Perfil psicológico de Vladimiro Illich Montesinos Torres
Vladimiro Illich Montesinos Torres, hijo mayor del escribano Francisco Montesinos y Montesinos y de Elsa Torres Vizcarra, primero de cinco que el matrimonio tuvo en común, nace en un hospital estatal de la ciudad de Arequipa en 1945. Proviene de una familia arequipeña de abolengo, destacada en su región más bien por su activa participación en los ámbitos político, artístico y de las humanidades que por su opulencia y fortuna. Una tía suya, Adela, era poeta; un hermano de su padre, José Benito, era músico talentoso, profesor y director de un colegio nocturno; otro, Domingo, fue médico pediatra y dirigente del Partido Comunista, siendo encarcelado en la década de 1930 debido a su militancia política. Pero fue aun otro hermano de su padre quien tendría mayor influencia sobre el joven Vladimiro: el abogado Alfonso Montesinos, quien llegaría a senador de la República por el partido Acción Popular en 1956. Se trataba de un hombre hecho al hábito de adquirir y conservar toda clase de papeles, documentos, expedientes y recortes periodísticos que pudieran eventualmente redituarle beneficios políticos; en su archivo podía hallarse gran diversidad de información seleccionada sobre los personajes más importantes de su entorno. Algunos otros familiares de Vladimiro, dos hijos de la tía Adela, adhirieron también al Partido Comunista, al igual que otro primo con quien tuvo especial cercanía y confianza, Gustavo Espinoza Montesinos, quien además de miembro del Partido fue líder del órgano sindical Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP). El padre de Vladimiro era un marxista fanático, sin mayor relieve, talento o brío como los de sus hermanos y varios de sus parientes. Subrayamos la elección del nombre de Lenin (Vladimir Illich) para su primogénito a fin de intentar establecer su actitud y animosidad para con el socialismo y la izquierda en lo por venir.
El padre de Vladimiro era un provinciano de ascendencia aristocrática pero caído en desgracia, fracasado y pobre. Francisco Loayza, principal biógrafo y antiguo amigo de Vladimiro, cuenta que el padre solía levantar a sus hijos muy temprano en la mañana obligándolos a cantar el himno de la Internacional Socialista. Muchos rumores sostienen que era un hombre excéntrico que acostumbraba atormentar a su familia tanto física como psicológicamente. Se dice que se solazaba colocándose al interior de un ataúd en la puerta de su casa a la vista de los transeuntes durante horas. Los más afectados por el acoso permanente de Francisco Montesinos serían su hijo Vladimiro y su esposa Elsa, madre de todos sus hijos, quien murió tempranamente, habiendo sido por largo tiempo víctima de aquél. En una oportunidad, narra Loayza, durante la segunda mitad de la década de 1970, le pidió Vladimiro, siendo ya militar y encontrándose en un estado de extraña turbación y sobresalto, que lo acompañase, pero sin darle mayores explicaciones; en su automóvil lo condujo a Balconcillo, un barrio de Lima, llegando a una habitación en un edificio viejo donde yacía el cadáver todavía fresco de su padre. Aparentemente se había suicidado por sobredosis de pastillas. Vladimiro le pregunta a Loayza: “¿Tú crees que la muerte de este hijo de puta afecte mi carrera?”; Loayza le respondió, conteniendo la gran sorpresa que le producía situación tan insólita, que evitara un escándalo de la prensa, recomendándole además la conveniencia de que un médico del Ejército certificara el deceso. Francisco Montesinos fue velado en el Hospital Militar, no obstante las circunstancias que rodearon su muerte permanecen oscuras. Loayza, por esta época, era su único amigo y confidente, como los tuvo poquísimos Vladimiro; habría sido el testigo clave para su coartada en caso fuera él mismo acusado por la muerte de su padre. De cualquier modo, nos queda clara la naturaleza de la relación habida entre ambos hombres, padre e hijo.
Desafortunadamente no disponemos de mayor información sobre la infancia de Montesinos sino aquella filtrada a través de rumores de dudosa pero no improbable veracidad. Pero sabemos que fue infeliz y tortuosa. En su vida escolar, tanto en primaria como en secundaria, fue un alumno mediocre, manteniendose en la primaria, por lo general, con un promedio de 13 en sus asignaturas. La secundaria la llevó en un colegio militar y no hubo acceso a sus notas, pero presumiblemente no remontaría su rendimiento habitual. La determinación ferrea del padre era convertirlo en militar a como dé lugar, y Vladimiro jamás se atrevió a objetar su voluntad. A los 19 años llega a Lima e ingresa a la Escuela Militar de Chorrillos. Quienes lo conocieron en este período lo recuerdan como un muchacho retraído, poco sociable, flojo para el ajetreo físico y el entrenamiento de maniobras militares, pero ávido de la lectura aunque de un rendimiento académico regular bajo. Tenía más bien fama de tener “muy buenas amigas”, como dice el anuario de su promoción (1966). La verdadera vocación de Montesinos, según su propia confesión a un oficial con quien entabló breve confidencia, eran las letras y, más específicamente, el derecho. Quería ser abogado como su tío Alfonso. Se dio un intento por pedir su baja, pero fue frustro, y Montesinos llegaría hasta el puesto de capitán antes de ser pasado al retiro deshonrosamente, acusado de los delitos de desobediencia y falsedad agravada en 1976, al reconocérsele imputable de espionaje, por vender documentos secretos a organismos de inteligencia extranjeros. Finalmente consiguió el título de abogado en la Universidad de San Marcos, pero por medios fraudulentos.
Desde entonces el prontuario criminal de Montesinos ha ascendido a una cantidad pasmosa de delitos cometidos, incrementada de manera muy significativa desde su control omnímodo del poder político en el Perú en 1992, en complicidad del presidente Fujimori. Entre varios, principalmente: asesinato, genocidio, tortura y secuestro (crímenes de lesa humanidad); negociaciones ilícitas, lavado de dinero, narcotráfico y contrabando de armas; corrupción activa, pasiva y de funcionarios públicos; fraude, coacción, extorsión y chantaje; enriquecimiento ilícito y robo, falsedad material, ideológica y genérica; quebrantamiento del orden constitucional, destrucción de las instituciones del Estado y fraude electoral; amenaza e intimidación de funcionarios públicos y violación del fuero parlamentario; ocultamiento de pruebas de delitos, simulación de comisión de delitos, tráfico de influencias, encubrimiento de delitos; abuso de autoridad; peculado, malversación, concusión y exacciones ilegales; calumnia y difamación a través de la prensa; espionaje, interceptación de comunicaciones, violación de la libertad de expresión y de la intimidad individual; lesiones graves, conspiración, terrorismo, felonía y traición a la patria; además de inducir a jueces y magistrados a prevaricato, detenciones ilegales, denegación de la jusiticia y omisión de debido proceso y de aplicación de acciones penales; etc.
Con la asunción de Fujimori de la Presidencia de la República en 1990, Montesinos toma el comando oficioso del Sistema de Inteligencia Nacional (SIN). Todo país del mundo cuenta con sus propios servicios secretos de información, porque sobre la base de dicha información puede el Estado tomar decisiones cruciales para su integridad, protección y defensa contra posibles contratiempos o peligros tanto externos como internos. Muchas veces las naciones han utilizado medios reñidos con sus propias leyes para acceder a tal información, y muchas veces el empleo de tal información ha sido, asimismo, ilegal. Montesinos consiguió centralizar todo el poder político de la nación valiéndose de una diestra utilización y manipulación de información selecta que le permitió entablar alianzas secretas con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) y otros órganos internacionales de índole similar con quienes ya había tenido vínculos pretéritos también. Pero el frente interno pudo conquistarlo suplantándose al poder oficial detentado por Fujimori. Ello lo consiguió, básicamente, mediante una estrategia conocida en Inteligencia como “de copamiento”. Montesinos había tenido experiencia “copando” o “trabajando” a otros superiores en circunstancias análogas, siendo un subordinado, con los resultados más convenientes a sus ambiciones. Dicho copamiento consiste en suministrar valiosa información política a determinado superior cercano de quien se pretende usufructuar poder, ayudándole a encontrar soluciones a sus problemas y resolviéndoselos con el fin de ir ganándose paulatinamente su confianza. Luego, por ejemplo, se le advierte de algún atentado o complot urdido en su contra (el cual puede ser inventado) proporcionándole indicios que se lo hagan verosímil, presentándole además alternativas de solución, de modo que más tarde el superior vea desvanecerse sus temores de supuestos peligros. Progresivamente el “copador” ve incrementada su injerencia sobre el superior y busca por el medio de sembrar intrigas y diseminar rumores hacérsele imprescindible por la información valiosa que provee. Por ejemplo puede fabricar pruebas que involucren seriamente a sus allegados procurando deshacerse de ellos y asumir él todas las funciones centrales. Esta característica en Montesinos es particularmente importante porque nos dice de cómo adquirió tanto poder, y por eso la señalamos en detalle. Otro medio es el chantaje directo y la cooptación. Fabricar o hallar supuestas pruebas contra el superior a fin de obligarlo a someterse a su libérrima voluntad, o bien forzarlo a abdicar de su poder en favor propio haciéndolo a la vez cómplice y rehén. El fin último de acumular y monopolizar el poder es el de disponer de acceso libre para la consecución de todo lo que se quiere sin el menor obstáculo ni rendición de cuentas. El motivo principal de la ambición de poder es el dinero. También lo es el de la concentración del poder por el poder en sí mismo como fin y por todo lo que representa, en cuyo caso dicha fetichización del poder es un carácter patológico.
Las principales inquietudes de Montesinos en el ámbito intelectual siempre fueron las relacionadas con la política y el manejo del poder en su dimensión estratégica, es decir, no de la política como una ciencia sino como un ejercicio del poder. Su avidez de conocimiento a este respecto se da en razón directa de su ambición de poder, y es equiparable a sus habilidades naturales para el espionaje y la recopilación de información fundamental que comprometa a sus probables rivales y superiores de quienes absorbería el poder. La clave para convertirse en el eje real del poder fue su acceso a información privilegiada sobre la vida, antecedentes y vulnerabilidades de quienes entiende como competidores. Por ejemplo: sobre el estatuto de las relaciones de parentesco con su familia y los seres que los rodean, sus ingresos económicos, relaciones extraconyugales si las hubiesen, hábitos, debilidades, tendencias, reacciones ante situaciones críticas, etc. Montesinos parecía comprender muy bien que a todo hombre es posible encontrársele debilidades y defectos de los cuales se avergonzaría ante los demás y que incluso podrían comprometerlo seriamente en los planos emocional, económico y legal. Montesinos es un experto en materia de acoso psicológico y para lograr sus intenciones se vale tanto de la observación metódica y paciente como de seguimientos escrupulosos que evitan, en la medida de lo posible, dejar cabos sueltos aun cuando puedan aparecer como detalles insignificantes o indiferentes. Montesinos sabe reconocer y evaluar la información que le es útil y trascendente. Sin embargo la historia de la humanidad nos ha enseñado que no existe el crímen perfecto aun cuando éste no pague en definitiva.
Pongamos el ejemplo más clamoroso de su destreza en la táctica del copamiento psicológico y la cooptación, el del presidente Fujimori. Durante la fase de la segunda vuelta electoral para la Presidencia de la República librada entre Vargas Llosa y Fujimori en 1990, el asesor de campaña de Fujimori, Francisco Loayza, le presenta a éste a Montesinos como un abogado brillante que podría resolver ciertos inconvenientes legales surgidos que ponían en grave riesgo la licitud de su candidatura. Un congresista consiguió evidencia que implicaba a Fujimori en los delitos de subvaluación de propiedades y evasión tributaria. Si la denuncia era aceptada por la Justicia, se abriría proceso penal contra Fujimori, quedando invalidado constitucionalmente para seguir compitiendo en las elecciones generales. Fujimori invoca, pues, consternado, ayuda para remontar la amenaza que se cernía contra su candidatura y su libertad, y Loayza decide presentarle al abogado Montesinos con las mejores referencias del caso. Desde su primera entrevista Montesinos se mostró muy solícito a Fujimori, diciéndole que “se olvide del problema” y que “ya estaba resuelto”. Señaló que tenía amigos en la Fiscalía que impedirían que la denuncia prosperara y la archivarían; para cuando acaso se reabriera ya habrían pasado meses de las elecciones. De inmediato Fujimori, muy suspicaz, interroga a Loayza sobre la competencia y habilidades de Montesinos, a lo que éste responde tranquilizándolo y citando su exitosa trayectoria. Durante la década de 1980, Montesinos había sido un tenaz defensor de narcotraficantes, librando a varios de ellos de largas condenas penitenciarias. Y aunque fue acusado por traición a la patria, el caso había sido sobreseído por la Justicia militar. También defendió exitosamente a un general acusado por la célebre “matanza de Cayara”, consiguiendo su absolución. Pero no es sino hasta que el caso de Fujimori queda realmente resuelto, siendo archivado, que Montesinos logra su simpatía y confianza.
Al poco tiempo Montesinos señala la conveniencia de contar con un ambiente físico independiente, cerrado y de acceso restringido para sus reuniones estratégicas de campaña. Los únicos que podrían reunirse con el candidato serían Loayza y él mismo. Ello lo propuso porque explicaba haberse enterado –mediante intereceptación telefónica del SIN– que la casa de Fujimori estaba “sembrada” de micrófonos con los que oficiales de la Marina lo espiaban para Vargas Llosa. Había una antena parabólica próxima a la casa de Fujimori desde la que, decía, se captaban sus conversaciones. Fujimori accede a sus sugerencias de cautela. Más adelante el congresista que presentó la denuncia contra Fujimori insiste en su petitorio y sufre un atentado terrorista en su domicilio, el cual fue atribuido a Sendero Luminoso. En la siguiente reunión, Montesinos, en tono casual, desliza el comentario de que había sido él mismo quien había preparado el atentado. Fujimori lo miró fugazmente de soslayo e hizo como si no hubiera oído nada; lo propio hizo Loayza, y Montesinos tuvo que cambiar rápidamente de conversación. Esta actitud incriminatoria de Montesinos explica los medios de chantaje y extorsión que ejerciera más adelante cuando pudo concentrar suficiente poder. El día que Fujimori gana finalmente las elecciones se celebra en un chifa una comida a la que están invitados sus colaboradores más cercanos con quienes comparte el triunfo. Pero aquella noche el presidente recién electo no prueba bocado alguno porque Montesinos le había advertido que la comida que le servirían estaba envenenada. Ya a este punto podría decirse que Fujimori estaba “copado” por Montesinos. Le restaba deshacerse de su colaborador de máxima confianza. Con una justificación conveniente –una conspiración para matarlo– envía a Loayza a los Estados Unidos y durante su ausencia va convenciendo a Fujimori con documentos fabricados que Loayza lo está traicionando en una causa ilícita cuyos réditos no comparte. Así se deshace finalmente de su antiguo amigo para siempre.
Este patrón sería repetido con los principales directores de Inteligencia y con los sucesivos altos mandos de las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, colocando en el Ejército a compañeros de su promoción militar, quienes estarían en deuda con él, volviéndolos luego sus cómplices en actividades ilegales por las que dispondría de medios de coacción y extorsión. Un círculo vicioso. También espiando su intimidad, hallándoles “rabos de paja”. Durante el gobierno militar de Velasco se proclamaba a sí mismo un comunista ortodoxo, adepto al “gobierno revolucionario” de izquierda que manejaba el poder, pero al mismo tiempo era un espía de la CIA que vendía información secreta a los Estados Unidos. De muchas maneras se manifestó en él lo que Loayza llama “un odio ventral” por todo lo que oliera a marxismo. Por ejemplo, fue el principal partidario de asesinar a Abimael Guzmán, cabecilla de Sendero Luminoso, tras su captura en 1992. Aunque no pudo lograr su cometido, entabló con él lo que denominó una “lucha de mentes”, lo cual se tradujo en conseguir someterlo a un proceso de “ablandamiento”. Esto quiere decir vencerlo en una forma, no tanto militar o física, sino moral y psicológica –constreñirlo a la capitulación. Abimael es de una personalidad idealista, fanática, inescrupulosa y cruel muy semejante a la de su progenitor.
En cuanto a la personalidad de Montesinos, Loayza la califica de “gélida”. Es un hombre de mentalidad fría, con ambición desmesurada de poder y control, muy persuasivo –con suficientes medios para serlo–, tenaz, en extremo reservado, discreto y cuidadoso aunque en apariencia tales atributos pudieran parecer contradictorios en virtud de toda la evidencia delictuosa que legó intencionalmente. Más allá de su tendencia incriminatoria y vengativa que ya mencionamos, está un especial goce perverso radicado en la preservación de “sorpresas” destinadas en el momento más inesperado a desconcertar a sus rivales o competidores, induciéndolos a caer en trampas o “creando paranoias”, como hiciera con Fujimori, un individuo ya de por sí muy suspicaz. Valoramos, asimismo, como perversa la relación cuajada entre ambos. El juego perverso particular de estos dos personajes se empata como el de dos medias naranjas; consiste en la duplicidad sometimiento-complicidad, que puede implicar incluso un vínculo más firme y sólido que el de muchas relaciones heterosexuales a través del tiempo. Es parecido al juego sadomasoquista. Digamos, simplificando, que la función del sádico es la de someter, en general, en todas las reverberaciones que el término entraña. Del otro lado, el masoquista opta por ser sometido por él y en complicidad suya. Esta relación no se diferenciaría demasiado del resto de las relaciones amorosas si no fuera porque ninguno de ambos agentes tiene muy claro dónde y cómo termina el juego. ¿Cómo puede serse cómplice si se está realmente sometido? El sometido no necesita acordar nada para ser oprimido contra su voluntad. Y el que sojuzga y somete ¿cómo puede coludirse en ello con su propia víctima? El sádico no tiene que pedir permiso para usar al otro, y si lo hace desvirtúa su función sádica. Y el masoquista tiene que sufrir realmente, no impostar. Entonces ¿están ambos de acuerdo o no? No obstante, sí. Por eso ambas posiciones aunque no necesariamente complementarias del todo, son perversas. Como decimos, algo muy parecido a la distribución de roles sostenido entre Fujimori y Montesinos. Al último lo calificaríamos, con mayor precisión de sádico moral. En cambio, el masoquismo moral no es su contrapartida ni tampoco es aplicable a Fujimori, porque se supedita a motivaciones diversas (sentimiento inconsciente de culpa, necesidad de castigo).
Considerando la procedencia pobre, marginal y postergada de ambos personajes, nos sería más sencillo adscribir su criminalidad a tal origen, argumentando “sentimientos de inferioridad” o “baja autoestima”; pero no vamos tan lejos, y estimamos más bien lo contrario. Ambos dueños de una peculiar megalomanía y de un intenso amor al dinero; el uno va por el autoritarismo y la figuración y el otro por la concentración real del poder y la manipulación. Pero admitimos, aunque no como un factor determinante o prevalente el ciclo privación-frustración-hipercompensación reactiva criminal por supuestas injusticias socioeconómicas cometidas contra ellos, lo que implica lesiones narcisistas consiguientes. En los términos mecánicos de acción-reacción lo plantearíamos con la declaración «¿Por qué a mí?»-«¡Ahora me toca!». Más adelante desarrollamos elaboraciones sobre la estructura íntimamente perversa de Montesinos.
El padre de Vladimiro era un provinciano de ascendencia aristocrática pero caído en desgracia, fracasado y pobre. Francisco Loayza, principal biógrafo y antiguo amigo de Vladimiro, cuenta que el padre solía levantar a sus hijos muy temprano en la mañana obligándolos a cantar el himno de la Internacional Socialista. Muchos rumores sostienen que era un hombre excéntrico que acostumbraba atormentar a su familia tanto física como psicológicamente. Se dice que se solazaba colocándose al interior de un ataúd en la puerta de su casa a la vista de los transeuntes durante horas. Los más afectados por el acoso permanente de Francisco Montesinos serían su hijo Vladimiro y su esposa Elsa, madre de todos sus hijos, quien murió tempranamente, habiendo sido por largo tiempo víctima de aquél. En una oportunidad, narra Loayza, durante la segunda mitad de la década de 1970, le pidió Vladimiro, siendo ya militar y encontrándose en un estado de extraña turbación y sobresalto, que lo acompañase, pero sin darle mayores explicaciones; en su automóvil lo condujo a Balconcillo, un barrio de Lima, llegando a una habitación en un edificio viejo donde yacía el cadáver todavía fresco de su padre. Aparentemente se había suicidado por sobredosis de pastillas. Vladimiro le pregunta a Loayza: “¿Tú crees que la muerte de este hijo de puta afecte mi carrera?”; Loayza le respondió, conteniendo la gran sorpresa que le producía situación tan insólita, que evitara un escándalo de la prensa, recomendándole además la conveniencia de que un médico del Ejército certificara el deceso. Francisco Montesinos fue velado en el Hospital Militar, no obstante las circunstancias que rodearon su muerte permanecen oscuras. Loayza, por esta época, era su único amigo y confidente, como los tuvo poquísimos Vladimiro; habría sido el testigo clave para su coartada en caso fuera él mismo acusado por la muerte de su padre. De cualquier modo, nos queda clara la naturaleza de la relación habida entre ambos hombres, padre e hijo.
Desafortunadamente no disponemos de mayor información sobre la infancia de Montesinos sino aquella filtrada a través de rumores de dudosa pero no improbable veracidad. Pero sabemos que fue infeliz y tortuosa. En su vida escolar, tanto en primaria como en secundaria, fue un alumno mediocre, manteniendose en la primaria, por lo general, con un promedio de 13 en sus asignaturas. La secundaria la llevó en un colegio militar y no hubo acceso a sus notas, pero presumiblemente no remontaría su rendimiento habitual. La determinación ferrea del padre era convertirlo en militar a como dé lugar, y Vladimiro jamás se atrevió a objetar su voluntad. A los 19 años llega a Lima e ingresa a la Escuela Militar de Chorrillos. Quienes lo conocieron en este período lo recuerdan como un muchacho retraído, poco sociable, flojo para el ajetreo físico y el entrenamiento de maniobras militares, pero ávido de la lectura aunque de un rendimiento académico regular bajo. Tenía más bien fama de tener “muy buenas amigas”, como dice el anuario de su promoción (1966). La verdadera vocación de Montesinos, según su propia confesión a un oficial con quien entabló breve confidencia, eran las letras y, más específicamente, el derecho. Quería ser abogado como su tío Alfonso. Se dio un intento por pedir su baja, pero fue frustro, y Montesinos llegaría hasta el puesto de capitán antes de ser pasado al retiro deshonrosamente, acusado de los delitos de desobediencia y falsedad agravada en 1976, al reconocérsele imputable de espionaje, por vender documentos secretos a organismos de inteligencia extranjeros. Finalmente consiguió el título de abogado en la Universidad de San Marcos, pero por medios fraudulentos.
Desde entonces el prontuario criminal de Montesinos ha ascendido a una cantidad pasmosa de delitos cometidos, incrementada de manera muy significativa desde su control omnímodo del poder político en el Perú en 1992, en complicidad del presidente Fujimori. Entre varios, principalmente: asesinato, genocidio, tortura y secuestro (crímenes de lesa humanidad); negociaciones ilícitas, lavado de dinero, narcotráfico y contrabando de armas; corrupción activa, pasiva y de funcionarios públicos; fraude, coacción, extorsión y chantaje; enriquecimiento ilícito y robo, falsedad material, ideológica y genérica; quebrantamiento del orden constitucional, destrucción de las instituciones del Estado y fraude electoral; amenaza e intimidación de funcionarios públicos y violación del fuero parlamentario; ocultamiento de pruebas de delitos, simulación de comisión de delitos, tráfico de influencias, encubrimiento de delitos; abuso de autoridad; peculado, malversación, concusión y exacciones ilegales; calumnia y difamación a través de la prensa; espionaje, interceptación de comunicaciones, violación de la libertad de expresión y de la intimidad individual; lesiones graves, conspiración, terrorismo, felonía y traición a la patria; además de inducir a jueces y magistrados a prevaricato, detenciones ilegales, denegación de la jusiticia y omisión de debido proceso y de aplicación de acciones penales; etc.
Con la asunción de Fujimori de la Presidencia de la República en 1990, Montesinos toma el comando oficioso del Sistema de Inteligencia Nacional (SIN). Todo país del mundo cuenta con sus propios servicios secretos de información, porque sobre la base de dicha información puede el Estado tomar decisiones cruciales para su integridad, protección y defensa contra posibles contratiempos o peligros tanto externos como internos. Muchas veces las naciones han utilizado medios reñidos con sus propias leyes para acceder a tal información, y muchas veces el empleo de tal información ha sido, asimismo, ilegal. Montesinos consiguió centralizar todo el poder político de la nación valiéndose de una diestra utilización y manipulación de información selecta que le permitió entablar alianzas secretas con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) y otros órganos internacionales de índole similar con quienes ya había tenido vínculos pretéritos también. Pero el frente interno pudo conquistarlo suplantándose al poder oficial detentado por Fujimori. Ello lo consiguió, básicamente, mediante una estrategia conocida en Inteligencia como “de copamiento”. Montesinos había tenido experiencia “copando” o “trabajando” a otros superiores en circunstancias análogas, siendo un subordinado, con los resultados más convenientes a sus ambiciones. Dicho copamiento consiste en suministrar valiosa información política a determinado superior cercano de quien se pretende usufructuar poder, ayudándole a encontrar soluciones a sus problemas y resolviéndoselos con el fin de ir ganándose paulatinamente su confianza. Luego, por ejemplo, se le advierte de algún atentado o complot urdido en su contra (el cual puede ser inventado) proporcionándole indicios que se lo hagan verosímil, presentándole además alternativas de solución, de modo que más tarde el superior vea desvanecerse sus temores de supuestos peligros. Progresivamente el “copador” ve incrementada su injerencia sobre el superior y busca por el medio de sembrar intrigas y diseminar rumores hacérsele imprescindible por la información valiosa que provee. Por ejemplo puede fabricar pruebas que involucren seriamente a sus allegados procurando deshacerse de ellos y asumir él todas las funciones centrales. Esta característica en Montesinos es particularmente importante porque nos dice de cómo adquirió tanto poder, y por eso la señalamos en detalle. Otro medio es el chantaje directo y la cooptación. Fabricar o hallar supuestas pruebas contra el superior a fin de obligarlo a someterse a su libérrima voluntad, o bien forzarlo a abdicar de su poder en favor propio haciéndolo a la vez cómplice y rehén. El fin último de acumular y monopolizar el poder es el de disponer de acceso libre para la consecución de todo lo que se quiere sin el menor obstáculo ni rendición de cuentas. El motivo principal de la ambición de poder es el dinero. También lo es el de la concentración del poder por el poder en sí mismo como fin y por todo lo que representa, en cuyo caso dicha fetichización del poder es un carácter patológico.
Las principales inquietudes de Montesinos en el ámbito intelectual siempre fueron las relacionadas con la política y el manejo del poder en su dimensión estratégica, es decir, no de la política como una ciencia sino como un ejercicio del poder. Su avidez de conocimiento a este respecto se da en razón directa de su ambición de poder, y es equiparable a sus habilidades naturales para el espionaje y la recopilación de información fundamental que comprometa a sus probables rivales y superiores de quienes absorbería el poder. La clave para convertirse en el eje real del poder fue su acceso a información privilegiada sobre la vida, antecedentes y vulnerabilidades de quienes entiende como competidores. Por ejemplo: sobre el estatuto de las relaciones de parentesco con su familia y los seres que los rodean, sus ingresos económicos, relaciones extraconyugales si las hubiesen, hábitos, debilidades, tendencias, reacciones ante situaciones críticas, etc. Montesinos parecía comprender muy bien que a todo hombre es posible encontrársele debilidades y defectos de los cuales se avergonzaría ante los demás y que incluso podrían comprometerlo seriamente en los planos emocional, económico y legal. Montesinos es un experto en materia de acoso psicológico y para lograr sus intenciones se vale tanto de la observación metódica y paciente como de seguimientos escrupulosos que evitan, en la medida de lo posible, dejar cabos sueltos aun cuando puedan aparecer como detalles insignificantes o indiferentes. Montesinos sabe reconocer y evaluar la información que le es útil y trascendente. Sin embargo la historia de la humanidad nos ha enseñado que no existe el crímen perfecto aun cuando éste no pague en definitiva.
Pongamos el ejemplo más clamoroso de su destreza en la táctica del copamiento psicológico y la cooptación, el del presidente Fujimori. Durante la fase de la segunda vuelta electoral para la Presidencia de la República librada entre Vargas Llosa y Fujimori en 1990, el asesor de campaña de Fujimori, Francisco Loayza, le presenta a éste a Montesinos como un abogado brillante que podría resolver ciertos inconvenientes legales surgidos que ponían en grave riesgo la licitud de su candidatura. Un congresista consiguió evidencia que implicaba a Fujimori en los delitos de subvaluación de propiedades y evasión tributaria. Si la denuncia era aceptada por la Justicia, se abriría proceso penal contra Fujimori, quedando invalidado constitucionalmente para seguir compitiendo en las elecciones generales. Fujimori invoca, pues, consternado, ayuda para remontar la amenaza que se cernía contra su candidatura y su libertad, y Loayza decide presentarle al abogado Montesinos con las mejores referencias del caso. Desde su primera entrevista Montesinos se mostró muy solícito a Fujimori, diciéndole que “se olvide del problema” y que “ya estaba resuelto”. Señaló que tenía amigos en la Fiscalía que impedirían que la denuncia prosperara y la archivarían; para cuando acaso se reabriera ya habrían pasado meses de las elecciones. De inmediato Fujimori, muy suspicaz, interroga a Loayza sobre la competencia y habilidades de Montesinos, a lo que éste responde tranquilizándolo y citando su exitosa trayectoria. Durante la década de 1980, Montesinos había sido un tenaz defensor de narcotraficantes, librando a varios de ellos de largas condenas penitenciarias. Y aunque fue acusado por traición a la patria, el caso había sido sobreseído por la Justicia militar. También defendió exitosamente a un general acusado por la célebre “matanza de Cayara”, consiguiendo su absolución. Pero no es sino hasta que el caso de Fujimori queda realmente resuelto, siendo archivado, que Montesinos logra su simpatía y confianza.
Al poco tiempo Montesinos señala la conveniencia de contar con un ambiente físico independiente, cerrado y de acceso restringido para sus reuniones estratégicas de campaña. Los únicos que podrían reunirse con el candidato serían Loayza y él mismo. Ello lo propuso porque explicaba haberse enterado –mediante intereceptación telefónica del SIN– que la casa de Fujimori estaba “sembrada” de micrófonos con los que oficiales de la Marina lo espiaban para Vargas Llosa. Había una antena parabólica próxima a la casa de Fujimori desde la que, decía, se captaban sus conversaciones. Fujimori accede a sus sugerencias de cautela. Más adelante el congresista que presentó la denuncia contra Fujimori insiste en su petitorio y sufre un atentado terrorista en su domicilio, el cual fue atribuido a Sendero Luminoso. En la siguiente reunión, Montesinos, en tono casual, desliza el comentario de que había sido él mismo quien había preparado el atentado. Fujimori lo miró fugazmente de soslayo e hizo como si no hubiera oído nada; lo propio hizo Loayza, y Montesinos tuvo que cambiar rápidamente de conversación. Esta actitud incriminatoria de Montesinos explica los medios de chantaje y extorsión que ejerciera más adelante cuando pudo concentrar suficiente poder. El día que Fujimori gana finalmente las elecciones se celebra en un chifa una comida a la que están invitados sus colaboradores más cercanos con quienes comparte el triunfo. Pero aquella noche el presidente recién electo no prueba bocado alguno porque Montesinos le había advertido que la comida que le servirían estaba envenenada. Ya a este punto podría decirse que Fujimori estaba “copado” por Montesinos. Le restaba deshacerse de su colaborador de máxima confianza. Con una justificación conveniente –una conspiración para matarlo– envía a Loayza a los Estados Unidos y durante su ausencia va convenciendo a Fujimori con documentos fabricados que Loayza lo está traicionando en una causa ilícita cuyos réditos no comparte. Así se deshace finalmente de su antiguo amigo para siempre.
Este patrón sería repetido con los principales directores de Inteligencia y con los sucesivos altos mandos de las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, colocando en el Ejército a compañeros de su promoción militar, quienes estarían en deuda con él, volviéndolos luego sus cómplices en actividades ilegales por las que dispondría de medios de coacción y extorsión. Un círculo vicioso. También espiando su intimidad, hallándoles “rabos de paja”. Durante el gobierno militar de Velasco se proclamaba a sí mismo un comunista ortodoxo, adepto al “gobierno revolucionario” de izquierda que manejaba el poder, pero al mismo tiempo era un espía de la CIA que vendía información secreta a los Estados Unidos. De muchas maneras se manifestó en él lo que Loayza llama “un odio ventral” por todo lo que oliera a marxismo. Por ejemplo, fue el principal partidario de asesinar a Abimael Guzmán, cabecilla de Sendero Luminoso, tras su captura en 1992. Aunque no pudo lograr su cometido, entabló con él lo que denominó una “lucha de mentes”, lo cual se tradujo en conseguir someterlo a un proceso de “ablandamiento”. Esto quiere decir vencerlo en una forma, no tanto militar o física, sino moral y psicológica –constreñirlo a la capitulación. Abimael es de una personalidad idealista, fanática, inescrupulosa y cruel muy semejante a la de su progenitor.
En cuanto a la personalidad de Montesinos, Loayza la califica de “gélida”. Es un hombre de mentalidad fría, con ambición desmesurada de poder y control, muy persuasivo –con suficientes medios para serlo–, tenaz, en extremo reservado, discreto y cuidadoso aunque en apariencia tales atributos pudieran parecer contradictorios en virtud de toda la evidencia delictuosa que legó intencionalmente. Más allá de su tendencia incriminatoria y vengativa que ya mencionamos, está un especial goce perverso radicado en la preservación de “sorpresas” destinadas en el momento más inesperado a desconcertar a sus rivales o competidores, induciéndolos a caer en trampas o “creando paranoias”, como hiciera con Fujimori, un individuo ya de por sí muy suspicaz. Valoramos, asimismo, como perversa la relación cuajada entre ambos. El juego perverso particular de estos dos personajes se empata como el de dos medias naranjas; consiste en la duplicidad sometimiento-complicidad, que puede implicar incluso un vínculo más firme y sólido que el de muchas relaciones heterosexuales a través del tiempo. Es parecido al juego sadomasoquista. Digamos, simplificando, que la función del sádico es la de someter, en general, en todas las reverberaciones que el término entraña. Del otro lado, el masoquista opta por ser sometido por él y en complicidad suya. Esta relación no se diferenciaría demasiado del resto de las relaciones amorosas si no fuera porque ninguno de ambos agentes tiene muy claro dónde y cómo termina el juego. ¿Cómo puede serse cómplice si se está realmente sometido? El sometido no necesita acordar nada para ser oprimido contra su voluntad. Y el que sojuzga y somete ¿cómo puede coludirse en ello con su propia víctima? El sádico no tiene que pedir permiso para usar al otro, y si lo hace desvirtúa su función sádica. Y el masoquista tiene que sufrir realmente, no impostar. Entonces ¿están ambos de acuerdo o no? No obstante, sí. Por eso ambas posiciones aunque no necesariamente complementarias del todo, son perversas. Como decimos, algo muy parecido a la distribución de roles sostenido entre Fujimori y Montesinos. Al último lo calificaríamos, con mayor precisión de sádico moral. En cambio, el masoquismo moral no es su contrapartida ni tampoco es aplicable a Fujimori, porque se supedita a motivaciones diversas (sentimiento inconsciente de culpa, necesidad de castigo).
Considerando la procedencia pobre, marginal y postergada de ambos personajes, nos sería más sencillo adscribir su criminalidad a tal origen, argumentando “sentimientos de inferioridad” o “baja autoestima”; pero no vamos tan lejos, y estimamos más bien lo contrario. Ambos dueños de una peculiar megalomanía y de un intenso amor al dinero; el uno va por el autoritarismo y la figuración y el otro por la concentración real del poder y la manipulación. Pero admitimos, aunque no como un factor determinante o prevalente el ciclo privación-frustración-hipercompensación reactiva criminal por supuestas injusticias socioeconómicas cometidas contra ellos, lo que implica lesiones narcisistas consiguientes. En los términos mecánicos de acción-reacción lo plantearíamos con la declaración «¿Por qué a mí?»-«¡Ahora me toca!». Más adelante desarrollamos elaboraciones sobre la estructura íntimamente perversa de Montesinos.
Fuente: CONTRIBUCIONES DIAGNÓSTICAS DEL ‘CASO MONTESINOS’ autor César Sparrow. Publicado en la Revista de Psicología de la UNMSM (2001). Año V, No. 1 – 2.
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