pierre Vidal-Naquet Clis-théne l'Athenien. Essai sur la reprséntation de l'espace et de temps dans la penses politique Grecque. Paris Les Belles Lettres, 1964, Jean Pierre Vernant, "Espace et organis ation politique en Crece ancienne", en Annales, Paris, mayo-junio de 1965 págs. 576- 595. Paul Leulliot "Défense et illustration de l'histoire lócale", en Annales enero-febrero de 1967, págs. 154-177 Sobre las ciudades europeas en los siglos XV-XVI1I, Fernand Braudel, Civilisation Matérielle et Capitalisme, I, Paris, Colin, 1967, págs 391-397
(61) El redescubrimiento de la idea de "alienación" en la filosofía de Marx dehese en 1923 a Georg Lukacs, el gran pensador húngaro, discípulo de Georg Simmel, a quien a su vez le interesó vivamente el "anonimato" del hombre moderno, cuya identidad destruye la sociedad industrial dispersándola en una serie de diferentes actividades. En los últimos años de la década de los 940 y comienzos de los 950, la boga de Kierkegaard y Kafka contribuyó a una nueva actualidad de la "alienación" vigorizada por el pensamiento de Karl Mannheim y el de Max Weber que absorbieron a Marx y fueron más lejos que él y vincularon dicho concepto al de la "burocratización" Desde entonces se sigue discutiendo con variadas características sobre el mismo tema.
La alienación implica el extrañamiento del hombre por una sociedad opresora. Por una parte, es una condición socio-sicológica en que el individuo experimenta una sensación de distancia o distanciamiento de la comunidad No "pertenece" Hallase exento de raíces Al mismo tiempo, el individuo es tratado como objeto, transfórmase en una "cosa" y pierde su identidad En otras palabras, se despersonaliza.
Marx afirmó que el hombre es hombre y vuélvese vivo por medio del trabajo ya que, de este modo, pierde su soledad y se convierte en ser social y cooperativo, aprende acerca de sí mismo y transforma la naturaleza.
Pero cuando él pierde el control sobre el proceso o las condiciones del trabajo, entra en un estado de deshumanización reafirmada puesto que, a la vez, pierde el control sobre el producto del mismo (explotación) La alienación, nace así, según Marx, del sistema de propiedad; de este modo él otorga un contenido social a un concepto ontológico formulado antes por Hegel. El trabajador cambia su poder de trabajo por dinero y así su libertad es robada sin que él lo sepa. Ha surgido la plusvalía que el capitalista explota. El trabajo resulta un medio para el beneficio de otro y no un fin en sí.
En las sociedades pre-capitalistas y, sobre todo, en las de tipo lugareño o provinciano, el campesino, artesano, menestral, comerciante o profesional es actor y no cosa, sujeto y 110 objeto. Su identidad no está dispersada. Pero en ciertos casos, como en el de la ocupación obligada y forzada de Tacna y Arica entre 1881 y 1929 por un Estado extranjero, podría muy bien hablarse del surgimiento de una "alienación" frente a los intrusos entronizados como fuerza dominante, hostil a la comunidad en la que se enraizaron. (La síntesis hecha en los tres primeros párrafos de esta nota sobre la "alienación" se basa en el estudio de Daniel Bell "The Debate on Alienation" que aparece en el libro de Leopold Lebedtz, ed. Revisionism, Essays on the History oj Marxist Ideas, Nueva York, F.A. Praeger, 1962, págs. 195-214).
Fuente: La vida y la historia. Ensayos sobre personas, lugares y problemas autor Jorge Basadre Grohmann. EL CONFLICTO DE PASIONES Y DE INTERESES EN TACNA Y ARICA (1922-1929). Capítulo XX Un intento de historia de las mentalidades.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy, interesante el ensayo. Esta claro que la gente tacneña y ariqueña de la epoca vivia feliz porque era justa. Tenia una estructura familiar consistente, lo que se ve reflejado en s comportamiento interlaboral. El comportamiento que se daba entre los dueños de las propiedades y los trabajadores era muy bueno y de respeto mutuo. Ese buen ambiente produce tranquilidad y por lo tanto confianza. Eran mas felices. Cuando se dieron los lamentables hechos de la guerra.Todos se unieron para defender su felicidad, no lo material ni lo tangible; sino el ambiente u modus vivendi que se daba. Uno realmente es libre cuando es feliz. Estamos entonces al frente de un hecho muy importante que no ha sido analizado de esa manera. Creo que si nos embarcamos ahora a recobrar la tradicional identidad de los tacneños podriamos entender y practicar los valores que se forman en ese tipo de entorno vivencial.