31 octubre 2008

Representantes de la filosofía escolástica en el Perú colonial

a. Agustinos
En los siglos XVI y XVII, entre los más destacados representantes de la escolástica en el virreinato del Perú, debemos mencionar a Fray Luis López, de la orden agustina, quien fue profesor de artes del convento de la ciudad de Lima y, en 1563, lector de prima de teología en el mismo convento. Leía con especial complacencia a San Gregorio.
Fray Gabriel de Saona, que en 1569 fue prior del convento agustino de Lima y en 1577 catedrático de vísperas en la Universidad de San Marcos, tenía como maestro a San Agustín y comentaba de preferencia sus escritos. Calancha dice que ‘sus lecturas y escritos de Teología fueron los más eruditos, sustanciales y agudos de aquel tiempo’.
Fray Pedro de Avellaneda y Fray Nicolás de Santa María eran expositores de las doctrinas de San Agustín y San Crisóstomo, y considerados ambos como doctísimos teólogos escolásticos.
Fray Fernando de Valverde publica en Lima en 1657: De trinitate y una Vida de Jesucristo.
Cronista de la orden es Fray Antonio de la Calancha, autor de Cronica moralizadora de la orden de San Agustín en el Perú con sucesos ejemplares en esta monarqvía, Barcelona, 1638; el segundo tomo se publica en Lima en 1653, bajo el título: Crónica moralizadora de la provincia del Perú de la orden de San Agustín nuestro padre.
En 1692 queda dispuesto que la orden de San Agustín lea tres cátedras en San Marcos: prima y vísperas de dogmas de San Agustín y una del Maestro de las Sentencias.
Los agustinos representan una tendencia de filosofía platónica por ser San Agustín, su filósofo, discípulo de Platón. En sus Confesiones decía: ‘encontré en los platónicos estas grandes verdades: que desde el principio existía el Verbo, que el verbo existía en Dios y el verbo era Dios’.
b. Dominicos y mercedarios
Debe mencionarse entre las figuras que llegaron al Nuevo Mundo procedentes de Salamanca a Fray Juan Solano, alumno de Vitoria, que fue catedrático en el colegio de San Esteban de Salamanca, obispo del Cuzco, y a quien se debe la conservación de uno de los mejores manuscritos de Vitoria.
En términos generales, los dominicos en América fueron influenciados por las discusiones ideológicas que afectaron con un toque renovador humanista el pensamiento en la Península durante la segunda mitad del siglo XVI, pero su mérito mayor lo constituye, como hemos visto, el haber asumido la defensa del natural americano. Fray Domingo de Santo Tomás, que fue provincial de la orden dominica en el Perú, participó de las opiniones de Bartolomé de Las Casas y sostuvo todas las conclusiones de éste, a quien comentaba con gran elogio en su cátedra de teología en la Universidad de San Marcos. En 1637 obtienen los dominicos la cátedra de prima de teología moral; en 1643 la cátedra de prima de teología, dedicada a la doctrina de Santo Tomás, y en 1695 la de filosofía, dada a Fray Jorge Carrasco hasta su muerte.
Rafael de Segura, Juan de Lorenzana, Cipriano de Medina, Luis de Bilbao, sacerdotes dominicos, fueron los que en la cátedra de prima de teología de San Marcos se distinguieron por el entusiasmo con que explicaban las doctrinas de Santo Tomás. La misma dirección tomística prevaleció en la cátedra de vísperas de teología que regentaron sucesivamente los dominicos Cristóbal Narváez, Salvador Rivera y Francisco de Huerta.
Los mercedarios en el siglo XVI eran adeptos a la filosofía aristotélica y a las doctrinas de Santo Tomás. En el Perú Fray Nicolás de Ovalle, provincial de la orden que había hecho estudios en Salamanca, fue nombrado por la Universidad, en pública aclamación, catedrático de prima de teología. Fue discípulo del notable teólogo Francisco Zumel y explicaba el comentario de Santo Tomás siguiendo la obra de su maestro.
La influencia de Aristóteles se revela en la orden en las obras de Fray Gerónimo Pérez, que fue catedrático de filosofía y teología en la Universidad de Valencia. Escribió mucho sobre Aristóteles e imprimió un tratado en que se ocupaba de la primera parte de Santo Tomás.
Francisco de Borja lo llamó, en mérito a sus notables conocimientos, para que enseñara teología a él y a los alumnos del colegio jesuita en Gandia (Valencia). Este fue el punto de contacto intelectual que permitiría posteriormente a los jesuitas la formulación de sus doctrinas teológicas en cátedras y púlpitos.
Fray Juan García, mercedario, que fue decano de la facultad de teología en San Marcos, inspiraba igualmente sus lecciones en las obras de Fray Gerónimo Pérez.
Francisco de la Cruz (Granada 159?-Potosí 1660) fue profesor de teología. En 1636 publica Propositio Theologica.
c. Franciscanos
En 1610 se imprime en Lima la primera obra de carácter filosófico, que fue muy bien recibida en Europa, el tratado Commentarii ac quaestiones in universam Aristotelis ac subtilissimi doctoris Ihoannis Duns Scoti logicam, por el padre Fray Gerónimo de Valera, natural de Chachapoyas.
A principios del siglo XVII se daba en Lima un intenso movimiento cultural. De las cátedras de filosofía que a la sazón se profesaban en San Marcos –sin contar las de los colegios de las diversas congregaciones religiosas en Lima– una de ellas era regentada por Alonso Briceño (1590-1668), franciscano, natural de Santiago de Chile, profesor también en Santiago de Chile y en Caracas, y luego en París, Roma y Salamanca. Su obra Celebrioris de vita et doctrina Joannis Dunsii Scoti, comunica a la doctrina de la haecceidad, que en Duns Escoto designa el principio de individuación, un sentido con cierto sabor existencialista. El principio de la individuación no es la materia signada determinada por la cantidad, como ocurre con Santo Tomás, sino la unidad individual, singular, la que tiene cada ser por sí mismo, aquí, ahora. Mas da un paso adelante, al fundar a la manera de San Agustín tal principio en la experiencia interna del hombre, y puesto en marcha este método metafísico, llamado así, el de la experiencia interna, recorre todos los clásicos problemas filosóficos. Termina, apoyado en un mitigado voluntarismo, por separar la filosofía de la teología, de radical manera.
Fray Alonso Briceño es uno de los más vigorosos entendimientos del Nuevo Mundo. Como representante del escotismo su doctrina asumió en América el tono polémico que presentaba en Europa, dando la lucha en dos frentes: el tomismo, representado por los dominicos y la doctrina suareciana, mantenida por la orden de los jesuitas.
La misma tendencia escotista representó el franciscano Juan del Campo, que fue provincial de la orden en el Perú. Fue sabio maestro e insigne dialéctico. Fray Lucas de Cuenca “el profético” y Fray Benito Huertas “el milagroso”, ambos franciscanos, permanecieron fieles a la doctrina escotista, y sintieron los arrebatos místicos de Juan de Fidanza; el gran meditador San Buenaventura.
Fray Diego de Córdova y Salinas escribió la Crónica de la religiosísima provincia de los doce apóstoles, Lima, 1651. La orden poseyó desde 1701 la cátedra de prima del doctor Scoto y desde 1724 la de vísperas.
d. Los jesuitas
Participaron en la predilección dominica por Aristóteles y Santo Tomás, pero, en la segunda mitad del siglo XVI, hay en ellos una tendencia a la crítica libre y al pensamiento independiente. Así, si los franciscanos cultivaron y comentaron a Scoto, los jesuitas siguieron las huellas de Francisco Suárez, el filósofo más popular que hubo en América desde fines del siglo XVI hasta principios del XIX; y el que influyó eficazmente en la resolución de la independencia americana a causa de sus doctrinas sobre el origen de la autoridad.
La dirección jesuítica, ya con marcado sello suarista, tiene también como seguidores notables a Juan Perlin, el candidato de Suárez para sucederle y completar su obra, que enseñó en Lima, en el Cuzco, en Quito, Alcalá, Madrid y Colonia.
Suárez logró que Perlin regresara a España, pero perdió a Lope de Atienza (España 1537 - Quito 1596?) que pasó al Perú. Atienza había sido Rector del colegio de San Pablo en Lima y colaborador con José de Acosta en la dirección de la publicación de los catecismos, confesionarios y exposiciones de doctrinas cristianas que por orden del III Concilio Limense se imprimieron en Lima.
La orden de los jesuitas ingresa al Perú en 1568, después de dos intentos, uno en 1555 y otro en 1559. La venida de los jesuitas fue alentada por Fray Agustín de Coruña, agustino, quien al ser nombrado obispo de Popayán en el Perú, quiso llevar jesuitas a su diócesis, lugar que no había recibido orden alguna de sacerdotes. Obtuvo el permiso correspondiente del Consejo de Indias el 8 de abril de 1565 e inmediatamente escribió al Vicario General de la Compañía de Jesús en Roma, Francisco Borja.
Llegados a Lima el primero de abril de 1568 fueron hospedados por los padres del convento de Santo Domingo, pero muy pronto se erigirían en los rectores de los movimientos para adoctrinar a los indígenas, así como en maestros de la juventud tanto en sus célebres colegios de San Pedro y San Pablo como en la Universidad de San Marcos. Los más destacados jesuitas del siglo XVI son José de Acosta y Esteban de Avila.
José de Acosta (España, 1540-1600) inaugura la doble vertiente del quehacer filosófico en América. Es filósofo escolástico, teólogo, al mismo tiempo que investigador científico, todo esto dentro de los moldes occidentales, pero urgido por la realidad y la tensión de los hechos históricos, aplica su formación filosófica al análisis de la situación en Indias y formula una ideología humanista reformista cristiana que, en nuestro concepto, se constituye en una respuesta original con miras a la solución de las problemáticas de su tiempo.
Así, pues, no vino solamente a repetir las doctrinas filosóficas imperantes en España, sino que procuró hacerlas válidas en un espacio diferente al occidental, aplicarlas, en lo que tuvieran de validez universal, a otras circunstancias y a otros hombres.
En él, el binomio filosofía-praxis se entrelaza armoniosamente y se hace patente en la índole de sus obras así como en las acciones que llevó a cabo en su largo e infatigable quehacer en tierras americanas.
Escribió Acosta a través de toda su vida, desde sus años de niñez en Medina del Campo hasta los de su ancianidad en Salamanca, pero sus mejores escritos provienen de sus diecisiete años en América: Historia natural y moral de las Indias y De procuranda indorum salute; la primera de carácter científico y la segunda que va más allá del fin evangelizador y expresa su concepción ideológica, siendo el fruto de sus lecciones como catedrático, de su actuar como organizador de la evangelización en el Perú, de su prédica, de su concepción sobre la guerra justa, y de su lucha por el reconocimiento de la capacidad intelectual de los indios; además de su dura crítica a las autoridades y al clero.
En lo que respecta a filosofía escolástica, dejó manuscritos seis tomos titulados Tractatus aliquot de Theologia et de Sacra Scriptura, en los cuales expone los temas fundamentales de dicha doctrina. Pese al carácter inédito de su producción filosófica, Acosta es reconocido como el más notable director intelectual de la juventud peruana del siglo XVI. Llegó al Perú el 28 de abril de 1572 y de inmediato inaugura sus clases de Teología en el colegio de San Pablo a la manera de Salamanca o Alcalá. A mediados de 1573 es enviado al interior del Perú; visita el incipiente colegio del Cuzco y recorre las principales ciudades dando a conocer a la Compañía. Es en este viaje que aprende quechua y se percata de la verdadera situación religiosa en que se encontraban los indios.
Al regresar a Lima, tomó la regencia de la cátedra de teología hasta mediados de 1575, año en el que se le encargó el rectorado del colegio de San Pablo. En 1576 fue ascendido a provincial de la orden, contando sólo con 35 años y gozando ya de gran prestigio intelectual.
De procuranda indorum salute se fue gestando en estas actividades de Acosta.
Sabemos, por ejemplo, que en 1576 explicó la parte de Sacramentis que corresponde al Libro VI de la obra que versa sobre particularidades teóricas y prácticas de esta materia sacramental en Indias. No podemos precisar en que momento escribe los Libros IV y V que, en nuestra opinión, contienen en punto a catequización sus teorías básicas y son las que conviene aquí enunciar.
Para Acosta el catequizador, aparte de que debe estar lleno de buen ánimo y alegre en la distribución del “trigo celestial”, debe poner mucha atención en lo que ha de enseñar y con que método y orden, “siendo en uno fiel y en otro prudente”.
Luego se pregunta ¿Qué es, pues, lo que hay que enseñar a estas nuevas gentes rudas en la fe, y con qué modos a fin de que les entre en el corazón? Siendo este el intento principal de la catequesis, Acosta dedicara el libro V a esta cuestión.
El primer capítulo del Libro V señala que el conocimiento y amor de Cristo es el fin de la doctrina cristiana. La vertiente teórica pone en la cima a Cristo como alfa y omega, principio y fin de toda la sabiduría, la fe de Cristo que es el creer en él, conduce a Cristo conocido que es verdad y perfección.
El hombre, en cuanto naturaleza racional, llega al conocimiento y amor de Cristo. El predicador, cuyo oficio es enseñar la fe en Cristo e instruir en las costumbres, teoréticamente enseña el conocimiento, la fe y la contemplación de Cristo. La vertiente práctica tiene como principio el obrar por la caridad, Cristo amado es imitación en el obrar, el hombre en cuanto vida humana llega a la contemplación y a la acción. El predicador exhorta e instruye en las costumbres, es decir en el amor, la acción y la práctica de la caridad.
En lo que respecta a De procuranda indorum salute se trata de una obra muy americana y a la vez muy universal; americana en el enfoque general y en la solución que otorga a los problemas más graves que la transculturación religiosa suscitó en Indias; universal porque, con ocasión de América, Acosta logra fijar las normas generales que rigen la extensión de la fe a todas las naciones. Pronto el libro salió de los confines propios de la Compañía y fue utilizado por la Iglesia Católica y otras iglesias europeas como un material de primer orden para el estudio y formación misionera. Se trataba, en verdad, del primer libro que contemplaba en toda su extensión el campo de las misiones católicas en el siglo XVI.
Esteban de Avila (1519 - Lima 1601)
Ejerció la cátedra de teología en el Colegio de la Compañía hasta 1577. Destinado al Perú, el P. José de Acosta le confió la misma asignatura en el Colegio Máximo de San Pablo.
Fue el primer jesuita que enseñó teología en la Universidad de San Marcos.
Escribió De Censuris eclesiasticis (1608); y un compendio de la Teología moral del doctor Navarro. La orientación teológica sigue inspirando a los intelectuales peruanos del siglo XVII.
Juan Pérez de Menacho (Lima 1565-1626)
Es la figura de mayor relieve en ese siglo. Regentó cátedras de teología en Cuzco, así como en el Colegio Máximo de San Pablo (1601-24). En sus enseñanzas siguió las orientaciones tomistas pero insertando en ellas algunas doctrinas de San Agustín y los neoplatónicos. Es considerado como un erudito que llegó a poseer vastísimos conocimientos sobre teología, historia, jurisprudencia y otras disciplinas científicas. En San Marcos sustituyó al Padre Avila, que regentaba dos cátedras y a quien sucedió en la de prima de teología. Influyó en sus contemporáneos a través de la cátedra y de sus escritos: Commentarii a la “Suma Teológica”; Theologiae moralis tractatus; Tractatus praeceptis Eclesiae; Privilegios de la Compañía de Jesús; Privilegios de Indias; Redditibus eclesiasticae; Preminencia de las iglesias catedrales respecto de sus sufragáneas; Censuras y bulas de la Santa cruzada; Conciencia errónea; Consejos morales; El Decálogo; Vida, virtudes y revelaciones de Rosa de Santa María; y una disertación religiosa y humanista en torno a los Privilegios de los indios.
Perdidas muchas de estas obras, ha quedado, sin embargo, la tradición del inmenso prestigio y fama de que gozó en su época.
Los Comentarios teológicos comienzan con un tratado sobre la virtud. Esta es una cualidad del ser, como la acción, la pasión, el espacio, el tiempo, que determinan diversas maneras del sujeto, así como la diferencia específica determina la parte genérica de la substancia. Menacho, siguiendo a Santo Tomás, considera que la virtud no puede ser
simple cualidad de la mente, porque el intelecto solo no puede obrar; es indispensable la intervención de la voluntad. La virtud, así, proviene de la colaboración del intelecto y de la voluntad hacia el bien. Pero ¿en qué consiste el bien? Según la filosofía aristotélica, el bien conduce al hombre hacia un fin; hacia su fin natural; lo persigue, y si está dotado de sensibilidad, goza cuando lo posee. En consecuencia, el bien es el objeto de los deseos o de las complacencias de la voluntad; el objeto que la voluntad ama Bonum est quod omnia appetunt.
Las virtudes intelectuales permanecen en la vida futura en estado de esperanza inteligible, de intelecto posible: vivirán in statu patriae, pero sólo como esperanza de suprema sabiduría, de absoluta comprensión, como superior y divino atributo del espíritu eminentemente sabio.
Se ocupa después de la beatitud que es, para Menacho, la comunicación con el Eterno, la visión de suprema santidad, el éxtasis divino a que se llega por obra de voluntad humana y gracia divina. Aconseja así a sus discípulos el éxtasis místico como medio de satisfacer, sobre el mundo, el ideal humano, que es el confundirse con la divinidad.
Dios es para Menacho la entidad que posee el conjunto de los atributos humanos positivos. Es un hombre bueno proyectado al infinito, dominado por la necesidad de razonar.
Al igual que en Santo Tomás en Menacho domina el aspecto intelectual y racional sobre las nociones de libertad y de amor: es la suya una filosofía de la razón más bien que una filosofía de la voluntad.
La entidad antagónica de la divinidad, el demonio, está formada, a su vez, por todos los atributos negativos que se dan en el hombre. Es el demonio la causa directa del mal; aquí se aparta de Santo Tomás que consideraba el mal como una privación, no como causa formal, ya que Menacho considera al mal como algo real y como causa formal.
Concibió así dos principios soberanos: uno del bien, otro del mal. Procurando evitar el dualismo sostuvo que Dios, como causa primera concurre al pecado; es causa formal del mal.
Diserta Menacho, a continuación, sobre la falta, el pecado humano, afirmando que sin libertad no hay falta ni acción condenable. La razón no es potencia libre y, en consecuencia, no puede pecar. Está sometida a la voluntad; en ella reside la causa del pecado humano.
Porque la voluntad, según Menacho, está sometida a las pasiones y apetitos sensibles, sobre las cuales el demonio influye. La antinomia se resuelve en Dios, que tiene plenísima libertad y poder, y puede sin contradicción querer el bien y no evitar el mal; prever y hacer libre al hombre.
El Comentario a la filosofía de Santo Tomás es una explicación de las doctrinas del doctor angélico que Menacho escribió para facilitar a los alumnos el aprendizaje de la teología.
Los hermanos Peñafiel
Contemporáneo de Pérez de Menacho, fue el criollo peruano Alonso de Peñafiel (Lima 1593-1657) de la Compañía de Jesús. Se educó en el colegio jesuita de Riobamba e ingresó al noviciado de Quito (1610); luego pasó al colegio Máximo de San Pablo (1612), donde recibió las sagradas órdenes. Enseñó la latinidad, artes y teología en el colegio de Cuzco, así como en el del San Pablo. Publicó: Obligaciones y excelencias de las tres órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara (Madrid 1643). Escribió un Cursus philosophicus en cuatro tomos, tres de los cuales se imprimieron en Lyon en 1653, y una Theologia scholastica naturalis.
Según Barreda Laos, la obra agradó tanto que el cabildo de la ciudad de Lima y el virrey recomendaron su impresión, que fue adoptada para las escuelas del Perú, y la Universidad de San Marcos pidió autorización para publicarla aduciendo ‘ser el autor hijo de esta Universidad ... ser la primera persona que de este reino se ha animado a perfeccionar obra tan considerable ... de Artes y Filosofía Natural, han sido razones suficientes para que en claustro, ... se determinase ... se lea públicamente en esta Universidad, cosa que no ha hecho con otro alguno, por guardar esta honra al padre Alonso Peñafiel’.
Disfrutó en su época de gran reputación, pero sus obras, lamentablemente, se han perdido o destruido los últimos ejemplares, por los invasores chilenos de 1879.
Su hermano, Leonardo de Peñafiel (1597-1652), es autor de Disputationum theologicarum (1662), Disputatione scholasticae, et morales de virtute fidei divinae (1673) y Comentarii in Aristotelis methaphysicam (1632) que lo muestra muy influido por Suárez.
Trató de hacer en el campo de la teología escolástica lo que había hecho su hermano en el de la filosofía. No llegó a publicar todos los Tratados que comprendía el curso íntegro de esta materia, pero los que salieron a luz son prueba de la fama de excelente teólogo de que gozó en su tiempo siendo el resultado de cerca de veinte años de docencia, tanto en el colegio del Cuzco como en el de Lima. Por la profundidad y precisión en exponer las materias, como por la claridad y competencia con que resume las opiniones de otros autores o refuta sus objeciones, el curso del P. Leonardo de Peñafiel no desmerece al lado del de los grandes filósofos españoles.
Diego de Avendaño (1594-1688)
Jesuita segoviano, autor de Problemata Theologica (Amberes 1668), Thesaurus Indicus (6 Vol. Amberes 1668-1686).
“Su obra principal Thesaurus Indicus, de proporciones enciclopédicas, reúne caudaloso material de conocimientos teológicos, jurídicos, morales, presentados con un alto criterio comprensivo de la realidad peruana y americana ... .
... Heríanle profundamente, como sacerdote y como teólogo, las desigualdades e injusticias que se seguían de la administración colonial ... se entregó Avendaño a la gigantesca tarea de iluminar, con la luz de la más segura teología, y con precisión jurídica, la problemática americana, tan enmarañada y tan compleja. Con libertad de espíritu y versación doctrinal, ... se lanzó a la empresa. Fruto de ese empeño de madurez fue el Thesaurus Indicus”.
Indiscutiblemente el Thesaurus Indicus destaca por su planteamiento moral sobre la defensa de los derechos de los indios y la condena de la esclavitud de los negros.
Su posición es vigorosa como defensa de la humanidad de los indios y de la libertad personal del hombre, defensa que hace de él un clásico del pensamiento ético hispanoamericano, más aún se propuso ventilar cuantas cuestiones podían suscitarse en estas regiones, no sólo en el campo teológico o canónico moral sino en el jurídico social y lo hizo con solidez y erudición no igualadas hasta entonces.
Escribió además un Cursus consummatus, sive recognitiones Theologiae, expositivae, Scholasticae (1686) y Comentarios a los Salmos (1653). En Problemata Theologica se advierte la influencia de Suárez que matiza su orientación aristotélica y tomista.
Nicolás de Olea (1635-1705)
Orador sagrado y teólogo, maestro famoso de la segunda mitad del siglo XVII. Fue Rector de San Pablo en 1692, en Lima y Cuzco dictó las cátedras de gramática, artes y teología. Autor de un Compendium universae veteris recentisque theologiae (1675); un Manual de filosofía (1687); Curso de artes (1693); Summa Tripartita Scholasticae philosophiae trienalis in Logicam, Phisicam et Metaphisicam Aristotelis (1693, Lima, dos tomos); Theologia Scholastica y las Resoluciones morales y absolución de dudas (1694).
Hay en estas doctrinas de Olea –dice Barreda– innovación que rompe con el tomismo y con Aristóteles; parecen ensayos de acercamiento a Bacon y Descartes. Aproximaciones que al principio fueron tímidas y vacilantes son, posteriormente, más firmes y definidas.
Sus innovaciones tienen cierta semejanza con las creencias de Giordano Bruno. Olea sostenía que ‘no se multiplicaban entidades sin necesidad’. Aceptando las consecuencias de este principio, poseyendo la misma fe, la misma certidumbre que tenía Copérnico en la simplicidad de la naturaleza llega a proclamar como verdad ‘la identidad universal de la materia’ suprimiendo el dualismo que Santo Tomás había introducido entre materia celeste y material sublunar. Profesar esta doctrina era asestar golpe decisivo a la concepción del mundo aristotélico medieval. Es el primer autor peruano en quien se encuentra referencias a Campanella, Bruno, Ticho Brahe y otros autores del renacimiento y el primero que revela conocimiento del cartesianismo.
También fueron jesuitas el P. Cristóbal de Cuba y Arce (1648-1711), autor de Panegyris cum adesset thesibus universae theologiae; el P. José de Buendía (1644-1727) y el P. Ignacio de las Roelas (m. 1696), que escribió un tratado De incarnatione.
El P. José de Aguilar (1652 - Panamá 1708)
Muestra contacto con los filósofos modernos. Fue catedrático de artes y teología en el Colegio de San Pablo y más tarde Rector de la Universidad de Charcas, destacando este jesuita limeño tanto en la cátedra como en el púlpito. Por haber muerto a temprana edad, algunas de sus obras fueron publicadas después de su fallecimiento. Los tres tomos de su Cursus Philosophicus salieron en Sevilla en 1701 y los cinco de su Divi Thomae (Tratado de teología) en Córdova el año 1731. En su obra se trasluce la penetración y flexibilidad de su ingenio y su cabal conocimiento de los mejores autores, cuyas opiniones discute y extracta con maestría. Se atiene, por lo común, a la teoría de Santo Tomás y de los grandes teólogos de la Compañía como seguros guías para estudiantes.
Es escolástico y, ante todo, ortodoxo. Su concepción cosmológica acusa un carácter más científico que la de José de Acosta, porque afirma que el universo, fundándose en experiencias, está regido por leyes numerosas y necesarias. En el Tratado de teología el autor quiere explicar el origen del sentimiento religioso y sostiene que en el hombre hay una inclinación natural que le lleva hacia Dios de manera semejante a como la piedra tiene tendencia a caer en el centro de la tierra.
Tiene también tres publicaciones referidas a Sermones predicados en la ciudad de Lima (Lima, 1704, 1716 y 1722).
El P. Martín de Jáuregui (1619-1713)
Fue discípulo de Leonardo Peñafiel, compuso un Tratado de teología en tres volúmenes que ha quedado inédito y por desgracia se ha perdido, y una colección de Sermones que se conservan en la Biblioteca Nacional. Deben ser mencionados por lo amanerado del estilo y la abundancia de metáforas extravagantes; son estos sermones representativos del culteranismo, escuela predilecta, entonces, de los oradores sagrados.
Jáuregui como orador de púlpito no es malo, no obstante las extravagancias culteranas de su lenguaje.
Como sacerdote jesuita cumplió con exceso sus deberes, defendiendo, por todos los medios a su alcance, los intereses eclesiásticos y propagando con eficacia principios de moral.
El probabilismo
Para concluir esta presentación de la escuela jesuítica queremos referirnos al probabilismo. La escolástica, pese a la protección privilegiada de que gozaba en la Colonia, vivía, a mediados del siglo XVIII, en plena crisis. Ruidosas controversias y acaloradas polémicas eran su principal característica. Como un medio de contener los excesos del espíritu polemista se impuso desde comienzos del siglo, venido de España, un sistema especial de razonamiento, un criterio nuevo para la apreciación de la verdad. Se trataba de obtener conclusiones probables. Los partidarios del probabilismo, principalmente jesuitas, expresaron en un silogismo las reglas fundamentales del sistema:
“lícito es seguir la opinión verdaderamente probable; la opinión menos probable, en concurso con la más probable, es probable, verdaderamente: luego, es lícito seguirla”.
Fuente: La filosofía colonial en el Perú : El transplante y recepción de la filosofía en Iberoamérica autor María Luisa Rivara de Tuesta (Profesora Emérita UNMSM)
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