José Arnaldo Sabogal Diéguez
José Arnaldo Sabogal Diéguez nació en Cajabamba, provincia del departamento de Cajamarca en el año de 1888 y vivió su infancia en el mismo pueblo. A los veinte años viajó a Italia, iniciando sus estudios para pintor en Roma, donde reconoce que su permanencia en esa ciudad, sumergido en su poderoso ambiente de arte y luchando por el estudio y por el sustento, fue una etapa intensa, inquietante y básica” (Sabogal, 1956, p. 23) en su formación estética.
Tuvo la oportunidad de recorrer Italia, Francia y las costas africanas de Argelia y Marruecos. Viajó luego a Buenos Aires, en donde radicó por algún tiempo.
En esta ciudad reanudó sus estudios artísticos y prosiguió con su obra pictórica. Y fue precisamente en los Andes argentinos donde tomó como motivo de sus pinturas, los paisajes y a los “autóctonos” como él mismo menciona (Sabogal 1956). A partir de este momento los Andes americanos ya lo habían cautivado, manifestando un gran interés por el conocimiento de éstos. Así, decidió viajar al Cusco, y lo hizo siguiendo la ruta del Altiplano, pasando por el lago Titicaca y el río Vilcamayo. Se detuvo seis meses en el Cusco dedicándose sólo a pintar.
Luego de este período viajó a Lima. Fue esta etapa de viajes por el territorio americano, y en especial el peruano lo que fue delineando los rasgos característicos de la obra de Sabogal, paisajes y escenas, que impactando de manera directa en su sensibilidad, formaron su devoción estética hacia el Perú y su riqueza multicultural.
En 1919, en medio de un ambiente políticamente agitado, tuvo Sabogal su primera exhibición. Presentó en ella los cuadros que pintó durante su travesía por el territorio peruano, en especial durante su residencia en la ciudad del Cusco. Esta exposición - como él mismo manifestó - causó un gran revuelo y una gran polémica, ya que las imágenes en ella mostradas no eran lo usualmente apreciadas en la Lima del Civilismo, aún aristocrática y oligárquica.
Algunos años después, en 1942, viajó a Estados Unidos y a México, donde fue acogido “en lo oficial como huésped del gobierno, y en lo particular, en el campo de los artistas, con el encanto de una acogida fraterna” (Sabogal, 1956, p. 25).
En 1946 formó el Instituto de Arte Peruano, por requerimiento del Museo de la Cultura Peruana. Formó además el Museo de las Artes Populares, y fue director por varios años de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Falleció de manera repentina en Lima, el 15 de diciembre de 1956.
Tuvo la oportunidad de recorrer Italia, Francia y las costas africanas de Argelia y Marruecos. Viajó luego a Buenos Aires, en donde radicó por algún tiempo.
En esta ciudad reanudó sus estudios artísticos y prosiguió con su obra pictórica. Y fue precisamente en los Andes argentinos donde tomó como motivo de sus pinturas, los paisajes y a los “autóctonos” como él mismo menciona (Sabogal 1956). A partir de este momento los Andes americanos ya lo habían cautivado, manifestando un gran interés por el conocimiento de éstos. Así, decidió viajar al Cusco, y lo hizo siguiendo la ruta del Altiplano, pasando por el lago Titicaca y el río Vilcamayo. Se detuvo seis meses en el Cusco dedicándose sólo a pintar.
Luego de este período viajó a Lima. Fue esta etapa de viajes por el territorio americano, y en especial el peruano lo que fue delineando los rasgos característicos de la obra de Sabogal, paisajes y escenas, que impactando de manera directa en su sensibilidad, formaron su devoción estética hacia el Perú y su riqueza multicultural.
En 1919, en medio de un ambiente políticamente agitado, tuvo Sabogal su primera exhibición. Presentó en ella los cuadros que pintó durante su travesía por el territorio peruano, en especial durante su residencia en la ciudad del Cusco. Esta exposición - como él mismo manifestó - causó un gran revuelo y una gran polémica, ya que las imágenes en ella mostradas no eran lo usualmente apreciadas en la Lima del Civilismo, aún aristocrática y oligárquica.
Algunos años después, en 1942, viajó a Estados Unidos y a México, donde fue acogido “en lo oficial como huésped del gobierno, y en lo particular, en el campo de los artistas, con el encanto de una acogida fraterna” (Sabogal, 1956, p. 25).
En 1946 formó el Instituto de Arte Peruano, por requerimiento del Museo de la Cultura Peruana. Formó además el Museo de las Artes Populares, y fue director por varios años de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Falleció de manera repentina en Lima, el 15 de diciembre de 1956.
José Carlos Mariátegui, en su libro “José Sabogal: Primer pintor peruano”, declara a este artista como el Primer Pintor Peruano y reconoce su obra como “Sólida, honrada y vital, y a él como uno de los valores-signos con los que cuenta el Perú”.
Menciona el Amauta, que antes de Sabogal, el país había tenido algunos pintores, pero que no había tenido en verdad, ningún “pintor peruano”. Sabogal aparece pues, en un instante en el que se constataba una cierta decadencia, o mejor dicho en un momento disolución del arte occidental, hegemónico, en el Perú.
No obstante, fue la experiencia europea –como Sabogal mismo lo reconoce- la que, en mucho, forjó al “pintor” José Sabogal. El trato directo con las escuelas, el estudio de los grandes maestros de la pintura, formaron no solamente su temple, y su técnica, sino, “sobre todo, lo ha ayudado por reacción contra un mundo en el cual se sentía extranjero, a descubrirse y reconocerse” (Mariátegui 1956, p. 26). Aparentemente, el artista comprende, o más bien, esclarece en Europa, que era necesario contar un sustrato histórico, una raíz, un punto de partida que lo señale como perteneciente a algún lugar y lo ayude a definirse.
Europa le proporciona la técnica, el Perú le provee la identidad, el sentido de pertenencia, el centro existencial de partida y retorno para su creación artística.
Lo regionalista o nacionalista en Sabogal, se yergue más como un anclaje cultural y una motivación interna, un estro cultural o un nicho competitivo frente a las grandes escuelas europeas, imposibles de ser superadas por un latinoamericano que quisiese compartir la estética de aquellos de quienes brotaba naturalmente y que en él era fruto del esfuerzo.
En este sentido, es necesario reconocer que sería caer en un error afirmar que José Sabogal fuese un pintor o artista indigenista, y mucho menos que fuese el iniciador o máximo exponente de dicha corriente artística e intelectual. Si se le debiera asignar algún adjetivo a la obra de Sabogal, que logre encuadrar o definirla, sería la de
“tradicionalista” o incluso “peruanista”, ya que no sólo se dedica a buscar o exaltar los valores estéticos o culturales referentes a lo indígena, sino, a todo lo que muestra ser parte de la tradición peruana. Es decir todo lo que define lo “peruano” como tal.
Circunscribir esto a lo meramente indígena, sería limitar la obra de Sabogal y etiquetarla erróneamente, ponerle un rótulo que, además, no le correspondería.
Se puede decir, coincidiendo con Mariátegui, que Sabogal siente sus temas, que son suyos por convicción, que se identifica tanto con la naturaleza como con las razas que interpreta en sus pinturas y xilografías. Aunque Sabogal no iniciase el movimiento indigenista, ni formase parte de éste, hay que reconocer que después de él se propagó la moda del indigenismo en la pintura, consagrándose como estilo, sin embargo, “quien tenga mirada penetrante no podrá confundir jamás la profunda y austera visión que de lo indio nos da Sabogal con la que nos dan tantos superficiales explotadores de esta veta plástica, en la que se ceba ahora hasta la pintura turística” (Mariátegui, 1956). En este sentido, el mismo Sabogal menciona, que luego de su primera exposición en Lima en 1919 (en los albores del Oncenio de Leguía), se dio inicio al movimiento de “redescubrimiento” (Sabogal 1956), tocándole a él mismo ser el símbolo, el “portaestandarte”. Y, ya más tarde, surgió el grupo de pintores tildados de “indigenistas”, porque buscaban la expresión estética de lo indio.
En muchos pasajes de sus obras él distingue muy claramente a los indigenistas, sin incluirse más que en contadas ocasiones dentro de ese grupo. Más aún, haciendo referencia a su recorrido por España, menciona que se sentía como una especie de hijo pródigo de la Península (Sabolgal, J., 1956); sensación que hubiera sido absolutamente impensable para un intelectual indigenista confeso, perteneciente, por su obra al grupo de detractores empedernidos del pasado hispánico.
Sabogal manifiesta que en el siglo XX los pintores deben (o más bien debían) recorrer todas las zonas del accidentado territorio peruano6. Menciona también que aún nos encontramos “bajo la mágica influencia del paisaje y su elaborado devenir, como ‘aedas’, asombrados y sorprendidos, descubriendo en las andanzas hermosos ejemplares de fuerte expresión antigua india, de la etapa imperial española y de la variada, intensa e inédita mata popular” (Sabogal, J., 1987). Debe entenderse que “todas las zonas peruanas se expresan en sus artes caseras con ritmo oscilante hacia el arte indio y hacia el hispano, pero, acusando siempre un original aporte ingenuo y bello” (Sabogal, J., 1987) y es esto lo que el pintor se propone, rescatar, revalorar y difundir, como artista y como intelectual; la recuperación de estéticas diversas de las diferentes regiones del país, sus significaciones culturales y el rescate de los valores tradicionales peruanos de belleza que merecían ser difundidos.
Coincidiendo con lo expuesto por el Amauta, el historiador Luis E. Valcárcel anota acertadamente, que “con la misma simpatía, pintó a zambos y mulatos, a indios costeños, a mestizos de todos los colores. [...] enseñó a hablar un nuevo idioma, adecuado a la expresión de un mundo recién descubierto. Hasta él no hubo sino balbuceos del arte de lo peruano” (Valcárcel, 1956). Para demostrar lo dicho por Valcárcel, y además resaltar que los intereses de Sabogal no se quedaban en lo meramente indígena, sino que más bien estaban orientados hacia todo lo tradicional peruano. La imagen mostrada es una representación de la Procesión de Señor de los Milagros, en Lima. En ella se puede apreciar, en primer plano, a las sahumadoras, todas ellas mulatas o negras, luego, un poco más atrás a unas mujeres blancas, un caballero, cargadores negros y mulatos, una familia, de apariencia aristocrática participando desde su ventana del fervor popular, observándose en la señora, una peineta de influencia española; y por último, casi perdida en la multitud, una única mujer de rasgos indios, medio tapada por un fanal.
Podría decirse, con convicción, que en la obra de Sabogal no se encuentran concesiones al mercado, ni busca complacer a la frivolidad del ambiente burgués dominante, o sumisiones ante los críticos, a la sazón, europeizantes e influidos por las obras de pintores como Hernández o Baca Flor, occidentalistas. El pintor trabaja para realizarse él, libre y plenamente, buscando siempre la autosatisfacción y el cumplimiento de sus ideales y principios. Su obra pertenece ya a la historia, y su rango de influencia trasciende al paso del tiempo, a las modas intelectuales o artísticas, mientras otras, por ser simplemente modas, no pasarán de la crónica, o de la simple enumeración de pintores, pertenecientes a tal o cual corriente artística, más allá del éxito momentáneo de las galerías comerciales.
Ahora bien, la importancia de José Sabogal no sólo radica en haber sido un gran pintor, y haber impulsado la revaloración de la tradición cultural y artística peruana, en general, a través de sus cuadros.
También fue un gran estudioso del arte vernáculo peruano, y buscaba difundirlo, sacándolo a la luz de la opinión pública, rescatándolo del olvido pero, sobre todo, de la marginación. Esto lo logró publicando una serie de libros, acerca de distintos temas del arte tradicional. Como mencionara Valcárcel, “manejó la pluma: Mates, Keros, Toros
comenzaron a desfilar por las páginas del libro ...” (Valcarcel, 1956). El artista recolectaba, cuidaba, estudiaba y reproducía muchos de los objetos salidos de las manos y los espíritus de los artesanos alfareros (Pucará y la Quinua), tejedores (Cusco), retableros (Ayacucho), escultores en piedra (Huamanga), etc. Prácticamente, como nación, debemos a Sabogal, el interés volcado, desde fines del los 50s y de la década de los 60s del s. XX, hacia el arte popular peruano; no sólo el difundido por artistas sino hacia la búsqueda de manifestaciones poco conocidas, como los textiles de Cajas, espejos cusqueños o cajamarquinos, etc. La impronta de Sabogal en este aspecto es única.
Sabogal fue sin duda, uno de los creadores y conceptuadores de la cultura nacional, labor que no le requirió poco esfuerzo. Su investigación intensa por todo el territorio nacional, le permitió “asumir una relación más arraigada entre la concepción del artista y la visión de su entorno histórico”(Peralta, 1987, p. ). El pintor se despercude del eurocentrismo, que fue característico de aquella época en el Perú, alienación por la que pasaron la mayoría de los países latinoamericanos. A partir de allí, y por supuesto de los aportes de otros pensadores, se plantea los antecedentes desde los que debe formularse el problema de la identidad cultural nacional En el libro publicado en 1945 titulado, “Mates burilados. Arte vernacular peruano” (Sabogal, 1987), el artista nos ofrece una interpretación novedosa en torno al mate. Plantea, que dicho fruto ha servido siempre para el ensayo de la sensibilidad plástica popular, además de que en la actualidad, dicha pieza de arte tiene una “intensa vitalidad expresional”, es decir que es empleada como forma de expresión, de manifestación, no sólo de los patrones tradicionales y culturales operantes en el artista-artesano, sino también que es reflejo inmanente de la realidad, ya que sirve muchas veces para retratarla. En esta misma obra, el pintor se encargará de señalar cómo es que el mate se viene utilizando desde épocas preincas8; y que en el período colonial continuó siendo utilizado.
Sabogal plantea, que del mate se pasó a la cerámica, lo que ya ha sido ampliamente demostrado por los estudiosos de los períodos pre – cerámicos en el desarrollo de la cultura pre inca, dado que en los primeros ensayos de cerámica, se llega a advertir el intento de imitación de las formas del mate. Durante la época colonial el mate “tomó nuevas líneas, tanto por la visión ideológica de los artistas, como por la técnica que utilizan”. Así, José Sabogal centra su estudio en dos puntos de trabajo y difusión del mate burilado, Ayacucho y Huancayo. De la aquella mencionará que “es el centro floreciente del Mate burilado”; mientras que de ésta dirá que “se produce en muy buena calidad y en abundancia” (Sabogal, 1987).
Debido que este libro plasma en pocas páginas lo que el autor entiende por arte tradicional o popular peruano; y es además un medio por el que difunde los rasgos más característicos de la tradición peruana.
Captura, por otro lado, a la Cruz de los Caminos, famosa en casi todo el territorio peruano, que aunque siempre caracterizada con elementos propios de las distintas localidades y no deja de existir en ellas, una alta dosis de iconografía cristiana alusiva a la pasión de Cristo. Estudia asimismo la imagen del “Taytacha Temblores” o el Señor de los Temblores, así como la importancia y las distintas manifestaciones de la Semana Santa.
Le da especial importancia a la fiesta del Corpus Christi del Cusco y a la tradición de “Los Nacimientos”9 como elemento representativo de la tradición de la Navidad Criolla Peruana.
Nuevamente, apreciamos en esta última mención su preocupación por algo no indio, pero sí tradicional y que, en sentido amplio, puede catalogarse como arte.
Materializa, finalmente, Sabogal, en este libro, cómo es que la imaginería peruana adapta las distintas tradiciones cristianas u occidentales, y las moldea de acuerdo a sus valores, a sus creencias, a sus ideologías; adaptándolas y formando un arte particular, nuevo, típico y propio únicamente del territorio peruano, surgido de su particular mestizaje.
(Fuente: JOSÉ SABOGAL WIESSE ¿PINTOR INDIGENISTA? autor Juan Carlos De Orellana Sánchez, Estudiante del último año de la Especialidad de Historia, Facultad de Letras y Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú, publicado en la Revista CONSENSUS Año 8 Nº 9 de la UNIFE-Universidad Femenina del Sagrado Corazón, 2004).
Menciona el Amauta, que antes de Sabogal, el país había tenido algunos pintores, pero que no había tenido en verdad, ningún “pintor peruano”. Sabogal aparece pues, en un instante en el que se constataba una cierta decadencia, o mejor dicho en un momento disolución del arte occidental, hegemónico, en el Perú.
No obstante, fue la experiencia europea –como Sabogal mismo lo reconoce- la que, en mucho, forjó al “pintor” José Sabogal. El trato directo con las escuelas, el estudio de los grandes maestros de la pintura, formaron no solamente su temple, y su técnica, sino, “sobre todo, lo ha ayudado por reacción contra un mundo en el cual se sentía extranjero, a descubrirse y reconocerse” (Mariátegui 1956, p. 26). Aparentemente, el artista comprende, o más bien, esclarece en Europa, que era necesario contar un sustrato histórico, una raíz, un punto de partida que lo señale como perteneciente a algún lugar y lo ayude a definirse.
Europa le proporciona la técnica, el Perú le provee la identidad, el sentido de pertenencia, el centro existencial de partida y retorno para su creación artística.
Lo regionalista o nacionalista en Sabogal, se yergue más como un anclaje cultural y una motivación interna, un estro cultural o un nicho competitivo frente a las grandes escuelas europeas, imposibles de ser superadas por un latinoamericano que quisiese compartir la estética de aquellos de quienes brotaba naturalmente y que en él era fruto del esfuerzo.
En este sentido, es necesario reconocer que sería caer en un error afirmar que José Sabogal fuese un pintor o artista indigenista, y mucho menos que fuese el iniciador o máximo exponente de dicha corriente artística e intelectual. Si se le debiera asignar algún adjetivo a la obra de Sabogal, que logre encuadrar o definirla, sería la de
“tradicionalista” o incluso “peruanista”, ya que no sólo se dedica a buscar o exaltar los valores estéticos o culturales referentes a lo indígena, sino, a todo lo que muestra ser parte de la tradición peruana. Es decir todo lo que define lo “peruano” como tal.
Circunscribir esto a lo meramente indígena, sería limitar la obra de Sabogal y etiquetarla erróneamente, ponerle un rótulo que, además, no le correspondería.
Se puede decir, coincidiendo con Mariátegui, que Sabogal siente sus temas, que son suyos por convicción, que se identifica tanto con la naturaleza como con las razas que interpreta en sus pinturas y xilografías. Aunque Sabogal no iniciase el movimiento indigenista, ni formase parte de éste, hay que reconocer que después de él se propagó la moda del indigenismo en la pintura, consagrándose como estilo, sin embargo, “quien tenga mirada penetrante no podrá confundir jamás la profunda y austera visión que de lo indio nos da Sabogal con la que nos dan tantos superficiales explotadores de esta veta plástica, en la que se ceba ahora hasta la pintura turística” (Mariátegui, 1956). En este sentido, el mismo Sabogal menciona, que luego de su primera exposición en Lima en 1919 (en los albores del Oncenio de Leguía), se dio inicio al movimiento de “redescubrimiento” (Sabogal 1956), tocándole a él mismo ser el símbolo, el “portaestandarte”. Y, ya más tarde, surgió el grupo de pintores tildados de “indigenistas”, porque buscaban la expresión estética de lo indio.
En muchos pasajes de sus obras él distingue muy claramente a los indigenistas, sin incluirse más que en contadas ocasiones dentro de ese grupo. Más aún, haciendo referencia a su recorrido por España, menciona que se sentía como una especie de hijo pródigo de la Península (Sabolgal, J., 1956); sensación que hubiera sido absolutamente impensable para un intelectual indigenista confeso, perteneciente, por su obra al grupo de detractores empedernidos del pasado hispánico.
Sabogal manifiesta que en el siglo XX los pintores deben (o más bien debían) recorrer todas las zonas del accidentado territorio peruano6. Menciona también que aún nos encontramos “bajo la mágica influencia del paisaje y su elaborado devenir, como ‘aedas’, asombrados y sorprendidos, descubriendo en las andanzas hermosos ejemplares de fuerte expresión antigua india, de la etapa imperial española y de la variada, intensa e inédita mata popular” (Sabogal, J., 1987). Debe entenderse que “todas las zonas peruanas se expresan en sus artes caseras con ritmo oscilante hacia el arte indio y hacia el hispano, pero, acusando siempre un original aporte ingenuo y bello” (Sabogal, J., 1987) y es esto lo que el pintor se propone, rescatar, revalorar y difundir, como artista y como intelectual; la recuperación de estéticas diversas de las diferentes regiones del país, sus significaciones culturales y el rescate de los valores tradicionales peruanos de belleza que merecían ser difundidos.
Coincidiendo con lo expuesto por el Amauta, el historiador Luis E. Valcárcel anota acertadamente, que “con la misma simpatía, pintó a zambos y mulatos, a indios costeños, a mestizos de todos los colores. [...] enseñó a hablar un nuevo idioma, adecuado a la expresión de un mundo recién descubierto. Hasta él no hubo sino balbuceos del arte de lo peruano” (Valcárcel, 1956). Para demostrar lo dicho por Valcárcel, y además resaltar que los intereses de Sabogal no se quedaban en lo meramente indígena, sino que más bien estaban orientados hacia todo lo tradicional peruano. La imagen mostrada es una representación de la Procesión de Señor de los Milagros, en Lima. En ella se puede apreciar, en primer plano, a las sahumadoras, todas ellas mulatas o negras, luego, un poco más atrás a unas mujeres blancas, un caballero, cargadores negros y mulatos, una familia, de apariencia aristocrática participando desde su ventana del fervor popular, observándose en la señora, una peineta de influencia española; y por último, casi perdida en la multitud, una única mujer de rasgos indios, medio tapada por un fanal.
Podría decirse, con convicción, que en la obra de Sabogal no se encuentran concesiones al mercado, ni busca complacer a la frivolidad del ambiente burgués dominante, o sumisiones ante los críticos, a la sazón, europeizantes e influidos por las obras de pintores como Hernández o Baca Flor, occidentalistas. El pintor trabaja para realizarse él, libre y plenamente, buscando siempre la autosatisfacción y el cumplimiento de sus ideales y principios. Su obra pertenece ya a la historia, y su rango de influencia trasciende al paso del tiempo, a las modas intelectuales o artísticas, mientras otras, por ser simplemente modas, no pasarán de la crónica, o de la simple enumeración de pintores, pertenecientes a tal o cual corriente artística, más allá del éxito momentáneo de las galerías comerciales.
Ahora bien, la importancia de José Sabogal no sólo radica en haber sido un gran pintor, y haber impulsado la revaloración de la tradición cultural y artística peruana, en general, a través de sus cuadros.
También fue un gran estudioso del arte vernáculo peruano, y buscaba difundirlo, sacándolo a la luz de la opinión pública, rescatándolo del olvido pero, sobre todo, de la marginación. Esto lo logró publicando una serie de libros, acerca de distintos temas del arte tradicional. Como mencionara Valcárcel, “manejó la pluma: Mates, Keros, Toros
comenzaron a desfilar por las páginas del libro ...” (Valcarcel, 1956). El artista recolectaba, cuidaba, estudiaba y reproducía muchos de los objetos salidos de las manos y los espíritus de los artesanos alfareros (Pucará y la Quinua), tejedores (Cusco), retableros (Ayacucho), escultores en piedra (Huamanga), etc. Prácticamente, como nación, debemos a Sabogal, el interés volcado, desde fines del los 50s y de la década de los 60s del s. XX, hacia el arte popular peruano; no sólo el difundido por artistas sino hacia la búsqueda de manifestaciones poco conocidas, como los textiles de Cajas, espejos cusqueños o cajamarquinos, etc. La impronta de Sabogal en este aspecto es única.
Sabogal fue sin duda, uno de los creadores y conceptuadores de la cultura nacional, labor que no le requirió poco esfuerzo. Su investigación intensa por todo el territorio nacional, le permitió “asumir una relación más arraigada entre la concepción del artista y la visión de su entorno histórico”(Peralta, 1987, p. ). El pintor se despercude del eurocentrismo, que fue característico de aquella época en el Perú, alienación por la que pasaron la mayoría de los países latinoamericanos. A partir de allí, y por supuesto de los aportes de otros pensadores, se plantea los antecedentes desde los que debe formularse el problema de la identidad cultural nacional En el libro publicado en 1945 titulado, “Mates burilados. Arte vernacular peruano” (Sabogal, 1987), el artista nos ofrece una interpretación novedosa en torno al mate. Plantea, que dicho fruto ha servido siempre para el ensayo de la sensibilidad plástica popular, además de que en la actualidad, dicha pieza de arte tiene una “intensa vitalidad expresional”, es decir que es empleada como forma de expresión, de manifestación, no sólo de los patrones tradicionales y culturales operantes en el artista-artesano, sino también que es reflejo inmanente de la realidad, ya que sirve muchas veces para retratarla. En esta misma obra, el pintor se encargará de señalar cómo es que el mate se viene utilizando desde épocas preincas8; y que en el período colonial continuó siendo utilizado.
Sabogal plantea, que del mate se pasó a la cerámica, lo que ya ha sido ampliamente demostrado por los estudiosos de los períodos pre – cerámicos en el desarrollo de la cultura pre inca, dado que en los primeros ensayos de cerámica, se llega a advertir el intento de imitación de las formas del mate. Durante la época colonial el mate “tomó nuevas líneas, tanto por la visión ideológica de los artistas, como por la técnica que utilizan”. Así, José Sabogal centra su estudio en dos puntos de trabajo y difusión del mate burilado, Ayacucho y Huancayo. De la aquella mencionará que “es el centro floreciente del Mate burilado”; mientras que de ésta dirá que “se produce en muy buena calidad y en abundancia” (Sabogal, 1987).
Debido que este libro plasma en pocas páginas lo que el autor entiende por arte tradicional o popular peruano; y es además un medio por el que difunde los rasgos más característicos de la tradición peruana.
Captura, por otro lado, a la Cruz de los Caminos, famosa en casi todo el territorio peruano, que aunque siempre caracterizada con elementos propios de las distintas localidades y no deja de existir en ellas, una alta dosis de iconografía cristiana alusiva a la pasión de Cristo. Estudia asimismo la imagen del “Taytacha Temblores” o el Señor de los Temblores, así como la importancia y las distintas manifestaciones de la Semana Santa.
Le da especial importancia a la fiesta del Corpus Christi del Cusco y a la tradición de “Los Nacimientos”9 como elemento representativo de la tradición de la Navidad Criolla Peruana.
Nuevamente, apreciamos en esta última mención su preocupación por algo no indio, pero sí tradicional y que, en sentido amplio, puede catalogarse como arte.
Materializa, finalmente, Sabogal, en este libro, cómo es que la imaginería peruana adapta las distintas tradiciones cristianas u occidentales, y las moldea de acuerdo a sus valores, a sus creencias, a sus ideologías; adaptándolas y formando un arte particular, nuevo, típico y propio únicamente del territorio peruano, surgido de su particular mestizaje.
(Fuente: JOSÉ SABOGAL WIESSE ¿PINTOR INDIGENISTA? autor Juan Carlos De Orellana Sánchez, Estudiante del último año de la Especialidad de Historia, Facultad de Letras y Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú, publicado en la Revista CONSENSUS Año 8 Nº 9 de la UNIFE-Universidad Femenina del Sagrado Corazón, 2004).
1 comentario:
Como nieta del pintor y escritor indigenista me veo obligada a comentar que su nombre era José Arnaldo Sabogal Diéguez.
El nombre de su hijo (mi padre) era José Rodolfo Sabogal Wiesse.
Ruego se rectifique el dato
Isabel Sabogal
(Nieta mayor del pintor)
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