La cruz andina
Los pueblos indígenas de los Andes conocieron la figura y el símbolo de la cruz ya antes de la llegada de los primeros misioneros. La Cruz del Sur, llamada chakana por quechuas y aimaras, siempre ha sido un signo muy importante dentro de la cosmovisión andina.
La cruz andina tiene una simetría horizontal y vertical, de tal manera que representa el equilibrio cósmico en dos direcciones: de arriba hacia abajo el equilibrio de la correspondencia, y de izquierda hacia la derecha el equilibrio de complementariedad. Juntos reflejan el principio básico de la sabiduría andina: el principio de relacionalidad.
La cruz andina relaciona como chakana o puente cósmico los diferentes niveles y aspectos de la realidad, y es por ende el símbolo eminente para lo divino. El vacío en el medio representa este misterio de la chakana universal que tiende puentes entre lo humano y lo divino, entro lo vivo e inerte, entre lo femenino y lo masculino, entre pasado y futuro. Joan de Santa Cruz Pachacuti Salacamaygua, un cronista de principios del siglo XVII, representó esta cruz cósmica como “huevo” cósmico, origen y potencia de todo lo que existe.
En los Andes, las cruces, de color verde y sin corpus, marcan las puntas de los cerros más elevados. Estos lugares topográficos manifiestan una doble función.
Por un lado, siguen siendo los lugares sagrados de los achachilas o apus, es decir: de los espíritus tutelares que protegen a los pueblos y que encarnan la presencia de los antepasados, en especial al ancestro mítico fundador del pueblo o de la aldea. Los nombres de apu o achachila se han convertido en nombres honoríficos para Jesús; en quechua, es usual decir Apu Jesús o Apu Taytayku (nuestro Padre Dios). En aimara, se distingue más claramente entre los achachilas (espíritus tutelares) y Tata Dios o Tata Jesús.
Por otro lado, los cerros con sus puntas son chakanas eminentes, es decir: puntos de transición o puentes cósmicos entre el mundo de la vida cotidiana, llamada kay o aka pacha (este estrato cósmico) y el mundo de arriba, llamado hanaq o alax pacha. Con el símbolo visible de la cruz, la función de chakana se potencia en cierto sentido: tanto las puntas de las montañas como la cruz son chakanas muy poderosas y eficaces, y en conjunto, tienen un poder inmenso.
En este caso, se trata de una convergencia de dos universos religiosos y de una herencia de la estrategia de los primeros misioneros de ocupar los lugares prehispánicos sagrados (las wak’a) por símbolos y construcciones cristianas. El ejemplo más famoso de tal superposición religiosa e ideológica es el qorikancha o Templo del Sol (santuario principal de los Inkas) en Cusco, sobre cuyos cimientos fue construido el templo católico de la Iglesia de Santo Domingo.
En el caso de los cerros y demás wak’as, las cruces venían ocupando los lugares sagrados de los apus o achachilas; muchos santuarios católicos andinos (Copacabana, Qollur Rit’i, Urkupiña etc.) eran en tiempos prehispánicos importantes wak’as o lugares sagrados.
En la religiosidad popular andina, la Cruz (llamada también la “Santísima Cruz”) no necesariamente se refiere a Jesucristo, sino es considerada un Santo particular. La Fiesta de la Cruz, que empieza el 3 de mayo con la “bajada” de la cruz desde los cerros y culmina en Pentecostés con la “subida”, sigue a grandes rasgos la coreografía de la procesión de cualquier Santo, y obedece además a la lógica de los Apus y Achachilas. La Cruz es considerada el “Santo protector” del pueblo (que no coincide con el patrono) que vigila desde el cerro más cercano durante once meses.
La Fiesta de la Cruz tiene como finalidad asegurarse de esta función protectora, acercando al Apu Taytayku al pueblo mismo, para que “viva” un cierto tiempo (entre bajada y subida) entre nosotros (es decir: en la plaza principal del pueblo en el templo). Pero su morada principal es la punta del cerro, debido a la función de chakana imprescindible.
En la Fiesta de la Cruz, la referencia a la pasión de Jesús no juega ningún papel. La cruz es considerada símbolo de vida (por eso el color verde) y de la relación entre lo humano y lo divino. La cruz no lleva corpus (a lo mejor pinturas estilizadas del rostro, de las manos y de los pies), pero es adornada y “vestida” de ropa y flores.
Otra presencia de la Cruz se da con Viernes Santo, como memoria del “Señor sufriente”. La cruz encarna todo el dolor y sufrimiento del pueblo que se “deposita” literalmente en la madera, mediante lágrimas, besos, abrazos y sollozos. Si la cruz misma no tiene corpus, se coloca una figura de Jesús agonizante y sangrando a su cabecera. En eso, infieren diferentes cristofanías, tal como el Señor de la Columna o el Señor de la Agonía que –igual que la cruz en general- ocupan y ejercen las funciones de Santos particulares.
Llama la atención que las representaciones andinas de la pasión y del sufrimiento de Jesús destacan por su intensidad del sufrimiento y de la agonía. Es un símbolo de identificación del sufrimiento del pueblo, de su exclusión y opresión con el Señor agonizante y sufriente. Muchos observadores de la religiosidad popular andina no entienden el lugar trascendental de Viernes Santo y su preeminencia respecto a Pascua de Resurrección. No se trata de un aspecto masoquista o inclusive necrófila de los pueblos originarios que se plasma de forma visible en los rituales de Viernes Santo. Tal como las cruces en las puntas de los cerros son símbolos de vida y esperanza, la cruz de Viernes Santo también lo es.
Viernes Santo y Pascua de Resurrección son dos aspectos complementarios de una sola realidad, la dialéctica intrínseca de vida y muerte. En las Via Crucis de Viernes Santo, normalmente se incluye como XVª estación la Resurrección. Para los creyentes andinos, Viernes Santo es más signo de esperanza que de muerte. Es cierto que la pachamama está de luto en estos días de Semana Santa, porque llora por la suerte de su “pareja” Jesús; por eso, es “intocable” en estos días. Pero por otro lado, la Semana Santa es un periodo de mucha esperanza, de la conversión de sufrimiento y muerte en alegría y pena, de esterilidad en fertilidad.
¿Qué podemos sacar teológicamente de las prácticas, creencias y rituales en torno a la cruz en los Andes? En primer lugar, el símbolo de la cruz es un símbolo panandino que va mucho más allá del significado específicamente cristiano. Es la forma visible de una chakana cósmica, de un puente sagrado, de la mediación entre estratos y aspectos de la realidad que estuvieran desarticulados. Por lo tanto, la cruz contribuye al mantenimiento y a la conservación del equilibrio cómico universal.
La cruz andina tiene una simetría horizontal y vertical, de tal manera que representa el equilibrio cósmico en dos direcciones: de arriba hacia abajo el equilibrio de la correspondencia, y de izquierda hacia la derecha el equilibrio de complementariedad. Juntos reflejan el principio básico de la sabiduría andina: el principio de relacionalidad.
La cruz andina relaciona como chakana o puente cósmico los diferentes niveles y aspectos de la realidad, y es por ende el símbolo eminente para lo divino. El vacío en el medio representa este misterio de la chakana universal que tiende puentes entre lo humano y lo divino, entro lo vivo e inerte, entre lo femenino y lo masculino, entre pasado y futuro. Joan de Santa Cruz Pachacuti Salacamaygua, un cronista de principios del siglo XVII, representó esta cruz cósmica como “huevo” cósmico, origen y potencia de todo lo que existe.
En los Andes, las cruces, de color verde y sin corpus, marcan las puntas de los cerros más elevados. Estos lugares topográficos manifiestan una doble función.
Por un lado, siguen siendo los lugares sagrados de los achachilas o apus, es decir: de los espíritus tutelares que protegen a los pueblos y que encarnan la presencia de los antepasados, en especial al ancestro mítico fundador del pueblo o de la aldea. Los nombres de apu o achachila se han convertido en nombres honoríficos para Jesús; en quechua, es usual decir Apu Jesús o Apu Taytayku (nuestro Padre Dios). En aimara, se distingue más claramente entre los achachilas (espíritus tutelares) y Tata Dios o Tata Jesús.
Por otro lado, los cerros con sus puntas son chakanas eminentes, es decir: puntos de transición o puentes cósmicos entre el mundo de la vida cotidiana, llamada kay o aka pacha (este estrato cósmico) y el mundo de arriba, llamado hanaq o alax pacha. Con el símbolo visible de la cruz, la función de chakana se potencia en cierto sentido: tanto las puntas de las montañas como la cruz son chakanas muy poderosas y eficaces, y en conjunto, tienen un poder inmenso.
En este caso, se trata de una convergencia de dos universos religiosos y de una herencia de la estrategia de los primeros misioneros de ocupar los lugares prehispánicos sagrados (las wak’a) por símbolos y construcciones cristianas. El ejemplo más famoso de tal superposición religiosa e ideológica es el qorikancha o Templo del Sol (santuario principal de los Inkas) en Cusco, sobre cuyos cimientos fue construido el templo católico de la Iglesia de Santo Domingo.
En el caso de los cerros y demás wak’as, las cruces venían ocupando los lugares sagrados de los apus o achachilas; muchos santuarios católicos andinos (Copacabana, Qollur Rit’i, Urkupiña etc.) eran en tiempos prehispánicos importantes wak’as o lugares sagrados.
En la religiosidad popular andina, la Cruz (llamada también la “Santísima Cruz”) no necesariamente se refiere a Jesucristo, sino es considerada un Santo particular. La Fiesta de la Cruz, que empieza el 3 de mayo con la “bajada” de la cruz desde los cerros y culmina en Pentecostés con la “subida”, sigue a grandes rasgos la coreografía de la procesión de cualquier Santo, y obedece además a la lógica de los Apus y Achachilas. La Cruz es considerada el “Santo protector” del pueblo (que no coincide con el patrono) que vigila desde el cerro más cercano durante once meses.
La Fiesta de la Cruz tiene como finalidad asegurarse de esta función protectora, acercando al Apu Taytayku al pueblo mismo, para que “viva” un cierto tiempo (entre bajada y subida) entre nosotros (es decir: en la plaza principal del pueblo en el templo). Pero su morada principal es la punta del cerro, debido a la función de chakana imprescindible.
En la Fiesta de la Cruz, la referencia a la pasión de Jesús no juega ningún papel. La cruz es considerada símbolo de vida (por eso el color verde) y de la relación entre lo humano y lo divino. La cruz no lleva corpus (a lo mejor pinturas estilizadas del rostro, de las manos y de los pies), pero es adornada y “vestida” de ropa y flores.
Otra presencia de la Cruz se da con Viernes Santo, como memoria del “Señor sufriente”. La cruz encarna todo el dolor y sufrimiento del pueblo que se “deposita” literalmente en la madera, mediante lágrimas, besos, abrazos y sollozos. Si la cruz misma no tiene corpus, se coloca una figura de Jesús agonizante y sangrando a su cabecera. En eso, infieren diferentes cristofanías, tal como el Señor de la Columna o el Señor de la Agonía que –igual que la cruz en general- ocupan y ejercen las funciones de Santos particulares.
Llama la atención que las representaciones andinas de la pasión y del sufrimiento de Jesús destacan por su intensidad del sufrimiento y de la agonía. Es un símbolo de identificación del sufrimiento del pueblo, de su exclusión y opresión con el Señor agonizante y sufriente. Muchos observadores de la religiosidad popular andina no entienden el lugar trascendental de Viernes Santo y su preeminencia respecto a Pascua de Resurrección. No se trata de un aspecto masoquista o inclusive necrófila de los pueblos originarios que se plasma de forma visible en los rituales de Viernes Santo. Tal como las cruces en las puntas de los cerros son símbolos de vida y esperanza, la cruz de Viernes Santo también lo es.
Viernes Santo y Pascua de Resurrección son dos aspectos complementarios de una sola realidad, la dialéctica intrínseca de vida y muerte. En las Via Crucis de Viernes Santo, normalmente se incluye como XVª estación la Resurrección. Para los creyentes andinos, Viernes Santo es más signo de esperanza que de muerte. Es cierto que la pachamama está de luto en estos días de Semana Santa, porque llora por la suerte de su “pareja” Jesús; por eso, es “intocable” en estos días. Pero por otro lado, la Semana Santa es un periodo de mucha esperanza, de la conversión de sufrimiento y muerte en alegría y pena, de esterilidad en fertilidad.
¿Qué podemos sacar teológicamente de las prácticas, creencias y rituales en torno a la cruz en los Andes? En primer lugar, el símbolo de la cruz es un símbolo panandino que va mucho más allá del significado específicamente cristiano. Es la forma visible de una chakana cósmica, de un puente sagrado, de la mediación entre estratos y aspectos de la realidad que estuvieran desarticulados. Por lo tanto, la cruz contribuye al mantenimiento y a la conservación del equilibrio cómico universal.
La cruz como chakana universal, representada en un sinnúmero de cruces en las puntas de los cerros, simboliza de esta manera uno de los theologumena más importantes de la fe cristiana: Dios se hace ser humano. Cielo y tierra ya no están totalmente separados, lo humano y lo divino se tocan y comulgan. La cruz encarna este “puente” y simboliza de esta manera lo más hondo del dogma cristológico: la
integración de mundos separados, la anticipación de una “reconciliación” cósmica entre lo que quedó dividido y desarticulado.
Por otro lado, los pueblos andinos han incorporado muy poco de lo que históricamente significaba la cruz, inclusive de la vida y muerte de Jesús. Tal como en el caso de los Santos como intermediarios, no se conoce sus vidas y la hagiografía, igualmente en el caso de Jesucristo, lo más importante no es su prédica, su suerte bajo el régimen romano, su pertenencia a la comunidad judía, o su disidencia doctrinal. Lo que importa es su “función” y su lugar topológico, o mejor dicho: teológico. En este sentido, la cristología andina, inclusive en su aspecto soteriológico y harmatológico, se acerca mucho más a una cristología cósmica joánica (de Juan) que a una cristología “desde abajo” de los sinópticos.
Paulo Coelho hace recordar en su novela “El Zahir” que con la cruz ocurrió lo mismo que con muchos otros acontecimientos horribles. “Recuerdo –dice- haber leído en Cicerón que era un ‘castigo abominable’, que provocaba sufrimientos horribles antes de que llegase la muerte. Y, sin embargo, hoy en día la gente la lleva en el pecho, la cuelga en la pared de la habitación, la identifica con un símbolo religioso; han olvidado que es un instrumento de tortura.”
Es cierto que las y los andinos prácticamente desconocen el trasfondo histórico y político de este símbolo. Sin embargo, se identifican también -aunque de forma más bien inconsciente- con el mensaje político y ético: la injusticia, la humillación, el sufrimiento, la opresión, la exclusión. La Buena Nueva ha llegado a Abya Yala con Cruz y Espada, originariamente dos instrumentos de agresión y maltrato. La complementariedad simbólica y religiosa entre la cruz cristiana y la chakana andina han hecho posible que este símbolo central de la nueva fe no fue identificado en primer lugar con un instrumento de tortura y un instrumento de subyugación –aunque en verdad muchas veces fue usado en este sentido- sino como símbolo de reconciliación cósmica y de vida plena.
integración de mundos separados, la anticipación de una “reconciliación” cósmica entre lo que quedó dividido y desarticulado.
Por otro lado, los pueblos andinos han incorporado muy poco de lo que históricamente significaba la cruz, inclusive de la vida y muerte de Jesús. Tal como en el caso de los Santos como intermediarios, no se conoce sus vidas y la hagiografía, igualmente en el caso de Jesucristo, lo más importante no es su prédica, su suerte bajo el régimen romano, su pertenencia a la comunidad judía, o su disidencia doctrinal. Lo que importa es su “función” y su lugar topológico, o mejor dicho: teológico. En este sentido, la cristología andina, inclusive en su aspecto soteriológico y harmatológico, se acerca mucho más a una cristología cósmica joánica (de Juan) que a una cristología “desde abajo” de los sinópticos.
Paulo Coelho hace recordar en su novela “El Zahir” que con la cruz ocurrió lo mismo que con muchos otros acontecimientos horribles. “Recuerdo –dice- haber leído en Cicerón que era un ‘castigo abominable’, que provocaba sufrimientos horribles antes de que llegase la muerte. Y, sin embargo, hoy en día la gente la lleva en el pecho, la cuelga en la pared de la habitación, la identifica con un símbolo religioso; han olvidado que es un instrumento de tortura.”
Es cierto que las y los andinos prácticamente desconocen el trasfondo histórico y político de este símbolo. Sin embargo, se identifican también -aunque de forma más bien inconsciente- con el mensaje político y ético: la injusticia, la humillación, el sufrimiento, la opresión, la exclusión. La Buena Nueva ha llegado a Abya Yala con Cruz y Espada, originariamente dos instrumentos de agresión y maltrato. La complementariedad simbólica y religiosa entre la cruz cristiana y la chakana andina han hecho posible que este símbolo central de la nueva fe no fue identificado en primer lugar con un instrumento de tortura y un instrumento de subyugación –aunque en verdad muchas veces fue usado en este sentido- sino como símbolo de reconciliación cósmica y de vida plena.
Fuente: Las cruces verdes en las puntas de los cerros. Gracia y Cruz en la dinámica de la esperanza de los pueblos originarios andinos. José Estermann, ISEAT – La Paz – Bolivia. CETELA: Encuentro Regional de Cochabamba, 15 – 18 de noviembre de 2005.
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