Panorama de la Poesía peruana
Dentro de la poesía latinoamericana del siglo XX, la peruana constituye, sin duda, uno de los conjuntos más notables. La presencia en ella de figuras como César Vallejo, Martín Adán o César Moro no opaca la de otros creadores menos conocidos, pues a su calidad se suma la gran variedad de sus propuestas. El presente ensayo destaca la importancia de las poesías europea y estadounidense en la creación lírica peruana.
La poesía peruana empieza a gestarse a principios del siglo XX y cobra decisivo impulso a partir de su relación con las vanguardias europeas, el hecho artístico más significativo del período. En las siguientes líneas buscaremos trazar un rápido panorama de nuestra poesía, empleando como criterio rector precisamente ese entronque con las corrientes mundiales. Por supuesto, no ignoramos que algo tan complejo como el arte no puede ser explicado unilateralmente, y que lo económico y social también tiene incidencia en él, del mismo modo que otros factores, incluso biológico-sociales, como la alternancia generacional. Sin embargo, recordando a Borges diremos que el arte se alimenta sobre todo de arte, y así la presencia de una nueva posibilidad poética es quizás el impulso más importante para el cambio.
El modernismo, como es sabido, es el primer gesto de independencia de la poesía hispanoamericana, que a partir de entonces no necesita pasar por la española para relacionarse con la que se produce en otras partes del mundo. Al entrar Rubén Darío en contacto con el simbolismo francés, toma de esta corriente lo menos revolucionario.Verlaine es su modelo, y no Baudelaire, Rimbaud o Mallarmé. y lo adapta al sistema de versificación tradicional, aquel que estaba vigente desde Garcilaso, nutriéndolo de nuevos ritmos y temas. Esta transacción, sin embargo, era tal vez lo máximo que podía aceptar entonces la poesía castellana,
habida cuenta que venía de atravesar un período de aridez y anquilosamiento.
El modernismo conduce, durante casi treinta años, el tránsito de la poesía hispanoamericana al siglo XX. En la primera década de éste, el visible agotamiento de la propuesta propicia la búsqueda de salidas, aunque todavía dentro de los cauces modernistas. En el Perú, Eguren desarrolla personalísimamente algunas posibilidades del simbolismo, y Valdelomar se hace eco
de los crepusculares italianos.
El modernismo, como es sabido, es el primer gesto de independencia de la poesía hispanoamericana, que a partir de entonces no necesita pasar por la española para relacionarse con la que se produce en otras partes del mundo. Al entrar Rubén Darío en contacto con el simbolismo francés, toma de esta corriente lo menos revolucionario.Verlaine es su modelo, y no Baudelaire, Rimbaud o Mallarmé. y lo adapta al sistema de versificación tradicional, aquel que estaba vigente desde Garcilaso, nutriéndolo de nuevos ritmos y temas. Esta transacción, sin embargo, era tal vez lo máximo que podía aceptar entonces la poesía castellana,
habida cuenta que venía de atravesar un período de aridez y anquilosamiento.
El modernismo conduce, durante casi treinta años, el tránsito de la poesía hispanoamericana al siglo XX. En la primera década de éste, el visible agotamiento de la propuesta propicia la búsqueda de salidas, aunque todavía dentro de los cauces modernistas. En el Perú, Eguren desarrolla personalísimamente algunas posibilidades del simbolismo, y Valdelomar se hace eco
de los crepusculares italianos.
Ése es el ambiente en que se recibe la noticia de la agitación que ha causado la proclama futurista de Marinetti de 1909. Todavía no se ha estudiado bien la repercusión de este hecho, cómo se seguían esas novedades, pero sí podemos ver sus resultados en 1916, cuando Alberto Hidalgo publica su Arenga lírica al emperador de Alemania. Entretanto, en 1912, se había dado a conocer el Manifiesto Técnico de la Literatura Futurista, pero el poemario de Hidalgo sólo toma de este movimiento algunas ideas .elogio de la violencia, misoginia, etc.., manteniendo intactos la métrica y el ritmo modernistas. Las innovaciones formales propuestas por Marinetti, los juegos con la sintaxis, con el espacio, tendrán que esperar al Alberto Hidalgo posterior.
Resulta curioso que hayan sido las provincias las más proclives a recibir el mensaje vanguardista. Porque también en Trujillo se interesaban por esas novedades. Según Juan Espejo Asturrizaga, Vallejo y sus amigos conocían, entre otros autores, a Baudelaire, Rimbaud, Herrera y Reissig, Walt Whitman, y leían las revistas españolas La Esfera, Cervantes y España, aunque es de presumir que también llegaran textos más innovadores, pues ya en Heraldos Negros parece haber una impronta expresionista .en poemas como .En las tiendas griegas., en que se desarrolla la oposición, cara al expresionismo, entre la razón y el instinto. que va más allá de lo que podía encontrarse en Herrera.
En todo caso, en 1922 aparecer á Trilce, .la expresión más genial y radical del período vanguardista en toda el área hispánica., en palabras de Ricardo González Vigil. En este libro,
Vallejo crea una estética propia como resultado de una asimilación profunda del espíritu vanguardista, no dejando más que el vago rastro de alguna influencia ultraísta, despojando definitivamente a su verso de la sonoridad modernista. Trilce es un caso único por esa capacidad de triturar los aportes de la vanguardia y crear un nuevo producto; porque durante la década de los veinte, más bien, se hará corriente en la poesía peruana la huella del ultraísmo.
Éste es un movimiento producto también de una transacción. Exacerbando la metáfora, el recurso básico de la poesía occidental desde el Renacimiento, la imagen ultraísta concilia lo tradicional hispánico con las tentaciones de la modernidad europea. En el Perú, los 5 metros de poemas (1927), de Carlos Oquendo de Amat, registran ya la presencia del surrealismo, pero el libro se inclina más hacia el ultraísmo, y ésa será también la tendencia de los indigenistas, como Alejandro Peralta, que, en Ande (1926) y El Kollao (1934) combina el nativismo temático con los recursos formales del ultraísmo. También, claro, la del primer Martín Adán, el de La casa de cartón (1928) y sus Poemas Underwood.
El surrealismo, cuyo manifiesto inaugural es de 1924, tendrá todavía que esperar casi una década, pues aunque existe el antecedente de Xavier Abril, serán Emilio Adolfo Westphalen y César Moro los que lo asumirán plenamente; éste de manera más ortodoxa, Westphalen empleando sólo un lenguaje surrealizante.
La vanguardia llega al Perú en una especie de olas que gradualmente van perdiendo fuerza, aunque su huella persista. Esta tercera, la del surrealismo, será la de más larga duración: todavía es visible en Jorge Eduardo Eielson y en Vicente Azar en los cuarenta y, algo más desleída, en Francisco Bendezú en los cincuenta.
La década de 1940, seguramente como consecuencia de la Guerra Mundial, no es propicia para la búsqueda de nuevas formas expresivas, pero en ese interregno se hace visible la poesía española en autores como Luis Nieto o Mario Florián, que rescatan los aportes de los poetas del 27. Esta línea se prolongar á, refinada, en algunos de la Generación del 50, como Wáshington Delgado, Javier Sologuren o Alejandro Romualdo, directamente o a través de la influencia nerudiana.
La Generación del 50 es un momento de síntesis, un alto en el camino para procesar casi medio siglo de agitación vanguardista. Es el más brillante conjunto de la poesía peruana, capaz de incorporar al legado de la vanguardia otros ingredientes, desde el simbolismo heredero de Mallarmé y el expresionismo de Rilke, como en Jorge Eduardo Eielson, hasta ciertos modos del Siglo de Oro español, como en Carlos Germán Belli.
También ya en el 50 aparece la cuarta ola vanguardista .la que se origina en la poesía anglosajona, la de T. S. Eliot y Ezra Pound. en la poesía de Pablo Guevara, pero será la siguiente promoción, la del 60, la que procese esta influencia, sobre todo a través de Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza. Cisneros, dentro de ese cauce principal, se abre también a otras sugestiones .Bertolt Brecht, Robert Lowell., del mismo modo que Hinostroza incorpora el largo fraseo y la perspectiva de la nostalgia de Saint-John Perse en Consejero del lobo (1965) y las lecciones de Pound y los poetas .beatnik. en Contranatura (1971).
Los de la Generación del 70 heredan todo ese bagaje, pero a estas alturas la capacidad de la vanguardia para ofrecer paradigmas y posibilidades parece haberse agotado. Todavía el primer libro de Enrique Verástegui, En los extramuros del mundo (1971) se apoya en las propuestas de los .beatniks., en especial de Allen Ginsberg, pero luego el poeta buscará otras incitaciones y se dedicará a explorar poéticamente por sí mismo en el juego gráfico, en la filosof ía, etc. El otro gran poeta de esta generación, José Watanabe, encontrará un filón que explotar en el haikú oriental, al que trabajará de manera muy creativa, sobre todo a partir de su segundo libro, El huso de la palabra (1989).
El agotamiento del vanguardismo provoca una sensación de callejón sin salida a partir de los años 70, que en cierta forma explica la exasperación del grupo más notorio de esta promoción, Hora Zero, su búsqueda iconoclasta de inserción en el proceso y su interés en el entorno urbano, algo que hasta ese momento no había tenido mayormente cabida en la poesía peruana.
Sin embargo, el fenómeno más notable de estos años es la aparición, sorpresiva para nuestro medio, de la llamada poesía femenina, cargada de erotismo y, en cierto modo, de denuncia. Aunque estaba el antecedente de los poemas de María Emilia Cornejo, de principios de los setenta, esta poesía del cuerpo empieza a llamar la atención a partir de Noches de adrenalina
(1981), de Carmen Ollé, miembro entonces de Hora Zero.
Los ochenta y noventa muestran el mismo panorama. A falta de nuevos paradigmas, los poetas buscan reelaborar, desde su propio tiempo, el inmenso bagaje acumulado durante el siglo XX. No es casualidad que dos de los más destacados de los 90, Rossella di Paolo y Eduardo Chirinos, sean también, en cierto modo, los más ilustrados, es decir, aquellos en los que se advierte una mayor amplitud y un más riguroso procesamiento de lo que en el Siglo de Oro se llamar ía .sabiduría poética.. Igual sucede, en el caso de las más recientes promociones, con Montserrat Álvarez, cuyo libro Zona dark (1991) repasa críticamente las propuestas de algunos de los íconos de los últimos cien años.
Este rapidísimo repaso de la poesía peruana contemporánea no pretende sostener que ella sea fruto exclusivo de las influencias europea y norteamericana, pero sí que éstas jugaron un papel capital en su desarrollo. Ellas no explican el mérito ni las particularidades de los autores, sino apenas constituyen el marco para intentar comprender, a grandes rasgos, el proceso poético peruano. Ahora que se habla tanto de globalización, habría que recordar que este fenómeno es mucho más fácil que se produzca en el arte, en el que las fronteras y las visas son fundamentalmente mentales. No sería la primera vez, de otra parte, que un estímulo de este tipo se produjera en la poesía. Basta recordar aquella incitación hecha en la primavera de 1526 por Andrea Navaggero a Boscán, y que éste comunicó a Garcilaso de la Vega, de por qué no ensayaba en castellano los ritmos y metros italianos; incitación que dio origen a un período que se extendió más de 350 años, hasta Rubén Darío, y que precisamente la influencia de las vanguardias contribuyó a superar.
Fuente : Panorama de la Poesía peruana - Ensayo autor CARLOS GARAYAR, narrador y crítico literario de la poesía peruana. Lima, lunes 29 de abril de 2002. Publicado en el Diario El Peruano.
Resulta curioso que hayan sido las provincias las más proclives a recibir el mensaje vanguardista. Porque también en Trujillo se interesaban por esas novedades. Según Juan Espejo Asturrizaga, Vallejo y sus amigos conocían, entre otros autores, a Baudelaire, Rimbaud, Herrera y Reissig, Walt Whitman, y leían las revistas españolas La Esfera, Cervantes y España, aunque es de presumir que también llegaran textos más innovadores, pues ya en Heraldos Negros parece haber una impronta expresionista .en poemas como .En las tiendas griegas., en que se desarrolla la oposición, cara al expresionismo, entre la razón y el instinto. que va más allá de lo que podía encontrarse en Herrera.
En todo caso, en 1922 aparecer á Trilce, .la expresión más genial y radical del período vanguardista en toda el área hispánica., en palabras de Ricardo González Vigil. En este libro,
Vallejo crea una estética propia como resultado de una asimilación profunda del espíritu vanguardista, no dejando más que el vago rastro de alguna influencia ultraísta, despojando definitivamente a su verso de la sonoridad modernista. Trilce es un caso único por esa capacidad de triturar los aportes de la vanguardia y crear un nuevo producto; porque durante la década de los veinte, más bien, se hará corriente en la poesía peruana la huella del ultraísmo.
Éste es un movimiento producto también de una transacción. Exacerbando la metáfora, el recurso básico de la poesía occidental desde el Renacimiento, la imagen ultraísta concilia lo tradicional hispánico con las tentaciones de la modernidad europea. En el Perú, los 5 metros de poemas (1927), de Carlos Oquendo de Amat, registran ya la presencia del surrealismo, pero el libro se inclina más hacia el ultraísmo, y ésa será también la tendencia de los indigenistas, como Alejandro Peralta, que, en Ande (1926) y El Kollao (1934) combina el nativismo temático con los recursos formales del ultraísmo. También, claro, la del primer Martín Adán, el de La casa de cartón (1928) y sus Poemas Underwood.
El surrealismo, cuyo manifiesto inaugural es de 1924, tendrá todavía que esperar casi una década, pues aunque existe el antecedente de Xavier Abril, serán Emilio Adolfo Westphalen y César Moro los que lo asumirán plenamente; éste de manera más ortodoxa, Westphalen empleando sólo un lenguaje surrealizante.
La vanguardia llega al Perú en una especie de olas que gradualmente van perdiendo fuerza, aunque su huella persista. Esta tercera, la del surrealismo, será la de más larga duración: todavía es visible en Jorge Eduardo Eielson y en Vicente Azar en los cuarenta y, algo más desleída, en Francisco Bendezú en los cincuenta.
La década de 1940, seguramente como consecuencia de la Guerra Mundial, no es propicia para la búsqueda de nuevas formas expresivas, pero en ese interregno se hace visible la poesía española en autores como Luis Nieto o Mario Florián, que rescatan los aportes de los poetas del 27. Esta línea se prolongar á, refinada, en algunos de la Generación del 50, como Wáshington Delgado, Javier Sologuren o Alejandro Romualdo, directamente o a través de la influencia nerudiana.
La Generación del 50 es un momento de síntesis, un alto en el camino para procesar casi medio siglo de agitación vanguardista. Es el más brillante conjunto de la poesía peruana, capaz de incorporar al legado de la vanguardia otros ingredientes, desde el simbolismo heredero de Mallarmé y el expresionismo de Rilke, como en Jorge Eduardo Eielson, hasta ciertos modos del Siglo de Oro español, como en Carlos Germán Belli.
También ya en el 50 aparece la cuarta ola vanguardista .la que se origina en la poesía anglosajona, la de T. S. Eliot y Ezra Pound. en la poesía de Pablo Guevara, pero será la siguiente promoción, la del 60, la que procese esta influencia, sobre todo a través de Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza. Cisneros, dentro de ese cauce principal, se abre también a otras sugestiones .Bertolt Brecht, Robert Lowell., del mismo modo que Hinostroza incorpora el largo fraseo y la perspectiva de la nostalgia de Saint-John Perse en Consejero del lobo (1965) y las lecciones de Pound y los poetas .beatnik. en Contranatura (1971).
Los de la Generación del 70 heredan todo ese bagaje, pero a estas alturas la capacidad de la vanguardia para ofrecer paradigmas y posibilidades parece haberse agotado. Todavía el primer libro de Enrique Verástegui, En los extramuros del mundo (1971) se apoya en las propuestas de los .beatniks., en especial de Allen Ginsberg, pero luego el poeta buscará otras incitaciones y se dedicará a explorar poéticamente por sí mismo en el juego gráfico, en la filosof ía, etc. El otro gran poeta de esta generación, José Watanabe, encontrará un filón que explotar en el haikú oriental, al que trabajará de manera muy creativa, sobre todo a partir de su segundo libro, El huso de la palabra (1989).
El agotamiento del vanguardismo provoca una sensación de callejón sin salida a partir de los años 70, que en cierta forma explica la exasperación del grupo más notorio de esta promoción, Hora Zero, su búsqueda iconoclasta de inserción en el proceso y su interés en el entorno urbano, algo que hasta ese momento no había tenido mayormente cabida en la poesía peruana.
Sin embargo, el fenómeno más notable de estos años es la aparición, sorpresiva para nuestro medio, de la llamada poesía femenina, cargada de erotismo y, en cierto modo, de denuncia. Aunque estaba el antecedente de los poemas de María Emilia Cornejo, de principios de los setenta, esta poesía del cuerpo empieza a llamar la atención a partir de Noches de adrenalina
(1981), de Carmen Ollé, miembro entonces de Hora Zero.
Los ochenta y noventa muestran el mismo panorama. A falta de nuevos paradigmas, los poetas buscan reelaborar, desde su propio tiempo, el inmenso bagaje acumulado durante el siglo XX. No es casualidad que dos de los más destacados de los 90, Rossella di Paolo y Eduardo Chirinos, sean también, en cierto modo, los más ilustrados, es decir, aquellos en los que se advierte una mayor amplitud y un más riguroso procesamiento de lo que en el Siglo de Oro se llamar ía .sabiduría poética.. Igual sucede, en el caso de las más recientes promociones, con Montserrat Álvarez, cuyo libro Zona dark (1991) repasa críticamente las propuestas de algunos de los íconos de los últimos cien años.
Este rapidísimo repaso de la poesía peruana contemporánea no pretende sostener que ella sea fruto exclusivo de las influencias europea y norteamericana, pero sí que éstas jugaron un papel capital en su desarrollo. Ellas no explican el mérito ni las particularidades de los autores, sino apenas constituyen el marco para intentar comprender, a grandes rasgos, el proceso poético peruano. Ahora que se habla tanto de globalización, habría que recordar que este fenómeno es mucho más fácil que se produzca en el arte, en el que las fronteras y las visas son fundamentalmente mentales. No sería la primera vez, de otra parte, que un estímulo de este tipo se produjera en la poesía. Basta recordar aquella incitación hecha en la primavera de 1526 por Andrea Navaggero a Boscán, y que éste comunicó a Garcilaso de la Vega, de por qué no ensayaba en castellano los ritmos y metros italianos; incitación que dio origen a un período que se extendió más de 350 años, hasta Rubén Darío, y que precisamente la influencia de las vanguardias contribuyó a superar.
Fuente : Panorama de la Poesía peruana - Ensayo autor CARLOS GARAYAR, narrador y crítico literario de la poesía peruana. Lima, lunes 29 de abril de 2002. Publicado en el Diario El Peruano.
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