El ejército peruano y su apertura hacia los sectores populares
Aunque los primeros cuerpos del ejército peruano, los “Granaderos a caballo” y el “ Batallón leales del Perú”, se crearon en 1821, el ejército considera el 9 de diciembre de 1824 como la fecha de su fundación institucional.
Ese día se llevó a cabo la batalla de Ayacucho, en donde el ejército patriota, liderado por Antonio José de Sucre, derrotó al ejército re alista.
A raíz de esta batalla se produjo el retiro definitivo de las tropas españolas del Perú. Por ello, los militares asocian el nacimiento del ejército peruano con el evento que selló la independencia de la república. Es decir, consideran a su institución como la forjadora de la patria libre y soberana y por ello sienten que tienen una responsabilidad para con ella. Esta manera de considerar al ejército no es, por cierto, un discurso nuevo sino que se remonta hasta los primeros años de vida republicana, durante la Confederac-ión Perú-Boliviana y el gobierno del Mariscal Santa Cruz. Cristóbal Aljovín (2005:113) sostiene que fue precisamente la Confederación la que creó la imagen pública que sugería que el jefe del ejército y sus oficiales y soldados eran los fundadores de una institución política pacífica.
Por otro lado, parte importante del mito fundacional del ejército es la noción de continuidad entre presente y pasado, y de que la corporación de oficiales forma parte de una institución que perdura y se mantiene a lo largo del tiempo. Esto tiene mucho valor en un país como el Perú en que las instituciones estatales están en constante crisis y en donde el horizonte de continuidad no solo en la conducción de políticas públicas sino en la misma naturaleza del tipo de gobierno suelen p resentar mucha incertidumbre para la población. Aunque periódicamente se produce el relevo generacional al interior del ejército, lo cierto es que dentro de esta institución existe un sentido colectivo que va más allá de los individuos y que se nutre de marcos normativos, rituales, tradiciones y conmemoraciones, así como de la alusión constante a figuras heroicas ideales que trazan la línea de carrera del oficial. En este contexto, recurrir a un pasado glorioso asociado con la imagen de los incas permite al ejército revestirse de legitimidad y tradición.
Cuando se revisa la información contenida en los sitios web de los institutos castrenses peruanos, se observa las diferentes maneras en que estas instituciones se auto representan.
Así, cuando la Marina se refiere al periodo prehispánico del Perú, la información que brinda se refiere a la relación existente entre el mar y los antiguos pobladores del Perú y menciona el tipo de embarcaciones empleadas en el mundo andino antes de la conquista española: los caballitos de totora (embarcaciones hechas a base de juncos) y las balsas de palos3.
En cambio, en la página web del ejército, la información sobre el mismo periodo, resalta el carácter bélico del ejército y su importancia como aparato de defensa de los estados pre h i spánicos.
En la reseña histórica institucional se lee lo siguiente: “Como se sabe, la existencia de una civilización implica necesariamente una organización política, social y económica y la aparición del Estado, y por ende la necesidad de un ejército para sostenerlo y defenderlo” 4. Esta suerte de nostalgia por lo incaico, lo prehispánico, que se percibe en las imágenes y los discursos del ejército de hoy es consecuencia del gobierno del general Velasco.
El último gobierno militar del Perú estuvo en el poder de 1968 a 1980.5 La primera etapa del autodenominado Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada fue de 1968 a 1975 y estuvo liderada por el general Juan Velasco Alvarado. La segunda fase, de 1975 a 1980, fue conducida por el general Francisco Morales Be r m ú d ez. Durante su primera etapa, el gobierno revolucionario de la Fuerza Armada percibió a la oligarquía como el enemigo del país y el ente que impedía su desarrollo.
Por ello, llevó a cabo una serie de reformas referentes a la propiedad de recursos productivos como yacimientos mineros que fueron traspasados al Estado, diseñó una política de sustitución de importaciones y puso en marcha una reforma agraria radical que implicaba la expropiación de latifundios de la sierra y costa del país. A pesar del poco éxito en términos económicos de las políticas llevadas a cabo por los militares, uno de los eventos más importantes de esta primera fase del Gobierno Re volucionario fue el discurso inclusivo que los militares desarrollaron con respecto a las poblaciones excluidas del país: los indios. Es sintomático que uno de los hechos más significativos haya sido el cambio de denominación de “indio” a “campesino”.
Así, la celebración del 24 de junio, que solía ser el Día del Indio, paso a llamarse Día del Campesino. Contreras y Cueto (2000:316) señalan que la reforma agraria modificó la composición de las clases altas y las bases agrarias de su poder, ellos agregan que el dinero empezó a primar como el principal factor de ingreso a estas clases y que debido a este hecho, se atenuó el racismo, que hasta ese momento había sido uno de los principales factores de exclusión para la pertenencia a las clases más privilegiadas de la sociedad peruana.
Por otro lado, Guillermo Nu g e n t (1992:86) sostiene que el Velasquismo significó para los sectores conservadores del Perú una experiencia traumática pues supuso el primer intento serio por cuestionar una cultura oficial y un orden social basados en el desprecio hacia las poblaciones más pobres y andinas.6 Lo cierto es que la primera fase del Gobierno Re volucionario de la Fuerza Armada implicó una ruptura de los militares a nivel de discurso y práctica con el pasado oligárquico de la clase política peruana.
El perfil social del general Velasco y de otros oficiales que formaban parte de la Junta de Gobierno fue un aspecto que influyó en el discurso antioligárquico del gobierno militar.
Velasco era costeño, del departamento de Piura, pero provenía de una familia bastante humilde; hizo el servicio militar y después ingresó a la Escuela Militar de Chorrillos.
Dirk Kruijt señala que de los 14 oficiales que tomaron parte en el golpe de 1968 (3 generales y 11 coroneles), la mayor parte tenía orígenes humildes. Así, los generales provenían de sectores medios altos y altos, pero todos los coroneles menos 1 provenían de familias de modesta condición económica o de familias campesinas del interior del país. Kruijt (1989: 77) agrega que un número sorprendente de ellos había servido primero como soldado raso para procurar la subsistencia de la familia, luego fueron recorriendo un lento camino por los grados de cabo primero, sargento segundo y sargento primero hasta llegar a la escuela de oficiales, la Escuela Militar de Chorrillos. La extracción social de estos oficiales era distinta a la de los oficiales de la Marina y la Fuerza Aérea. La Marina, en particular, siempre se caracterizó por contar con una oficialidad proveniente de los sectores más acomodados del país. Para Juan Martín (2002:103), las diferencias de extracción social habrían sido un factor no sólo de autonomía de la minoría militar respecto de los compromisos de la oligarquía, sino también
de “autolegitimación e identificación con las mayorías populares.
Más aún, el gobierno militar tuvo una retórica nacionalista que apeló constantemente a la historia y que se puso de manifiesto en imágenes asociadas a lo andino. En opinión de Juan Martín, el nacionalismo del gobierno militar más que un discurso redentorista de grupos étnicos ancestralmente dominados, lo que buscó fueron elementos de integración y diferenciación con el pasado oligárquico en tradiciones culturales que se tenían por autóctonas. En ese contexto, agrega Juan Martín (2002:163), las referencias andinas e indias, “dejaban de ser, con la reforma agraria y todo su proceso de aplicación, exclusivas de una diferencia étnica para transformarse en valores nacionales, en imágenes de toda la nación para un país que estaba dejando de ser mayoritariamente rural en favor de la vida en las ciudades”. De esta manera, el Perú de esos años fue testigo de un cambio en el discurso iconográfico estatal que dio gran énfasis a lo andino como expresión de lo nacional. Como señala Carlos Iván Degregori (1995:313), la imagen de Túpac Amaru, el curaca líder de la gran revuelta indígena de 1780, fue “rescatada” y se convirtió en el símbolo de la reforma agraria.
Además del curaca, otros personajes andinos o mestizos fueron empleados en diferentes emblemas o instituciones estatales. De esta manera, las imágenes del inca Pachacutec y del escritor mestizo Garcilazo de la Vega se plasmaron en billetes y monedas de circulación nacional y una severa máscara de la cultura Chimú, famosa por sus sofisticados trabajos en metales, fue el logotipo de Petro Perú, la flamante nueva empresa estatal encargada de la extracción del nacionalizado petróleo (Sánchez 2005).
Es precisamente en medio de este ambiente nacionalista y de gran interés por las imágenes de lo andino que se crea el himno del ejército.
El himno, compuesto en 1973, es uno de los textos que sintetiza mejor la retórica institucional
del ejército peruano acerca de su rol en la creación del estado nacional y de su legitimidad como institución tutelar masculina que se nutre de una tradición histórica que viene desde el pasado prehispánico.7
Coro
El ejército unido a la historia
por fecunda y viril tradición
se corona con lauros de gloria
al forjar una libre nación
Estrofa I
Evocando un pasado glorioso
del incario su antiguo esplendor
Ayacucho, Junín, Dos de Mayo8
libertad conquistó con valor […]
Estrofa II
Las fronteras altivo defiende
cual guardián del honor nacional
de su pueblo recibe las armas
y es bastión de justicia social […]
Llama la atención que en esta narrativa donde se menciona a los incas y a las batallas de independencia, el ejército no haga mayor alusión a la época de la colonia. Esta forma de narrar la historia del Perú, en la que el presente es depositario de un pasado incaico no es nueva. Por el contrario, es un elemento fundamental del discurso criollo de inicios de la república. María Isabel Remy (1995) sostiene que en la retórica de las élites políticas del siglo XIX, la independencia rompía con el pasado pero además establecía una continuidad con aquello que la conquista española había quebrado: el imperio incaico. Cecilia Méndez (1995) agrega que además de la exaltación del pasado incaico, el discurso criollo convivía con una valoración despreciativa del indio en el presente. Lo que diferencia a la retórica histórica del ejército del discurso criollo, es que durante el gobierno de Velasco sí se trato de incorporar a las poblaciones indígenas -devenidas de acuerdo a la nueva nomenclatura estatal- en campesinas, a la comunidad imaginada peruana. Entonces, el himno del ejército, que es entonado en todas las ceremonias castrenses luego del himno nacional, expresa el sentir de una colectividad militar que tuvo entre sus manos un proyecto revolucionario que se sintió agente de la independencia nacional y que legitimó su presencia en el poder a través de un discurso inclusivo con los sectores populares no oligárquicos del país, es decir “el pueblo”.
Un pueblo a quien esta institución trataba de brindarle -de acuerdo a la letra de su himno- “justicia social”. La relevancia e historicidad del binomio Pueblo-Fuerza Armada también fue impulsada desde la dimensión simbólica de los héroes institucionales.
Ese día se llevó a cabo la batalla de Ayacucho, en donde el ejército patriota, liderado por Antonio José de Sucre, derrotó al ejército re alista.
A raíz de esta batalla se produjo el retiro definitivo de las tropas españolas del Perú. Por ello, los militares asocian el nacimiento del ejército peruano con el evento que selló la independencia de la república. Es decir, consideran a su institución como la forjadora de la patria libre y soberana y por ello sienten que tienen una responsabilidad para con ella. Esta manera de considerar al ejército no es, por cierto, un discurso nuevo sino que se remonta hasta los primeros años de vida republicana, durante la Confederac-ión Perú-Boliviana y el gobierno del Mariscal Santa Cruz. Cristóbal Aljovín (2005:113) sostiene que fue precisamente la Confederación la que creó la imagen pública que sugería que el jefe del ejército y sus oficiales y soldados eran los fundadores de una institución política pacífica.
Por otro lado, parte importante del mito fundacional del ejército es la noción de continuidad entre presente y pasado, y de que la corporación de oficiales forma parte de una institución que perdura y se mantiene a lo largo del tiempo. Esto tiene mucho valor en un país como el Perú en que las instituciones estatales están en constante crisis y en donde el horizonte de continuidad no solo en la conducción de políticas públicas sino en la misma naturaleza del tipo de gobierno suelen p resentar mucha incertidumbre para la población. Aunque periódicamente se produce el relevo generacional al interior del ejército, lo cierto es que dentro de esta institución existe un sentido colectivo que va más allá de los individuos y que se nutre de marcos normativos, rituales, tradiciones y conmemoraciones, así como de la alusión constante a figuras heroicas ideales que trazan la línea de carrera del oficial. En este contexto, recurrir a un pasado glorioso asociado con la imagen de los incas permite al ejército revestirse de legitimidad y tradición.
Cuando se revisa la información contenida en los sitios web de los institutos castrenses peruanos, se observa las diferentes maneras en que estas instituciones se auto representan.
Así, cuando la Marina se refiere al periodo prehispánico del Perú, la información que brinda se refiere a la relación existente entre el mar y los antiguos pobladores del Perú y menciona el tipo de embarcaciones empleadas en el mundo andino antes de la conquista española: los caballitos de totora (embarcaciones hechas a base de juncos) y las balsas de palos3.
En cambio, en la página web del ejército, la información sobre el mismo periodo, resalta el carácter bélico del ejército y su importancia como aparato de defensa de los estados pre h i spánicos.
En la reseña histórica institucional se lee lo siguiente: “Como se sabe, la existencia de una civilización implica necesariamente una organización política, social y económica y la aparición del Estado, y por ende la necesidad de un ejército para sostenerlo y defenderlo” 4. Esta suerte de nostalgia por lo incaico, lo prehispánico, que se percibe en las imágenes y los discursos del ejército de hoy es consecuencia del gobierno del general Velasco.
El último gobierno militar del Perú estuvo en el poder de 1968 a 1980.5 La primera etapa del autodenominado Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada fue de 1968 a 1975 y estuvo liderada por el general Juan Velasco Alvarado. La segunda fase, de 1975 a 1980, fue conducida por el general Francisco Morales Be r m ú d ez. Durante su primera etapa, el gobierno revolucionario de la Fuerza Armada percibió a la oligarquía como el enemigo del país y el ente que impedía su desarrollo.
Por ello, llevó a cabo una serie de reformas referentes a la propiedad de recursos productivos como yacimientos mineros que fueron traspasados al Estado, diseñó una política de sustitución de importaciones y puso en marcha una reforma agraria radical que implicaba la expropiación de latifundios de la sierra y costa del país. A pesar del poco éxito en términos económicos de las políticas llevadas a cabo por los militares, uno de los eventos más importantes de esta primera fase del Gobierno Re volucionario fue el discurso inclusivo que los militares desarrollaron con respecto a las poblaciones excluidas del país: los indios. Es sintomático que uno de los hechos más significativos haya sido el cambio de denominación de “indio” a “campesino”.
Así, la celebración del 24 de junio, que solía ser el Día del Indio, paso a llamarse Día del Campesino. Contreras y Cueto (2000:316) señalan que la reforma agraria modificó la composición de las clases altas y las bases agrarias de su poder, ellos agregan que el dinero empezó a primar como el principal factor de ingreso a estas clases y que debido a este hecho, se atenuó el racismo, que hasta ese momento había sido uno de los principales factores de exclusión para la pertenencia a las clases más privilegiadas de la sociedad peruana.
Por otro lado, Guillermo Nu g e n t (1992:86) sostiene que el Velasquismo significó para los sectores conservadores del Perú una experiencia traumática pues supuso el primer intento serio por cuestionar una cultura oficial y un orden social basados en el desprecio hacia las poblaciones más pobres y andinas.6 Lo cierto es que la primera fase del Gobierno Re volucionario de la Fuerza Armada implicó una ruptura de los militares a nivel de discurso y práctica con el pasado oligárquico de la clase política peruana.
El perfil social del general Velasco y de otros oficiales que formaban parte de la Junta de Gobierno fue un aspecto que influyó en el discurso antioligárquico del gobierno militar.
Velasco era costeño, del departamento de Piura, pero provenía de una familia bastante humilde; hizo el servicio militar y después ingresó a la Escuela Militar de Chorrillos.
Dirk Kruijt señala que de los 14 oficiales que tomaron parte en el golpe de 1968 (3 generales y 11 coroneles), la mayor parte tenía orígenes humildes. Así, los generales provenían de sectores medios altos y altos, pero todos los coroneles menos 1 provenían de familias de modesta condición económica o de familias campesinas del interior del país. Kruijt (1989: 77) agrega que un número sorprendente de ellos había servido primero como soldado raso para procurar la subsistencia de la familia, luego fueron recorriendo un lento camino por los grados de cabo primero, sargento segundo y sargento primero hasta llegar a la escuela de oficiales, la Escuela Militar de Chorrillos. La extracción social de estos oficiales era distinta a la de los oficiales de la Marina y la Fuerza Aérea. La Marina, en particular, siempre se caracterizó por contar con una oficialidad proveniente de los sectores más acomodados del país. Para Juan Martín (2002:103), las diferencias de extracción social habrían sido un factor no sólo de autonomía de la minoría militar respecto de los compromisos de la oligarquía, sino también
de “autolegitimación e identificación con las mayorías populares.
Más aún, el gobierno militar tuvo una retórica nacionalista que apeló constantemente a la historia y que se puso de manifiesto en imágenes asociadas a lo andino. En opinión de Juan Martín, el nacionalismo del gobierno militar más que un discurso redentorista de grupos étnicos ancestralmente dominados, lo que buscó fueron elementos de integración y diferenciación con el pasado oligárquico en tradiciones culturales que se tenían por autóctonas. En ese contexto, agrega Juan Martín (2002:163), las referencias andinas e indias, “dejaban de ser, con la reforma agraria y todo su proceso de aplicación, exclusivas de una diferencia étnica para transformarse en valores nacionales, en imágenes de toda la nación para un país que estaba dejando de ser mayoritariamente rural en favor de la vida en las ciudades”. De esta manera, el Perú de esos años fue testigo de un cambio en el discurso iconográfico estatal que dio gran énfasis a lo andino como expresión de lo nacional. Como señala Carlos Iván Degregori (1995:313), la imagen de Túpac Amaru, el curaca líder de la gran revuelta indígena de 1780, fue “rescatada” y se convirtió en el símbolo de la reforma agraria.
Además del curaca, otros personajes andinos o mestizos fueron empleados en diferentes emblemas o instituciones estatales. De esta manera, las imágenes del inca Pachacutec y del escritor mestizo Garcilazo de la Vega se plasmaron en billetes y monedas de circulación nacional y una severa máscara de la cultura Chimú, famosa por sus sofisticados trabajos en metales, fue el logotipo de Petro Perú, la flamante nueva empresa estatal encargada de la extracción del nacionalizado petróleo (Sánchez 2005).
Es precisamente en medio de este ambiente nacionalista y de gran interés por las imágenes de lo andino que se crea el himno del ejército.
El himno, compuesto en 1973, es uno de los textos que sintetiza mejor la retórica institucional
del ejército peruano acerca de su rol en la creación del estado nacional y de su legitimidad como institución tutelar masculina que se nutre de una tradición histórica que viene desde el pasado prehispánico.7
Coro
El ejército unido a la historia
por fecunda y viril tradición
se corona con lauros de gloria
al forjar una libre nación
Estrofa I
Evocando un pasado glorioso
del incario su antiguo esplendor
Ayacucho, Junín, Dos de Mayo8
libertad conquistó con valor […]
Estrofa II
Las fronteras altivo defiende
cual guardián del honor nacional
de su pueblo recibe las armas
y es bastión de justicia social […]
Llama la atención que en esta narrativa donde se menciona a los incas y a las batallas de independencia, el ejército no haga mayor alusión a la época de la colonia. Esta forma de narrar la historia del Perú, en la que el presente es depositario de un pasado incaico no es nueva. Por el contrario, es un elemento fundamental del discurso criollo de inicios de la república. María Isabel Remy (1995) sostiene que en la retórica de las élites políticas del siglo XIX, la independencia rompía con el pasado pero además establecía una continuidad con aquello que la conquista española había quebrado: el imperio incaico. Cecilia Méndez (1995) agrega que además de la exaltación del pasado incaico, el discurso criollo convivía con una valoración despreciativa del indio en el presente. Lo que diferencia a la retórica histórica del ejército del discurso criollo, es que durante el gobierno de Velasco sí se trato de incorporar a las poblaciones indígenas -devenidas de acuerdo a la nueva nomenclatura estatal- en campesinas, a la comunidad imaginada peruana. Entonces, el himno del ejército, que es entonado en todas las ceremonias castrenses luego del himno nacional, expresa el sentir de una colectividad militar que tuvo entre sus manos un proyecto revolucionario que se sintió agente de la independencia nacional y que legitimó su presencia en el poder a través de un discurso inclusivo con los sectores populares no oligárquicos del país, es decir “el pueblo”.
Un pueblo a quien esta institución trataba de brindarle -de acuerdo a la letra de su himno- “justicia social”. La relevancia e historicidad del binomio Pueblo-Fuerza Armada también fue impulsada desde la dimensión simbólica de los héroes institucionales.
Los héroes de las Fuerzas Armadas son figuras arquetípicas que dan cuenta del deber ser de un militar. Sin embargo, en las maneras de narrar las hazañas y trayectorias de estos personajes también se perciben las diferentes maneras de concebir la relación institucional de las Fuerzas Armadas con el pueblo.
Así, la figura heroica de la Fuerza Aérea es José A. Quiñonez, un joven piloto cuya nave fue derribada en el conflicto con el Ecuador en 1941. Sin embargo, la figura de Quiñonez no tiene el halo de leyenda que sí envuelve a los héroes del Ejército y la Marina, quienes lucharon y perecieron en la Guerra del Pacífico; un evento traumático para los peruanos no sólo por la derrota sino por la mutilación del territorio nacional pues Perú perdió las provincias de Arica y Tarapacá (Villanueva 1972). En la primera parte de la guerra, lo que se denominó la Campaña Marítima (16 de mayo - 8 de octubre, 1879) destaca la figura de Miguel Grau, el héroe máximo de la Marina de Guerra. Grau recibió el apelativo de “Caballero de los Mares” debido a su comportamiento humanitario para con la tripulación del buque chileno Esmeralda en el combate de Iquique9. Al mando del viejo monitor Huáscar, llevó a cabo una serie de incursiones en el litoral chileno que por algunos meses pusieron la balanza del conflicto a favor del Perú. Sin embargo, a pesar de su suerte inicial, Grau no pudo hacerle frente a la poderosa armada chilena y murió valerosamente el 8 de octubre de 1879 en el Combate de Angamos. Con su muerte y la pérdida del monitor Huáscar, culminó la Campaña Marítima y la armada p e ruana quedó destruida. En la segunda etapa de la guerra, la Campaña Terrestre surgen los héroes del ejército. El patrono o héroe máximo de esta institución es Francisco Bolognesi, limeño, de padres extranjeros, quien murió el 7 de junio de 1880 en la Batalla de Arica. A Bolognesi se le atribuye haber respondido al comisionado chileno que fue a pedirle la rendición del Fuerte Arica, que no se iba a rendir y que, por el contrario, iba a luchar “hasta quemar al último cartucho”.
Si Bolognesi es para el ejército el símbolo de sacrificio por la patria, la encarnación del líder y estratega militar es el Mariscal Cáceres.
Así, la figura heroica de la Fuerza Aérea es José A. Quiñonez, un joven piloto cuya nave fue derribada en el conflicto con el Ecuador en 1941. Sin embargo, la figura de Quiñonez no tiene el halo de leyenda que sí envuelve a los héroes del Ejército y la Marina, quienes lucharon y perecieron en la Guerra del Pacífico; un evento traumático para los peruanos no sólo por la derrota sino por la mutilación del territorio nacional pues Perú perdió las provincias de Arica y Tarapacá (Villanueva 1972). En la primera parte de la guerra, lo que se denominó la Campaña Marítima (16 de mayo - 8 de octubre, 1879) destaca la figura de Miguel Grau, el héroe máximo de la Marina de Guerra. Grau recibió el apelativo de “Caballero de los Mares” debido a su comportamiento humanitario para con la tripulación del buque chileno Esmeralda en el combate de Iquique9. Al mando del viejo monitor Huáscar, llevó a cabo una serie de incursiones en el litoral chileno que por algunos meses pusieron la balanza del conflicto a favor del Perú. Sin embargo, a pesar de su suerte inicial, Grau no pudo hacerle frente a la poderosa armada chilena y murió valerosamente el 8 de octubre de 1879 en el Combate de Angamos. Con su muerte y la pérdida del monitor Huáscar, culminó la Campaña Marítima y la armada p e ruana quedó destruida. En la segunda etapa de la guerra, la Campaña Terrestre surgen los héroes del ejército. El patrono o héroe máximo de esta institución es Francisco Bolognesi, limeño, de padres extranjeros, quien murió el 7 de junio de 1880 en la Batalla de Arica. A Bolognesi se le atribuye haber respondido al comisionado chileno que fue a pedirle la rendición del Fuerte Arica, que no se iba a rendir y que, por el contrario, iba a luchar “hasta quemar al último cartucho”.
Si Bolognesi es para el ejército el símbolo de sacrificio por la patria, la encarnación del líder y estratega militar es el Mariscal Cáceres.
Estas dos figuras emblemáticas dan cuenta de dos dimensiones fundamentales para esta institución.
Por un lado está la cuestión del amor a la patria al punto de ofrendar la vida misma: esto tiene que ver con la retórica del sacrificio a la que hice referencia en el acápite sobre la cultura militar, y con elementos altamente valorados entre los militares como la dignidad y el honor. Por otro lado está la importancia del sujeto militar como agente de acción, como líder y conductor de hombres11, pero que también es capaz de llevar a cabo una función política, pues una vez concluida la guerra, Cáceres fue elegido presidente del Perú en dos ocasiones (1886 y 1895).
Si se comparara a Cáceres y a Grau surgen contrastes interesantes que también dan cuenta de las narrativas históricas y sociales de sus respectivas instituciones. Así, mientras Grau era blanco (su padre había nacido en España), y costeño, de Piura, zona norte del Perú que contaba con una baja densidad poblacional indígena, Cáceres por el contrario pertenecía a la clase terrateniente de la sierra sur central del país, era un mestizo y hablaba quechua. Su procedencia serrana y las redes que tenía con otros personajes de las elites locales le permitieron llevar a cabo diferentes alianzas con sectores populares de la sierra central y así pudo contener durante casi dos años el avance chileno en esa zona.
He centrado mi comparación en Cáceres y Grau, y no en Bolognesi y Grau, pues considero que desde la perspectiva del ejército, Bolognesi es el patrono “oficial” pero Cáceres es la figura militar que encarna la cercanía de esta institución con los sectores populares del Perú. Tan es así que durante las dos últimas décadas del siglo XX, la Comisión Permanente de Historia del Ejército, creada durante el Gobierno Militar y que tuvo por misión producir una bibliografía sobre el ejército, sus orígenes, héroes y especialmente la Guerra del Pacífico, hizo de Cáceres la figura recurrente de los textos que se produjeron a fines de los 70s y comienzos de los 80s 12. En ellos se resaltaba la extraordinaria relación entre Cáceres y sus montoneras, es decir entre el jefe militar y el pueblo, entre el padre –el Taytacha Cáceres en quechua- y sus hijos campesinos. Esta dimensión paternal y magnánima del Tayta Cáceres fue un intento por reconstruir en otra dimensión, la bibliográfica, la idea de la alianza, del binomio Pueblo- Fuerza Armada.13
Por un lado está la cuestión del amor a la patria al punto de ofrendar la vida misma: esto tiene que ver con la retórica del sacrificio a la que hice referencia en el acápite sobre la cultura militar, y con elementos altamente valorados entre los militares como la dignidad y el honor. Por otro lado está la importancia del sujeto militar como agente de acción, como líder y conductor de hombres11, pero que también es capaz de llevar a cabo una función política, pues una vez concluida la guerra, Cáceres fue elegido presidente del Perú en dos ocasiones (1886 y 1895).
Si se comparara a Cáceres y a Grau surgen contrastes interesantes que también dan cuenta de las narrativas históricas y sociales de sus respectivas instituciones. Así, mientras Grau era blanco (su padre había nacido en España), y costeño, de Piura, zona norte del Perú que contaba con una baja densidad poblacional indígena, Cáceres por el contrario pertenecía a la clase terrateniente de la sierra sur central del país, era un mestizo y hablaba quechua. Su procedencia serrana y las redes que tenía con otros personajes de las elites locales le permitieron llevar a cabo diferentes alianzas con sectores populares de la sierra central y así pudo contener durante casi dos años el avance chileno en esa zona.
He centrado mi comparación en Cáceres y Grau, y no en Bolognesi y Grau, pues considero que desde la perspectiva del ejército, Bolognesi es el patrono “oficial” pero Cáceres es la figura militar que encarna la cercanía de esta institución con los sectores populares del Perú. Tan es así que durante las dos últimas décadas del siglo XX, la Comisión Permanente de Historia del Ejército, creada durante el Gobierno Militar y que tuvo por misión producir una bibliografía sobre el ejército, sus orígenes, héroes y especialmente la Guerra del Pacífico, hizo de Cáceres la figura recurrente de los textos que se produjeron a fines de los 70s y comienzos de los 80s 12. En ellos se resaltaba la extraordinaria relación entre Cáceres y sus montoneras, es decir entre el jefe militar y el pueblo, entre el padre –el Taytacha Cáceres en quechua- y sus hijos campesinos. Esta dimensión paternal y magnánima del Tayta Cáceres fue un intento por reconstruir en otra dimensión, la bibliográfica, la idea de la alianza, del binomio Pueblo- Fuerza Armada.13
Notas
3 Ver: Marina de Guerra del Perú, Los antecedentes: La época prehispánica en http://www. marina. mil. pe/, abril 2005.
4 Ejército del Perú, Reseña Histórica del Ejército en http://www.ejercito.mil.pe/historia.htm, abril 2005.
4 Ejército del Perú, Reseña Histórica del Ejército en http://www.ejercito.mil.pe/historia.htm, abril 2005.
5 Aquí no considero el régimen de Alberto Fujimori como un gobierno militar. Si bien es cierto, durante su decenio en el poder los militares fueron un elemento clave para su permanencia, la figura que tomó las decisiones fue Fujimori, apoyado -es cierto- por V l a d i m i ro Montesinos, un ex-capitán del ejército, pero la figura civil del presidente fue la que se impuso.
6 Habría que preguntarse hasta qué punto sigue vigente entre los sectores conserva d o res del Perú parte del “trauma” generado durante el gobierno de Velasco. Un indicador de su vigencia sería la crítica despro p o rc i onada de estos sectores hacia el candidato Ollanta Humala, líder del Partido Nacionalista Pe ruano y excomandante del Ej é rcito, que durante el último pro c eso electorial peruano apeló a un discurso nacionalista que se presentaba como here d e ro del Velasquismo.
7 El autor de la letra y música del himno del ejército es Pedro Schmitt Aicardi. El 9 de diciembre de 1973 se oficializó el himno. Por resolución ministerial Nº 2907-73 DIRODIN se declaró a la Escuela Militar de Chorrillos depositaria de la intangibilidad del himno.
Fuente: Historia de la Escuela Militar de Chorrillos, Ministerio de Guerra, 1982, Lima.
8 Esta línea se refiere a tres batallas o combates decisivos para la independencia del Perú: la Batalla de Ayacucho, 9 de diciembre de 1824, fecha en que se celebra del Día del Ejercito; la Batalla de Junín el 6 de agosto de 1824, fecha en que se celebra el Día de la Caballería; y el Combate del Dos de Mayo, acontecido el 2 de mayo de 1866, día en que se celebra la Fiesta de la Artillería.
10 Una vez que la ciudad de Lima cayó en manos de las tropas chilenas, Andrés Avelino Cáceres se encargó de organizar la resistencia de la sierra central, donde llevó a cabo una guerra de guerrillas con el apoyo de la población local.
9 El combate de Iquique se llevó a cabo el 21 de mayo de 1879. En dicha ocasión, el monitor Huascar hundió a la corbeta Esmeralda y Grau ordenó rescatar de las aguas a los sobrevivientes de la embarcación chilena. Posteriormente, Grau escribió una carta a la viuda
de Arturo Pratt, capitán de la Esmeralda y máximo héroe del panteón chileno, donde le hizo presente sus condolencias y le hizo llegar los objetos personales que se habían encontrado en el cuerpo de su esposo.
10 Esta expresión es el lema del ejército. Cada año, en una ceremonia que se llama “Re n ovación de la Promesa”, oficiales y cadetes juran ante la estatua de Bolognesi defender la integridad del territorio nacional y los ideales de su institución “hasta quemar el último cartucho”.
Fuente: Ejército cholificado: reflexiones sobre la apertura del ejército peruano hacia los sectores populares autor Lourdes Hurtado Meza. Antropóloga (Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú). Alumna de Doctorado en el Departamento de Historia de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EEUU) Versión final: julio 2006
Enlace: Documento completo
7 El autor de la letra y música del himno del ejército es Pedro Schmitt Aicardi. El 9 de diciembre de 1973 se oficializó el himno. Por resolución ministerial Nº 2907-73 DIRODIN se declaró a la Escuela Militar de Chorrillos depositaria de la intangibilidad del himno.
Fuente: Historia de la Escuela Militar de Chorrillos, Ministerio de Guerra, 1982, Lima.
8 Esta línea se refiere a tres batallas o combates decisivos para la independencia del Perú: la Batalla de Ayacucho, 9 de diciembre de 1824, fecha en que se celebra del Día del Ejercito; la Batalla de Junín el 6 de agosto de 1824, fecha en que se celebra el Día de la Caballería; y el Combate del Dos de Mayo, acontecido el 2 de mayo de 1866, día en que se celebra la Fiesta de la Artillería.
10 Una vez que la ciudad de Lima cayó en manos de las tropas chilenas, Andrés Avelino Cáceres se encargó de organizar la resistencia de la sierra central, donde llevó a cabo una guerra de guerrillas con el apoyo de la población local.
9 El combate de Iquique se llevó a cabo el 21 de mayo de 1879. En dicha ocasión, el monitor Huascar hundió a la corbeta Esmeralda y Grau ordenó rescatar de las aguas a los sobrevivientes de la embarcación chilena. Posteriormente, Grau escribió una carta a la viuda
de Arturo Pratt, capitán de la Esmeralda y máximo héroe del panteón chileno, donde le hizo presente sus condolencias y le hizo llegar los objetos personales que se habían encontrado en el cuerpo de su esposo.
10 Esta expresión es el lema del ejército. Cada año, en una ceremonia que se llama “Re n ovación de la Promesa”, oficiales y cadetes juran ante la estatua de Bolognesi defender la integridad del territorio nacional y los ideales de su institución “hasta quemar el último cartucho”.
Fuente: Ejército cholificado: reflexiones sobre la apertura del ejército peruano hacia los sectores populares autor Lourdes Hurtado Meza. Antropóloga (Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú). Alumna de Doctorado en el Departamento de Historia de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EEUU) Versión final: julio 2006
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