La danza de la Chonguinada en Muruhuay (Junín)
La importancia de dedicar un capítulo entero a la danza de la chonguinada se justifica por su avasalladora presencia en el santuario de Muruhuay. De la chonguinada puede decirse que es la danza de Muruhuay y que mayo es el mes de la chonguinada. Existen muy pocos casos de grupos de peregrinos que lleven otro tipo de danza (los más conocidos son la Negrería de Huánuco y la Huancadanza de Huaricolca), lo cual quiere decir que también los "nuevos" peregrinos o, más bien, las unidades sociales que en las últimas décadas se han plegado a la peregrinación, asumen esa danza como su propio vehículo para la expresión de una cierta identidad.
Esta relación, prácticamente automática, entre peregrinación de Muruhuay y danza de la chonguinada llama la atención, pues en la mayoría de los ejemplos etnográficos de peregrinaciones en los Andes se grafican dos casos opuestos: la presentación de una variedad de danzas (como en el conocido santuario de Qoyllur R'iti en el que se presentan entre diez y veinte variedades de danza, lo mismo que en la peregrinación del Señor de la Soledad de Huaraz) o la ausencia total de éstas (como en las peregrinaciones de la Virgen de las Mercedes de Paita o del Señor de Ayabaca, ambos en Piura).
Este capítulo está organizado en cuatro partes. La primera es una descripción sobre la participación de la danza en la peregrinación en forma de narración. La segunda parte es una revisión bibliográfica de las principales propuestas en cuanto al estudio de las danzas en los Andes, las cuales han sido útiles para emprender un análisis de la chonguinada. En la tercera parte examino la danza en sus varios aspectos: los externos (el vestuario, la coreografía), los roles de los personajes (en la opinión de los actores y la mía propia), la función de la danza dentro de la peregrinación, la percepción de los danzantes. En la última parte hago un examen en conjunto de los resultados obtenidos y propongo una explicación a la asociación estrecha entre chonguinada y Muruhuay.
Los movimientos de los chonguinos (128)
El alba sonó temprano, los cohetes se transmitieron desde las manos de Cushte hasta cada balcón y patio. En todos los barrios se escuchó, hasta la banda del frente, quizás hasta San Antonio. Sí, seguramente hasta allá se escuchó. Es el primer día de fiesta y desde hace días hay movimiento en el pueblo, más pasajeros en los buses, más gente caminando por los senderos. Por la calle Lima y alrededor de la plaza suben y bajan los hijos, primos, sobrinos, ahijados. Han cambiado, siguen iguales, son más, son menos. Los tapeños están dispersos en el ancho mundo. Los de Lima, la montaña, Oroya, ellos vienen claro. Más novedad son los que llegan desde Canadá o Japón. Vienen contando de otras ciudades, otras costumbres, de los destinos de los tapeños allá. Para ellos salen los olores de las cocinas, en los patios se calientan las piedras para las pachamancas.
Los chonguinos son queridos, los jóvenes todos quisieran bailar en la comparsa. Escuchar el pasacalle de la chonguinada es pensar en Muruhuay. Días enteros se sostiene la tonada en el aire, alegrando los cerros y los animales. Después de hacerse añorar un año inunda las casas re-habitadas y hace brillar las tejas. Entonces, el alba anticipa la melodía y los colores de la danza de mayo. Un honor, una gracia, una suerte, una responsabilidad. Todo eso es bailar de chonguino. Es bonita la costumbre: bonito bailar, bonito ver bailar. El pasacalle rememora las parejas brillantes, los sombreros con plumas, los pañuelitos bordados. Y a pesar de eso, fue difícil reunir a todos los chonguinos. Dina llegó dos días antes de la fiesta, segura de las personas que se habían comprometido en las dos ponchadas anteriores.
Ella iba a las casas a recordarles la asistencia a los ensayos. Además de las confirmaciones, le esperaban también evasivas. Dina llegaba entonces a la casa desanimada: "ahora me doy cuenta de quiénes no son mis amigos". Aunque no se decía, la cuota que cada chonguino debe pagar era el principal motivo de las negativas. Entre todos los danzantes deben pagar la mitad de la orquesta que los acompañará y también el alquiler de su traje. Los filtros por los que se ha de pasar para ser chonguinos no son pocos: estar relacionados con los mayordomos, tener la capacidad de afrontar un aporte económico más o menos significativo y, claro, querer y saber bailar. Dina recorrió las casas, recordando los compromisos, presionando, buscando alternativas. Recién en la víspera, para el último ensayo, se tuvo a los dieciséis chonguinos.
Largas horas se reunieron los chonguinos y determinaron las posiciones, los colores, las mudanzas. Todos intervenían con entusiasmo, Toño –el guiador–, Oster –la guiadora–, Dina, las otras madres opinando acerca de lo que sería más conveniente. Lo primero en decidirse es el orden de los danzantes, según antigüedad, estatura, gracia y, evidentemente, cercanía con los mayordomos. No es tarea fácil, las negociaciones pueden ser largas. Luego, los colores. ¿Qué colores hay? Los de siempre. ¿Cómo los sorteamos? Probemos azul adelante, no, que puede ser el rojo, veamos si el verde, dejémoslo más bien en el amarillo.
Ordenar, re-ordenar y comparar. Se impone la solución tradicional al asunto. Al igual que con el tema de las mudanzas, se harán este año las que se hicieron el pasado. ¡Ahora, a practicar! Es el día. El alba se escuchó cuando el sol apenas se asomaba entre por el cerro. En casa del mayordomo hay ajetreo desde temprano, el desayuno para los chonguinos debe estar pronto. Tienen que comer todos (Teodoro insiste en que no deben repetirse los comentarios que hubo el año pasado ¡que no se les había dado de comer a los chonguinos!), tienen que estar puntuales en Muruhuay. Uno a uno van llegando. "Mándenle a buscar, que desayune, se hace tarde"; "¿Ya están todos?, vamos entonces". Teodoro sólo piensa en llegar a tiempo al santuario y en que los chonguinos hayan desayunado bien, para que resistan todo el día y puedan bailar bonito.
Los chonguinos serán los representantes del pueblo, los otros peregrinos los verán a ellos y dirán "ahí están los de Tapo". Los chonguinos moviéndose en los tres tiempos –sólo Tapo tiene ese paso–, con sus trajes de plata y de colores, tras el amarillo se asoma el rojo, el verde, el celeste, no acaban, son todos los colores de los rayos del sol de mayo que llegan al suelo y salen reflejados en forma de vestidos, anaranjado, azul, rosado, morado. Tapo quedará en la memoria de los peregrinos por sus chonguinos. Los del grupo saben esto. Los chonguinos son el orgullo de Tapo, su carta de presentación. En el santuario, en el pueblo, en los pueblos, se hablará durante toda la fiesta, y el recuerdo de cómo lo hicieron se proyectará hacia la siguiente. ¿Fue armonioso?, ¿hubo errores?, ¿cómo bailaron los guiadores?, ¿los siguieron los otros?, ¿quiénes bailaron con más gracia?
Los danzantes son conscientes, se esmerarán en vestirse, los detalles serán cuidados. Añadirán zapatos, pañuelos, medias a los trajes de alquiler. Ellos y sus familias se habrán preocupado por los detalles. Los mayordomos también son conscientes, se preocupan por los chonguinos ¿comieron todos?, ¿tienen sed?, que se sienten, que descansen. Los que bailan por primera vez sienten cierto temor, tantos ojos puestos en ellos. En los años siguientes será más fácil, aunque quedará siempre algo de nerviosismo. Para quienes están por finalizar la promesa –los tan ansiados siete años– es un poco rutina ya, el momento clave está en el bailar, cuando darán todo de ellos, por ellos y por el pueblo, para el Señor.
Para ir a Muruhuay hay varias combis –la empresa de transporte Tapo-Tarma sabe de la fiesta y pone más unidades a disposición–, los mayordomos y los danzantes van juntos. El resto vamos por donde podemos. En todos los carros reina la fiesta, bromas de sentido y medio recorren los asientos, las carcajadas hacen temblar el camino. Sólo en el carro oficial pesa el aire. Los mayordomos esperan que todo resulte bajo lo planeado: llegar a tiempo para la misa, que los músicos estén allá esperando, que los chonguinos bailen bien. Los chonguinos rememoran los pasos y mudanzas,(129) no puede haber fallas. La media hora de camino pasa volando, como apenas la primera media hora de una larga jornada. Bajen todos.
¿Dónde están los músicos? Teodoro y Cirila cogen los guiones. Los chonguinos se forman inmediatamente detrás, luego estamos todo el resto de tapeños. Los músicos están al último, tocando el pasacalle de la chonguinada. Cuadrillando, por el medio de la pista, ante los curiosos que hay a esa hora. Los puestos de comida, de bebida, de artesanías, de chucherías, están ya colocados. Mas a las once de la mañana los ánimos aún no están despiertos. Hoy no ha habido ninguna misa más temprano, más tarde sí, vendrán más grupos. Los chonguinos de Huancayo, el contrapunto clásico de Tapo, no tardan. La fila de hombres y la de mujeres son claras, por supuesto, siempre paralelas. Los mayordomos a la cabeza, los danzantes, los acompañantes. Los músicos van detrás.
Llegando al templo en orden, los músicos callaron afuera. El sacerdote, los monaguillos, sí, ya están listos. Los chonguinos se separan al entrar, la fila de los hombres van a la izquierda, las mujeres a la derecha, quedarán entonces a los lados derecho e izquierdo del altar respectivamente. Todos nos sentamos sin mayor diferencia. Los chonguinos deberán estar en pie toda la misa. Están allí, como soldados, respetuosos, sin sombreros. Cantarán todos, comulgarán todos. Inevitablemente, se espera el final. El sacerdote preguntará por el nuevo mayordomo. No hay respuesta, Cirila se angustia. Todavía hay otra oportunidad al cabo de la procesión. El Señor no se quedará sin mayordomo.
Sale la procesión, no habrá mucho tiempo para ella, apresurémosla, el siguiente grupo de peregrinos espera por su misa. Alrededor del patio se cargarán las ligeras andas con la figura del Cristo de Muruhuay. Detrás del sacerdote con los monaguillos van los chonguinos, quienes salen con sombrillas –las de ellos negras, las de ellas de colores– justamente delante del anda. La música de procesión impone un ritmo lento. Demos tiempo a tener con nosotros al anda, que nuestros guiones encabecen, que nos vean los que estuvieron con nosotros en la iglesia, los otros peregrinos del santuario. ¿Vamos en realidad en sentido contrario a las agujas del reloj? Es que así es más práctico ¿no? Los chonguinos llevan sombrilla, sin duda, así debe ser. Por más lenta que sea la música, dar la vuelta al atrio no tarda mucho, el anda entra pronto al templo. Otro grupo espera dentro su misa.
El anda entra al templo, afuera queda un grupo en desorden, los saludos, reencuentros, felicitaciones. A cada momento llegan más tapeños que se unen al grupo. La salida del santuario con el pasacalle de los chonguinos marcando el paso. Se vacía el atrio, ahora se llena el estrado de danza, allí donde bailarán los chonguinos. Pero hay tiempo todavía, en una ronda grande empieza el baile, no más chonguinada, ahora un buen huayno. En círculo, alrededor de la cerveza que va rotando. Los danzantes, ¿están tomando ya? Las señoritas no quieren tomar cerveza, bueno, comprémosles gaseosas. Sí, no se pueden marear todavía. Hay que cuidar a los chonguinos, tienen todavía mucho por representar. Por nosotros, por el pueblo.
Y entonces, de sorpresa y casi por asalto, entran los chutos. Con chullos y ojotas, se mezclan entre los chonguinos y empiezan sus bromas. No están quietos, sus voces en falsete parecen venir de todos lados. Bailan algo de pasacalle, ríen con fuerza, miran al público, a los chonguinos. Cuando se encuentran dos, bailan en pareja. Los colores de los chutos están sobre una bayeta negra, en el chaleco, en los pantalones. La impresión de su traje es otra que la de los chonguinos. Los chutos no brillan con lentitud, sus colores dan la impresión de trozos de color condensados, que se mueven rápidamente.
Cuando llega el turno de entrar a bailar al escenario, es frente a tribunas llenas. No hay más espacio para los tapeños, ellos siguen en el círculo. Ahora los chonguinos han de mostrar su arte. Los guiadores recuerdan la coreografía, se entra bailando, el saludo al público, luego las mudanzas –cada una con su tonada, los músicos las conocen bien–. Círculos y cambios de parejas, entrecruzamientos, figuras "el abanico", o "la estrella". Cada mudanza es larga, cada pareja debe hacer todos los movimientos. Los chutos cuidan de que no haya interrupciones en la danza, y, a la vez que bailan entre medio y bromean con el público, vigilan que los danzantes tengan espacio suficiente. La presentación no dura más de una hora. Ya se cumplió con el Señor, ya se alegró al público. Esperemos que la apreciada chonguinada de Tapo por su pasito a ritmo de tres haya mantenido su fama. La gente aplaude mucho, los danzantes salen contentos, comentando siempre, esto falló, aquello no ocurrió en su momento. Todos hacen comentarios, también corren los chismes, se cuentan las historias de vida, tal es hijo de tal, sí y fulanita, pues, parece que está coqueteando con tal que es el marido de ... siempre se atribuyen romances a las parejas de chonguinos.
Todos los sucesos del día de hoy, se hacen por costumbre, continuando el ejemplo de los mayores. La pachamanca, la yunsa, el saludo en el municipio de Acobamba. Los chonguinos cuadrillan, seguimos nosotros, ellos dirigen el grupo, lo guían, ¿lo protegen? Cada vez, son ellos los que inician: la comida, el baile, la ronda, el camino. En todo los seguimos.
Esta relación, prácticamente automática, entre peregrinación de Muruhuay y danza de la chonguinada llama la atención, pues en la mayoría de los ejemplos etnográficos de peregrinaciones en los Andes se grafican dos casos opuestos: la presentación de una variedad de danzas (como en el conocido santuario de Qoyllur R'iti en el que se presentan entre diez y veinte variedades de danza, lo mismo que en la peregrinación del Señor de la Soledad de Huaraz) o la ausencia total de éstas (como en las peregrinaciones de la Virgen de las Mercedes de Paita o del Señor de Ayabaca, ambos en Piura).
Este capítulo está organizado en cuatro partes. La primera es una descripción sobre la participación de la danza en la peregrinación en forma de narración. La segunda parte es una revisión bibliográfica de las principales propuestas en cuanto al estudio de las danzas en los Andes, las cuales han sido útiles para emprender un análisis de la chonguinada. En la tercera parte examino la danza en sus varios aspectos: los externos (el vestuario, la coreografía), los roles de los personajes (en la opinión de los actores y la mía propia), la función de la danza dentro de la peregrinación, la percepción de los danzantes. En la última parte hago un examen en conjunto de los resultados obtenidos y propongo una explicación a la asociación estrecha entre chonguinada y Muruhuay.
Los movimientos de los chonguinos (128)
El alba sonó temprano, los cohetes se transmitieron desde las manos de Cushte hasta cada balcón y patio. En todos los barrios se escuchó, hasta la banda del frente, quizás hasta San Antonio. Sí, seguramente hasta allá se escuchó. Es el primer día de fiesta y desde hace días hay movimiento en el pueblo, más pasajeros en los buses, más gente caminando por los senderos. Por la calle Lima y alrededor de la plaza suben y bajan los hijos, primos, sobrinos, ahijados. Han cambiado, siguen iguales, son más, son menos. Los tapeños están dispersos en el ancho mundo. Los de Lima, la montaña, Oroya, ellos vienen claro. Más novedad son los que llegan desde Canadá o Japón. Vienen contando de otras ciudades, otras costumbres, de los destinos de los tapeños allá. Para ellos salen los olores de las cocinas, en los patios se calientan las piedras para las pachamancas.
Los chonguinos son queridos, los jóvenes todos quisieran bailar en la comparsa. Escuchar el pasacalle de la chonguinada es pensar en Muruhuay. Días enteros se sostiene la tonada en el aire, alegrando los cerros y los animales. Después de hacerse añorar un año inunda las casas re-habitadas y hace brillar las tejas. Entonces, el alba anticipa la melodía y los colores de la danza de mayo. Un honor, una gracia, una suerte, una responsabilidad. Todo eso es bailar de chonguino. Es bonita la costumbre: bonito bailar, bonito ver bailar. El pasacalle rememora las parejas brillantes, los sombreros con plumas, los pañuelitos bordados. Y a pesar de eso, fue difícil reunir a todos los chonguinos. Dina llegó dos días antes de la fiesta, segura de las personas que se habían comprometido en las dos ponchadas anteriores.
Ella iba a las casas a recordarles la asistencia a los ensayos. Además de las confirmaciones, le esperaban también evasivas. Dina llegaba entonces a la casa desanimada: "ahora me doy cuenta de quiénes no son mis amigos". Aunque no se decía, la cuota que cada chonguino debe pagar era el principal motivo de las negativas. Entre todos los danzantes deben pagar la mitad de la orquesta que los acompañará y también el alquiler de su traje. Los filtros por los que se ha de pasar para ser chonguinos no son pocos: estar relacionados con los mayordomos, tener la capacidad de afrontar un aporte económico más o menos significativo y, claro, querer y saber bailar. Dina recorrió las casas, recordando los compromisos, presionando, buscando alternativas. Recién en la víspera, para el último ensayo, se tuvo a los dieciséis chonguinos.
Largas horas se reunieron los chonguinos y determinaron las posiciones, los colores, las mudanzas. Todos intervenían con entusiasmo, Toño –el guiador–, Oster –la guiadora–, Dina, las otras madres opinando acerca de lo que sería más conveniente. Lo primero en decidirse es el orden de los danzantes, según antigüedad, estatura, gracia y, evidentemente, cercanía con los mayordomos. No es tarea fácil, las negociaciones pueden ser largas. Luego, los colores. ¿Qué colores hay? Los de siempre. ¿Cómo los sorteamos? Probemos azul adelante, no, que puede ser el rojo, veamos si el verde, dejémoslo más bien en el amarillo.
Ordenar, re-ordenar y comparar. Se impone la solución tradicional al asunto. Al igual que con el tema de las mudanzas, se harán este año las que se hicieron el pasado. ¡Ahora, a practicar! Es el día. El alba se escuchó cuando el sol apenas se asomaba entre por el cerro. En casa del mayordomo hay ajetreo desde temprano, el desayuno para los chonguinos debe estar pronto. Tienen que comer todos (Teodoro insiste en que no deben repetirse los comentarios que hubo el año pasado ¡que no se les había dado de comer a los chonguinos!), tienen que estar puntuales en Muruhuay. Uno a uno van llegando. "Mándenle a buscar, que desayune, se hace tarde"; "¿Ya están todos?, vamos entonces". Teodoro sólo piensa en llegar a tiempo al santuario y en que los chonguinos hayan desayunado bien, para que resistan todo el día y puedan bailar bonito.
Los chonguinos serán los representantes del pueblo, los otros peregrinos los verán a ellos y dirán "ahí están los de Tapo". Los chonguinos moviéndose en los tres tiempos –sólo Tapo tiene ese paso–, con sus trajes de plata y de colores, tras el amarillo se asoma el rojo, el verde, el celeste, no acaban, son todos los colores de los rayos del sol de mayo que llegan al suelo y salen reflejados en forma de vestidos, anaranjado, azul, rosado, morado. Tapo quedará en la memoria de los peregrinos por sus chonguinos. Los del grupo saben esto. Los chonguinos son el orgullo de Tapo, su carta de presentación. En el santuario, en el pueblo, en los pueblos, se hablará durante toda la fiesta, y el recuerdo de cómo lo hicieron se proyectará hacia la siguiente. ¿Fue armonioso?, ¿hubo errores?, ¿cómo bailaron los guiadores?, ¿los siguieron los otros?, ¿quiénes bailaron con más gracia?
Los danzantes son conscientes, se esmerarán en vestirse, los detalles serán cuidados. Añadirán zapatos, pañuelos, medias a los trajes de alquiler. Ellos y sus familias se habrán preocupado por los detalles. Los mayordomos también son conscientes, se preocupan por los chonguinos ¿comieron todos?, ¿tienen sed?, que se sienten, que descansen. Los que bailan por primera vez sienten cierto temor, tantos ojos puestos en ellos. En los años siguientes será más fácil, aunque quedará siempre algo de nerviosismo. Para quienes están por finalizar la promesa –los tan ansiados siete años– es un poco rutina ya, el momento clave está en el bailar, cuando darán todo de ellos, por ellos y por el pueblo, para el Señor.
Para ir a Muruhuay hay varias combis –la empresa de transporte Tapo-Tarma sabe de la fiesta y pone más unidades a disposición–, los mayordomos y los danzantes van juntos. El resto vamos por donde podemos. En todos los carros reina la fiesta, bromas de sentido y medio recorren los asientos, las carcajadas hacen temblar el camino. Sólo en el carro oficial pesa el aire. Los mayordomos esperan que todo resulte bajo lo planeado: llegar a tiempo para la misa, que los músicos estén allá esperando, que los chonguinos bailen bien. Los chonguinos rememoran los pasos y mudanzas,(129) no puede haber fallas. La media hora de camino pasa volando, como apenas la primera media hora de una larga jornada. Bajen todos.
¿Dónde están los músicos? Teodoro y Cirila cogen los guiones. Los chonguinos se forman inmediatamente detrás, luego estamos todo el resto de tapeños. Los músicos están al último, tocando el pasacalle de la chonguinada. Cuadrillando, por el medio de la pista, ante los curiosos que hay a esa hora. Los puestos de comida, de bebida, de artesanías, de chucherías, están ya colocados. Mas a las once de la mañana los ánimos aún no están despiertos. Hoy no ha habido ninguna misa más temprano, más tarde sí, vendrán más grupos. Los chonguinos de Huancayo, el contrapunto clásico de Tapo, no tardan. La fila de hombres y la de mujeres son claras, por supuesto, siempre paralelas. Los mayordomos a la cabeza, los danzantes, los acompañantes. Los músicos van detrás.
Llegando al templo en orden, los músicos callaron afuera. El sacerdote, los monaguillos, sí, ya están listos. Los chonguinos se separan al entrar, la fila de los hombres van a la izquierda, las mujeres a la derecha, quedarán entonces a los lados derecho e izquierdo del altar respectivamente. Todos nos sentamos sin mayor diferencia. Los chonguinos deberán estar en pie toda la misa. Están allí, como soldados, respetuosos, sin sombreros. Cantarán todos, comulgarán todos. Inevitablemente, se espera el final. El sacerdote preguntará por el nuevo mayordomo. No hay respuesta, Cirila se angustia. Todavía hay otra oportunidad al cabo de la procesión. El Señor no se quedará sin mayordomo.
Sale la procesión, no habrá mucho tiempo para ella, apresurémosla, el siguiente grupo de peregrinos espera por su misa. Alrededor del patio se cargarán las ligeras andas con la figura del Cristo de Muruhuay. Detrás del sacerdote con los monaguillos van los chonguinos, quienes salen con sombrillas –las de ellos negras, las de ellas de colores– justamente delante del anda. La música de procesión impone un ritmo lento. Demos tiempo a tener con nosotros al anda, que nuestros guiones encabecen, que nos vean los que estuvieron con nosotros en la iglesia, los otros peregrinos del santuario. ¿Vamos en realidad en sentido contrario a las agujas del reloj? Es que así es más práctico ¿no? Los chonguinos llevan sombrilla, sin duda, así debe ser. Por más lenta que sea la música, dar la vuelta al atrio no tarda mucho, el anda entra pronto al templo. Otro grupo espera dentro su misa.
El anda entra al templo, afuera queda un grupo en desorden, los saludos, reencuentros, felicitaciones. A cada momento llegan más tapeños que se unen al grupo. La salida del santuario con el pasacalle de los chonguinos marcando el paso. Se vacía el atrio, ahora se llena el estrado de danza, allí donde bailarán los chonguinos. Pero hay tiempo todavía, en una ronda grande empieza el baile, no más chonguinada, ahora un buen huayno. En círculo, alrededor de la cerveza que va rotando. Los danzantes, ¿están tomando ya? Las señoritas no quieren tomar cerveza, bueno, comprémosles gaseosas. Sí, no se pueden marear todavía. Hay que cuidar a los chonguinos, tienen todavía mucho por representar. Por nosotros, por el pueblo.
Y entonces, de sorpresa y casi por asalto, entran los chutos. Con chullos y ojotas, se mezclan entre los chonguinos y empiezan sus bromas. No están quietos, sus voces en falsete parecen venir de todos lados. Bailan algo de pasacalle, ríen con fuerza, miran al público, a los chonguinos. Cuando se encuentran dos, bailan en pareja. Los colores de los chutos están sobre una bayeta negra, en el chaleco, en los pantalones. La impresión de su traje es otra que la de los chonguinos. Los chutos no brillan con lentitud, sus colores dan la impresión de trozos de color condensados, que se mueven rápidamente.
Cuando llega el turno de entrar a bailar al escenario, es frente a tribunas llenas. No hay más espacio para los tapeños, ellos siguen en el círculo. Ahora los chonguinos han de mostrar su arte. Los guiadores recuerdan la coreografía, se entra bailando, el saludo al público, luego las mudanzas –cada una con su tonada, los músicos las conocen bien–. Círculos y cambios de parejas, entrecruzamientos, figuras "el abanico", o "la estrella". Cada mudanza es larga, cada pareja debe hacer todos los movimientos. Los chutos cuidan de que no haya interrupciones en la danza, y, a la vez que bailan entre medio y bromean con el público, vigilan que los danzantes tengan espacio suficiente. La presentación no dura más de una hora. Ya se cumplió con el Señor, ya se alegró al público. Esperemos que la apreciada chonguinada de Tapo por su pasito a ritmo de tres haya mantenido su fama. La gente aplaude mucho, los danzantes salen contentos, comentando siempre, esto falló, aquello no ocurrió en su momento. Todos hacen comentarios, también corren los chismes, se cuentan las historias de vida, tal es hijo de tal, sí y fulanita, pues, parece que está coqueteando con tal que es el marido de ... siempre se atribuyen romances a las parejas de chonguinos.
Todos los sucesos del día de hoy, se hacen por costumbre, continuando el ejemplo de los mayores. La pachamanca, la yunsa, el saludo en el municipio de Acobamba. Los chonguinos cuadrillan, seguimos nosotros, ellos dirigen el grupo, lo guían, ¿lo protegen? Cada vez, son ellos los que inician: la comida, el baile, la ronda, el camino. En todo los seguimos.
El pasacalle se va metiendo en el cuerpo sin piedad. Ahora, con mucha comida y bebida, bailando en Muruhuay se va armando el sentido de la música. Los guiones presiden los actos, los lugares; los mayordomos junto a los chonguinos. Los chutos alrededor. Los colores y la música se van fundiendo en Muruhuay.
¡La yunsa! Sin una hora determinada, calculando el tiempo según lo que reste para que oscurezca se llama a cortar el monte. Siguiendo las premisas de beber y bailar vamos adonde el monte. Los músicos tocan huaynos, se organizan las parejas. Los chonguinos por delante, en la ronda de baile cercando al árbol, acosándolo con el hacha hasta que caiga. Nuevamente se va en contra del reloj, ¿por qué? Es que así está mejor, ¿no creen? No hay descanso, caído el árbol, se toma el camino a Acobamba. Bailando hacia abajo, por la carretera, por el sendero, entre las casas, por los corrales. Apuremos, lleguemos antes de que oscurezca. En Acobamba las luces ya están prendidas, el municipio en la plaza está abierto. Con diplomas y cervezas esperan a los grupos de peregrinos. Los chonguinos son una vez más los representantes, los encargados de transmitir el saludo a las autoridades de parte de Tapo.
Nuevamente dos mudanzas para los acobambinos y sus autoridades. Es de noche cuando acaban la danza, los tapeños no hemos dejado de interrumpir los brindis (los tapeñitos corren de grupo en grupo y arman su diversión). En los salones del municipio se alínean las cajas de cerveza, es el evidente agasajo a los peregrinos que vienen para la fiesta del Señor. Una antigua costumbre de hospitalidad.
El regreso al pueblo. La plaza está llena con los que se quedaron cuidando los animales, los mayores, los niños, los que ya regresaron de Muruhuay, los que acaban de llegar al pueblo, los que han venido desde los anexos. Se espera a la música, a la danza. Hasta que llegan y de pronto varias filas de espectadores están ubicadas alrededor de la iglesia. Frente a las puertas cerradas de la iglesia, los chonguinos vuelven a bailar. Para la gente del pueblo se hacen más mudanzas, ellos ven con agrado a sus jóvenes: sus hijos, sobrinos, primos. Hay indudable curiosidad por ver cómo baila la chonguina nueva, sí, la nieta de los mayordomos, si lo hace bien bailará también el próximo año –¿seguirán bailando las hijas del tío Mauricio?– Los mismos chutos de San Antonio, uno ha traído a su hijo: un chuto niño. La presentación dura más de una hora, luego de la cual los danzantes dejan los disfraces y se unen a la fiesta en la plaza, a celebrar la fiesta anónimamente.
El segundo día de fiesta transcurre sólo en el pueblo. El mismo desayuno, misa, procesión, chonguinada, yunsa. Las mismas ceremonias en el espacio propio. El estar en casa hace todo diferente, la mitad del pueblo está en el desayuno en la casa del mayordomo. En la iglesia no hay ni un sitio libre. Luego del desayuno, la misa. Dentro de ella, una escena nueva: las ofrendas. Los chonguinos, nuevamente como actores iniciadores, se presentan en parejas y, bailando, se acercan al altar para dejar su ofrenda. Los músicos desde la puerta tocan la tonada correspondiente, al ritmo de la cual van presentándose no sólo los chonguinos, sino poco a poco mayordomos, familiares. Bailando se lleva la ofrenda, bailando se exhiben las gentes. Sigue a la misa la procesión, también lenta y ceremoniosa, alrededor de la plaza del pueblo. Hoy más larga y concurrida: ¿los chonguinos siempre con la sombrilla? sí, ¿contra el reloj? sí, ¿los mayordomos con el guión? sí, ¿las andas del Señor de Muruhuay? sí, ¿fieles forasteros? no, no, sólo el pueblo ¿los chutos? Todavía no es su tiempo. Los que no pudieron ir a Muruhuay el día anterior, los que acaban de llegar de Lima o de Huancayo. Ellos participan este día en la procesión, verán también el baile de los chonguinos delante de la iglesia, luego de que el Señor de Muruhuay de Tapo lanzó su última bendición del año, despidiéndose. Los chonguinos bailan ahora para el Señor de Muruhuay que se encuentra en su iglesia, el que se halla otra vez lleno de poder, renovado, gracias a la peregrinación. Sigue a la chonguinada el baile general en la plaza, todos mezclados danzan en rondas, hasta que los mayordomos dan con la orquesta una vuelta a la plaza. Así se invita al almuerzo.
Cuadrillando se va hasta la casa del mayordomo en la que entra la gente por grupos. Ahora sí que está todo el pueblo. Después de este almuerzo, los chonguinos bailarán delante del municipio, al otro extremo de la plaza de donde se encuentra la iglesia. Es la última presentación de los chonguinos, las autoridades del pueblo –como las de Acobamba– observarán y agradecerán con brindis y diplomas. Es de tarde, en la hora de las sombras, los colores siguen girando al ritmo de los tres pasos, brillan por última vez. Los chutos no cesan de hacer bromas, aquí están entre conocidos, saben qué decir a quién. Sus colores saltan entre risas de los espectadores. Los nuevos chonguinos no están más nerviosos, bailan confiados. Resultó bonito bailar, ¿lo harán el próximo año? Sí, seguramente. El agasajo municipal es ahora a cielo abierto, no hay límite. Los chonguinos están desorientados, agrupándose para la foto que una gringa quiere hacer. Los chutos ensayan su mejor pose. Después no hay nada que hacer, el ambiente es incierto. Poco a poco se irán para cambiar la ropa. Acabó la chonguinada, los vestidos se entregarán al día siguiente, junto con la despedida de la fiesta.
¡La yunsa! Sin una hora determinada, calculando el tiempo según lo que reste para que oscurezca se llama a cortar el monte. Siguiendo las premisas de beber y bailar vamos adonde el monte. Los músicos tocan huaynos, se organizan las parejas. Los chonguinos por delante, en la ronda de baile cercando al árbol, acosándolo con el hacha hasta que caiga. Nuevamente se va en contra del reloj, ¿por qué? Es que así está mejor, ¿no creen? No hay descanso, caído el árbol, se toma el camino a Acobamba. Bailando hacia abajo, por la carretera, por el sendero, entre las casas, por los corrales. Apuremos, lleguemos antes de que oscurezca. En Acobamba las luces ya están prendidas, el municipio en la plaza está abierto. Con diplomas y cervezas esperan a los grupos de peregrinos. Los chonguinos son una vez más los representantes, los encargados de transmitir el saludo a las autoridades de parte de Tapo.
Nuevamente dos mudanzas para los acobambinos y sus autoridades. Es de noche cuando acaban la danza, los tapeños no hemos dejado de interrumpir los brindis (los tapeñitos corren de grupo en grupo y arman su diversión). En los salones del municipio se alínean las cajas de cerveza, es el evidente agasajo a los peregrinos que vienen para la fiesta del Señor. Una antigua costumbre de hospitalidad.
El regreso al pueblo. La plaza está llena con los que se quedaron cuidando los animales, los mayores, los niños, los que ya regresaron de Muruhuay, los que acaban de llegar al pueblo, los que han venido desde los anexos. Se espera a la música, a la danza. Hasta que llegan y de pronto varias filas de espectadores están ubicadas alrededor de la iglesia. Frente a las puertas cerradas de la iglesia, los chonguinos vuelven a bailar. Para la gente del pueblo se hacen más mudanzas, ellos ven con agrado a sus jóvenes: sus hijos, sobrinos, primos. Hay indudable curiosidad por ver cómo baila la chonguina nueva, sí, la nieta de los mayordomos, si lo hace bien bailará también el próximo año –¿seguirán bailando las hijas del tío Mauricio?– Los mismos chutos de San Antonio, uno ha traído a su hijo: un chuto niño. La presentación dura más de una hora, luego de la cual los danzantes dejan los disfraces y se unen a la fiesta en la plaza, a celebrar la fiesta anónimamente.
El segundo día de fiesta transcurre sólo en el pueblo. El mismo desayuno, misa, procesión, chonguinada, yunsa. Las mismas ceremonias en el espacio propio. El estar en casa hace todo diferente, la mitad del pueblo está en el desayuno en la casa del mayordomo. En la iglesia no hay ni un sitio libre. Luego del desayuno, la misa. Dentro de ella, una escena nueva: las ofrendas. Los chonguinos, nuevamente como actores iniciadores, se presentan en parejas y, bailando, se acercan al altar para dejar su ofrenda. Los músicos desde la puerta tocan la tonada correspondiente, al ritmo de la cual van presentándose no sólo los chonguinos, sino poco a poco mayordomos, familiares. Bailando se lleva la ofrenda, bailando se exhiben las gentes. Sigue a la misa la procesión, también lenta y ceremoniosa, alrededor de la plaza del pueblo. Hoy más larga y concurrida: ¿los chonguinos siempre con la sombrilla? sí, ¿contra el reloj? sí, ¿los mayordomos con el guión? sí, ¿las andas del Señor de Muruhuay? sí, ¿fieles forasteros? no, no, sólo el pueblo ¿los chutos? Todavía no es su tiempo. Los que no pudieron ir a Muruhuay el día anterior, los que acaban de llegar de Lima o de Huancayo. Ellos participan este día en la procesión, verán también el baile de los chonguinos delante de la iglesia, luego de que el Señor de Muruhuay de Tapo lanzó su última bendición del año, despidiéndose. Los chonguinos bailan ahora para el Señor de Muruhuay que se encuentra en su iglesia, el que se halla otra vez lleno de poder, renovado, gracias a la peregrinación. Sigue a la chonguinada el baile general en la plaza, todos mezclados danzan en rondas, hasta que los mayordomos dan con la orquesta una vuelta a la plaza. Así se invita al almuerzo.
Cuadrillando se va hasta la casa del mayordomo en la que entra la gente por grupos. Ahora sí que está todo el pueblo. Después de este almuerzo, los chonguinos bailarán delante del municipio, al otro extremo de la plaza de donde se encuentra la iglesia. Es la última presentación de los chonguinos, las autoridades del pueblo –como las de Acobamba– observarán y agradecerán con brindis y diplomas. Es de tarde, en la hora de las sombras, los colores siguen girando al ritmo de los tres pasos, brillan por última vez. Los chutos no cesan de hacer bromas, aquí están entre conocidos, saben qué decir a quién. Sus colores saltan entre risas de los espectadores. Los nuevos chonguinos no están más nerviosos, bailan confiados. Resultó bonito bailar, ¿lo harán el próximo año? Sí, seguramente. El agasajo municipal es ahora a cielo abierto, no hay límite. Los chonguinos están desorientados, agrupándose para la foto que una gringa quiere hacer. Los chutos ensayan su mejor pose. Después no hay nada que hacer, el ambiente es incierto. Poco a poco se irán para cambiar la ropa. Acabó la chonguinada, los vestidos se entregarán al día siguiente, junto con la despedida de la fiesta.
Notas:
(128) La narración está basada en la fiesta del 13 de mayo de 1998. Los mayordomos fueron los señores Teodoro y Cirila –ya tantas veces nombrados–. Aparece también Dina (la hija de los mayordomos) y Cushte (un hermano de Cirila). He conservado las irregularidades con las que escribí el relato: entre la primera y la tercera persona, entre "nosotros los tapeños" y "ellos los tapeños", pues expresan la tensión interna entre una visión "desde dentro" y una "visión desde fuera".
(129) Las mudanzas son las secciones de la danza caracterizadas por una tonada musical y una coreografía especial.
(Fuente: Los peregrinos del Senor de Muruhuay: espacio, culto e identidad en los Andes autor Ana Teresa Lecaros-Terry, Capítulo VI La Danza de la Chonguinada (fragmento))
4 comentarios:
bueno que puedo decir es un articulo muy especifico y me gusto su pagina
Me gustan los detalles sobre la fiesta pero sería interesante conocer sobre los trajes que lucen y los objetos que llevan consigo.
esta pagina es interesante tiene mucho contenido importante .es genial
una pregunta donde puedo conseguir vestuarios de chonguinada con alajas para alquiler de un dia
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