05 octubre 2008

Reflexiones sobre el hombre peruano

La mejor expresión de la creatividad del hombre peruano de nuestros días es la peculiar conformación del país en un mosaico de culturas que paulatinamente van cimentando una mejor comunicación entre sí. Esta pluralidad nos habla de la extraordinaria capacidad del hombre desarrollado en este medio, no sólo de dar muchas respuestas a una geografía hostil y variada, sino de enfrentar distintos intentos de dominación un tanto limitantes de la libertad.
Ni el haber estado sometido el espacio andino al dominio de grandes Estados prehispánicos, ni sufrir el embate de la colonización española, ni sentir el impacto del centralismo homogeneizador republicano, ni la aparición de grupos subversivos de corte fundamentalista, han doblegado la identidad y aquel sentido de autonomía que en el pasado permitieron el desarrollo de grandes culturas y que en la actualidad están contribuyendo a enfrentar los nuevos retos que exige el mundo moderno con su acendrada globalización.
El sentido de pluralidad, ingrediente fundamental de la capacidad creativa, es pues consustancial al pueblo peruano. La homogeneidad, por el contrario, es desdeñada. En Sarhua, una comunidad campesina ayacuchana de la provincia de Víctor Fajardo, un mito explica el origen de sus dos barrios señalando:
Antes, cuando no había Ayllus y todos eran iguales, las gentes han ido a Jajamarca para traer la campana María Angola y palos de níspero para la construcción de la iglesia, como todos eran iguales no había ánimo para trabajar y entonces pensaron —vamos a ponernos contra-contra, bueno tú vas a ser Qullana y nosotros Sawqa— y el Gobernador los repartió. Los Qullana trajeron la campana y es por eso que construyeron la torre a su lado [lado izquierdo de la iglesia]. (Palomino, 1984, p. 60)
Según este mito, la diversidad es fuente de dinamismo en la medida que genera un sentido de competitividad que es fundamental para acelerar el trabajo.
Aquí pues, subyace, en buena parte, aquel dualismo que llevó al Cusco y a muchas otras ciudades y pueblos andinos a dividirse en mitades que hay veces, como en la capital del Tawantinsuyo, se llaman hanan (alta) y hurin (baja), o allauca (derecha) e ichoqa (izquierda), etc. En consecuencia este mito no sólo explica el origen de los grupos sociales en Sarhua, sino también destaca la importancia concedida por el mundo andino a la competencia, expresada en un sistema dualista que, como sugiere el célebre antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, está íntimamente asociado con el valor de la reciprocidad.
La competencia unida a las faenas comunales les da a éstas un sentido lúdico transformándolas en acontecimientos festivos. En la medida que se asocia íntimamente con el valor de la reciprocidad, uno de los ingredientes principales del ethos andino, su proyección no queda circunscrita sólo al ámbito de las faenas comunales, sino que invade el conjunto de la vida social.
Una simple mirada al proceso de socialización de los individuos nos muestra que desde muy jóvenes su cultura los prepara para que desde el manejo del lenguaje su creatividad se vea estimulada. Muestra de ello son las competencias entre adolescentes de sexo opuesto que giran alrededor de la narración de adivinanzas o huatuchis, como se les llama en quechua. Una consecuencia de ello es que en los Andes exista un gran repertorio de estas narraciones y que muchas de ellas encierren un contenido erótico que es consonante con aquellos contextos competitivos que tienen la peculiaridad adicional de estar íntimamente asociados con el inicio de la vida sexual de dichos adolescentes.
No es de extrañar que estas competencias se asocien con el despertar de la vida sexual de los jóvenes, pues el dualismo que impregna la vida social del hombre andino tiene su principal paradigma en la conjunción de los sexos, expresión máxima de la recreación de la vida y del ordenamiento del cosmos. De aquí que expresiones artísticas tan significativas como la música, la danza y la misma noción de belleza encuentren en la oposición complementaria su principal fundamento. Una muestra de ello la encontramos en el uso simultáneo del pincullo o las quenas, instrumentos de viento de uso exclusivo de los varones, que en muchas ocasiones son ejecutados de manera simultánea con las tinyas o tambores que forman parte del repertorio musical de las mujeres.
Pero quizá la expresión más notoria de la relación de la música con la conjunción de los opuestos complementarios la vemos en la famosa danza de las tijeras, de honda raigambre en los departamentos de Huancavelica, Ayacucho y Apurímac, en la cual la pareja de barras de metal que hacen tintinear los bailarines, en aquellas festividades donde se intenta recrear la unidad de los conjuntos sociales andinos, representan a los dos sexos. Estos ejemplos, y otros que brotan de distintos géneros melódicos, dan cuenta que la música andina encuentra en la unión de los opuestos complementarios su principal fuente de inspiración.
En consonancia con estas peculiaridades que encierra la música y tratándose también de un lenguaje simbólico saturado de dualismo, su ejecución y su transmutación en danza, al igual que las adivinanzas y las faenas públicas, se contaminan de aquel sentido competitivo que es la fuerza motriz de la vida social. Una vez más, quizá la expresión más representativa de este sentido competitivo se encuentre en la danza de las tijeras cuya esencia es el enfrentamiento o atipanakuy entre dos bailarines que cuentan con sus propios conjuntos musicales. Tal es el grado de destreza que se debe mostrar para opacar al rival que el baile se ha organizado en una sucesión de etapas donde, aparte de pretender doblegar al rival ensayando pasos elaboradísimos, se llega a pruebas de fakirismo y de equilibrismo, dignas de los mejores circos.
El repertorio de danzas que suponen competencias es vastísimo. En unas el duelo es entre individuos, como la recién aludida, y en otras entre grupos. En estas últimas, como las batallas rituales o tinkuys comunes en varias provincias del sur del Perú, la osadía y la capacidad de resistencia juegan un rol predominante.
Cuando los contrincantes son individuos, además de esgrimir estas habilidades, el poder inventivo adquiere un relieve especial. Cada cual debe responder al antagonista con recursos inéditos e irrepetibles. Tal es el valor concedido a este poder, que alrededor de él se ha tejido todo un conjunto de creencias mágico-religiosas e instituciones para fomentarlo e institucionalizarlo. Entre las primeras, cabe destacar el rol concedido al «diablo», las «sirenas» y otros personajes sobrenaturales como dispensadores de esta capacidad y, entre las segundas, un conjunto de contextos que van desde concursos de coplas, como los que tienen lugar en Cajamarca durante los carnavales, pasando por la improvisación de hayllis o estrofas que entonan los gañanes al concluirse el sembrado de un terreno de maíz en Andamarca (Lucanas-Ayacucho), y siguiendo con los cantares que los alcaldes de la comunidad de Q’eros (Paucartambo-Cusco), por ostentar este cargo, deben componer anualmente para la fiesta del chayampuy (Núñez del Prado, 1964).
Esta obligaci
ón de los alcaldes de Q’eros pone de manifiesto que un requisito para llegar a ser autoridad es tener mayor creatividad que otros, además de rapidez en el desempeño de actividades laborales. En relación a esto último, esta misma comunidad nos pone el caso del Qollana, un cargo inicial desempeñado por los recién casados, que cuando se realizan faenas comunales, como roturar la tierra con chaquitacllas, debe apurar el trabajo evitando ser adelantado por los otros participantes.
Esto que sucede en esta comunidad cusqueña es nada más que una muestra del fundamento competitivo en la jerarquía cívico-religiosa de la sociedad andina. Unas veces son estas habilidades las que más se destacan pero también, frecuentemente, la capacidad de acumular relaciones sociales, ya sea basadas en el parentesco o en la amistad, de aumentar la masa de bienes y de redistribuir estos últimos con generosidad. De aquí que los cargos más altos, es decir, aquellos que se asocian con el conjunto social como totalidad (como el de mayordomo del Santo Patrón de la comunidad o el de alcalde de vara), sean desempeñados por individuos maduros que han llegado al ápice de su capacidad acumulativa en estos dominios.
De todos estos casos que venimos citando, queda claro que la competitividad andina es inseparable de un sentido de reciprocidad que, a la par de exaltar la diversidad y la creatividad individual o colectiva, su vocación es la reafirmación de la solidaridad social. Tanto es así que se podría decir que en las competencias andinas no hay ganadores ni perdedores pues en última instancia su meta es la recreación del orden social. Ello explica el que se critique tan ácidamente a los que acumulan bienes sólo por el afán de lucro y que se diga de los «blancos» o mistis, por tener esta inclinación, que su corazón es como el del durazno, poseedor de una semilla dura, mientras que el de los indios es como el de la manzana, que encierra cuatro lados (León Caparó, 1994).
Como podemos apreciar, los alcances del mito de Sarhua en relación a su ideal diversificador en conexión con la competencia, son numerosos, pero aquí no se agota este ideal. Si nos trasladamos al sistema de tenencia de la tierra de los campesinos andinos, la dispersión de parcelas es preferida a la concentración. Aparte de la influencia que pueda ejercer el sistema de herencia y el poder contar con productos que crecen en distintos pisos ecológicos, los campesinos aducen que con este patrón: «Si en la altura pierde, en la quebrada escapa». Lo que según Fonseca quiere decir que: «Si unas parcelas son afectadas por los fenómenos atmosféricos, en otras hay esperanza de que la producción sea buena, de tal manera que pueda compensarse la pérdida» (Fonseca, 1966, p. 29).
Una lógica de esta naturaleza es la que estimuló el surgimiento de los mitimaes o colonos en la época prehispánica y la que explica, en gran medida, la existencia en nuestros días de un vasto número de migrantes que mantienen vínculos con sus pueblos de origen y que recrean sus costumbres tradicionales en sus nuevos asentamientos.
Para muchos de ellos, Lima o las otras localidades donde han migrado, constituyen pisos ecológicos adicionales a los que tenían en sus parajes nativos que les permiten seguir diversificándose económicamente a la par de mejorar la educación de sus hijos. Obviamente, trasponer los límites de un medio donde las relaciones interpersonales y la reciprocidad les proporcionaba seguridad y confianza, ha sido un acto muy osado. No obstante, al intentarlo no han estado desprovistos de los recursos que les ha brindado su cultura. Uno de ellos ha sido movilizarse en contingentes colectivos unidos por relaciones de parentesco, que a su vez recalaban en espacios conquistados por sus conciudadanos. Otro ha sido conservar los vínculos con sus lugares de origen, tanto para proveerse de alimentos como de mano de obra y, uno adicional, recrear sus festividades en el nuevo espacio conquistado en aras de perpetuar su identidad cultural y la solidaridad con sus conciudadanos.
El hombre andino, paradigma de nuestros sectores populares, nunca ha sido reacio a lo nuevo ni se ha acobardado frente a las adversidades. Gracias a su ideal diversificador nunca perdió la oportunidad de sacar provecho, dentro de sus posibilidades, a las innovaciones que introdujeron los europeos. Que también se dio una resistencia en donde el mesianismo jugó un papel importante, es verdad. Pero el deseo de incorporar nuevos productos agrícolas, tecnologías y otros recursos para mejorar su subsistencia pudo más que cualquier recelo que pudieran desarrollar hacia lo foráneo. No de otra manera se explica que calaran tan hondo leguminosas como las habas, o cereales como el trigo, la cebada, o instrumentos agrícolas como el arado de tracción animal, el pico, la pala, o materiales de construcción de casas como las tejas, y que en la esfera artística asimilaran tan hábilmente las nuevas técnicas y concepciones estéticas introducidas por los europeos. Tal fue la receptividad a las tecnologías importadas que no sólo se conformaron con aceptarlas pasivamente sino que hasta las enriquecieron valiéndose de materiales muy precarios. Este es el caso del célebre Quintín Cumpa, de la comunidad de Cuyo-Cuyo, quien, con sólo madera y energía hidráulica, inventó una máquina que llegaba a desempeñar hasta ocho funciones distintas que iban desde una sierra mecánica hasta un órgano para ejecutar melodías.
Hasta cierto punto, este es también el caso de los innumerables artesanos andinos que bajo formas expresivas europeas supieron conservar los antiguos patrones estéticos, dominados por esquemas dualistas, derivados de la época prehispánica. Así, la tradición figurativa que se ve en los retablos ayacuchanos o en las tablas de Sarhua, sin lugar a dudas, es de estirpe occidental, pero la distribución de los motivos es claramente andina. El estar encabezadas estas tablas en la parte superior por la figura de un sol y, en la inferior por una virgen, traducen la oposición alto/bajo tan dominante en el dualismo andino. Algo semejante ocurre en los retablos clásicos que acompañan la marcación del ganado. En este caso, una vez más, vemos dos pisos superpuestos que son presididos por un cóndor que está en la parte superior. En el piso de arriba figuran los evangelistas, como representantes de la esfera celestial o sagrada, y en la parte inferior una acción
mundana como puede ser la misma marcación del ganado. Tal es la importancia concedida a estas consideraciones dualistas que, como ha sugerido Verónica Cereceda valiéndose de nociones como huayruro, que significa «bello», y de la composición de los motivos en los tejidos sureños, los valores estéticos andinos parecieran definirse bajo estos cauces (Cereceda, 1987).
Pero así como asimilaron también supieron convencer a los europeos de las bondades de muchos de sus productos, contribuyendo a enriquecer la dieta mundial con la expansión de la papa, y la medicina, con numerosas plantas entre las que destaca la quinina. Es gracias a esta capacidad de convencimiento que pronto aprendieron a valerse de la economía de mercado para mejorar sus ingresos y llegar, en algunos casos, hasta poseer flotas de barcos o numerosas recuas de animales con que practicaban la arriería.
Un mito muy arraigado en pensadores de corte marxista es que la economía de mercado, aunada a un marcado individualismo introducido por los europeos, se estrelló contra un supuesto socialismo andino disrupcionando irreversiblemente el viejo orden social andino.
Sin lugar a dudas el enfrentamiento de dos sistemas socioculturales distintos, donde uno se impuso como dominador a costa del otro, que quedó como dominado, tuvo efectos catastróficos terribles como una merma desmesurada de la población. Pero una cosa es reconocer que se dieron desajustes y otra negar la posibilidad de algún tipo de acomodo debido a una incompatibilidad entre una economía de mercado, asociada con valores individualistas, y un sistema socialista.
Para empezar, la sociedad andina nunca pudo ser socialista contando con la presencia de un vasto número de individuos, como los incas o los curacas, que alcanzaron numerosos privilegios, como valerse de servidores paniaguados, acceder a la propiedad de nutridos rebaños de animales y hasta de grandes extensiones de terreno. En el pasado como en la actualidad, el individuo tuvo una presencia. Es cierto que se enfatizó el parentesco, la reciprocidad y la redistribución pero, como hemos visto a lo largo de estas páginas, siempre quedó margen para la iniciativa individual.
El socialismo andino es un invento del siglo XVIII, inspirado por el neoplatonismo del inca Garcilaso de la Vega, que sirvió a nuestros pensadores marxistas para legitimar sus propuestas políticas haciéndolo consustancial a la idiosincrasia del poblador peruano. No siendo este el caso, reconociéndose la capacidad creativa del individuo y contando con el anhelo diversificador, la economía de mercado no tuvo mayor problema de adaptarse a la realidad andina. De ello dan cuenta las innumerables ferias que se difundieron a lo largo del territorio
y la amplia gama de comerciantes trashumantes que emergieron.
Sin embargo, es importante admitir que este tipo de economía introducida por los europeos tiene algunas discrepancias con aquellas donde, como el caso andino, se privilegió la reciprocidad y la redistribución. En consecuencia, que se produjesen roces fue inevitable pero una vez más salió a relucir la creatividad del hombre andino buscando su reconciliación. Esto lo logró gracias a su capacidad diversificadora destinando algunos productos al mercado y otros al consumo interno. Este es el caso de la comunidad de Andamarca, que reservó el maíz para conservar su identidad cultural y destinó la ganadería para proyectarse a los mercados nacionales. Otras, a su vez, hicieron algo semejante pero con variedades de un mismo producto. Es lo que sucede en algunas comunidades del norte de Huancavelica, que optaron por conservar algunas variedades de papa para reforzar los vínculos tradicionales y separaron
otras, más pesadas pero no muy sabrosas, para vender a los restaurantes y así satisfacer sus demandas de dinero.
Premunidos de esta experiencia comercial no fue difícil favorecerla cuando se desplazaron a las ciudades costeñas.
Siendo poco afectos al trabajo dependiente, que tampoco ofrecía mayores oportunidades de estabilidad, los migrantes encontraron en el comercio informal la mejor alternativa para su supervivencia. De allí su gran expansión y su extraordinaria capacidad para hacer frente a la peor crisis que ha vivido el Perú durante su etapa republicana.
Que asumieran una naturaleza informal es explicable no sólo por las dificultades que genera la legislación nacional y la excesiva burocratización sino porque siempre estuvieron al margen del aparato institucional del Estado. Desbordado el Estado por las profundas transformaciones originadas en el choque entre la vertiginosidad de migraciones masivas y un descomunal centralismo, no es de extrañar que el pueblo peruano, para satisfacer sus necesidades de orden, haya acudido a sus propias tradiciones, que felizmente reposaban en un hondo sentido de solidaridad social y de libertad. Es gracias a ello que ni la subversión, ni la delincuencia han
triunfado, ni el hambre, ni epidemias como el cólera los hayan diezmado. Rondas campesinas, clubes de madres, del vaso de leche, ollas comunes, son una muestra de los tantos resortes que puede mover una sociedad creativa, amante de la diversidad, solidaria, que encierra una gran predisposición democrática y que sabe avanzar equilibrando la tradición con la modernidad.
BIBLIOGRAFIA
Cereceda, 1987; Fonseca, 1966; León Caparó, 1994; Núñez del Prado, 1964; Palomino, 1984.
Fuente: La creatividaddel hombre peruano autor Juan M . Ossio A .
Imágenes: Fotografía de Martin Chambi, de la película Made in Usa Cuadro: Mario Urteaga

No hay comentarios.: