26 setiembre 2008

Cuentos del pueblo de Santa Lucia de Pacaraos (Lima)

Cuento del zorro o achuj
Dicen que un zorro fue a recoger pajaritos para sus cachorros. En eso se encontró con la huachwa. Y le encargó que los pajaritos recogidos los cuidara un rato.
Pero la huachwa, curiosa, abrió la bolsa y se escaparon los pajaritos. Luego, asustada, llenó la bolsa vacía con espinas.
Cuando volvió la zorra encontró a la huachwa nadando en la laguna. Se echó la bolsa al hombro y al sentir el hincón de las espinas, creyó que eran los pajaritos que le estaban picando. Al descubrir que había sido engañado, volvió hacia la señora huachwa, pero ella estaba nada y nada sin salir del agua. El zorro comenzó a lamer el agua creyendo secar, pero se murió.
Cuento del zorro y la huachwa
Dicen que un día una zorra se acercó a la señora huachwa y le dijo:
- Señora huachwa ¡Qué bonitos son tus pies! ¡Muy coloraditos que me dan envidia! ¿Quisieras darme el secreto? ¿Con qué agua te lavas?
La vanidosa huachwa confía gustosa el secreto de su belleza. Yo me lavo, le dijo, los pies con agua hirviendo. Si quieres bonitos pies como el mío, hazlo igual.
El zorro, muy contento con el secreto, se fue a hervir el agua y para mayor seguridad y efecto deseado, metió la pata violentamente al agua hirviendo y se sancochó. La huachwa, que estaba observando de cerca, al oír los gritos de auxilio del zorro, se fue riéndose.
Cuento del demonio y los enamorados
Dicen que había dos enamorados que se querían mucho. Andaban siempre juntos al campo, a los pueblos, a las fiestas. Cuando se casaron eran modelos de esposos. Pero un día el esposos murió. Ella se quedó desconsolada. Lloraba día y noche pensado en el esposo. Cuando iba a regar sus chacras, se acordaba mucho y decía” Si estuviera vivo mi esposo, no estaría trabajando sola”.
Un día, cerca de las seis de la tarde, se fue a la toma a sacar agua. ¡Cuál sería su alegría!: allí estaba su esposo, sentadito sobre una piedra y con un poncho largo. Estaba con la cara volteada y [le] dijo a ella: “Dios me votó por lo mucho que lloras. Aquí estoy en tu lado y no nos separaremos”. Se cogieron de la mano y se fueron al maizal.
Ella cocinó sojlo. Después de comer, se prepararon para dormir. Derrepente, a la luz de la luna, ella descubrió que su marido tenía los pies como la pata del gallo. Asustada, se dio cuenta del peligro y trató de disimular. Entonces ella le dijo a él que le dejara ir a orinar. Él se opuso. Entonces, ella se desató su marate, que es una cinta larga, tejida Con que se amarran la cintura. Le dijo que agarrara de la punta del marate para no escapar. Él aceptó y ella se fue tirando de la cinta. Al perderse de vista, ella amarró la cinta a una rama. Al demorar mucho, él se inquietó y le llamaba gritando por su nombre. Al no escuchar respuesta salió como un loco en su busca. Ella, corre y corre, había avanzado lejos hasta llegar a la puerta de una vaquera. Cuando ella contó, la vaquera le dijo: “Estarás pensando en tus enamorados”. En eso, el fulano llegó gritando y llamando por su nombre a su esposa. Felizmente, la vaquera tenía dos gatos. Estos gatos se enfurecieron y a arañazos destrozaron al fulano. Cuando las mujeres salieron a ver, se encontraron con el cuerpo de un gallinazo destrozado.
Por eso en este pueblo dicen que cuando se esté solo en el campo no se debe pensar en los enamorados ni en el esposo.
Cuento sobre el amor y el demonio
Unos recién casados decidieron emprender un viaje a la chacra a sembrar. El día del viaje, el hombre recibió la orden de ir a una sesión en cabildo porque era miembro.
La esposa, muy penosa y decepcionada, se fue solita al campo, recomendándole a su esposo para que vaya en su alcance en cuanto acabase la reunión. Ella iba pensando en todo el camino en su esposo. Cuando había llegado cerca a la chacra, de repente el esposo apareció delante de ella. Se abrazaron y se fueron a un sitio apartado con él. “El fulano hizo de las suyas con ella”.
Después regresaron de vuelta al pueblo, pero ella notó que él quería llevarla por un camino desviado, como [por] un desfiladero. Y ella insistió en ir como siempre por el camino ancho. Tanto y tanto, acordaron ir cada uno por su cuenta, después de apostar quién llegaba primero. O sea que hicieron una apuesta. Así lo hicieron.
Ella corre y corre sin sospechar nada y tratando de ganar a su marido. Llegó al pueblo y, cuando pasaba por la puerta del cabildo, chocó con su verdadero esposo que recién salía de la sesión. Entonces ella le dice: “¡Tú me has ganado! ¡Qué rápido has venido!”. A lo que él contestó: “¡Pero si yo no he salido de la sesión, recién salgo!”.
Ella comprendió entonces que había sido víctima de la burla del diablo. Pocos días después se murió de pena.
Moraleja: “Es costumbre por eso que las madres recomienden siempre a sus hijas que no piensen en “cojodeces” o sea cosas malas”.
Otro cuento sobre el amor y el demonio
Este caso que le voy a contar es verdadero, ha sucedido en los maizales de Conán. Dice que una señora se fue a cuidar su maíz. Salió de Pacaraos lo más temprano posible. Pero como la señora quería mucho a su esposo, iba pensado en él durante el viaje. Dice que los esposos se quería mucho. Pero de repente su esposo apareció delante de ella. Era el demonio que había tomado formas humana. Ella no sospechó nada. Muy contentos, prepararon la comida y se acostaron temprano porque él decía: ¡Alalau! ¡Alalau!
Muy entrada la noche ella sintió que su marido trataba de arrastrarla hacia la peña. Ella se asustó y pidió auxilio. En eso logró ver que las patas de su marido eran como las patas del gallo. Comprendió su desgracia y gritó: “¡Jesús, Jesús!”. Entonces vio clarito que el demonio se convirtió en gallinazo y desapareció. La mujer quedó viva para contar esta historia y la gente decía que era “muy celosa”.
El pishtaco y el hijo del oso
Dicen que una vez un pistaco agarró a una joven mujer, la llevó a su cueva y, en vez de matarla, le cortó los nervios del pie a la altura del talón a fin de que no se escape.
Así le servía de mujer y cocinera. Pero resulta que esta mujer había tenido anteriormente sus relaciones íntimas con un oso, del que había tenido un hijo. Este hijo la buscaba y encontró la esclavitud de su madre. Fue a rescatarla y luchó con el malvado pistaco hasta dominarlo. El hijo del oso tenía una fuerza extraordinaria. Rescató así a su madre y se hicieron ricos porque el pishtaco tenía riqueza en la cueva. Desde aquella vez hubo tranquilidad en los pueblos del distrito.
Fuente: La tradición oral del valle de Chancay en 1963 - Alejandro Vivanco, un etnógrafo olvidado autores Alejandro Ortiz Rescaniere y Juan Javier Rivera Andía

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