29 agosto 2008

El Departamento de Moqueguea - Historia y Patrimonio

Moquegua ha sido ocupada por el ser humano desde tiempos remotos. Se considera que la ocupación humana más temprana se produjo en la cuenca del río Osmore y puede datársela hacia 11000 aC, siendo trashumantes. El asentamiento de Quellaveco, con muestras de incipiente arquitectura hacia 6530 aC. y a 3450 msnm. Las pinturas rupestres de Toquepala (Torata) (7500 aC.) son un ejemplo de vida aún cavernaria. Posteriormente fue asentamiento de lupacas, waris, tiawanakos e incas, dejando cada una de estas culturas, importantes testimonios que deben ser preservados de su destrucción, por vandalismo o por especulación inmobiliaria. No fue sede importante de ninguna de estas culturas pero todas ellas dejaron una impronta vital.
Con la llegada de los españoles a comienzos del siglo XVI, se dio inicio al régimen de las Encomiendas, que consistía en repartición de un grupo de indígenas, diseminados en una enorme extensión de tierra con chacras y caseríos, los que, a cambio de ser evangelizados, instruidos y amparados por los encomenderos, pagarían tributos en dinero y especies. Lo que no se produjo en realidad, tal como la historia lo ha demostrado, sino que fueron esclavizados y mantenidos en una forma, no de servidumbre, sino de esclavismo bajo las ancestrales formas de mita y otras formas de trabajo recíproco al que los indígenas estaban acostumbrados como la minka o el ayni.
Desde los tiempos de la conquista, se habla de un adoctrinamiento de los indígenas en la religión cristiana a cargo de las parroquias, las mismas que eran sostenidas o mantenidas por los encomenderos. Es claro que esto fue lo último que les interesó a los encomenderos, posiblemente con honrosas excepciones.
La repartición de estas encomiendas se hacía como una especie de recompensa entre los españoles que acompañaron a Pizarro y participaron en las luchas con los naturales por las conquistas de estos territorios de América.
Según el historiador moqueguano, Luis E. Kuon Cabello entre las encomiendas ubicadas en la región de Moquegua, que repartiera Francisco Pizarro en el año de 1540, mediante diferentes provisiones firmadas en el Cusco, se encuentran: Omate, Puquina, Carumas, Torata, la de Ilo (hasta Tarapacá) y la de Ubinas. En 1550, don Pedro de La Gasca crea los Corregimientos, como una instancia política de gobierno, dividiendo el virreinato en circunscripciones determinadas. Estas nuevas demarcaciones estarían a cargo de un funcionario denominado corregidor. En un principio los corregimientos fueron creados para el gobierno de los españoles, pero luego pasaron a se Corregimiento de Indios, en los que el corregidor se encargaba de la recolección del tributo y el cumplimiento de la mita. En 1583 Moquegua figura como cabeza de corregimiento.
La disminución alarmante de la población indígena, así como su dispersión y dificultad de control, fueron algunas de las razones por las que el Virrey Francisco de Toledo estableciera las Reducciones o pueblos de indios, obligando a los pobladores andinos a concentrarse en ellos abandonando así sus antiguos poblados. Las Reducciones estaban a cargo de los Corregidores. Estos poblados especiales se diseñaron con trazo en damero en las que la plaza cobraba especial importancia funcional, como se verá más adelante.
Con la creación de las reducciones se solucionarían los inconvenientes, fijando la cabeza de doctrina en el lugar de mayor importancia, donde la población pudiera congregarse con facilidad, de modo que el doctrinero tuviese a su alcance a todos sus feligreses. Las doctrinas fueron encargadas tanto a clérigos seculares como regulares (pertenecientes a alguna orden religiosa).
“Estas fundaciones (pueblos de indios o reducciones) se generalizaron durante el gobierno de Francisco de Toledo, quien las perfeccionó emitiendo sus ordenanzas de indios (6 de noviembre de 1575). A su vez, en 1680[sic] , la recopilación de sus Leyes de Indias en su Libro VII, titulo III, se refirió a los pueblos de Indios, recapitulando genéricas disposiciones precedentes. En un amplio sentido, los pueblos de indios o "reducciones" constituyeron la base material para la integración definitiva del siervo bajo el control de la clase señorial.” (Ignacio Monasterio, 1909).
Las Doctrinas de Indios, entonces, cumplían una doble función: políticamente, eran la otra cara de las reducciones toledanas, al mismo tiempo que servían para evangelizar mediante el dictado de catequesis sistemática a niños (todos los días) y adultos (tres veces por semana). El funcionamiento de una Doctrina (parroquia de indios) se daba en forma similar al de una parroquia de españoles, pero con leves modificaciones orientadas a impulsar la aceptación de la religión católica entre los indios y tenerlos controlados en la fe.
El urbanismo de estas doctrinas, al igual que en el caso de las villas de españoles, estaba dado en función de la Iglesia, que servía además como referente físico para muchas mediciones y ubicaciones, como el reparto de bienes o tierras comunales. Las reducciones y doctrinas solían tener un trazado hipodámico es decir, el trazado en damero o manzanas cuadradas o cuadrangulares que, como ya se demostró en anterior ocasión (De Orellana 2001 y 2002), no fue traza de origen renacentista, sino medieval. Si bien estos poblados no podían ser excluidas de la iglesia, como referente urbano inmediato, tampoco podían ser separados de las manifestaciones arquitectónicas rurales a las que servían y de las que se servían: molinos, ingenios, bodegas y casas de hacienda.
Según Juan de Matienzo (1967), quien acompañó al Virrey Toledo en la Visita General del Virreinato, la disposición de una Reducción debería ser:
“Una plaza de forma cuadrangular en el centro y luego manzanas cuadradas que se dividirían en cuatro solares por lado y sus calles anchas. La iglesia se fabricaría en una de las cuadras o manzanas de la plaza; a su frente mesón para los españoles que estuvieran de paso en dicho pueblo, y que comprendería cuatro cuartos con techos de tejas y con caballerizos; en uno de los solares de la otra cuadra se levantarán la casa del Cabildo, en otra se edificará el hospital; en el otro la huerta y servicio del hospital; finalmente en el último solar, corral del Cabildo. En uno de los solares, de las cuatro manzanas que rodean la plaza, se construirá la casa del corregidor; detrás de ésta casa para el Tucuy Ricuy y cárcel, en la que habría dos cepos y cuatro pares de grillos y dos cadenas.”
Para el periodo que nos ocupa, en el Virreinato del Perú la organización religiosa se determinó
mediante diócesis y vicariatos. Una Diócesis era la sede del obispado: en un primer momento sólo existieron las de Lima (que luego, en 1540, se convertiría en Arquidiócesis, con un Arzobispo) y la de Cusco, creada por Fray Vicente de Velarde en 1538. En 1609 se
crearon además las de Trujillo, Huamanga y Arequipa, en una figura que permanecerá hasta el período de la emancipación. Las diócesis se subdividían en vicariatos, a manera de administración regional. A su vez, a este nivel se daba una subdivisión en Curatos (parroquias de españoles) y Doctrinas (parroquias de indios).
En Febrero de 1543, desde el Cusco el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, estableció la primera división eclesiástica del territorio del Perú y señaló los límites de los Obispados del Cusco, que comprendía: Cusco y Arequipa, con sus curatos. “Además, Moquegua, Torata y Samegua formaban un curato con un clérigo y 500 pesos” (Kuon Cabello).
La historia de la temprana Moquegua virreinal está marcada por una porción de la ruta del azogue.
Este metal, el mercurio, que se producía en Huancavelica, era necesario para la extracción de la plata en Potosí. Esta ruta se iniciaba en la minas de Huancavelica, llegaba al puerto de Tambo de Mora, de allí, en uno de sus ramales, hasta Ilo, Moquegua, Torata, Puno y Potosí. La ruta principal para este tránsito era Arica, que, además era especialmente útil cuando Huancavelica no abastecía los requerimientos de Potosí y el metal debía ser importado de Flandes, en cuyo caso la ruta era en barco, atravesando el Estrecho de Magallanes y desembarcando en Arica y de allí a Potosí. Era una ruta más larga que la de Ilo, pero no alteraba la producción de los valles de Moquegua, que era el ramal alternativo.
En 1614 en pleno estado religioso, los corregimientos pertenecieron a los obispados. En esta época, se dividió la extensa diócesis del Cusco en tres: Cusco, Huamanga y Arequipa. El Obispado de Arequipa contó con 7 corregimientos entre los que se cuentan dos en Moquegua: el de Ubinas y Valle de Moquegua, con los Repartimientos de Torata, Callahuay, Carumas, San Cristóbal, Ubinas y Omate y cuatro curatos. Es evidente la mutua injerencia entre los fueros civil y religioso. En 1619, el Obispo de Arequipa don Pedro Perea y Grimaldo subdivide en dos a la doctrina constituida por el Valle de Moquegua, convirtiéndose Torata, junto con los pueblos de Tumilaca y Yacango, en una nueva Doctrina.
En Julio de 1784, como consecuencia de las revueltas indígenas en contra de los abusos cometidos, la corona, ilustrada, decide introducir una nueva reforma en la organización administrativa, creándose las Intendencias de Provincias, que fueron 7: Lima, Arequipa, Trujillo, Tarma, Huancavelica, Huamanga y Cusco. Entre los 8 partidos que conformaban la intendencia de Arequipa se encontraba Moquegua con sus seis Doctrinas o parroquias: Moquegua, Ilo, Torata, Carumas, Omate y Puquina. Aquí se nota ya la separación de lo civil de lo religioso. En muchos casos, los curatos y las doctrinas se convirtieron en distritos ni bien se proclamó la independencia.
En el caso de Torata, fue elevada a esa categoría al promulgarse la Constitución el 12 de noviembre de 1823.
Actualmente, en lo religioso, Torata pertenece a la Diócesis de Tacna y Moquegua. El párroco del ahora llamado Santuario de la Virgen de la Candelaria, es el Pbro. Pedro Jesús Maquera Luque, que reemplazó al fallecido padre italiano Enrico Rusca Terzuelo, quien fue el tenaz promotor del inicio de los estudios para la restauración del Templo y Santuario y a quien la región le debe mucho por su visión de las potencialidades de Moquegua, al ser declarada como región independiente, contactando con organismos italianos para iniciar los trabajos en Torata.
Pero, ¿cuál es la razón por la que son importantes las iglesias de Torata y de Carumas, tanto como la iglesia de Santo Domingo (o cocatedral) de Moquegua? La respuesta resultará evidente, pero es preciso anticipar algo. La calidad arquitectónica de los tres ejemplos es innegable. Considerando el tamaño, respecto a sus villas y ciudad. Otro punto a tomar en consideración es que, salvo un pequeño desvío para la de Carumas, estas ciudades son hitos que jalonan la carretera a Puno y que podrían resultar unos paradores importantes y muy atractivos, si a ello sumamos la posibilidad de restaurar, adecuando, a uso de alojamiento, sea de mochileros o de los llamados hoteles boutique, a los molinos, casas de hacienda, etc., con lo que se activarían las potencialidades turísticas de todos los bienes patrimoniales: molinos, casas de hacienda, bodegas vinícolas, iglesias, vestigios prehispánicos, paisajes culturales y naturales, turismo participativo, etc. Esta carretera actual hacia Puno es la que se conoce con el nombre de Binacional, que se dirige a Bolivia y está enteramente asfaltada. Igualmente, el tramo Ilo-Puno, será uno de los dos ramales principales de la Carretera Interoceánica, que unirá Perú y Bolivia.
En resumen, el atractivo turístico de Moquegua es muy variado, pudiéndose crear ofertas para todo tipo de turistas y edades. Hay para los ecologistas y naturalistas; para los que deseen hacer turismo cultural; turismo de aventura; turismo gastronómico y enológico. Incluso existen parajes que podría ser muy bien explotados para “resorts” o “spas” de crenoterapia, filón que, pese a la riqueza del Perú en aguas minero-termo-medicinales, no ha sido debidamente explotada aún de forma extensiva e intensiva. Por tanto, es necesario pasar una rápida revista a estas potencialidades turísticas de la región.
PATRIMONIO NATURAL DE LA REGIÓN MOQUEGUA
Los procesos volcánicos relacionados con la región Moquegua hacen que ésta presente una configuración muy especial geográfica, geológica y edafológica, relevando una riqueza ecológica digna de encomio en un territorio reducido. Presenta desde litoral marino hasta punas y nevados.
La puna (o tundra seca de alta montaña, de acuerdo a la Clasificación Climática de Koeppen23) es bastante extensa, llega hasta los 5000 msnm, alcanzando los nevados mayor altura y es, junto con la zona más baja, asentamiento de las etnias de los aimara, de los uros, y de los puquina; luego, algunos quichua, expulsados por los chancas, llegaron a esta región pero eran relegados por las otras etnias, antes de la conquista inca, negándose a hablar su lengua.
La región tiene varios volcanes, siendo los tres más importantes: el Ticsani, de 5408 msnm; el Ubinas, de 4950 msnm; y el Omate o Huayna Putina, de 4877 msnm. Habiendo zonas de géiseres y de mini volcanes. La zona de relieve andino, frecuentada por el ser humano estriba entre los 5000 msnm y el 3000 msnm y es la zona de excelentes aguas termales, básicamente en distrito de Carumas, en sus alturas. Moquegua ciudad, se encuentra a 1367 msnm.
Con excepción de los valles fértiles, la zona entre los 3000 y 1000 msnm hay una zona desértica de altura, sin embargo, la edafología del suelo la hace interesante para cultivo, de ser irrigada o de adaptarse algún cultivo resistente a la rusticidad y sequías.
En los valles se produce la que es, tal vez, la mejor fruta del Perú, sin mayor esfuerzo, hibridación o adaptación: a) Productos nativos, Chirimoyas (Annona cherimolia) Lúcumas (Lúcuma ovobata) paltas (Persea americana) pacaes (Inga feullei); o b) productos adaptados traídos por los conquistadores, limas (Citrus limettioides) manzanas (Malus domestica) damascos, o albaricoques (Prunus armeniaca), membrillos (Cydonia oblonga). Desde el desierto montano bajo, es decir, entre los 2500 a 100 msnm y el llamado desierto sub tropical (0-1900 msnm) se cultiva muy bien la vid (Vitis vinifera) en las zonas secas, produciéndose una uva de muy buena calidad para el consumo directo, así como también variedades para la industria vinícola; el olivo (Olea europea), tanto para consumo directo, como para excelentes aceites de oliva; el higo (Ficus carica) y, como productos nativos y endémicos de América, en general, podemos citar al maní (Arachis hypogaea) y la guayaba (Psidium guajaba).
Entre los géneros animales, aparte de los camélidos americanos o auquénidos en todos sus géneros, sobresale el cuy, llamado también cobayo, conejillo de indias, Cochon d’indie (Cavia porcellus) aves acuáticas de climas fríos, en las alturas y el suri o avestruz o ñandú enano (Rhea americana) que son el origen de los “sikuris”.
El pastoreo de ganado vacuno es importante sobre todo en la zona de matorral desértico montano bajo y en la zona de desierto montano bajo, ambas, zona de chaparrales, siendo importante y apreciada la industria de quesos, a lo que le hace falta un mayor impulso y alcanzar, bajo estándares rigurosos, denominación de origen. Esto último es también válido para los vinos y piscos como para los dulces de compota y mermeladas. Esta necesidad de conseguir la denominación de origen es, fundamentalmente para mantener la calidad y generar empleo y desarrollo sustentable que lleve, finalmente al desarrollo humano, tan necesitado por nuestros pueblos.
Con todo lo anterior se puede deducir la calidad de la gastronomía folklórica de Moquegua. Cabe a sus habitantes actuales el conservar la tradición, pero al mismo tiempo, innovar y fusionar con nuevas técnicas y tendencias, para tener una oferta mucho más interesante para el visitante, o cambiar las formas de presentación, que en nuestra comida nacional, y sobre todo en la serrana, no es muy atractiva. Es un patrimonio que debe considerarse como fortaleza y una oportunidad que aprovechar, así como sus dulces y licores.
Asimismo, en Moquegua hubo 130 bodegas vineras y pisqueras, las que, además, producían anís,
oportos, brandy y finos tipo jerez. Actualmente quedan sólo 4 importantes y muchas casi
minifúndicas.
EL PATRIMONIO INTANGIBLE DE MOQUEGUA
La cultura es aquello que el hombre crea, inventa, construye, materializa o abstrae espiritualmente, como conocimientos, ciencias y técnicas, para adaptarse a un medio en un momento determinado y como consecuencia de años, siglos o milenios de existencia. Es, pues, una práctica esencialmente vital y existencial. Se vive y existe (no sólo se sobrevive) gracias a la cultura y aquello que le es inherente: la civilización, que es su aspecto más material. La cultura implica, entonces, cultivo de aquello que ya hay y la creación de lo necesario. Es, entonces, y por ello, cambio y evolución, pero, paralelamente es, también permanencia. Y aquello que en el cambio permanece, es digno de ser conservado y estudiado, para ser comprendido y no sólo repetido.
La llamada cultura inmaterial o, mejor llamado, patrimonio intangible es un conjunto de manifestaciones culturales que no dejan huella física pero que explican o, en ocasiones se explican por huellas físicas. Aquello que llamamos folklore es, intensamente, patrimonio inmaterial, que nos pueden explicar mitos, leyendas y creencias de una cosmogonía o cosmología (que son formas de conocimientos), o de recuerdo de actividades que podrían olvidarse, como el dragado de acequias o canales; o inicio de temporadas de calendario para el cultivo, la siembra, etc.; o nos preparan para acontecimientos como la guerra, el matrimonio, el tránsito de un difunto al hades, un pacto, etc.; o nos recuerdan las divisiones en clases, estamentos o estratos. En una danza pueden intervenir numerosos personajes claramente identificados y con roles definidos. Esto puede ser en baile o en canto; en narraciones en prosa o en verso; en mitos o cuentos. En tradiciones, en general. Estas tradiciones pueden ser sólo cuentos si no se los considera dentro de un contexto espacio – temporal, tanto más interesante y recóndito, cuanto más nos retrotraigamos en el tiempo. Puede bailarse para hacer más llevadero el trabajo, puede cantarse para evitar el aburrimiento de la rutina; puede bailarse para alabar a un dios, a un apu, a un auqui, para Cristo o para la Virgen, la Mamacha.
Soledad Mujica (2004), nos recuerda que de padres a hijos, desde tiempos remotos o recientes, la danza trae el conocimiento y la cultura.
Una fiesta en la que se aúnan bailes, cantos, ritos, ocupaciones espaciales y temporales, son aún más, comunicadoras de cultura, porque se aglutina en un espacio reducido y un tiempo confinado a días, como máximo, todo lo dicho anteriormente.
Como descendientes o entroncados con etnias del altiplano, la riqueza del folklore es muy vasta, pero la región de Puno supera a Moquegua.
La fiesta de Mamacha Candelaria o Nuestra Señora de la Candelaria es uno de los mejores ejemplos de lo expresado pues no sólo evidencia la devoción por esta manifestación mariana sino que comunica todo un sincretismo entre la religión católica y la cosmogonía andina. En estas fiestas, que también (y sobre todo) se produce en Puno, hay todo tipo de bailes y se los presenta todos, en plazas o en pasacalles, se canta y se bebe.
Entre las danzas moqueguanas que podemos mencionar y cuyo origen se conoce, están: la Sara
Turpuy o baile de la siembra del maíz; la Tixani o danza de la limpieza de acequias, cuyo origen se remonta a tiempos prehispánicos y a esas formas de reciprocidad de las que se habló, festividad a la que se suma la danza de Los negritos y sus zambas, la de los Pules o de los Quenachos. La danza de Choque Jitiris o del escarbo (cosecha) de papas; los Carnavales, como el de Bellavista, el de Calacoa, el de Putina, la de los vaqueros de Putina, el carnaval de Solajo
Como pagos a la tierra (pachamama) existen las danzas Macarimayo, con ofrendas y la danza de los tamberos en la que se hace una sátira de la forma en que los españoles trataban a los indios y los azotaban, éste es una suerte de sacrificio en la fiesta de las cruces para pagar a la tierra; la danza de los Catires, que son los chamanes buscados para hacer los pagos a la tierra y las tinkas del ganado (ceremonia de bautizo de los animales).
Tan importantes como los carnavales y los pagos a la tierra, son la Fiestas a la Cruces, en el mes de mayo, la de Corpus Christi, en junio y las de Semana Santa. Adicionalmente, los pueblos tienen sus fiestas patronales que celebran al menos durante tres días.
Así como la fiesta de la Candelaria es importante en Puno, los carnavales en Cajamarca, es posible generar en la fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria de Torata un atractivo turístico para aquellos que no pueden llegar a subir hasta las alturas altiplánicas. Bastaría con organizar y concentrar los diferentes bailes en dos o tres días, aplicarse en ofrecer el mejor servicio turístico, monumentos puestos en valor, un sistema ecológico cuidado con esmero, los mejores productos gastronómicos con una presentación impecable, y una oferta vinícola y pisquera insuperable. Dada la calidad, el éxito estaría asegurado.
LA CIUDAD DE MOQUEGUA
Moquegua, como casi todas las metrópolis, ciudades, villas y pueblos de los países en desarrollo ha perdido gran parte de su arquitectura de valor histórico monumental en aras de una mal entendida modernidad. En su caso esta cifra de elementos arquitectónicos y urbanos desaparecidos, asciende al 60%, según cálculos de Guillermo Pérez Rosas26. El problema, además de la pérdida de las raíces y de la identidad, es que la modernidad no es turísticamente atractiva, ni generadora de empleo.
En el primer cuarto de siglo XVII hubo una disputa para darle nombre a la villa que habían creado los españoles en lo que hoy es la ciudad de Moquegua. El virrey Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache, quiso que dicha villa se llamase San Francisco de Esquilache, luego hubo disputas entre los habitantes en la que llegó a intervenir el obispo de Arequipa Pedro Perea de Grimaldo. Al final, cambiado el Virrey y habiendo sido reemplazado por Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcázar, éste decidió, según la provisión del 1º de mayo de 1625, que se llamase Villa de Santa Catalina de Guadalcázar, que fue su nombre oficial. Si bien fue fundada por los españoles en 1625, ya había estado habitada por ellos, ocupando un antiguo
poblado prehispánico desde 1537. Desde los primeros tiempos, como villa fundada, tuvo una sostenible autonomía debida, sobre todo a sus vinos, piscos, aceites de oliva y su fruta. Fue, en la ruta de la Plata, más importante como proveedor de estos productos que como eje de paso de minerales, ya que para ello estaba Arica.
La arquitectura doméstica y posiblemente la religiosa, al igual que en Chincha, se trabajó con adobe y techado con mojinete. El origen de esta forma de cubierta se hunde en la historia y ésta aún no ha esclarecido del todo su origen, aunque ya ha sido tratado estudiando sus posibles fuentes (De Orellana, 1998). Este tipo de techo no hace sino vincular a Moquegua con Chincha y Huancavelica, que son los otros lugares en donde se lo usó con la misma intensidad. Pero en Moquegua y en Chincha tiene un sentido climático inverso al de Huancavelica. Esta forma de techo con hastiales en
los extremos de la edificación tiene ventanas altas en estos últimos y ello permite una ventilación cruzada y alta que da frescura en la inclemencia del verano. En Huancavelica (y esto se puede leer en el cuento La agonía de Rasu Ñiti, de José María Arguedas), servía para almacenar el calor en la parte alta y usarse en las frías noches serranas.
En Moquegua el uso persistente de los mojinetes le dieron a la ciudad un aspecto único que, lamentablemente ha ido perdiendo lentamente, algo así como de un perfil aserrado, dentellado, rítmico, con colores intensos y contrastantes. Realmente era una ciudad única. Ahora sólo quedan unas pocas muestras individuales, pero esa imagen de conjunto, se perdió, y lo peor es que ese sistema de refrigeración natural, ha sido igualmente dejada en el pasado. Luego las portadas eran talladas con mucho esmero y calidad artística, teniendo deudas con los estilos del Altiplano y de Arequipa.
Las casas señoriales, luego de la portada podían tener dos crujías, cada una con su juego de mojinetes y, de ser necesario, un segundo piso, con balcón, sobre un zaguán, sin interrumpir los mojinetes a ambos lados.
Fuente: ANÁLISIS DE LAS IGLESIAS SAN AGUSTÍN DE TORATA Y SAN FELIPE APÓSTOL DE CARUMAS COMO PARTE DEL POTENCIAL TURÍSTICO DE MOQUEGUA. Una propuesta de Desarrollo y Conservación Sostenibles del Patrimonio de la Región Moquegua autores Arq. Juan De Orellana Rojas, Arq. Jessica Osorio Málaga, Arq. Milagros Oliveira Córdova.