El Carnaval de Tambobamba (Apurimac)
Tambobamba está en la provincia más oculta del Ande peruano. Allí donde el gran río, el sagrado Apurímac, rompió todas las cordilleras para bajar a la selva y seguir tranquilo y soñoliento, hasta encontrar al Amazonas. No conózco al pueblo, pero he caminado por todas esas quebradas ardientes y profundas del Apurímac torrentoso.
Apurímac quiere decir "el poderoso que habla". Porque sólo es posible verlo desde las cumbres, y su voz se oye en todas partes. Corre por el fondo de las quebradas más profundas que es posible imaginar. En las cumbres de las montañas que orillan su lecho brilla la nieve perpetua; cerca de la nieve sólo crece la paja brava y los árboles solitarios de k'eñwa; son las cumbres más altas del Ande sur peruano; cumbres heladas e inalcanzables, brillan con el sol, y en las noches se ven lejanas, diluidas en el cielo, y germinan a todos los vientos fríos que soplan hacia lo hondo de los abismos. De estas cimas se ve el río. Corre entre el bosque oscuro de árboles casi selváticos. No tiene playas; un salvaje y misterioso abismo son sus dos orillas. De las cimas parece una veta blanca, retorcida, fija y muda. Pero su sonido grave brota del fondo de la quebrada inmensa; jamás se calla, es como el canto profundo del abismo increíble que empieza en la nieve y termina en la selva. Esa es la voz más lejana del río. Pero a las haciendas y a los pueblos que existen -aunque parezca leyenda- sobre las faldas de esas quebradas perpendiculares como barrancos, hasta esos pueblos, la voz del río llega más fuerte y clara. Las rocas la templan y la agrandan. No se ve el río pero su canto grave y eterno lo cubre todo. Y está en el corazón de los hombres que viven en la quebrada, en su cerebro, en su memoria, en su amor y en su llanto; está bajo el pecho de las aves cantoras que pueblan los maizales, los bosques y los arbustos, junto a los riachuelos que bajan al gran río; está en las ramas de los árboles que también cantan con los vientos de la madrugada; la voz del río es lo esencial, la poesía y el misterio, el cielo y la tierra, en esas quebradas tan hondas, tan bravías y hermosas.
Allí vivieron los chankas; los guerreros que hicieron llorar al Inca, que obligaron al Dios de los quechuas a convertir todas las piedras en soldados para defender a su pueblo que estaba siendo exterminado por los hijos del gran río.
Fueron conquistados tarde por los españoles. Y los blancos que llegaron fueron diluidos por la quebrada, convertidos en indios, modelados de nuevo y refundidos por este río, por este paisaje tremendo que nivela y plasma todo a imagen y semejanza de su propia fuerza, de su entraña brava y casi feroz. De aquí salieron los bandoleros más audaces del Ande peruano, con apellidos españoles, con espuelas de plata y aperos chapeados, insuperables creadores de waynos, y guitarras sin igual. Aquí reinaron los montoneros durante los tiempos de la anarquía y de las guerras civiles. Y allí viven ahora, todavía independientes, sin ferrocarril y sin carreteras, ocultos por la quebrada, y defendidos, la gente más autóctona del Pení, gente española modelada a lo indio por el río, los más cantores del Ande, como dice uno de ellos, Edmundo Delgado Vivanco, su cronista y romancero de hoy.
El carnaval es la fiesta más grande de los pueblos indios peruanos. No conocemos bien su verdadero origen. Pero tiene sus danzas propias y su música propia. Y es la más hermosa música de todo el folklore peruano. Debe tener un lejano origen indio puro; porque en el norte, en el centro y en el sur la música de carnaval tiene un genio común. Las danzas son distintas en cada región, casi en cada pueblo; pero la música y los instrumentos en que la tocan es universal: el pinkullu y la tinya. El mestizo toca el carnaval en guitarra. En el norte la música es pobre, monótona y primitiva, los indios de Cajamarca la cantan y tocan sin descanso durante ocho días y ocho noches. Pero el temple de la guitarra en carnaval, es el mismo en todos los pueblos, y esa música pobre y primitiva tiene el mismo estilo que el carnaval del sur. Pero lo importante es que en Apurímac, en estas quebradas del gran río, es donde el "carnaval" cobra todo su esplendor musical. Centenares de canciones distintas, una por cada aldea, por cada barrio, por cada ayllu, casi por cada indio. La fiesta primitiva, la que hoy se llama carnaval debe ser de origen chanka. Es música bravía, guerrera, trágica y violenta como eÍ cauce del gran río; misteriosa y triste como la orilla inalcanzable del Apurímac, allí donde las dos bandas del río forman un abismo liso, imponente y frío, de peñascos apenas orlados por grandes cadenas de salvajina que brotan de las rocas.
El carnaval es en febrero, en el tiempo de la creciente, cuando el Apurímac es turbio, cuando su sonido aumenta y revuelve áspero y verdaderamente salvaje. La lluvia es feroz en la quebrada, casi siempre cae en tormenta, suena y causa espanto. El eco de la lluvia se produce en todos los grandes barrancos, las cumbres de los cerros parecen temblar, por las pequeñas hondanadas de las faldas bajan torrentes negros que arrastran piedras y árboles. Todo va al río grande. Y el agua del Apurímac, cada vez más alta, más turbia, se revuelve en grandes remolinos y tumbos, quebrándose en los recodos, salpicando, se atropella y truena. Parece el germen de la lluvia, la imagen del cielo enfurecido y oscuro.
Es el tiempo del carnaval. En estas noches, cuando la voz del río suena con su máximo poder, en todos estos pueblitos de la quebrada, prendidos sobre el abismo, salen a cantar y a bailar el carnaval, el canto guerrero, que es como la ofrenda al río crecido y terrible, al cielo agitado y a la noche lóbrega.
En algunos pueblos la canción es tierna y amorosa, pero en el Apurímac hondo, en Tambobamba, por ejemplo, es triste. La de Tambobamba debe ser muy antigua. Yo no conozco otra canción más cruel y hermosa:
El río de sangre ha traído
a un amante tambobambino.
Sólo su tinya está flotando,
sólo su charango está flotando,
sólo su quena está flotando.
Y la mujer que lo amaba,
su joven idolatrada,
llorando llora
mirando desde la orilla
sólo la tinya flotando,
sólo la quena flotando.
El río de sangre ha traído
a un amante tambobambino;
sólo su quena está flotando,
él ha muerto,
él ya no existe.
La tormenta cae sobre el pueblo,
el cóndor está mirando desde la nube;
la joven amante,
la joven idolatrada
está llorando en la orilla
¡Wifalalalay wifala
wifalitay wifalaáá! (1).
Una incontenible desesperación despierta este canto, una tristeza que nace de toda la fuerza del espíritu. Es como un insuperable deseo de luchar y de perderse, como si la noche lóbrega dominada por la voz profunda del río se hubiera apoderado de nuestra conciencia, y se canta sin descanso, cada vez con más ansia y con más angustia. Es un desenfreno de tristeza y de coraje. Toda la esencia del vivir humano agitada con ardiente violencia en todo nuestro mundo interior sensible. Los que no saben el quechua escuchan el canto con mucha gravedad y adivinan todo lo trágico y cruel que es su contenido.
Espero llegar a Tambobamba, al mismo pueblo, y cantarlo en la plaza, en coro con la gente de la quebrada, con cincuenta guitarras y tinyas, oyendo la voz del gran río, confundido en este canto que es su fruto más verdadero, su entraña, su imagen viviente, su voz humana, cargada de dolor y de furia, mejor y más poderosa que su propia vaz de río, río gigante que cavó mil leguas de abismo en la roca dura.
(1) Traducción de la letra quechua.
Apurímac quiere decir "el poderoso que habla". Porque sólo es posible verlo desde las cumbres, y su voz se oye en todas partes. Corre por el fondo de las quebradas más profundas que es posible imaginar. En las cumbres de las montañas que orillan su lecho brilla la nieve perpetua; cerca de la nieve sólo crece la paja brava y los árboles solitarios de k'eñwa; son las cumbres más altas del Ande sur peruano; cumbres heladas e inalcanzables, brillan con el sol, y en las noches se ven lejanas, diluidas en el cielo, y germinan a todos los vientos fríos que soplan hacia lo hondo de los abismos. De estas cimas se ve el río. Corre entre el bosque oscuro de árboles casi selváticos. No tiene playas; un salvaje y misterioso abismo son sus dos orillas. De las cimas parece una veta blanca, retorcida, fija y muda. Pero su sonido grave brota del fondo de la quebrada inmensa; jamás se calla, es como el canto profundo del abismo increíble que empieza en la nieve y termina en la selva. Esa es la voz más lejana del río. Pero a las haciendas y a los pueblos que existen -aunque parezca leyenda- sobre las faldas de esas quebradas perpendiculares como barrancos, hasta esos pueblos, la voz del río llega más fuerte y clara. Las rocas la templan y la agrandan. No se ve el río pero su canto grave y eterno lo cubre todo. Y está en el corazón de los hombres que viven en la quebrada, en su cerebro, en su memoria, en su amor y en su llanto; está bajo el pecho de las aves cantoras que pueblan los maizales, los bosques y los arbustos, junto a los riachuelos que bajan al gran río; está en las ramas de los árboles que también cantan con los vientos de la madrugada; la voz del río es lo esencial, la poesía y el misterio, el cielo y la tierra, en esas quebradas tan hondas, tan bravías y hermosas.
Allí vivieron los chankas; los guerreros que hicieron llorar al Inca, que obligaron al Dios de los quechuas a convertir todas las piedras en soldados para defender a su pueblo que estaba siendo exterminado por los hijos del gran río.
Fueron conquistados tarde por los españoles. Y los blancos que llegaron fueron diluidos por la quebrada, convertidos en indios, modelados de nuevo y refundidos por este río, por este paisaje tremendo que nivela y plasma todo a imagen y semejanza de su propia fuerza, de su entraña brava y casi feroz. De aquí salieron los bandoleros más audaces del Ande peruano, con apellidos españoles, con espuelas de plata y aperos chapeados, insuperables creadores de waynos, y guitarras sin igual. Aquí reinaron los montoneros durante los tiempos de la anarquía y de las guerras civiles. Y allí viven ahora, todavía independientes, sin ferrocarril y sin carreteras, ocultos por la quebrada, y defendidos, la gente más autóctona del Pení, gente española modelada a lo indio por el río, los más cantores del Ande, como dice uno de ellos, Edmundo Delgado Vivanco, su cronista y romancero de hoy.
El carnaval es la fiesta más grande de los pueblos indios peruanos. No conocemos bien su verdadero origen. Pero tiene sus danzas propias y su música propia. Y es la más hermosa música de todo el folklore peruano. Debe tener un lejano origen indio puro; porque en el norte, en el centro y en el sur la música de carnaval tiene un genio común. Las danzas son distintas en cada región, casi en cada pueblo; pero la música y los instrumentos en que la tocan es universal: el pinkullu y la tinya. El mestizo toca el carnaval en guitarra. En el norte la música es pobre, monótona y primitiva, los indios de Cajamarca la cantan y tocan sin descanso durante ocho días y ocho noches. Pero el temple de la guitarra en carnaval, es el mismo en todos los pueblos, y esa música pobre y primitiva tiene el mismo estilo que el carnaval del sur. Pero lo importante es que en Apurímac, en estas quebradas del gran río, es donde el "carnaval" cobra todo su esplendor musical. Centenares de canciones distintas, una por cada aldea, por cada barrio, por cada ayllu, casi por cada indio. La fiesta primitiva, la que hoy se llama carnaval debe ser de origen chanka. Es música bravía, guerrera, trágica y violenta como eÍ cauce del gran río; misteriosa y triste como la orilla inalcanzable del Apurímac, allí donde las dos bandas del río forman un abismo liso, imponente y frío, de peñascos apenas orlados por grandes cadenas de salvajina que brotan de las rocas.
El carnaval es en febrero, en el tiempo de la creciente, cuando el Apurímac es turbio, cuando su sonido aumenta y revuelve áspero y verdaderamente salvaje. La lluvia es feroz en la quebrada, casi siempre cae en tormenta, suena y causa espanto. El eco de la lluvia se produce en todos los grandes barrancos, las cumbres de los cerros parecen temblar, por las pequeñas hondanadas de las faldas bajan torrentes negros que arrastran piedras y árboles. Todo va al río grande. Y el agua del Apurímac, cada vez más alta, más turbia, se revuelve en grandes remolinos y tumbos, quebrándose en los recodos, salpicando, se atropella y truena. Parece el germen de la lluvia, la imagen del cielo enfurecido y oscuro.
Es el tiempo del carnaval. En estas noches, cuando la voz del río suena con su máximo poder, en todos estos pueblitos de la quebrada, prendidos sobre el abismo, salen a cantar y a bailar el carnaval, el canto guerrero, que es como la ofrenda al río crecido y terrible, al cielo agitado y a la noche lóbrega.
En algunos pueblos la canción es tierna y amorosa, pero en el Apurímac hondo, en Tambobamba, por ejemplo, es triste. La de Tambobamba debe ser muy antigua. Yo no conozco otra canción más cruel y hermosa:
El río de sangre ha traído
a un amante tambobambino.
Sólo su tinya está flotando,
sólo su charango está flotando,
sólo su quena está flotando.
Y la mujer que lo amaba,
su joven idolatrada,
llorando llora
mirando desde la orilla
sólo la tinya flotando,
sólo la quena flotando.
El río de sangre ha traído
a un amante tambobambino;
sólo su quena está flotando,
él ha muerto,
él ya no existe.
La tormenta cae sobre el pueblo,
el cóndor está mirando desde la nube;
la joven amante,
la joven idolatrada
está llorando en la orilla
¡Wifalalalay wifala
wifalitay wifalaáá! (1).
Una incontenible desesperación despierta este canto, una tristeza que nace de toda la fuerza del espíritu. Es como un insuperable deseo de luchar y de perderse, como si la noche lóbrega dominada por la voz profunda del río se hubiera apoderado de nuestra conciencia, y se canta sin descanso, cada vez con más ansia y con más angustia. Es un desenfreno de tristeza y de coraje. Toda la esencia del vivir humano agitada con ardiente violencia en todo nuestro mundo interior sensible. Los que no saben el quechua escuchan el canto con mucha gravedad y adivinan todo lo trágico y cruel que es su contenido.
Espero llegar a Tambobamba, al mismo pueblo, y cantarlo en la plaza, en coro con la gente de la quebrada, con cincuenta guitarras y tinyas, oyendo la voz del gran río, confundido en este canto que es su fruto más verdadero, su entraña, su imagen viviente, su voz humana, cargada de dolor y de furia, mejor y más poderosa que su propia vaz de río, río gigante que cavó mil leguas de abismo en la roca dura.
(1) Traducción de la letra quechua.
Fuente: EL CARNAVAL DE TAMBOBAMBA autor José María Arguedas. “La Prensa”, Buenos Aires, 15 de febrero de 1942.
1 comentario:
hala; soy parte del sequito del dios que habla, es atento y feliz lo escribio en el carnaval de tambobamba, escriban mas si deben, corran se deben ypor ultimo luchen no si deben, es que simplemente deben
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