Turismo Rural Comunitario en el Peru - Puno
El lago Titicaca es sin duda uno de los mayores patrimonios naturales con que cuenta la humanidad. La importancia del lago para la cultura andina es inmensa: sus aguas desde siempre han significado para el hombre una fuente de recursos, ya que, al calentarse durante el día, crean diversos hábitat, que en distintos tiempos de la historia han servido para el sustento humano. Cerca del puerto de Puno, y hacia la península de Capachica, se extiende la Reserva Nacional del Titicaca, un área protegida que el tiempo y el descuido contaminaron en exceso, pero que hoy se encuentra en proceso de recuperación.
Actualmente Puno es un centro muy apreciado por el turismo, como destino en sí mismo o como punto de paso hacia Bolivia. La visita turística convencional incluye la ciudad de Puno, las ciudades lacustres y las islas peruanas de Uros, Taquile, Amantaní y Suasi. El visitante en estos espacios, toma contacto con comunidades de data muy antigua, que comparten sus formas de vida con él y le ofrecen sus espléndidos tejidos.
Conscientes del valor que tiene hoy la cultura viva para los viajeros de todo el mundo, una serie de comunidades puneñas se han abierto al turismo vivencial y rural, tanto en las islas como en el continente. Allí están los emprendimientos de Taquile, de Amantaní, de Uros, de Llachón. Estos emprendimientos se combinan de peculiar manera con aquellos situados al sur del Cusco, como para que el viajero, al recorrerlos, se haga una idea sobre la diversidad existente en el corredor sur andino del Perú.
Puno y lago Titicaca
Taquile es una de las islas del lago Titicaca y sus pobladores integran la comunidad campesina del mismo nombre; ellos son de origen quechua, enclavados en una región básicamente aimara. Hasta la década de 1970, Taquile era una comunidad cerrada al contacto con el mundo exterior. Poco a poco, y mediante el trabajo de entidades religiosas, promotores individuales y organismos no gubernamentales, la comunidad fue abriéndose a un turismo no convencional, que acudía a la isla atraído por la idea de convivir por unos días con los pobladores, aprender de la cultura tradicional y conocer los tejidos.
El turismo ha significado para los taquileños una oportunidad privilegiada para mejorar su situación económica, ya que la agricultura ha sido siempre una actividad precaria debido a la escasez de tierras y la inaccesibilidad a los mercados, mientras que la pesca es solo para el autoconsumo. El proceso de integrarse al turismo fue lento y en algunos aspectos, problemático para los taquileños. Muchos de ellos, sobre todo los ancianos, se oponían a la visita de foráneos. El aislamiento había criado personas marcadas por una gran timidez, además que el número de pobladores bilingües –quechua y castellano– era
muy escaso. En una década, sin embargo, todo eso cambió.
Desde que se inició el emprendimiento vivencial de Taquile hasta mediados de la década de 1980, el turismo se mantuvo controlado por los mismos isleños. Las embarcaciones pertenecían a socios de la comunidad, el hospedaje y la alimentación se ofrecían en casas pero se manejaban colectivamente. Bajo el mismo principio comunitario se creó la tienda comunal de artesanía, en funcionamiento hasta hoy. La comunidad gestionaba todas las actividades en el marco del beneficio común, y ello contribuyó a que una serie de tradiciones se mantuvieran de manera homogénea, sobre todo en lo que respecta a la conservación del antiguo pueblo de casas de piedra. A finales de la década de 1980 se desató un turismo intensivo, que hizo crecer al centro poblado y conllevó un cambio en la gestión, que comenzó a ser de carácter individual. Se singularizaron las casas hospedaje y proliferaron los pequeños restaurantes y las tiendas de artesanía. Muchas cosas cambiaron en Taquile a lo largo de un proceso no exento de conflictos; sin embargo, en la actualidad los isleños están rescatando las raíces del proyecto primigenio. Un elemento que ha resultado decisivo para retomar estos principios, fue la categorización del tejido tradicional taquileño como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por UNESCO.
Actualmente las posibilidades de visitar la isla son múltiples y dependen del tiempo, interés y capacidad de gasto del viajero. Una buena proporción de turistas hacen un recorrido breve, que forma parte de un circuito con otras islas como Amantaní y Uros. Sin embargo, otro número importante elige quedarse a pasar una o dos noches en alguna casa hospedaje familiar, lo que sigue siendo una experiencia muy grata. Subsiste la visita tradicional, que lleva directamente al turista al centro del poblado en el sector de Chuño Pampa, pasando por restos preíncas y permitiéndole observar un entorno paisajístico espectacular. Recientemente, dos sectores de la comunidad, llamados Huayllano y Collino, han desarrollado un producto distinto, que comienza con una bienvenida en la que se ofrecen muy buenos platos de gastronomía local en un bufet donde se lucen las truchas, las papas, la quinua, las ocas, entre otros productos propios. La visita continúa, guiada por comuneros muy bien informados, y se detiene en los diversos sitios arqueológicos. Allí se realiza un pago a la Pachamama, de importante significado para la religiosidad
quechua. El atardecer en el lago regala al viajero imágenes probablemente nunca vistas, que traen un mensaje hipnótico sobre el valor de la naturaleza, en medio de un silencio que llama a la meditación.
Luego de una cena ligera, los viajeros son recibidos en las casas familiares, donde los espera el calor de una buena cama y una conversación siempre interesante, antes de descansar.
El gran tema del día siguiente es el conocimiento del tejido tradicional en todas sus fases, así como la posibilidad
de adquirir piezas que en verdad son únicas, dentro del vasto mapa del tejido tradicional del sur andino.
EL GRAN RETO *
“La comunidad, que alcanza los dos mil habitantes, recibe ahora alrededor de 50 mil turistas al año, 25 veces su población. Una situación de esa envergadura plantea enormes retos sobre la capacidad organizacional de cualquier centro turístico, y de forma particular en el caso de Taquile que carece de tradición empresarial para este tipo de actividades y que dispone apenas de 12 km2, mayoritariamente conformados por laderas pedregosas. En la actualidad,
Taquile se resiste a la influencia cultural extranjera, y la preocupación de los isleños es el manejo adecuado de esta actividad que se ha convertido en su principal fuente de ingresos. Entre los años 1991 y 1992, el 87% de visitantes fueron extranjeros. Esta misma afluencia puede significar la progresiva pérdida de su cultura, que es su principal capital social”.
TEXTILES TRADICIONALES DE TAQUILE
En las culturas quechua y aimara el tejido es un elemento cultural esencial. Prendas tejidas se emplean para transportar semillas y alimentos, abrigarse o llevar a las guaguas. En las relaciones sociales el tejido es un regalo y también, una muestra de estatus social. La antropología ha determinado cómo en las piezas se traman los mundos humano y divino. La tradición textil “escribe” rituales, y ceremonias. El arte textil taquileño se caracteriza por la combinación de colores muy llamativos, con el negro predominante en faldas y pantalones.
Las prendas típicas de la isla son las fajas, o chumpis, y los gorros, que son indicativos del estado civil de quien los porta. Hay quien dice que en los bordados está registrada la historia familiar de los tejedores. En 2005, UNESCO otorgó al tejido tradicional taquileño la categoría de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Llachón
A Valentín Quispe, comunero de Llachón, no le gusta el culto a la personalidad y prefiere la modestia a la hora de relatar la historia del proyecto de turismo rural y vivencial que tan bien se desarrolla en su tierra. Pero lo cierto es que Valentín ha sido el gestor y líder de una idea que en sus inicios no fue fácilmente comprendida por la comunidad, pero que ahora compone la mayor fuente de ingresos para todas las familias locales.
Como ha ocurrido con iniciativas comunitarias similares, los habitantes de Llachón veían pasar a los turistas de largo, sin que este flujo impactara positivamente en su economía. Fue hace casi una década que Valentín, ante la imagen de las lanchas llenas de viajeros que se iban a Taquile y Amantaní, decidió que era el momento de crear un nuevo circuito, que atrajera visitantes interesados específicamente en convivir con su comunidad, en una relación de aprendizaje mutuo. La naturaleza, a favor de esa idea, ha dotado a Llachón de unos paisajes indescriptibles, que van variando según las horas del día y el transcurso del Sol. A ello hay que añadir, como principal capital, que la comunidad haya sabido mantener su arquitectura tradicional, construcciones en piedra techadas con ichu; y que haya mantenido sus actividades ancestrales, como la agricultura y la pesca, en armonía con el medio ambiente.
Llachón es una comunidad amplia y agrupa a 1.330 comuneros pertenecientes a 280 familias. La tradición agrícola y pesquera había creado una cultura laboral basada en los ciclos de la naturaleza antes que en los movimientos del mercado; por ello, la idea de ofrecer servicios turísticos que se interrelacionaran con un sistema mayor donde participan operadores, promotores y entidades del Estado, a los comuneros les parecía un salto difícil de dar. Poco a poco Valentín consiguió crear la Asociación de Promoción de Turismo de Llachón, compuesta por las primeras familias que se mostraron abiertas a adaptar parte de sus casas como hospedaje.
Ello significaba invertir dinero en la construcción de cuartos y baños, además de adquirir muebles y utensilios. También, exigía aprender un know how completamente nuevo y desconocido. En pro de esto estaba el espíritu de la gente quechua, muy emprendedora y a la vez cordial con el visitante.
En Llachón hay disponibles más de cincuenta camas, distribuidas en las casas de las familias integradas a la asociación. Los cuartos son una delicia: abrigados, simples, donde el sencillo mobiliario y el menaje están confeccionados con materiales locales (repisas de palo, cortinas de totora y mantas tejidas por los comuneros). Por la ventana de cualquier habitación es posible apreciar el paisaje lacustre, y le recomendamos buscarlo especialmente al amanecer y a la hora de la caída del sol. El paisaje natural se enriquece con la vista de las montañas llenas de andenes preíncas y los bosquecillos de eucalipto que rodean la comunidad. Ese es el escenario donde habitan los comuneros y comuneras; allí cultivan, pescan, tejen y hacen las labores domésticas. De allí salen y allí vuelven luego de realizar sus gestiones en Juliaca o en Puno. Y desde allí ven llegar, con satisfacción, las embarcaciones o las camionetas que traen a los viajeros que ya no se siguen de largo.
Valentín tiene las cosas muy claras, y es muy bueno conversarlas en su propia casa, mientras el viajero conoce también a su esposa Lucila y a sus hijos Carolina y Raúl. En opinión de Quispe, compartida por toda la comunidad, la esencia del emprendimiento es el valor de lo tradicional, y en ese proceso están actualmente, mientras enfrentan los impactos del éxito. Así, la comunidad se ha comprometido a que no va a vender sus tierras, pues la imagen de hoteles de cemento aledaños a sus hermosas casas de piedra, les resulta incomprensible. La calidad del proyecto y el liderazgo de Valentín han sido las razones por las cuales una serie de entidades de cooperación le hayan dado su apoyo; por ejemplo, para construir la carretera que parte de Juliaca, o para capacitaciones y pasantías. Hace poco, el Mincetur –a través del Plan Copesco– suscribió un convenio con los alcaldes de la zona para mejorar los sistemas de agua y desagüe de las comunidades, como parte de un proyecto más amplio que incluye implementación de espacios públicos, alumbrado y señalización. No cabe duda que el despunte de Llachón comienza a dar sus primeros frutos.
TITIKAYAK
Ese es el marketero nombre de una actividad añadida que dota al proyecto vivencial de una experiencia deportiva de aventura. En asociación con la antigua y prestigiosa empresa de turismo de aventura Explorandes, Llachón ofrece salidas para navegar por el lago en kayak, algo que nunca había sido visto por las poblaciones locales. La empresa puso las embarcaciones y capacitó a comuneros jóvenes en el manejo y en el guiado. Cuenta Valentín que esta iniciativa fue muy difícil de aceptar por la comunidad en un inicio pero que el argumento de que se trata de un deporte completamente amistoso con la naturaleza, le dio la legitimación. Las excursiones pueden tomar unas horas o varios días, y permiten bordear orillas de playas llenas de totorales (especialmente Escallani y Chifrón), observar las andenerías y las cordilleras, descender en diversos puntos, respirar un aire purísimo y sentir la paz más absoluta, mientras se rema.
Anapia
Desde hace unos años, el proyecto de Anapia viene recibiendo viajeros de todo el mundo, interesados en descubrir culturas antiguas en el contexto de una naturaleza privilegiada, como es la del lago Titicaca. Son viajeros respetuosos e informados de cómo se vive en el altiplano, entre carencias y desafíos. Regularmente visitan la isla estudiantes en grupos, que se enriquecen con una experiencia vivencial única, intermedia entre el voluntariado social y el turismo. Jóvenes que se instalan en las islas para colaborar con los pobladores, trabajando en el mejoramiento de sus casas o en el campo.
El origen del proyecto vivencial de Anapia se remonta al año 1998, cuando se creó en la isla, por impulso de una joven especialista en turismo llamada Eliana Paúca, la Asociación de Desarrollo de Turismo Sostenible (ADETURS), conformada por 58 familias que actualmente brindan diversos servicios de hospedaje, transporte en lancha, paseos en velero y alimentación. Los resultados del emprendimiento en cuanto a mejorar las condiciones de vida de la comunidad saltan a la vista, sobre todo, en el ánimo de la gente, sereno, sosegado y cordial.
Los servicios de hospedaje y alimentación en Anapia se dan en las casas, y tienen capacidad para unos treinta viajeros. Aquí no hay albergues ni hoteles: la esencia del proyecto está en compartir la vida del poblador local. Los comuneros han añadido un dormitorio y un baño a sus viviendas. Las habitaciones son cálidas y las camas están cubiertas con abrigadoras frazadas que hacen olvidar el frío de la noche. Las comidas que se sirven son sencillas y se basan en papas, ya que en el archipiélago se producen magníficos tubérculos de gran variedad que son acompañados con porciones de trucha fresca y ocas.
El visitante llega a la isla Yuspique y es conducido a las alturas para que aprecie las vicuñas de la comunidad. A inicios del proyecto estos camélidos sumaban una veintena, hoy superan el centenar. Luego el viajero es guiado hasta un mirador que en tiempos preíncas sirvió para observar los astros en función de las decisiones que demanda la actividad agrícola. Muy cerca se encuentran chullpas (tumbas de piedra) pertenecientes a la cultura Pukina.
En este sector de Yuspique también se aprecian cultivos rotativos de papas, habas y cebada, pensados desde siempre para alimentar a la población siguiendo sistemas que en lugar de empobrecer la tierra, la mantienen viva y fértil.
De regreso al embarcadero, las señoras reciben al viajero con una sorpresa llena de color y sabor: bajo un toldo lleno que protege las cabezas de la intensa radiación solar, está puesta una mesa con los resultados de una maravillosa huatia, un tipo de pachamanca andina que se hace solo con papas y habas.
Las comuneras de Anapia acompañan con generosidad esta huatia colorida y sabrosa, con algunos pejerreyes recién pescados, que son una delicia. Este almuerzo es una gran ocasión para conversar con los anfitriones sobre su proyecto: ellos a su vez siempre están ávidos por conocer qué pasa en otros lugares del Perú y del mundo. El buen humor termina por distender la reunión, hasta que algún comunero da la voz para salir a navegar en velero, antes de que la tarde avance.
Actualmente Puno es un centro muy apreciado por el turismo, como destino en sí mismo o como punto de paso hacia Bolivia. La visita turística convencional incluye la ciudad de Puno, las ciudades lacustres y las islas peruanas de Uros, Taquile, Amantaní y Suasi. El visitante en estos espacios, toma contacto con comunidades de data muy antigua, que comparten sus formas de vida con él y le ofrecen sus espléndidos tejidos.
Conscientes del valor que tiene hoy la cultura viva para los viajeros de todo el mundo, una serie de comunidades puneñas se han abierto al turismo vivencial y rural, tanto en las islas como en el continente. Allí están los emprendimientos de Taquile, de Amantaní, de Uros, de Llachón. Estos emprendimientos se combinan de peculiar manera con aquellos situados al sur del Cusco, como para que el viajero, al recorrerlos, se haga una idea sobre la diversidad existente en el corredor sur andino del Perú.
Puno y lago Titicaca
Taquile es una de las islas del lago Titicaca y sus pobladores integran la comunidad campesina del mismo nombre; ellos son de origen quechua, enclavados en una región básicamente aimara. Hasta la década de 1970, Taquile era una comunidad cerrada al contacto con el mundo exterior. Poco a poco, y mediante el trabajo de entidades religiosas, promotores individuales y organismos no gubernamentales, la comunidad fue abriéndose a un turismo no convencional, que acudía a la isla atraído por la idea de convivir por unos días con los pobladores, aprender de la cultura tradicional y conocer los tejidos.
El turismo ha significado para los taquileños una oportunidad privilegiada para mejorar su situación económica, ya que la agricultura ha sido siempre una actividad precaria debido a la escasez de tierras y la inaccesibilidad a los mercados, mientras que la pesca es solo para el autoconsumo. El proceso de integrarse al turismo fue lento y en algunos aspectos, problemático para los taquileños. Muchos de ellos, sobre todo los ancianos, se oponían a la visita de foráneos. El aislamiento había criado personas marcadas por una gran timidez, además que el número de pobladores bilingües –quechua y castellano– era
muy escaso. En una década, sin embargo, todo eso cambió.
Desde que se inició el emprendimiento vivencial de Taquile hasta mediados de la década de 1980, el turismo se mantuvo controlado por los mismos isleños. Las embarcaciones pertenecían a socios de la comunidad, el hospedaje y la alimentación se ofrecían en casas pero se manejaban colectivamente. Bajo el mismo principio comunitario se creó la tienda comunal de artesanía, en funcionamiento hasta hoy. La comunidad gestionaba todas las actividades en el marco del beneficio común, y ello contribuyó a que una serie de tradiciones se mantuvieran de manera homogénea, sobre todo en lo que respecta a la conservación del antiguo pueblo de casas de piedra. A finales de la década de 1980 se desató un turismo intensivo, que hizo crecer al centro poblado y conllevó un cambio en la gestión, que comenzó a ser de carácter individual. Se singularizaron las casas hospedaje y proliferaron los pequeños restaurantes y las tiendas de artesanía. Muchas cosas cambiaron en Taquile a lo largo de un proceso no exento de conflictos; sin embargo, en la actualidad los isleños están rescatando las raíces del proyecto primigenio. Un elemento que ha resultado decisivo para retomar estos principios, fue la categorización del tejido tradicional taquileño como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por UNESCO.
Actualmente las posibilidades de visitar la isla son múltiples y dependen del tiempo, interés y capacidad de gasto del viajero. Una buena proporción de turistas hacen un recorrido breve, que forma parte de un circuito con otras islas como Amantaní y Uros. Sin embargo, otro número importante elige quedarse a pasar una o dos noches en alguna casa hospedaje familiar, lo que sigue siendo una experiencia muy grata. Subsiste la visita tradicional, que lleva directamente al turista al centro del poblado en el sector de Chuño Pampa, pasando por restos preíncas y permitiéndole observar un entorno paisajístico espectacular. Recientemente, dos sectores de la comunidad, llamados Huayllano y Collino, han desarrollado un producto distinto, que comienza con una bienvenida en la que se ofrecen muy buenos platos de gastronomía local en un bufet donde se lucen las truchas, las papas, la quinua, las ocas, entre otros productos propios. La visita continúa, guiada por comuneros muy bien informados, y se detiene en los diversos sitios arqueológicos. Allí se realiza un pago a la Pachamama, de importante significado para la religiosidad
quechua. El atardecer en el lago regala al viajero imágenes probablemente nunca vistas, que traen un mensaje hipnótico sobre el valor de la naturaleza, en medio de un silencio que llama a la meditación.
Luego de una cena ligera, los viajeros son recibidos en las casas familiares, donde los espera el calor de una buena cama y una conversación siempre interesante, antes de descansar.
El gran tema del día siguiente es el conocimiento del tejido tradicional en todas sus fases, así como la posibilidad
de adquirir piezas que en verdad son únicas, dentro del vasto mapa del tejido tradicional del sur andino.
EL GRAN RETO *
“La comunidad, que alcanza los dos mil habitantes, recibe ahora alrededor de 50 mil turistas al año, 25 veces su población. Una situación de esa envergadura plantea enormes retos sobre la capacidad organizacional de cualquier centro turístico, y de forma particular en el caso de Taquile que carece de tradición empresarial para este tipo de actividades y que dispone apenas de 12 km2, mayoritariamente conformados por laderas pedregosas. En la actualidad,
Taquile se resiste a la influencia cultural extranjera, y la preocupación de los isleños es el manejo adecuado de esta actividad que se ha convertido en su principal fuente de ingresos. Entre los años 1991 y 1992, el 87% de visitantes fueron extranjeros. Esta misma afluencia puede significar la progresiva pérdida de su cultura, que es su principal capital social”.
TEXTILES TRADICIONALES DE TAQUILE
En las culturas quechua y aimara el tejido es un elemento cultural esencial. Prendas tejidas se emplean para transportar semillas y alimentos, abrigarse o llevar a las guaguas. En las relaciones sociales el tejido es un regalo y también, una muestra de estatus social. La antropología ha determinado cómo en las piezas se traman los mundos humano y divino. La tradición textil “escribe” rituales, y ceremonias. El arte textil taquileño se caracteriza por la combinación de colores muy llamativos, con el negro predominante en faldas y pantalones.
Las prendas típicas de la isla son las fajas, o chumpis, y los gorros, que son indicativos del estado civil de quien los porta. Hay quien dice que en los bordados está registrada la historia familiar de los tejedores. En 2005, UNESCO otorgó al tejido tradicional taquileño la categoría de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Llachón
A Valentín Quispe, comunero de Llachón, no le gusta el culto a la personalidad y prefiere la modestia a la hora de relatar la historia del proyecto de turismo rural y vivencial que tan bien se desarrolla en su tierra. Pero lo cierto es que Valentín ha sido el gestor y líder de una idea que en sus inicios no fue fácilmente comprendida por la comunidad, pero que ahora compone la mayor fuente de ingresos para todas las familias locales.
Como ha ocurrido con iniciativas comunitarias similares, los habitantes de Llachón veían pasar a los turistas de largo, sin que este flujo impactara positivamente en su economía. Fue hace casi una década que Valentín, ante la imagen de las lanchas llenas de viajeros que se iban a Taquile y Amantaní, decidió que era el momento de crear un nuevo circuito, que atrajera visitantes interesados específicamente en convivir con su comunidad, en una relación de aprendizaje mutuo. La naturaleza, a favor de esa idea, ha dotado a Llachón de unos paisajes indescriptibles, que van variando según las horas del día y el transcurso del Sol. A ello hay que añadir, como principal capital, que la comunidad haya sabido mantener su arquitectura tradicional, construcciones en piedra techadas con ichu; y que haya mantenido sus actividades ancestrales, como la agricultura y la pesca, en armonía con el medio ambiente.
Llachón es una comunidad amplia y agrupa a 1.330 comuneros pertenecientes a 280 familias. La tradición agrícola y pesquera había creado una cultura laboral basada en los ciclos de la naturaleza antes que en los movimientos del mercado; por ello, la idea de ofrecer servicios turísticos que se interrelacionaran con un sistema mayor donde participan operadores, promotores y entidades del Estado, a los comuneros les parecía un salto difícil de dar. Poco a poco Valentín consiguió crear la Asociación de Promoción de Turismo de Llachón, compuesta por las primeras familias que se mostraron abiertas a adaptar parte de sus casas como hospedaje.
Ello significaba invertir dinero en la construcción de cuartos y baños, además de adquirir muebles y utensilios. También, exigía aprender un know how completamente nuevo y desconocido. En pro de esto estaba el espíritu de la gente quechua, muy emprendedora y a la vez cordial con el visitante.
En Llachón hay disponibles más de cincuenta camas, distribuidas en las casas de las familias integradas a la asociación. Los cuartos son una delicia: abrigados, simples, donde el sencillo mobiliario y el menaje están confeccionados con materiales locales (repisas de palo, cortinas de totora y mantas tejidas por los comuneros). Por la ventana de cualquier habitación es posible apreciar el paisaje lacustre, y le recomendamos buscarlo especialmente al amanecer y a la hora de la caída del sol. El paisaje natural se enriquece con la vista de las montañas llenas de andenes preíncas y los bosquecillos de eucalipto que rodean la comunidad. Ese es el escenario donde habitan los comuneros y comuneras; allí cultivan, pescan, tejen y hacen las labores domésticas. De allí salen y allí vuelven luego de realizar sus gestiones en Juliaca o en Puno. Y desde allí ven llegar, con satisfacción, las embarcaciones o las camionetas que traen a los viajeros que ya no se siguen de largo.
Valentín tiene las cosas muy claras, y es muy bueno conversarlas en su propia casa, mientras el viajero conoce también a su esposa Lucila y a sus hijos Carolina y Raúl. En opinión de Quispe, compartida por toda la comunidad, la esencia del emprendimiento es el valor de lo tradicional, y en ese proceso están actualmente, mientras enfrentan los impactos del éxito. Así, la comunidad se ha comprometido a que no va a vender sus tierras, pues la imagen de hoteles de cemento aledaños a sus hermosas casas de piedra, les resulta incomprensible. La calidad del proyecto y el liderazgo de Valentín han sido las razones por las cuales una serie de entidades de cooperación le hayan dado su apoyo; por ejemplo, para construir la carretera que parte de Juliaca, o para capacitaciones y pasantías. Hace poco, el Mincetur –a través del Plan Copesco– suscribió un convenio con los alcaldes de la zona para mejorar los sistemas de agua y desagüe de las comunidades, como parte de un proyecto más amplio que incluye implementación de espacios públicos, alumbrado y señalización. No cabe duda que el despunte de Llachón comienza a dar sus primeros frutos.
TITIKAYAK
Ese es el marketero nombre de una actividad añadida que dota al proyecto vivencial de una experiencia deportiva de aventura. En asociación con la antigua y prestigiosa empresa de turismo de aventura Explorandes, Llachón ofrece salidas para navegar por el lago en kayak, algo que nunca había sido visto por las poblaciones locales. La empresa puso las embarcaciones y capacitó a comuneros jóvenes en el manejo y en el guiado. Cuenta Valentín que esta iniciativa fue muy difícil de aceptar por la comunidad en un inicio pero que el argumento de que se trata de un deporte completamente amistoso con la naturaleza, le dio la legitimación. Las excursiones pueden tomar unas horas o varios días, y permiten bordear orillas de playas llenas de totorales (especialmente Escallani y Chifrón), observar las andenerías y las cordilleras, descender en diversos puntos, respirar un aire purísimo y sentir la paz más absoluta, mientras se rema.
Anapia
Desde hace unos años, el proyecto de Anapia viene recibiendo viajeros de todo el mundo, interesados en descubrir culturas antiguas en el contexto de una naturaleza privilegiada, como es la del lago Titicaca. Son viajeros respetuosos e informados de cómo se vive en el altiplano, entre carencias y desafíos. Regularmente visitan la isla estudiantes en grupos, que se enriquecen con una experiencia vivencial única, intermedia entre el voluntariado social y el turismo. Jóvenes que se instalan en las islas para colaborar con los pobladores, trabajando en el mejoramiento de sus casas o en el campo.
El origen del proyecto vivencial de Anapia se remonta al año 1998, cuando se creó en la isla, por impulso de una joven especialista en turismo llamada Eliana Paúca, la Asociación de Desarrollo de Turismo Sostenible (ADETURS), conformada por 58 familias que actualmente brindan diversos servicios de hospedaje, transporte en lancha, paseos en velero y alimentación. Los resultados del emprendimiento en cuanto a mejorar las condiciones de vida de la comunidad saltan a la vista, sobre todo, en el ánimo de la gente, sereno, sosegado y cordial.
Los servicios de hospedaje y alimentación en Anapia se dan en las casas, y tienen capacidad para unos treinta viajeros. Aquí no hay albergues ni hoteles: la esencia del proyecto está en compartir la vida del poblador local. Los comuneros han añadido un dormitorio y un baño a sus viviendas. Las habitaciones son cálidas y las camas están cubiertas con abrigadoras frazadas que hacen olvidar el frío de la noche. Las comidas que se sirven son sencillas y se basan en papas, ya que en el archipiélago se producen magníficos tubérculos de gran variedad que son acompañados con porciones de trucha fresca y ocas.
El visitante llega a la isla Yuspique y es conducido a las alturas para que aprecie las vicuñas de la comunidad. A inicios del proyecto estos camélidos sumaban una veintena, hoy superan el centenar. Luego el viajero es guiado hasta un mirador que en tiempos preíncas sirvió para observar los astros en función de las decisiones que demanda la actividad agrícola. Muy cerca se encuentran chullpas (tumbas de piedra) pertenecientes a la cultura Pukina.
En este sector de Yuspique también se aprecian cultivos rotativos de papas, habas y cebada, pensados desde siempre para alimentar a la población siguiendo sistemas que en lugar de empobrecer la tierra, la mantienen viva y fértil.
De regreso al embarcadero, las señoras reciben al viajero con una sorpresa llena de color y sabor: bajo un toldo lleno que protege las cabezas de la intensa radiación solar, está puesta una mesa con los resultados de una maravillosa huatia, un tipo de pachamanca andina que se hace solo con papas y habas.
Las comuneras de Anapia acompañan con generosidad esta huatia colorida y sabrosa, con algunos pejerreyes recién pescados, que son una delicia. Este almuerzo es una gran ocasión para conversar con los anfitriones sobre su proyecto: ellos a su vez siempre están ávidos por conocer qué pasa en otros lugares del Perú y del mundo. El buen humor termina por distender la reunión, hasta que algún comunero da la voz para salir a navegar en velero, antes de que la tarde avance.
Los veleros son las embarcaciones que los comuneros usan para salir a pescar todos los días. La vuelta que dan al visitante incluye el ingreso a los canales que circulan entre las islas y luego salen al lago amplio y despejado, en cuyos bordes remotos brilla la impresionante cordillera Real, con sus nevados teñidos de colores intensos por la luz de la tarde.
En el contacto con el turismo se han dado fenómenos muy interesantes en la población de Anapia. Por ejemplo, la comunidad cuenta con una biblioteca creada gracias a las donaciones de los visitantes. En ese local se suelen realizar por las noches reuniones entre viajeros y comuneros, en las que fluye el diálogo y se dan a conocer aspectos de la realidad que muchas veces el turismo convencional soslaya, como son las condiciones cotidianas de
vida, lo que significa vivir al lado de una frontera y las proyecciones de los comuneros hacia el futuro.
QUECHUAS Y AIMARAS
Las provincias del departamento de Puno donde que se habla aimara son: la antigua Huancané; Moho, que antes formaba parte de la anterior; y Chuchito, cuya capital es Yunguyo, y que incluye a Juli, uno de los principales centros
de cultura aimara en todo el altiplano. Además, se calcula que un 50% de los habitantes de la propia provincia de Puno hablan esa lengua.
En el contacto con el turismo se han dado fenómenos muy interesantes en la población de Anapia. Por ejemplo, la comunidad cuenta con una biblioteca creada gracias a las donaciones de los visitantes. En ese local se suelen realizar por las noches reuniones entre viajeros y comuneros, en las que fluye el diálogo y se dan a conocer aspectos de la realidad que muchas veces el turismo convencional soslaya, como son las condiciones cotidianas de
vida, lo que significa vivir al lado de una frontera y las proyecciones de los comuneros hacia el futuro.
QUECHUAS Y AIMARAS
Las provincias del departamento de Puno donde que se habla aimara son: la antigua Huancané; Moho, que antes formaba parte de la anterior; y Chuchito, cuya capital es Yunguyo, y que incluye a Juli, uno de los principales centros
de cultura aimara en todo el altiplano. Además, se calcula que un 50% de los habitantes de la propia provincia de Puno hablan esa lengua.
Tradicionalmente se ha asociado al norte puneño con la cultura quechua y al sur, con la aimara. Las provincias puneñas quechuas son Sandia, Carabaya, Melgar, Azángaro, Lampa y San Román. El archipiélago de Anapia se enclava plenamente en la nación aimara.
Amantaní
Los paquetes turísticos convencionales suelen hacer un full day en tres de las islas de Titicaca: Uros, Taquile y Amantaní; la navegación entre las dos últimas toma unos cuarenta minutos. La desventaja de este recorrido es que no da el tiempo suficiente como para que el viajero profundice en la diferencia entre los tres emprendimientos.
Amantaní tiene rasgos propios sumamente interesantes que ameritan quedarse al menos dos días y una noche, hospedándose en alguna casa familiar.
Ubicada a 3.817 msnm, Amantaní tiene una extensión de 9 km2, y su naturaleza es más diversa que en las otras islas: muestra presencia de plantas arbustivas como la cantuta, la muña, la tola, entre otras. Cuenta con varios manantiales permanentes, lo que permite el desarrollo de agricultura de riego. Además, en sus riberas el clima es templado, y crea un hábitat apto para cultivos combinados. Son ocho las comunidades de Amantaní dedicadas a la agricultura, la pesca de autoconsumo, la artesanía y el turismo: Pueblo, Santa Rosa, Lampayuni, Sancayuni, Occosuyo, Incatiana, Villa Orenojón y Colqui Chaqui.
El proyecto turístico de Amantaní surge posteriormente al de Taquile, por tanto, aprende de este sus aciertos. Uno de ellos ha consistido en mantener sólido el vínculo comunitario en la gestión y prestación de servicios, gracias a lo cual la experiencia de convivencia con las familias resulta sosegada y ordenada. La isla cuenta con atractivos naturales que están dados por el paisaje lacustre y las elevaciones en tierra, que se acercan a los 4.200 msnm (monte Llacastiti). En el territorio hay también buenas muestras arqueológicas, y como siempre, una cultura viva intensa; prueba de ello es la posibilidad que tiene el viajero de hacer contacto con algún yatiri, que es como se llama al chamán en lengua aimara.
La población de Amantaní suma unas 4.000 personas organizadas en 800 familias, repartidas en las ocho comunidades. El turismo es un recurso que se maneja en base a la propiedad comunal, que controla el sistema de transporte en lanchas y botes, los hospedajes, la alimentación y en parte, la artesanía, que está compuesta por tejidos (de similar calidad a los taquileños), el tallado en piedra (proveniente del Llacastiti), algo de destilería y la peletería. Esta última actividad, que toma el insumo de la alpaca, es la que sigue uniendo a los naturales de la isla aún cuando hayan migrado a distintos puntos del país.
El proceso del emprendimiento de Amantaní es muy interesante, y surge cuando a fines de la década de 1970, el gobierno de entonces desarrolló programas de promoción artesanal. A estos se suman las iniciativas para recuperar los restos precolombinos, sobre todo los dos templos situados en las partes altas y que corresponden posiblemente a las culturas Pucará o Tiahuanaco, y que actualmente se denominan Pachamama y Pachachata. Poco a poco, con la llegada de los primeros grupos de viajeros, se fue estableciendo el sistema comunal de hospedaje y alimentación, mientras se consolidaba la feria artesanal, en la temporada alta europea (julio-agosto). También se rescató la tradicional fiesta de San Sebastián, que se celebra a inicios del año.
La estadía del viajero en Amantaní le abre la oportunidad de conocer todos estos rescates culturales, guiado por los lugareños, quienes dan la información desde el fondo de sus propias experiencias. La totalidad de los varones de la isla son bilingües, mientras que las mujeres que hablan el castellano están en menor proporción. Como sucede en Taquile, el textil tradicional de aquí es una verdadera maravilla, que se puede reconocer en sus distintas etapas de producción. Llevarse una pieza tejida de Amantaní será una manera de perpetuar la experiencia obtenida en el viaje, y la oportunidad de contar con la expresión de un tesoro ancestral. Los alimentos que se ofrecen en la isla son tradicionales, el viajero nunca recibirá fideos o arroz; siempre pescado del lago, quinua, habas, papas, habas y ocas. Dos días y una noche quizás sean insuficientes: la recomendación es extender la estadía por todo el tiempo que sea necesario para adentrarse en el complejo mundo de una comunidad que está ingresando a un mercado global en base a sus diferencias naturales y culturales.
OTRAS ACTIVIDADES
La peculiar naturaleza de Amantaní permite dos actividades únicas en el escenario de las islas del Titicaca. Una es la producción silvícola, dada por la presencia de eucaliptos, un bien muy preciado en una región donde escasea la madera. Por medio del trueque se intercambia madera por otros productos. Los trabajos en piedra también se comercian a través del trueque, y en general son piezas utilitarias como lavaderos, batanes, hornos o muebles para el hogar. Un problema que la comunidad ha comenzado a encarar es el de la eliminación de deshechos; los orgánicos son empleados para abono; sin embargo, la llegada del turismo ha traído gran cantidad de botellas plásticas, pilas y envolturas no biodegradables. Resolver este tema resulta vital para la sostenibilidad de todo proyecto productivo o de servicios, sano y con futuro.
Uros Khantati
La etnia uros habitó las islas flotantes del Titicaca y las riberas del río Desaguadero, que une a este lago con el Poopó, en Bolivia. Las actuales veinte islas que se diseminan en la bahía de Puno, son las más visitadas por los turistas. En realidad, el número de ellas no es fijo, lo que compone un tema de gran interés viajero, pues
los comuneros van construyendo islas –o abandonándolas– según los movimientos familiares y migratorios, y la demanda del turismo. En el sector de Khantati se dice que cuando hay algún problema familiar o vecinal, este se resuelve cortando la isla con machete en dos, y se acabó. Cada pequeña isla es habitada por un número variable de familias, que pueden ser entre cinco y diez. Actualmente las islas ocupadas y en uso son: Santa María, Tribuna, Tupiri, Paraíso, Kapi, Toranipata, Chumi, Titino, Negrote y Tinajero.
En la actualidad ya no hay descendientes puros de los uros originales, se dice que el último falleció hace unos cincuenta años. Los uros, un grupo distinto al de los aimaras y los quechuas, se originaron en tiempos preíncas, y todo parece indicar que provienen del sur, de ahí que su historia sea completamente distinta de la que explica la ocupación mayoritaria de Sudamérica; aunque también hay teorías antropológicas con interpretaciones distintas. Unas ligan la llegada de los uros con la gran onda migratoria que viene por el norte del continente; y otras establecen la relación entre los uros y la cultura Puquina.
El nombre original de la etnia era el de kotsuña, que significa “pueblo lago”. El nombre generalizado de uros podría haber derivado tras la primera ocupación migratoria que se afincó en las márgenes del lago Uro-Uro, que existía en el territorio actual de Bolivia, y formaba parte del gran conjunto lacustre anterior al que hoy vemos.
LENGUA URO
Ya no quedan hablantes de la antigua lengua uruquilla, la original de los uros. Tan complejo es el origen de esta lengua como el de la propia fuente de la etnia. El uruquilla parece estar relacionado con la lengua de los chipayas, que habitaron la provincia boliviana de Carangas, en Oruro. Según estudios especializados, en la década de 1930 subsistía un centenar de hablantes del uruquilla y habitaban las orillas del Desaguadero, uno de los asentamientos primigenios luego del desplazamiento de los uros ante la amenaza inca. Desde 1950 en adelante, los uros y sus descendientes mestizos, comenzaron a adoptar el quechua y principalmente, la lengua aimara. Ello, como parte de un proceso de hibridación cultural y social que sigue fluyendo en el presente, debido en gran parte al papel del turismo, pues no es de sorprender si el viajero encuentra en Uros a pobladores que hablan inglés.
Los incas, en tiempo de Pachacutec, intentaron dominar a estos hombres –de quienes se dice que tenían sangre negra– pero ellos pudieron liberarse y se trasladaron a las islas que vemos hoy en la bahía puneña y a las orillas del río Desagüadero. Los uros originales fueron mezclándose con aimaras y quechuas, aunque la principal influencia cultural venga de los primeros. Khantati es un grupo poblacional que desciende de estas complejas mezclas y es el depositario de la hibridación cultural en la que aún sobreviven rastros de la etnia original. Uno de estos elementos ancestrales es la forma de construir sus viviendas, íntegramente de totora unida con cuerdas a postes hundidos en el fondo del Titicaca. Comparten con otros grupos isleños la tradicional mecánica para construir y renovar las propias islas, que se basa en el mismo principio con que se levantan las viviendas. En esta peculiarísima base habitacional, las familias tienen, además de las construcciones domésticas, sus locales comunales, sus tiendas de abarrotes y su escuela. Y cuentan con energía eléctrica mediante paneles solares. Estos mismos sistemas tradicionales y modernos son la base del proyecto vivencial de Khantati, pensado precisamente para que el visitante integre lo ancestral con sus exigencias de comodidad. Las habitaciones para los viajeros son de totora pero cuentan con electricidad y un mobiliario elemental pero muy confortable.
Los isleños practican la pesca artesanal del carachi y el pejerrey, entre otras especies; muestran al visitante cómo es que mediante el secado al sol, guardan pescado para tiempos difíciles, según pautas muy antiguas de seguridad alimentaria.
La caza de aves silvestres fue una actividad común para la subsistencia, pues allí no hay agricultura posible. La construcción de islas, viviendas y balsas es una tarea masculina. Las mujeres por su lado, tejen con fibras de ovino y camélido, principalmente para el turismo.
El viajero puede quedarse a pasar varios días en Khantati, conviviendo con la población, saliendo a navegar y a pescar, degustando la comida de la zona, en medio de un paisaje bellísimo, aprendiendo a tejer con las señoras, descansando. Imagine vivir unos días en islas flotantes de totora, compartiendo actividades con una familia de origen
étnico muy remoto, aprendiendo de una cultura gestada en el mestizaje; todo ello en estrecha relación con la vida que da el lago Titicaca.
GRAN EXPERIENCIA VIAJERA
Dicen los habitantes de Uros que la totora es una planta enviada por los dioses, pues con ella se confeccionan las islas, las casas, la artesanía, y las balsas para la pesca y las excursiones turísticas. Esta planta se usa como combustible para las cocinas de barro, y da un especial sabor a los platos preparados sobre la base de papa, moraya, maíz y por supuesto, el pescado: carachi, uspi, trucha y pejerrey. Los tejidos y bordados son un gran tema en Khantati: domina en los mantos una iconografía que relata los mitos fundacionales de los Uros, así como la flora y fauna locales. Los textiles se venden allí y también se exportan. El visitante puede aprender esta técnica con las mujeres, ya que los varones trabajan el tejido utilitario con la totora.
Fuente: Experiencias exitosas. TURISMO RURAL comunitario en el Perú. Editado por MINCETUR, Edición general: Cecilia Raffo, Walter H. Wust
Amantaní
Los paquetes turísticos convencionales suelen hacer un full day en tres de las islas de Titicaca: Uros, Taquile y Amantaní; la navegación entre las dos últimas toma unos cuarenta minutos. La desventaja de este recorrido es que no da el tiempo suficiente como para que el viajero profundice en la diferencia entre los tres emprendimientos.
Amantaní tiene rasgos propios sumamente interesantes que ameritan quedarse al menos dos días y una noche, hospedándose en alguna casa familiar.
Ubicada a 3.817 msnm, Amantaní tiene una extensión de 9 km2, y su naturaleza es más diversa que en las otras islas: muestra presencia de plantas arbustivas como la cantuta, la muña, la tola, entre otras. Cuenta con varios manantiales permanentes, lo que permite el desarrollo de agricultura de riego. Además, en sus riberas el clima es templado, y crea un hábitat apto para cultivos combinados. Son ocho las comunidades de Amantaní dedicadas a la agricultura, la pesca de autoconsumo, la artesanía y el turismo: Pueblo, Santa Rosa, Lampayuni, Sancayuni, Occosuyo, Incatiana, Villa Orenojón y Colqui Chaqui.
El proyecto turístico de Amantaní surge posteriormente al de Taquile, por tanto, aprende de este sus aciertos. Uno de ellos ha consistido en mantener sólido el vínculo comunitario en la gestión y prestación de servicios, gracias a lo cual la experiencia de convivencia con las familias resulta sosegada y ordenada. La isla cuenta con atractivos naturales que están dados por el paisaje lacustre y las elevaciones en tierra, que se acercan a los 4.200 msnm (monte Llacastiti). En el territorio hay también buenas muestras arqueológicas, y como siempre, una cultura viva intensa; prueba de ello es la posibilidad que tiene el viajero de hacer contacto con algún yatiri, que es como se llama al chamán en lengua aimara.
La población de Amantaní suma unas 4.000 personas organizadas en 800 familias, repartidas en las ocho comunidades. El turismo es un recurso que se maneja en base a la propiedad comunal, que controla el sistema de transporte en lanchas y botes, los hospedajes, la alimentación y en parte, la artesanía, que está compuesta por tejidos (de similar calidad a los taquileños), el tallado en piedra (proveniente del Llacastiti), algo de destilería y la peletería. Esta última actividad, que toma el insumo de la alpaca, es la que sigue uniendo a los naturales de la isla aún cuando hayan migrado a distintos puntos del país.
El proceso del emprendimiento de Amantaní es muy interesante, y surge cuando a fines de la década de 1970, el gobierno de entonces desarrolló programas de promoción artesanal. A estos se suman las iniciativas para recuperar los restos precolombinos, sobre todo los dos templos situados en las partes altas y que corresponden posiblemente a las culturas Pucará o Tiahuanaco, y que actualmente se denominan Pachamama y Pachachata. Poco a poco, con la llegada de los primeros grupos de viajeros, se fue estableciendo el sistema comunal de hospedaje y alimentación, mientras se consolidaba la feria artesanal, en la temporada alta europea (julio-agosto). También se rescató la tradicional fiesta de San Sebastián, que se celebra a inicios del año.
La estadía del viajero en Amantaní le abre la oportunidad de conocer todos estos rescates culturales, guiado por los lugareños, quienes dan la información desde el fondo de sus propias experiencias. La totalidad de los varones de la isla son bilingües, mientras que las mujeres que hablan el castellano están en menor proporción. Como sucede en Taquile, el textil tradicional de aquí es una verdadera maravilla, que se puede reconocer en sus distintas etapas de producción. Llevarse una pieza tejida de Amantaní será una manera de perpetuar la experiencia obtenida en el viaje, y la oportunidad de contar con la expresión de un tesoro ancestral. Los alimentos que se ofrecen en la isla son tradicionales, el viajero nunca recibirá fideos o arroz; siempre pescado del lago, quinua, habas, papas, habas y ocas. Dos días y una noche quizás sean insuficientes: la recomendación es extender la estadía por todo el tiempo que sea necesario para adentrarse en el complejo mundo de una comunidad que está ingresando a un mercado global en base a sus diferencias naturales y culturales.
OTRAS ACTIVIDADES
La peculiar naturaleza de Amantaní permite dos actividades únicas en el escenario de las islas del Titicaca. Una es la producción silvícola, dada por la presencia de eucaliptos, un bien muy preciado en una región donde escasea la madera. Por medio del trueque se intercambia madera por otros productos. Los trabajos en piedra también se comercian a través del trueque, y en general son piezas utilitarias como lavaderos, batanes, hornos o muebles para el hogar. Un problema que la comunidad ha comenzado a encarar es el de la eliminación de deshechos; los orgánicos son empleados para abono; sin embargo, la llegada del turismo ha traído gran cantidad de botellas plásticas, pilas y envolturas no biodegradables. Resolver este tema resulta vital para la sostenibilidad de todo proyecto productivo o de servicios, sano y con futuro.
Uros Khantati
La etnia uros habitó las islas flotantes del Titicaca y las riberas del río Desaguadero, que une a este lago con el Poopó, en Bolivia. Las actuales veinte islas que se diseminan en la bahía de Puno, son las más visitadas por los turistas. En realidad, el número de ellas no es fijo, lo que compone un tema de gran interés viajero, pues
los comuneros van construyendo islas –o abandonándolas– según los movimientos familiares y migratorios, y la demanda del turismo. En el sector de Khantati se dice que cuando hay algún problema familiar o vecinal, este se resuelve cortando la isla con machete en dos, y se acabó. Cada pequeña isla es habitada por un número variable de familias, que pueden ser entre cinco y diez. Actualmente las islas ocupadas y en uso son: Santa María, Tribuna, Tupiri, Paraíso, Kapi, Toranipata, Chumi, Titino, Negrote y Tinajero.
En la actualidad ya no hay descendientes puros de los uros originales, se dice que el último falleció hace unos cincuenta años. Los uros, un grupo distinto al de los aimaras y los quechuas, se originaron en tiempos preíncas, y todo parece indicar que provienen del sur, de ahí que su historia sea completamente distinta de la que explica la ocupación mayoritaria de Sudamérica; aunque también hay teorías antropológicas con interpretaciones distintas. Unas ligan la llegada de los uros con la gran onda migratoria que viene por el norte del continente; y otras establecen la relación entre los uros y la cultura Puquina.
El nombre original de la etnia era el de kotsuña, que significa “pueblo lago”. El nombre generalizado de uros podría haber derivado tras la primera ocupación migratoria que se afincó en las márgenes del lago Uro-Uro, que existía en el territorio actual de Bolivia, y formaba parte del gran conjunto lacustre anterior al que hoy vemos.
LENGUA URO
Ya no quedan hablantes de la antigua lengua uruquilla, la original de los uros. Tan complejo es el origen de esta lengua como el de la propia fuente de la etnia. El uruquilla parece estar relacionado con la lengua de los chipayas, que habitaron la provincia boliviana de Carangas, en Oruro. Según estudios especializados, en la década de 1930 subsistía un centenar de hablantes del uruquilla y habitaban las orillas del Desaguadero, uno de los asentamientos primigenios luego del desplazamiento de los uros ante la amenaza inca. Desde 1950 en adelante, los uros y sus descendientes mestizos, comenzaron a adoptar el quechua y principalmente, la lengua aimara. Ello, como parte de un proceso de hibridación cultural y social que sigue fluyendo en el presente, debido en gran parte al papel del turismo, pues no es de sorprender si el viajero encuentra en Uros a pobladores que hablan inglés.
Los incas, en tiempo de Pachacutec, intentaron dominar a estos hombres –de quienes se dice que tenían sangre negra– pero ellos pudieron liberarse y se trasladaron a las islas que vemos hoy en la bahía puneña y a las orillas del río Desagüadero. Los uros originales fueron mezclándose con aimaras y quechuas, aunque la principal influencia cultural venga de los primeros. Khantati es un grupo poblacional que desciende de estas complejas mezclas y es el depositario de la hibridación cultural en la que aún sobreviven rastros de la etnia original. Uno de estos elementos ancestrales es la forma de construir sus viviendas, íntegramente de totora unida con cuerdas a postes hundidos en el fondo del Titicaca. Comparten con otros grupos isleños la tradicional mecánica para construir y renovar las propias islas, que se basa en el mismo principio con que se levantan las viviendas. En esta peculiarísima base habitacional, las familias tienen, además de las construcciones domésticas, sus locales comunales, sus tiendas de abarrotes y su escuela. Y cuentan con energía eléctrica mediante paneles solares. Estos mismos sistemas tradicionales y modernos son la base del proyecto vivencial de Khantati, pensado precisamente para que el visitante integre lo ancestral con sus exigencias de comodidad. Las habitaciones para los viajeros son de totora pero cuentan con electricidad y un mobiliario elemental pero muy confortable.
Los isleños practican la pesca artesanal del carachi y el pejerrey, entre otras especies; muestran al visitante cómo es que mediante el secado al sol, guardan pescado para tiempos difíciles, según pautas muy antiguas de seguridad alimentaria.
La caza de aves silvestres fue una actividad común para la subsistencia, pues allí no hay agricultura posible. La construcción de islas, viviendas y balsas es una tarea masculina. Las mujeres por su lado, tejen con fibras de ovino y camélido, principalmente para el turismo.
El viajero puede quedarse a pasar varios días en Khantati, conviviendo con la población, saliendo a navegar y a pescar, degustando la comida de la zona, en medio de un paisaje bellísimo, aprendiendo a tejer con las señoras, descansando. Imagine vivir unos días en islas flotantes de totora, compartiendo actividades con una familia de origen
étnico muy remoto, aprendiendo de una cultura gestada en el mestizaje; todo ello en estrecha relación con la vida que da el lago Titicaca.
GRAN EXPERIENCIA VIAJERA
Dicen los habitantes de Uros que la totora es una planta enviada por los dioses, pues con ella se confeccionan las islas, las casas, la artesanía, y las balsas para la pesca y las excursiones turísticas. Esta planta se usa como combustible para las cocinas de barro, y da un especial sabor a los platos preparados sobre la base de papa, moraya, maíz y por supuesto, el pescado: carachi, uspi, trucha y pejerrey. Los tejidos y bordados son un gran tema en Khantati: domina en los mantos una iconografía que relata los mitos fundacionales de los Uros, así como la flora y fauna locales. Los textiles se venden allí y también se exportan. El visitante puede aprender esta técnica con las mujeres, ya que los varones trabajan el tejido utilitario con la totora.
Fuente: Experiencias exitosas. TURISMO RURAL comunitario en el Perú. Editado por MINCETUR, Edición general: Cecilia Raffo, Walter H. Wust
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2 comentarios:
en el peru tenemos una gran variedad de recursos turísticos muy bellos, estaremos orgullosos re felices de compartirlo con ustedes.
……….
http://simplementeleymebamba.blogspot.com ……….los esperamos
Conocí la isla Taquile en el último viaje que realicé a Puno, fue realmente muy bonito. De hecho, como estuve hospedada en el Hotel Libertador Lago Titicaca ubicado en otra de las hermosas islas del lago, me fue bastante cercano el acceso. En realidad, no puedo dejar de mencionar que vi unos amaneceres impactantes y unas puestas de sol, aún más lindas, y es que este hotel se encuentra localizado en una inmejorable zona, además de contar con un personal muy cálido y servicial. Les dejo su link: http://www.libertador.com.pe/es/2/1/6/hotel-puno
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