La Fundación de Lima y su desarrollo durante el Virreinato
Cuando los españoles derrotaron al Imperio Incaico en 1532, Francisco Pizarro rechazó a la ciudad de Cuzco como capital, con la idea original de ubicar la nueva capital en la sierra, cerca de Jauja, pero se vio obligado a reconsiderar la situación por la competencia política de algunos conquistadores rivales que preparaban un complot para entrar en el nuevo territorio del Perú partiendo desde Centroamérica. Pizarro necesitaba una capital que tuviera acceso al mar y a la comunicación marítima, para mantener el control sobre su nuevo dominio. Así, además de los recursos naturales de la zona, el valle del Rímac se escogió también por motivos políticoeconómicos que demandaban acceso al mar para enfrentarse con la competencia potencial desde Centroamérica, así como para la extracción colonial de excedentes del nuevo territorio.
El valle del Rímac se situaba aproximadamente en el punto central de la ruta marítima más importante entre Panamá y Santiago de Chile. Además, Lima se ubicó en el cruce de varias carreteras incaicas, lo cual garantizaba un flujo constante de gente por la ciudad. Finalmente, la ciudad se encontraría también al final de la carretera incaica principal desde la sierra sur, que permitiría extraer gran parte del oro y de la plata que aportaría la colonia andina a la economía europea.
Así que, por una abundancia de recursos naturales tanto como por motivos político-económicos, el 18 de enero de 1535 el conquistador Francisco Pizarro fundó la ciudad de Lima, la ciudad de los tres reyes, a orillas del río Rímac. Algunos historiadores sostienen que el título de «Ciudad de los Reyes» se deriva de la proximidad de la fecha de fundación a la epifanía, el 6 de enero, cuando los tres reyes entregaron sus regalos al Niño Jesús. El nombre de la ciudad. Lima, se interpreta como una hispanización del nombre Rímac, que en el dialecto costeño se pronunciaba «limac».
La ciudad se iba a ubicar a sólo 12 km. de la costa, no muy lejos del templo incaico de Pachacamac, a pesar de que la expedición exploratoria encabezada por Hernando Pizarro había experimentado un fuerte terremoto, casi exactamente dos años antes de la fundación de la ciudad. El terremoto que sintieron los miembros de la expedición fue una señal de lo que prometía el futuro de la región. Entre la fundación y la destrucción total de la ciudad ocurrida 211 años después en 1746, Lima sufrió 14 terremotos de gran escala, aunque un estudioso de la época. Don José Eusebio de Llano y Zapata, caracterizó a los ocho primeros como más graves que los seis últimos ocurridos antes del de 1746. Esta serie de eventos sísmicos ocurrió en los años 1582, 1586, 1609, 1630, 1655, 1687, 1694, 1699, 1716, 1725, 1732, 1734, y 1743, culminando en 1746 cuando, según Llano y Zapata, «ha sido tal el estrago, que no admite paralelo con la destrucción de los primeros».
Aunque no era muy evidente al momento de la fundación, además de terremotos, los valles costeños como el Rímac solían sufrir constantes plagas de mosquitos, que más tarde provocarían epidemias de paludismo y fiebre amarilla en la ciudad. Los peligros que representaba la proximidad al mar en una zona altamente sísmica, así como las variaciones climatológicas que producían las inundaciones costeñas y las sequías serranas, tampoco se habían evidenciado todavía al fundar la ciudad.
Los motivos de la ubicación de la nueva capital en un sitio tan vulnerable a los peligros naturales como el valle del Rímac, revelan no sólo la falta de conocimiento del nuevo medio ambiente por parte de los españoles; también son indicadores importantes del modelo de desarrollo cultural, social, político y económico que adoptarían tanto Lima como el Perú a lo largo de cuatro siglos y medio. El situar a la ciudad en la costa, estableció las condiciones para
una forma distorsionada de desarrollo urbano y nacional. Rechazar una ciudad capital en la sierra que, tal como lo había hecho el Cuzco, hubiera articulado las redes sociales y económicas internas del vasto territorio andino, y preferirla en la costa con vista al exterior, hacia el poder colonial, impuso un modelo que incrementaría aún más la vulnerabilidad ante los peligros naturales de la región.
El modelo de desarrollo nacional que evolucionaba simultáneamente con la fundación de la ciudad de Lima, al igual que en otras capitales coloniales alrededor del mundo del siglo XVI, expresaba la visión española de sus nuevos territorios. Es decir, la incursión española coincidía
con la expansión del comercio mercantil en Europa; las nuevas posesiones ultramarinas de España, particularmente el Perú y México que contaban con recursos abundantes de metales preciosos, aumentarían el poder español en esta crucial actividad económica. El desarrollo urbano en el Perú, se orientaba específicamente hacia los centros de producción de metales en la sierra (Arequipa, Ayacucho y Potosí), o hacia los centros administrativos o comerciales de la costa para el flujo hacia España de las riquezas obtenidas (Lima, Trujillo, Lambayeque y
Tumbes). Pronto, debido al peligro que los piratas, los bandidos y otros maleantes representaban para el transporte de semejante riqueza, se escogió a Lima como la ciudad donde se debían reunir las rutas y se podía concentrar el poder militar necesario para defender las cargas de metales. Puesto que ya había sido designada como capital. Lima se articulaba con la metrópoli española como centro administrativo y como principal intermediaria para la extracción de excedentes de la Colonia, propósitos en esencia ajenos a las necesidades internas del territorio y a la gran mayoría de sus habitantes.
Lima se hacía ciudad, sin infraestructura productiva importante, sin mucha capacidad para generar su propia riqueza, con una vida económica orientada totalmente por los papeles duales de la administración colonial, y como intermediaria en la extracción de plusvalía. La población de Lima vivía, como en muchas otras ciudades coloniales, de la administración y del
procesamiento de la riqueza producida en otras regiones, la cual pasaba momentáneamente por sus arcas antes de viajar al Viejo Mundo. Estas dos funciones efectivamente colocaron a la ciudad, desde el comienzo, en la ascención a la posición de ciudad primata, primero para el continente y luego para todo el Perú.
Las ciudades coloniales españolas del Nuevo Mundo estaban estrictamente reguladas por las Leyes de las Indias, dentro de las cuales se encontraban «Las ordenanzas reales para la planificación de las ciudades». Estas ordenanzas recomendaban que las ciudades debían ubicarse en sitios elevados (por motivos de salud), con abundantes terrenos para agricultura y pastoreo, y con acceso a agua pura. Las ordenanzas también especificaban que en las ciudades se obedeciera un patrón reticular, con calles orientadas al norte-sur y al este-oeste desde una plaza central. En Lima el plan cuadricular para calles y lotes urbanos, semejante a un tablero de ajedrez, se componía de nueve por trece cuadras o «islas,» divididas a su vez en cuatro grandes sectores, en uno de las cuales estaba la plaza de armas.
El patrón cambiaría a través de los años, con la repartición de lotes y propiedades entre los diversos sectores de la creciente población.
En la plaza estaba la iglesia matriz, la municipalidad y otros edificios oficiales. Las residencias
de las élites se situaban igualmente en la plaza y sus alrededores, lo cual eventualmente llegó a ser una demostración de estatus social para los individuos de ambición social. Aunque las ordenanzas se publicaron después de la fundación de Lima, sus indicaciones estaban implícitas en las percepciones urbanas españolas; la organización espacial de Lima anticipaba, y a la vez seguía, las ordenanzas. Se obedecieron todos los reglamentos relativos al agua, al pasto, a las corrientes de aire, a la altura y al plan urbano. La ciudad se ubicaba aproximadamente a 100 pasos al oeste de las orillas del río Rímac, que cubría las necesidades de riego e higiene.
En muchos sentidos. Lima «nació como una ciudad renacentista», constituyendo a la vez una simbiosis y un conflicto entre los ideales medievales del feudalismo, la religión y el honor de los conquistadores, y los ideales renacentistas del humanismo, del centralismo y de la secularización del Estado. Esta simbiosis se revelaría en el diseño y las formas iniciales de arquitectura renacentista y manierista de la ciudad. El conflicto se expresaría en las guerras civiles y las rebeliones contra el poder real que eventualmente emergerían de la sociedad colonial. Efectivamente, Lima era y siempre ha sido una ciudad de contrastes enormes: entre pueblos y culturas europeas y americanas en la Colonia, entre los extremos de riqueza y pobreza, entre el apoyo entusiasta de los ideales de libertad y el ejercicio grosero de la opresión.
La estructura social que caracterizaba la Colonia entera llegó a su máxima expresión en la ciudad de Lima. En los años iniciales de la Colonia, la sociedad limeña estaba conformada por un grupo muy reducido de españoles que dominaba a una población enorme de pueblos indígenas con varias identidades étnicas. Al madurar la Colonia, el número de españoles aumentaba debido a la migración; con la llegada de exponentes de ambos sexos, emergió una población criolla. Además, como los primeros españoles eran únicamente varones, rápidamente establecieron relaciones con mujeres indígenas por la fuerza, la compra, el regalo o, en ciertos casos, la voluntad, resultando una población mestiza que aumentó constantemente durante el periodo colonial. También, debido parcialmente a los altísimos niveles de mortandad entre la población indígena, se importaba principalmente como esclavos a números considerables de africanos, al grado de que en el siglo XVIII, la base social y económica de la ciudad dependía de la mano de obra negra.
Aunque casi desde el inicio Lima estuvo conformada por españoles, mestizos, indios y negros, la identidad de la ciudad se basaba en su estatus de capital colonial y de residencia de las élites de la Colonia. Lima, al igual que Trujillo y Arequipa, era la residencia de la población blanca que se diferenciaba marcadamente en términos de identidad frente a las masas indígenas y mestizas, a pesar de la importante contribución de éstos a la vida económica de la ciudad. Por lo que toca a los negros, generalmente se les valoraba por sus habilidades, particularmente en la carpintería, la albañilería y otros oficios relacionados con la construcción, en comparación con los indígenas que experimentaban muchas dificultades para asimilar la cultura y las habilidades españolas. Sin embargo, el trabajo de los indios, apropiado por medio de la institución de la encomienda, formaba la base para la extracción inicial de excedentes y la acumulación principal de riqueza para los españoles.
En sus primeros años, la ciudad no era más que una colección más o menos ordenada de casas grandes y mal construidas con techos de estera. Esta falta de desarrollo inicial se debía, principalmente, a los continuos tumultos de los primeros años de conquista que reflejaban la resistencia indígena, así como a las rebeliones de sediciosos y conquistadores rivales de Pizarro. Sin embargo en 1537, a tres años de su fundación, el rey de España le otorgó escudo de armas; en 1543, la ciudad fue nombrada la sede de la Real Audiencia y la capital del Virreinato del Perú, que para aquella época incluía casi todo el territorio conquistado por los españoles en América del Sur. En 1545 el obispo de Lima tenía bajo su jurisdicción, entre otras, a las diócesis de Colombia, Ecuador y Nicaragua; en 1551 se fundaría allí la universidad más antigua del Nuevo Mundo, conocida más tarde como la Universidad Mayor de San Marcos.
Así, los edificios provisionales característicos del asentamiento inicial, pronto se reemplazaron por estructuras más elaboradas. En poco tiempo se inició la construcción de residencias más grandes y pretenciosas para las élites españolas, puesto que una casa grande era un elemento básico en el ideal señorial que tanto motivaba a los conquistadores. Otros proyectos de suma importancia incluían iglesias monumentales que, como las casas, se construían principalmente con mano de obra indígena, agravando su derrota con la obligación de construir uno de los símbolos más visibles de su subordinación física e ideológica.
Mientras evolucionaba Lima a lo largo de sus primeras décadas, se seguían los patrones urbanísticos y arquitectónicos establecidos en España, pero con influencias culturales y ambientales del entorno peruano. El clima templado marcaba el uso de materiales de construcción livianos para las primeras casas, un patrón conocido por los conquistadores a raíz de sus expediciones en el Caribe. La escasez de canteras en la zona, obligaba a usar adobe y madera para la construcción, mientras que la falta de lluvia permitía construcciones más sencillas con techos planos. Además, la experiencia de temblores y terremotos frecuentes rápidamente limitó la construcción de edificios de más de dos pisos. Hacia mediados del siglo XVI se había establecido la apariencia que tendría Lima por los siguientes 200 años; se caracterizaba por sus calles emparedadas y largas, interrumpidas por grandes y elegantes puertas talladas de las residencias señoriales. Tal fue el crecimiento de la ciudad, impulsado en gran parte por la adquisición de las funciones administrativas que, a mediados del siglo XVI, el cronista Pedro Cieza de León notó: muy buenas casas y algunas muy galanas con sus torres y terrados, y la plaza es grande y las calles anchas, y por todas las más de las casas pasan acequias, que es no poco contento; del agua dellas se sirven y riegan sus huertos y jardines, que son muchos, frescos y deleitosos.
La evolución de la ciudad en el siglo XVI continuaría dentro del patrón reticular de calles perpendiculares, orientadas a partir de la plaza central con muchos espacios y lotes abiertos para jardines y bosques. Las oficinas municipales, la catedral y el palacio del gobernador eventualmente se ubicaron en la plaza, al igual que las residencias de los conquistadores principales, a quienes les fueron otorgados lotes cuyas dimensiones oscilaban entre cuatro cuadras o un solar entero, en el caso del mismo Pizarro, hasta una cuadra para las figuras invasoras de menor escala. Las estructuras más importantes reflejaban igualmente su prestigio en función a su proximidad a la plaza; eran, en orden, los edificios oficiales, las casas y los solares de los fundadores principales, las de las órdenes religiosas con sus iglesias monumentales, los conventos y monasterios y, en último lugar, las casas y huertas de los ciudadanos comunes. Más allá de estas propiedades se extendían los límites algo imprecisos de la ciudad y sus terrenos agrícolas. Durante este periodo, se inició la práctica de concentrar los oficios económicos en barrios específicos y de nombrar a las calles de acuerdo al oficio principal del barrio, una costumbre que ha perdurado hasta el presente.
A comienzos del siglo XVII, la ciudad había evolucionado a la forma que mantendría hasta comienzos del siglo XX. El crecimiento de la ciudad, aunque muy lento en este periodo, se caracterizó básicamente por un proceso de densificación y urbanización de los numerosos lotes que se dedicaban a huertas y bosque, más que por una expansión territorial. Se añadió un factor arquitectónico y estructural con la construcción en 1687 de una muralla que rodeaba a la ciudad, para reducir su vulnerabilidad ante piratas predatorios como Francisco Drake, quienes viajaban por toda la costa occidental de América del Sur robando y saqueando a los asentamientos indefensos, principalmente del Perú y de Chile. Por las mismas razones y ante numerosos ataques, el Callao, el puerto de Lima, había construido su muralla en 1639.32
Aunque la población de Lima crecía muy lentamente, a través de los años se requirieron más casas dentro de la muralla, lo cual contribuyó al proceso de densificación urbana. Además, con la riqueza que aumentaba por medio de su función de intermediaria entre la mina y el monarca, y por el comercio en general, la ciudad empezó a experimentar un aumento en las construcciones hacia principios del siglo XVII. Se edificaron nuevos conventos y monasterios, oficinas públicas y palacios particulares que reflejaban la transición estilística al barroco, no sólo en la arquitectura sino también en la planificación urbana. La rígida forma cuadrangular de las calles se alteró con la construcción de avenidas diagonales, algunas de las cuales siguieron el trecho de las antiguas carreteras incaicas. La adición de estas diagonales se complementó con la creación de numerosas plazas y glorietas pequeñas. Esta complejidad urbana tenía su paralelo en las tendencias barrocas de ostentación, expresadas en la arquitectura de arcos, fachadas y tumbas elegantes.
Una tendencia barroca, tal vez más importante, era visible dentro de la jerarquización del espacio urbano en Lima. En las primeras décadas del siglo XVII, la diversidad demográfica de la ciudad comenzaba a dominar su diseño formal; se formaron los barrios étnicos de negros (San Lázaro, Pachacamilla y Malambo), de indios (Cercado y Magdalena), y de chinos, junto a las calles de los plateros, talabarteros, hojalateros, etc, ninguno de los cuales respetaban la distribución original de terrenos y lotes.
La población había alcanzado los 30 mil habitantes en 1630; la centralización económica y política de Lima se confirmó con la concentración de poder y privilegio en los servicios públicos que se encontraban en la ciudad. Además, su estatus como sede de la cultura criolla élite se mostraba a través de una intensa vida artística; tanto poetas, arquitectos, pintores y músicos, como los teólogos y filósofos junto con su ingeniosa simulación de la pobreza y explotación de la mayoría de los ciudadanos. Debido a la alta concentración de instituciones religiosas y de su personal en la ciudad. Lima también se hizo un centro educativo.
Los clérigos y los burócratas virreinales crearon un mundo social en el que las misas, las procesiones, los autos de fe, así como la llegada de las naves, eran oportunidades para el despliegue de elegantes galas y de toda una vida social en la plaza de armas, en las iglesias y en el tránsito entre la ciudad y el puerto del Callao. La descripción del Padre Lozano sobre Lima antes del gran terremoto de 1746, comunica claramente este ambiente elitista: había llegado al punto de perfección de lo que era capaz una ciudad de este Nuevo Mundo, por la suntuosidad de sus edificios, las viviendas que adornaban sus bien regladas calles, sus vistosas fuentes, la elevación de sus templos, y la construcción de los monasterios, los cuales podían competir con las más grandes fábricas de este género en el mundo [...]
En contraste con la ostentación y despliegue de las élites, el resto de la población vivía en condiciones bastante inseguras. Gran parte de la ciudad se caracterizaba por condiciones sanitarias infames, las calles estaban llenas de basura, sin pavimento y con acequias abiertas que servían igualmente para proveer el agua doméstica como para el alcantarillado, condición que provocaba constantes epidemias de enfermedades gastrointestinales, que causaban anualmente la muerte de la mitad de los recién nacidos y de muchos adultos. Aún más, cada nave que entraba en el puerto del Callao constituía un vector de infección de proporciones mayores, produciendo epidemias frecuentes de viruela, gripe, tifus, tifoidea o plaga bubónica.
Los terremotos igualmente frecuentes, especialmente el de 1687, estimularon la sustitución de
las paredes pesadas de adobe por una técnica y un material denominado «quincha», que consiste en un tejido de caña y barro que reducía el excesivo peso y aumentaba la flexibilidad
de las estructuras.
Sin embargo, el uso de la caña en la quincha aumentaba el peligro de incendios, que también eran comunes dado que se cocinaba utilizando leña.40 Una amenaza adicional al bienestar y a la tranquilidad mental de los limeños, eran las rebeliones indígenas, fueran auténticas o imaginarias. Los levantamientos indígenas en la sierra eran bastante comunes y, al igual que en
buena parte del mundo, ocurrían cuando la explotación y la miseria llegaban a extremos intolerables. La preocupación de los limeños sobre este fenómeno esencialmente rural y serrano, muchas veces aumentaba a niveles de pánico, resultando en el descubrimiento de complots para incendiar a la ciudad seguidos por sumarias ejecuciones de los supuestos conspiradores.
En el siglo XVIII la ciudad entró en un periodo de crisis y cambio, provocado por la coyuntura de fuerzas naturales y político-económicas que socavaban su prepotencia y su monopolio sobre el comercio que la habían enriquecido por dos siglos. Además, el siglo XVIII fue también una época de reformas, instigadas por los Borbones e implementadas por una serie de virreyes más adeptos a la administración colonial que sus antecesores nombrados por los Habsburgos.
Primero, el sector agrícola sufrió una plaga que devastó la producción virreinal de trigo, amenazando la autosuficiencia y obligando a importar alimentos. En segundo lugar, la plaga coincidió con el inicio de la disminución de las supuestas inagotables fuentes de plata y mercurio, los recursos básicos de la economía de la Colonia. Tercero, en el mismo periodo, el rey abolió el sistema de la encomienda que les daba a los españoles el derecho de explotar la labor de los indios, dañando seriamente la economía de muchos limeños acomodados. Cuarto, entre los cambios económicos importantes figuró también la suspensión del sistema de transporte comercial, que obligaba a que toda mercancía sudamericana pasara con pago de aduana por el puerto del Callao. Por último, la creación de los virreinatos rivales de Buenos Aires y Santa Fe significó que la extensión territorial de la hegemonía administrativa de Lima se redujera proporcionalmente. Todos estos cambios, en conjunto, provocaron a lo largo del siglo un periodo de crisis y cambio, que se encamó hacia mediados del mismo en la forma más extrema con el terremoto de 1746, poniendo en duda no sólo la hegemonía política y económica de Lima, sino también su plena existencia.
El valle del Rímac se situaba aproximadamente en el punto central de la ruta marítima más importante entre Panamá y Santiago de Chile. Además, Lima se ubicó en el cruce de varias carreteras incaicas, lo cual garantizaba un flujo constante de gente por la ciudad. Finalmente, la ciudad se encontraría también al final de la carretera incaica principal desde la sierra sur, que permitiría extraer gran parte del oro y de la plata que aportaría la colonia andina a la economía europea.
Así que, por una abundancia de recursos naturales tanto como por motivos político-económicos, el 18 de enero de 1535 el conquistador Francisco Pizarro fundó la ciudad de Lima, la ciudad de los tres reyes, a orillas del río Rímac. Algunos historiadores sostienen que el título de «Ciudad de los Reyes» se deriva de la proximidad de la fecha de fundación a la epifanía, el 6 de enero, cuando los tres reyes entregaron sus regalos al Niño Jesús. El nombre de la ciudad. Lima, se interpreta como una hispanización del nombre Rímac, que en el dialecto costeño se pronunciaba «limac».
La ciudad se iba a ubicar a sólo 12 km. de la costa, no muy lejos del templo incaico de Pachacamac, a pesar de que la expedición exploratoria encabezada por Hernando Pizarro había experimentado un fuerte terremoto, casi exactamente dos años antes de la fundación de la ciudad. El terremoto que sintieron los miembros de la expedición fue una señal de lo que prometía el futuro de la región. Entre la fundación y la destrucción total de la ciudad ocurrida 211 años después en 1746, Lima sufrió 14 terremotos de gran escala, aunque un estudioso de la época. Don José Eusebio de Llano y Zapata, caracterizó a los ocho primeros como más graves que los seis últimos ocurridos antes del de 1746. Esta serie de eventos sísmicos ocurrió en los años 1582, 1586, 1609, 1630, 1655, 1687, 1694, 1699, 1716, 1725, 1732, 1734, y 1743, culminando en 1746 cuando, según Llano y Zapata, «ha sido tal el estrago, que no admite paralelo con la destrucción de los primeros».
Aunque no era muy evidente al momento de la fundación, además de terremotos, los valles costeños como el Rímac solían sufrir constantes plagas de mosquitos, que más tarde provocarían epidemias de paludismo y fiebre amarilla en la ciudad. Los peligros que representaba la proximidad al mar en una zona altamente sísmica, así como las variaciones climatológicas que producían las inundaciones costeñas y las sequías serranas, tampoco se habían evidenciado todavía al fundar la ciudad.
Los motivos de la ubicación de la nueva capital en un sitio tan vulnerable a los peligros naturales como el valle del Rímac, revelan no sólo la falta de conocimiento del nuevo medio ambiente por parte de los españoles; también son indicadores importantes del modelo de desarrollo cultural, social, político y económico que adoptarían tanto Lima como el Perú a lo largo de cuatro siglos y medio. El situar a la ciudad en la costa, estableció las condiciones para
una forma distorsionada de desarrollo urbano y nacional. Rechazar una ciudad capital en la sierra que, tal como lo había hecho el Cuzco, hubiera articulado las redes sociales y económicas internas del vasto territorio andino, y preferirla en la costa con vista al exterior, hacia el poder colonial, impuso un modelo que incrementaría aún más la vulnerabilidad ante los peligros naturales de la región.
El modelo de desarrollo nacional que evolucionaba simultáneamente con la fundación de la ciudad de Lima, al igual que en otras capitales coloniales alrededor del mundo del siglo XVI, expresaba la visión española de sus nuevos territorios. Es decir, la incursión española coincidía
con la expansión del comercio mercantil en Europa; las nuevas posesiones ultramarinas de España, particularmente el Perú y México que contaban con recursos abundantes de metales preciosos, aumentarían el poder español en esta crucial actividad económica. El desarrollo urbano en el Perú, se orientaba específicamente hacia los centros de producción de metales en la sierra (Arequipa, Ayacucho y Potosí), o hacia los centros administrativos o comerciales de la costa para el flujo hacia España de las riquezas obtenidas (Lima, Trujillo, Lambayeque y
Tumbes). Pronto, debido al peligro que los piratas, los bandidos y otros maleantes representaban para el transporte de semejante riqueza, se escogió a Lima como la ciudad donde se debían reunir las rutas y se podía concentrar el poder militar necesario para defender las cargas de metales. Puesto que ya había sido designada como capital. Lima se articulaba con la metrópoli española como centro administrativo y como principal intermediaria para la extracción de excedentes de la Colonia, propósitos en esencia ajenos a las necesidades internas del territorio y a la gran mayoría de sus habitantes.
Lima se hacía ciudad, sin infraestructura productiva importante, sin mucha capacidad para generar su propia riqueza, con una vida económica orientada totalmente por los papeles duales de la administración colonial, y como intermediaria en la extracción de plusvalía. La población de Lima vivía, como en muchas otras ciudades coloniales, de la administración y del
procesamiento de la riqueza producida en otras regiones, la cual pasaba momentáneamente por sus arcas antes de viajar al Viejo Mundo. Estas dos funciones efectivamente colocaron a la ciudad, desde el comienzo, en la ascención a la posición de ciudad primata, primero para el continente y luego para todo el Perú.
Las ciudades coloniales españolas del Nuevo Mundo estaban estrictamente reguladas por las Leyes de las Indias, dentro de las cuales se encontraban «Las ordenanzas reales para la planificación de las ciudades». Estas ordenanzas recomendaban que las ciudades debían ubicarse en sitios elevados (por motivos de salud), con abundantes terrenos para agricultura y pastoreo, y con acceso a agua pura. Las ordenanzas también especificaban que en las ciudades se obedeciera un patrón reticular, con calles orientadas al norte-sur y al este-oeste desde una plaza central. En Lima el plan cuadricular para calles y lotes urbanos, semejante a un tablero de ajedrez, se componía de nueve por trece cuadras o «islas,» divididas a su vez en cuatro grandes sectores, en uno de las cuales estaba la plaza de armas.
El patrón cambiaría a través de los años, con la repartición de lotes y propiedades entre los diversos sectores de la creciente población.
En la plaza estaba la iglesia matriz, la municipalidad y otros edificios oficiales. Las residencias
de las élites se situaban igualmente en la plaza y sus alrededores, lo cual eventualmente llegó a ser una demostración de estatus social para los individuos de ambición social. Aunque las ordenanzas se publicaron después de la fundación de Lima, sus indicaciones estaban implícitas en las percepciones urbanas españolas; la organización espacial de Lima anticipaba, y a la vez seguía, las ordenanzas. Se obedecieron todos los reglamentos relativos al agua, al pasto, a las corrientes de aire, a la altura y al plan urbano. La ciudad se ubicaba aproximadamente a 100 pasos al oeste de las orillas del río Rímac, que cubría las necesidades de riego e higiene.
En muchos sentidos. Lima «nació como una ciudad renacentista», constituyendo a la vez una simbiosis y un conflicto entre los ideales medievales del feudalismo, la religión y el honor de los conquistadores, y los ideales renacentistas del humanismo, del centralismo y de la secularización del Estado. Esta simbiosis se revelaría en el diseño y las formas iniciales de arquitectura renacentista y manierista de la ciudad. El conflicto se expresaría en las guerras civiles y las rebeliones contra el poder real que eventualmente emergerían de la sociedad colonial. Efectivamente, Lima era y siempre ha sido una ciudad de contrastes enormes: entre pueblos y culturas europeas y americanas en la Colonia, entre los extremos de riqueza y pobreza, entre el apoyo entusiasta de los ideales de libertad y el ejercicio grosero de la opresión.
La estructura social que caracterizaba la Colonia entera llegó a su máxima expresión en la ciudad de Lima. En los años iniciales de la Colonia, la sociedad limeña estaba conformada por un grupo muy reducido de españoles que dominaba a una población enorme de pueblos indígenas con varias identidades étnicas. Al madurar la Colonia, el número de españoles aumentaba debido a la migración; con la llegada de exponentes de ambos sexos, emergió una población criolla. Además, como los primeros españoles eran únicamente varones, rápidamente establecieron relaciones con mujeres indígenas por la fuerza, la compra, el regalo o, en ciertos casos, la voluntad, resultando una población mestiza que aumentó constantemente durante el periodo colonial. También, debido parcialmente a los altísimos niveles de mortandad entre la población indígena, se importaba principalmente como esclavos a números considerables de africanos, al grado de que en el siglo XVIII, la base social y económica de la ciudad dependía de la mano de obra negra.
Aunque casi desde el inicio Lima estuvo conformada por españoles, mestizos, indios y negros, la identidad de la ciudad se basaba en su estatus de capital colonial y de residencia de las élites de la Colonia. Lima, al igual que Trujillo y Arequipa, era la residencia de la población blanca que se diferenciaba marcadamente en términos de identidad frente a las masas indígenas y mestizas, a pesar de la importante contribución de éstos a la vida económica de la ciudad. Por lo que toca a los negros, generalmente se les valoraba por sus habilidades, particularmente en la carpintería, la albañilería y otros oficios relacionados con la construcción, en comparación con los indígenas que experimentaban muchas dificultades para asimilar la cultura y las habilidades españolas. Sin embargo, el trabajo de los indios, apropiado por medio de la institución de la encomienda, formaba la base para la extracción inicial de excedentes y la acumulación principal de riqueza para los españoles.
En sus primeros años, la ciudad no era más que una colección más o menos ordenada de casas grandes y mal construidas con techos de estera. Esta falta de desarrollo inicial se debía, principalmente, a los continuos tumultos de los primeros años de conquista que reflejaban la resistencia indígena, así como a las rebeliones de sediciosos y conquistadores rivales de Pizarro. Sin embargo en 1537, a tres años de su fundación, el rey de España le otorgó escudo de armas; en 1543, la ciudad fue nombrada la sede de la Real Audiencia y la capital del Virreinato del Perú, que para aquella época incluía casi todo el territorio conquistado por los españoles en América del Sur. En 1545 el obispo de Lima tenía bajo su jurisdicción, entre otras, a las diócesis de Colombia, Ecuador y Nicaragua; en 1551 se fundaría allí la universidad más antigua del Nuevo Mundo, conocida más tarde como la Universidad Mayor de San Marcos.
Así, los edificios provisionales característicos del asentamiento inicial, pronto se reemplazaron por estructuras más elaboradas. En poco tiempo se inició la construcción de residencias más grandes y pretenciosas para las élites españolas, puesto que una casa grande era un elemento básico en el ideal señorial que tanto motivaba a los conquistadores. Otros proyectos de suma importancia incluían iglesias monumentales que, como las casas, se construían principalmente con mano de obra indígena, agravando su derrota con la obligación de construir uno de los símbolos más visibles de su subordinación física e ideológica.
Mientras evolucionaba Lima a lo largo de sus primeras décadas, se seguían los patrones urbanísticos y arquitectónicos establecidos en España, pero con influencias culturales y ambientales del entorno peruano. El clima templado marcaba el uso de materiales de construcción livianos para las primeras casas, un patrón conocido por los conquistadores a raíz de sus expediciones en el Caribe. La escasez de canteras en la zona, obligaba a usar adobe y madera para la construcción, mientras que la falta de lluvia permitía construcciones más sencillas con techos planos. Además, la experiencia de temblores y terremotos frecuentes rápidamente limitó la construcción de edificios de más de dos pisos. Hacia mediados del siglo XVI se había establecido la apariencia que tendría Lima por los siguientes 200 años; se caracterizaba por sus calles emparedadas y largas, interrumpidas por grandes y elegantes puertas talladas de las residencias señoriales. Tal fue el crecimiento de la ciudad, impulsado en gran parte por la adquisición de las funciones administrativas que, a mediados del siglo XVI, el cronista Pedro Cieza de León notó: muy buenas casas y algunas muy galanas con sus torres y terrados, y la plaza es grande y las calles anchas, y por todas las más de las casas pasan acequias, que es no poco contento; del agua dellas se sirven y riegan sus huertos y jardines, que son muchos, frescos y deleitosos.
La evolución de la ciudad en el siglo XVI continuaría dentro del patrón reticular de calles perpendiculares, orientadas a partir de la plaza central con muchos espacios y lotes abiertos para jardines y bosques. Las oficinas municipales, la catedral y el palacio del gobernador eventualmente se ubicaron en la plaza, al igual que las residencias de los conquistadores principales, a quienes les fueron otorgados lotes cuyas dimensiones oscilaban entre cuatro cuadras o un solar entero, en el caso del mismo Pizarro, hasta una cuadra para las figuras invasoras de menor escala. Las estructuras más importantes reflejaban igualmente su prestigio en función a su proximidad a la plaza; eran, en orden, los edificios oficiales, las casas y los solares de los fundadores principales, las de las órdenes religiosas con sus iglesias monumentales, los conventos y monasterios y, en último lugar, las casas y huertas de los ciudadanos comunes. Más allá de estas propiedades se extendían los límites algo imprecisos de la ciudad y sus terrenos agrícolas. Durante este periodo, se inició la práctica de concentrar los oficios económicos en barrios específicos y de nombrar a las calles de acuerdo al oficio principal del barrio, una costumbre que ha perdurado hasta el presente.
A comienzos del siglo XVII, la ciudad había evolucionado a la forma que mantendría hasta comienzos del siglo XX. El crecimiento de la ciudad, aunque muy lento en este periodo, se caracterizó básicamente por un proceso de densificación y urbanización de los numerosos lotes que se dedicaban a huertas y bosque, más que por una expansión territorial. Se añadió un factor arquitectónico y estructural con la construcción en 1687 de una muralla que rodeaba a la ciudad, para reducir su vulnerabilidad ante piratas predatorios como Francisco Drake, quienes viajaban por toda la costa occidental de América del Sur robando y saqueando a los asentamientos indefensos, principalmente del Perú y de Chile. Por las mismas razones y ante numerosos ataques, el Callao, el puerto de Lima, había construido su muralla en 1639.32
Aunque la población de Lima crecía muy lentamente, a través de los años se requirieron más casas dentro de la muralla, lo cual contribuyó al proceso de densificación urbana. Además, con la riqueza que aumentaba por medio de su función de intermediaria entre la mina y el monarca, y por el comercio en general, la ciudad empezó a experimentar un aumento en las construcciones hacia principios del siglo XVII. Se edificaron nuevos conventos y monasterios, oficinas públicas y palacios particulares que reflejaban la transición estilística al barroco, no sólo en la arquitectura sino también en la planificación urbana. La rígida forma cuadrangular de las calles se alteró con la construcción de avenidas diagonales, algunas de las cuales siguieron el trecho de las antiguas carreteras incaicas. La adición de estas diagonales se complementó con la creación de numerosas plazas y glorietas pequeñas. Esta complejidad urbana tenía su paralelo en las tendencias barrocas de ostentación, expresadas en la arquitectura de arcos, fachadas y tumbas elegantes.
Una tendencia barroca, tal vez más importante, era visible dentro de la jerarquización del espacio urbano en Lima. En las primeras décadas del siglo XVII, la diversidad demográfica de la ciudad comenzaba a dominar su diseño formal; se formaron los barrios étnicos de negros (San Lázaro, Pachacamilla y Malambo), de indios (Cercado y Magdalena), y de chinos, junto a las calles de los plateros, talabarteros, hojalateros, etc, ninguno de los cuales respetaban la distribución original de terrenos y lotes.
La población había alcanzado los 30 mil habitantes en 1630; la centralización económica y política de Lima se confirmó con la concentración de poder y privilegio en los servicios públicos que se encontraban en la ciudad. Además, su estatus como sede de la cultura criolla élite se mostraba a través de una intensa vida artística; tanto poetas, arquitectos, pintores y músicos, como los teólogos y filósofos junto con su ingeniosa simulación de la pobreza y explotación de la mayoría de los ciudadanos. Debido a la alta concentración de instituciones religiosas y de su personal en la ciudad. Lima también se hizo un centro educativo.
Los clérigos y los burócratas virreinales crearon un mundo social en el que las misas, las procesiones, los autos de fe, así como la llegada de las naves, eran oportunidades para el despliegue de elegantes galas y de toda una vida social en la plaza de armas, en las iglesias y en el tránsito entre la ciudad y el puerto del Callao. La descripción del Padre Lozano sobre Lima antes del gran terremoto de 1746, comunica claramente este ambiente elitista: había llegado al punto de perfección de lo que era capaz una ciudad de este Nuevo Mundo, por la suntuosidad de sus edificios, las viviendas que adornaban sus bien regladas calles, sus vistosas fuentes, la elevación de sus templos, y la construcción de los monasterios, los cuales podían competir con las más grandes fábricas de este género en el mundo [...]
En contraste con la ostentación y despliegue de las élites, el resto de la población vivía en condiciones bastante inseguras. Gran parte de la ciudad se caracterizaba por condiciones sanitarias infames, las calles estaban llenas de basura, sin pavimento y con acequias abiertas que servían igualmente para proveer el agua doméstica como para el alcantarillado, condición que provocaba constantes epidemias de enfermedades gastrointestinales, que causaban anualmente la muerte de la mitad de los recién nacidos y de muchos adultos. Aún más, cada nave que entraba en el puerto del Callao constituía un vector de infección de proporciones mayores, produciendo epidemias frecuentes de viruela, gripe, tifus, tifoidea o plaga bubónica.
Los terremotos igualmente frecuentes, especialmente el de 1687, estimularon la sustitución de
las paredes pesadas de adobe por una técnica y un material denominado «quincha», que consiste en un tejido de caña y barro que reducía el excesivo peso y aumentaba la flexibilidad
de las estructuras.
Sin embargo, el uso de la caña en la quincha aumentaba el peligro de incendios, que también eran comunes dado que se cocinaba utilizando leña.40 Una amenaza adicional al bienestar y a la tranquilidad mental de los limeños, eran las rebeliones indígenas, fueran auténticas o imaginarias. Los levantamientos indígenas en la sierra eran bastante comunes y, al igual que en
buena parte del mundo, ocurrían cuando la explotación y la miseria llegaban a extremos intolerables. La preocupación de los limeños sobre este fenómeno esencialmente rural y serrano, muchas veces aumentaba a niveles de pánico, resultando en el descubrimiento de complots para incendiar a la ciudad seguidos por sumarias ejecuciones de los supuestos conspiradores.
En el siglo XVIII la ciudad entró en un periodo de crisis y cambio, provocado por la coyuntura de fuerzas naturales y político-económicas que socavaban su prepotencia y su monopolio sobre el comercio que la habían enriquecido por dos siglos. Además, el siglo XVIII fue también una época de reformas, instigadas por los Borbones e implementadas por una serie de virreyes más adeptos a la administración colonial que sus antecesores nombrados por los Habsburgos.
Primero, el sector agrícola sufrió una plaga que devastó la producción virreinal de trigo, amenazando la autosuficiencia y obligando a importar alimentos. En segundo lugar, la plaga coincidió con el inicio de la disminución de las supuestas inagotables fuentes de plata y mercurio, los recursos básicos de la economía de la Colonia. Tercero, en el mismo periodo, el rey abolió el sistema de la encomienda que les daba a los españoles el derecho de explotar la labor de los indios, dañando seriamente la economía de muchos limeños acomodados. Cuarto, entre los cambios económicos importantes figuró también la suspensión del sistema de transporte comercial, que obligaba a que toda mercancía sudamericana pasara con pago de aduana por el puerto del Callao. Por último, la creación de los virreinatos rivales de Buenos Aires y Santa Fe significó que la extensión territorial de la hegemonía administrativa de Lima se redujera proporcionalmente. Todos estos cambios, en conjunto, provocaron a lo largo del siglo un periodo de crisis y cambio, que se encamó hacia mediados del mismo en la forma más extrema con el terremoto de 1746, poniendo en duda no sólo la hegemonía política y económica de Lima, sino también su plena existencia.
Fuente: HISTORIA Y DESASTRES EN AMERICA LATINA - VOLUMEN II coordinadora VIRGINIA GARCIA ACOSTA. Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina, 1997.
1 comentario:
La verdad muy bueno tu blog, muy informativo y le hace unos retomar sus libros de historia para repasar todo.
Espero que sigas asi y ademas aprovecho para invitarte para visitar i blog http://industrias-alimentarias.blogspot.com
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